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Malditas erratas, errores minúsculos que los editores asumen como grandes culpas

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Malditas erratas, errores minúsculos que los editores asumen como grandes culpas

Las hay antológicas como «la señora marquesa se levantó con el ceño fruncido» (o en lugar de la e de ceño) o «la Purísima Concepción» (t por r) y, desde Gutenberg a internet, las erratas permanecen como minúsculos errores que pueden marcar la carrera de un editor, como señala el Manual del editor de mesa (Almuzara), de Ana Bustelo.

Fueron solo tres letras las que arruinaron la edición publicada en 1631 de la Biblia del Rey Jacobo —a primera vio la luz en 1611—, y Ana Bustelo lo cuenta como punto de partida «curioso, ingenioso» y que ejemplifica lo que el lector podrá encontrar en su didáctico Manual.

“En 1631 se publicó una versión de esa Biblia en la que el mandamiento —«Thou shalt not commit adultery»— apareció sin el not, que es una palabra clave para transmitir el mensaje, de modo que la Biblia instaba a cometer adulterio, casi lo ordenaba: «Thou shalt commit adultery», «cometerás adulterio».

Olvidarse del not era un error —una errata bastante común en la época, pero en ese caso fue «imperdonable”, y tuvo consecuencias, que recuerda Bustelo:

«Los impresores fueron condenados a pagar una abultada multa y se les retiró la licencia para imprimir; no podía quedar ni a la vista ni a la mano del pueblo un solo ejemplar, tarea que se volvió imposible; se salvaron quince ejemplares en todo el mundo, que hoy constituyen joyas bibliográficas que se conservan en Estados Unidos, Reino Unido y Nueva Zelanda».

Napoleón se adelanta 20 años a su propio golpe de Estado

Bustelo ha recordado su primera errata —errata cometida entre nueve personas que supervisaron el texto durante algún momento de su edición—, «un baile de números que cambiaban el sentido de una historia y de la Historia y que tenían como protagonista a Napoleón».

«En 1989, en una edición conmemorativa de la Revolución Francesa, en la primera página se decía que el golpe que dio Napoleón el 18 de brumario del año VIII corresponde a noviembre de 1779 del calendario gregoriano, ¡cuando debía decir 1799! Imposible que Napoleón diera el golpe antes de la Revolución. Todavía lo tengo clavado como una espina«, ha confesado la editora.

Bustelo ha recordado casos «como el de aquel libro de un notable historiador que aparecía incompleto, con frases sin acabar y corchetes que instaban a comprobar los datos… Cuando se publicó el libro, de cuya increíble edición yo había avisado, cayó el chaparrón: Resulta que lo habitual era que le terminaran los libros que él dejaba a medias».

También fue receptora de un original “cuyo autor era amigo de un amigo de un amigo de algún alto cargo; es decir, que venía de arriba, un texto que arrancaba con exabruptos, improperios y un taco encadenado con otro; imposible publicarlo y así se lo dije al autor, que me espetó una frase de peso: ¿Usted no sabe con quién está hablando?”. En aquel caso, el original acabó devuelto a su dueño.

Uno de los textos que recibió Bustelo hace tiempo «pesaba una barbaridad y a punto estuvo de fundir el sistema. Cuando conseguimos abrirlo con ayuda de los informáticos, el supuesto autor decía que él tenía los derechos de la palabra de Dios, porque Dios en persona se los había cedido y nos mandaba sus escritos que, según aseguraba, se iban a vender como nunca se había vendido en el mercado editorial internacional».

Correcciones sostenibles

La preocupación por el planeta también ha llegado al mundo de la edición, lo que sumado a la crisis de 2008, ha hecho que se deje de corregir en papel, cuando se hacía con bolígrafo rojo y azul —cada color tenía su significado, el rojo era para corregir y el azul para rectificar lo corregido—, mientras que con el lápiz se hacían sugerencias al autor o al editor que revisaría las pruebas posteriormente.

«Ahora el asunto se ha complicado con los PDF; están mejorando las herramientas para corregir, aunque todavía les queda un poco”, ha lamentado la editora.

Bustelo ha tratado con autores grandes y noveles, y con escritores «demasiado susceptibles», recuerda haber reído de lo lindo con Mingote y haber «puesto en su sitio» a más de uno, pero si puede alcanzarse alguna conclusión al término de su Manual del editor de mesa es que “no se puede dar nada por bueno”.

Sólo conoce una fórmula para aproximarse al texto perfecto: «Corregir, corregir y corregir».

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