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Manda el cuerpo

Nos creemos libres. Discernimos lo que hay en nosotros de educación recibida, de las cualidades y límites de nuestros progenitores, incluso de la veta que desde el pasado ha confluido en el individuo que somos; recordamos dónde hemos estudiado, quién influyó en la elección de una profesión, qué parte le cupo al azar; repasamos las marcas que nos han dejado profesores, amigos, una persona mayor con la que intercambiábamos pareceres. Detectamos en nuestra ideología política la seducción de un modelo, el rechazo de ciertas actitudes y la adopción de un ideal que nos atrae pese a sus decepciones. Nos reconocemos en los perfiles que nos ha dejado, indelebles, nuestra historia amorosa, determinadas palabras, acciones, reacciones y faltas que no olvidaremos. Sabemos qué clase de ética se ha conformado en nosotros, si la fe en un Dios se mantiene o cayó o ni siquiera llegó a plantearse. Quizás alguno en el contexto histórico-social-geográfico-nacional-universal, y sin haber leído a Hegel, halle claves esenciales de su manera de estar en el mundo. En fin, todo eso sentimos que nos conforma y podemos establecer algo que llamamos identidad.

"Estos relatos cumplen la función esencial de la literatura, interpelar con la verdad. ¿Qué nos mueve en realidad? ¿Hasta dónde llevamos nuestra necesidad animal de sobrevivir?"

Lina Meruane (Chile, 1970) nos pregunta cuánto tiempo podemos soportar el hambre, y nos lo presenta en el caso de un hámster, de un perro y, por supuesto, de unos niños, de unos adolescentes, de unos padres. De un tajo palidecen esas requisitorias. En qué nos convertimos cuando el deseo de comer nos desgarra. Hablo de hambre real, del cuerpo que se encabrita y desfallece y se pone triste hasta la muerte tras la desesperación de no ingerir apenas nada. Y también nos pregunta si soportaremos el acoso y el ansia de dominio del que tiene hambre de nuestro cuerpo indefenso. Y también si en la acción de hacer piña con otros o de separarse de ellos no late igualmente el protagonismo irredimible de nuestra carne. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, anunció Baruch Spinoza. Podemos pensar en lo que puede un cuerpo cuando nos lo permite.

Estos relatos cumplen la función esencial de la literatura, interpelar con la verdad. ¿Qué nos mueve en realidad? ¿Hasta dónde llevamos nuestra necesidad animal de sobrevivir? ¿A quién sacrificaríamos en esa búsqueda? ¿Qué jerarquía respetaríamos? ¿Qué ley?

La obediencia al cuerpo, sin embargo, tiene siempre algo de peligroso por la renuncia al control de lo que consideramos más elevado. Cómo no cuando se ventila la opción de matar o mutilarse, o la exigencia de romper con lo que nos confortaría. Los relatos hablan de esos lugares en que no parece haber espacio ya para consideraciones morales ni escrúpulos ante la alteridad. Se libra un conflicto para el que no habrá reconciliación.

"El último relato, antológico, afirma que amamos el cuerpo que, no siendo lo esencial, es lo imprescindible. Y que el amor nos quiere vivos"

Cada cuento, como si abordar la imposición del cuerpo fuera un muro, retrasa hábilmente su conclusión. El texto comienza en un punto, viaja a los antecedentes o anticipa con sutileza las opciones finales; no gusta de explicaciones ni pasos de transición, cada escena aporta una información valiosa que va construyendo el drama que se desencadenará de forma inevitable. La autora exhibe su maestría no solo en la calidad de su página, sino en la construcción cuidadosa de cada historia, que suele esperar a las últimas líneas para hacernos entender la magnitud e implicaciones de lo que ha ido desplegando.

Lina Meruane en este libro nos arrastra, literalmente a su mundo carnal, duro, extremo, asfixiante en ocasiones donde de pronto cabe una salida, sucede algo como un juego inquietante, o nos ofrece la salvación de hacernos dueños de nosotros mismos. «Mi hambre es lo único que poseo. Por un mendrugo blando, por esas uñas negras gusto a salame le lamería sin asco hasta los huesos. Y sin embargo no le hablo […] Que no regrese el ingenioso a ojearme. Que cumpla su oferta de andante y se vaya a pie por los caminos. Que me deje en prenda esa burra suya, ya le exprimiré yo con mis encías las ubres y toda la sangre». El último relato, antológico, afirma que amamos el cuerpo que, no siendo lo esencial, es lo imprescindible. Y que el amor nos quiere vivos. Y que el amor sí, establece jerarquías, sí resiste. Y por eso es a veces tan inconsolable.

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Autora: Lina Meruane. Título: Avidez. Editorial: Páginas de Espuma. Venta: Todos tus libros.

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