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Manolo García: «Se nos somete de una manera espuria a la violencia»

Manolo García: «Se nos somete de una manera espuria a la violencia»

El «ciudadano García» ha llegado en tren a Madrid. Dice que ya no coge aviones. Tiene sus razones: van muy rápido y contaminan mucho. Le han propuesto cruzar el charco en barco, pero un trayecto tan largo (de quince días) le resulta inviable si hay que atenerse el calendario de la gira. Manolo García (Barcelona, 1955) es un hombre tranquilo, una especie de eremita en una «soledad instalado», como canta en el tema «Canción del solitario que se reconcilió con el mundo». Acaba de hacerse con dos ejemplares de Roberto Bolaño: A la intemperie y Sepulcros de vaqueros. Lee para cuestionar(se). Vivía en un barrio obrero de empresas metalúrgicas, y la sirena que avisaba a los obreros era la misma que sonaba cuando llegaban los bombardeos aéreos en la guerra muchos años atrás. Manolo recuerda a su padre volviendo de la fábrica por el campo. Pero no quería esa vida para él, entonces comenzó a leer. Todavía hoy recurre a los Ensayos de Michel de Montaigne.

Observa el entrevistado la calle —con las manos en los bolsillos— desde la ventana del edificio de su editorial. A esas horas, la calle Luchana se halla concurrida y a él le gusta pasear por la playa y por el monte con los pastores. Huye del ruido de la velocidad, como Eulogio Pérez de Ledesma, el personaje de su libro Títere con cabeza (Aguilar, 2024). A Manolo setenta kilómetros por hora ya le parecen endemoniados. Pero precisamente un día, conduciendo por la autopista, su coche empezó a arder. Entonces, en el arcén, esperando a los bomberos, el «ciudadano García» se puso a escribir las tres primeras páginas de lo que luego sería este presente título.

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—¿Cuándo se sacó usted el carnet de conducir?

—En la mili. Había un alférez que hacía doblete y tenía una autoescuela. Nos captaba a los chavales que estábamos en el cuartel, que éramos críos de diecinueve años.

—¿A la primera?

—Sí, a la primera. En Gijón. Estaba lloviendo.

—¿Uno conduce como es?

—Un poco sí, o bastante. La gente más calmada, la gente más nerviosa, la gente más irresponsable, la gente más egoísta… También pienso que en eso es determinante la edad. El carácter influye, obviamente, pero la edad influye muchísimo también. Las hormonas trabajan de otra manera.

—¿Y uno canta y escribe como es? ¿De eso también depende la edad?

—Y uno pinta como es, porque es una pantalla, y finalmente el ser sale, aflora. Tú te comunicas con el mundo, expones una serie de cuestiones en la disciplina que tú puedas medio dominar, pero el nutriente eres tú. Todos tenemos un plumero y a todos se nos ve.

—Decía Michel de Montaigne en sus Ensayos: «Pinto principalmente mis pensamientos, objeto informe, que no puede reducirse a producto artesanal. A duras penas puedo meterlo en ese cuerpo etéreo de la palabra…».

"Soy también de la idea de que está todo dicho, de que ellos ya lo dijeron y lo hicieron todo y lo único que hacemos nosotros son remedos"

—Es mi libro de cabecera, pero desde hace muchos años ya. La primera vez lo leí entero y ahora sigo picoteando, como creo que hace mucha gente. Todas las alusiones que hace al pasado, al pasado latino, grecorromano, me encantan. Soy también de la idea de que está todo dicho, de que ellos ya lo dijeron y lo hicieron todo y lo único que hacemos nosotros son remedos. De alguna manera, si se te concede ese don de la palabra eres un elegido, aunque muchos son los llamados y pocos los elegidos. Pero cuando alguien es elegido está muy bien para el resto. Para él supongo que también está muy bien. Depende ya de muchas cuestiones, de egos, de necesidades vitales… Pero para el resto es un regalo de los dioses. En un planeta en el que todo es confusión, delirio, fiesta, alegría y llanto, los regalos del mundo de la cultura, del mundo del pensamiento, de cualquier disciplina artística, son una muletilla para ir tirando, imprescindibles para muchísima gente.

—¿Se siente usted un elegido?

—No, yo me siento uno que pasaba por aquí. Algún dios borrachuzo que se ha tomado unos cubatillas me ha echado unas canciones, unos cuadros, me ha echado ganas de pintar, ganas de escribir… Pero no, no me siento un elegido; tengo muchos defectos, pero tengo una pequeña virtud: la vanidad no anida en mí, no soy vanidoso. Yo siempre he creído desde muy jovencito que estamos aquí de paso, que todo es humo y que vivimos en la hoguera de las vanidades, y ahí nos chamuscamos todos, unos más y otros menos.

—No quiere ser ni un número para Hacienda ni un móvil controlado.

"Son siglos y siglos de desvarío. La cosa se torció cuando se inventó la rueda. Ahí ya la jodimos"

—Me gustaría, pero no puedo evitar caer en ese pozo sin fondo. Desde muy jovencito he detestado la burocracia. Me ha parecido un atraso, un lastre brutal para la vida anímica y espiritual. Finalmente lo material manda, claro, porque cada día hay que comerse un pollo, una lechuga… Hay que zampárselo para tirar y también tener un chamizo para protegernos de las inclemencias del tiempo. Pero ya está, lo demás es todo un zafarrancho. Venimos de unos lodos, de la antigua Roma, donde unos eran esclavos, otros eran libertos… Si con el sudor de tu frente o con tu espada te habías ganado la libertad, eras liberto, pero también tenías que luchar en esa sociedad. Son siglos y siglos de desvarío. La cosa se torció cuando se inventó la rueda. Ahí ya la jodimos. La cama está bien, es un invento que me parece muy oportuno, pero con la rueda pienso como los indios de las praderas: las ruedas significan trabajar. En el Paleolítico, los humanoides estaban por ahí en taparrabos dando vueltas, haciendo una vida nómada. «Trabajaban» quince horas o así a la semana, se movían para conseguir el sustento. Pero hoy en día la gente trabaja cincuenta horas y no consigue el sustento, siempre está con el agua al cuello y de mala hostia.

—¿Cuesta que nos dejen en paz?

—Sí. Son muy pesados. ¿Esto cómo se llama? ¿«Sistema»? Parece que sí, pero ¿qué sistema es éste? Me hizo gracia una abuela que dijo que ella no quería dejar el sistema, sino que el sistema la dejara a ella. Es eso. Que me dejen en paz.

—Canta en su canción «Un giro teatral» «sin luna y el coche, es mi carcelero». ¿Qué es la amaxofobia?

"Vivo en esa disconformidad. Yo conduzco desde los diecinueve, pero no me gusta, lo detesto, y ahora me gusta menos que nunca"

—Bueno, tampoco soy amaxofóbico ya declarado, pero tengo conatos. El ruido, el siseo de las ruedas es estremecedor. Si te paras en un área de servicio, en una autopista, lo que se oye pasar, el siseo de ruedas, es enervante. Si vives en un piso, en una avenida de una gran ciudad, y no tienes posibilidad de poner un doble cristal, tienes que oír desde el amanecer hasta altas horas el estruendo de los coches sobre el asfalto. Yo tengo ese punto, esa disfunción, o esa función mejor dicho, que me enerva. Y no te digo ya la velocidad, que me parece un disparate. Vivo en esa disconformidad. Yo conduzco desde los diecinueve, pero no me gusta, lo detesto, y ahora me gusta menos que nunca, porque los coches corren más que nunca, las hostias son más gordas que nunca, y la gente, en particular unos pocos, conducen peor que nunca, de una manera más peligrosa, con una falta de educación y de respeto por los demás terrible. Hay un pequeño relato mío en el libro que habla de esto. Me vino en una autopista con un problema que tuve.

—¿Qué le sucedió?

—Se me quemó el coche. En realidad mis coches han sido una mierda siempre, de los más cutres del mundo, llenos de bollos y de hostias. Cuando me sucedió esto empecé a ponerme nervioso, y eso que soy bastante templado. Había llamado a los bomberos, había colocado el triángulo, me había puesto el chalequito de los cojones… para que nadie se hiciera daño, que era lo más importante. Y ahí estaba yo, de pie, al borde de la autopista, viendo pasar camiones a cien por hora, que arman un estruendo que flipas, y coches a ciento cuarenta y algunos a ciento sesenta. Es algo demoníaco, del infierno de Dante. Empecé a pensar en el disparate que era estar todos metidos en unas cajas metálicas con ruedas, así que me aparté todo lo que pude y empecé a escribir un relatito de tres páginas que sucede en una autopista. Alguien debería calcular los millones de kilómetros cuadrados de asfalto sobre el planeta. Lo vamos tapando todo con asfalto para deslizarnos a toda velocidad con nuestros cacharros con ruedas hacia la nada mientras hablamos unos con otros a través de unos aparatos. Somos monos extraños, monos locos.

—¿Qué cree que pensarían los primeros monos que poblaron el planeta si nos vieran ahora?

—Bueno, ellos ya empezaron, los muy cabrones, la tecnología, atando una piedra a un palo y haciendo muescas en sus lanzas. Se nos ha dotado de inteligencia, supuestamente; somos el único animal que aparentemente piensa, pero hay otros animales, otras especies, que también piensan mejor, que son más prácticos a la hora de estar aquí. Tampoco vamos a denostar la raza humana: aunque somos un desastre, tenemos cosas maravillosas. Pero pienso que habría que parar un poquito. La maquinaria humana sigue, ya somos ocho mil millones, camino de los diez mil, pero conforme la demografía va a toda velocidad, sería conveniente hacer una reflexión seria para ver cómo, a partir de ahora, funcionamos como especie.

—¿Somos muchos en el mundo?

"Las grandes concentraciones de cualquier cosa son muy complicadas de gestionar"

—Somos malavenidos. Lo de «muchos» no se puede decir, sería incorrecto. Todo el mundo tiene derecho a venir, aunque nadie lo pide, pero la necesidad de existir es obvia, es algo genético, llevamos una marca en los genes. Somos conscientes de nuestra existencia, y salvo que haya un cruce de cables en la cocorota queremos seguir adelante; todos tenemos derecho a existir, ya que estamos aquí, pero hay que organizarse. Si no nos organizamos, esto es un caos y es muy peligroso para todos. El barco se ha hecho muy grande, y es un error, porque se manejan mejor barquitos pequeños. Las grandes concentraciones de cualquier cosa son muy complicadas de gestionar.

—¿Eulogio Pérez de Ledesma es como usted?

—Eulogio es un hombre que se cae del caballo, como Pablo de Tarso, y ve la luz. Mi personaje no soy yo, pero sí lo he creado yo. Denuesto la sociedad industrial, pero es que la tecnológica ya me repatea. Es un pensamiento mío, evidentemente, y no intento adoctrinar a nadie, ni pretendo, pero a mí no me seduce, ni me lleva a ningún buen puerto. Eulogio es un tío que llega a la conclusión de que la vida en un entorno natural es más llevadera y más adecuada a su manera de ser, de buscar una calma, una tranquilidad, y ahí sí que pasa el autor, un servidor, a ratificar la idea de que, de una manera objetiva, es más saludable para un ser humano la calma que el frenesí.

—En su anterior libro, El fin del principio, en el texto «Bragamelón» escribe: «Me he pasado la tarde leyendo a Faulkner […]. Desfondado en su desfasado mundo. Hundido yo en mi cutre sofá, incómodo como un demonio. Barruntando absurdamente si es cierta esa fama que atesoró de cascarrabias asocial». También es algo recurrente en su obra.

"Creo en el individuo, en nuestra parte positiva, en nuestra parte poderosamente buena, pero juntos todos a veces hacemos disloques"

—Las masas son una cosa muy seria, sobre todo si están mal dirigidas. Al final el bicho viviente busca líderes para avisar del peligro, para buscar comida, para buscar pastos, y el humano igualmente necesita líderes, lamentablemente. Yo tengo una parte ácrata bastante desarrollada. Creo en el individuo, en nuestra parte positiva, en nuestra parte poderosamente buena, pero juntos todos a veces hacemos disloques. Juntos se han hecho cosas muy gordas, como las revoluciones, que de nuevo las masas, mal dirigidas, han vuelto a estropear. Lo de quitar vidas ajenas, para mí, que soy pacifista a ultranza, no es correcto. Hay otros modos de llamar al orden, otras maneras no violentas. Si no, ¿qué somos?, ¿animales? Todo este tipo de ideas subyacen en mí. Y ahí estoy, dando vueltas en mi jaulita de ratón, en la ruedecita que gira, y yo giro en mí. Y al final siempre pienso: «¿Cómo arreglo mi desajuste? ¿Yendo a comprar a los centros comerciales? ¿Comprando un reloj muy bueno? No». Yo, por mi carácter, si estoy desajustado voy a caminar por la orilla del mar, en mi ciudad, y me tiro una hora caminando por la playa, tirando piedras al agua. Cosas pueriles, cosas de niño. Y arreglo la manecilla de mi reloj interno. Tengo mis pequeños recursos naturales. No voy al gimnasio, porque no me gusta, aunque caminar sí. Pero ¿cómo voy a caminar en la ciudad con la polución que hay? Pues me voy un rato a la playa a caminar. Pienso que tanto tráfago es una quimera, y vivimos en un tráfago constante y, en un porcentaje altísimo, innecesario. ¡Y esto nos lo venden como libertad! Pero la libertad es otra cosa.

—¿Qué es la libertad?

—Ni amo ni patrón, ni dios ni rey. Vivo en sociedad y tengo que atenerme a las normas, pero sí que me gustaría que las normas se atuviesen al raciocinio, al sentido común, a la justicia, a la equidad. Estamos en democracia, no en una república bananera, y la democracia no puede dejarse apisonar por la economía. La democracia tiene que defender a los demócratas del asedio del dinero y tiene que repartir y hacer que haya una situación justa para todos. No para unos pocos, que evidentemente esos pocos tampoco se agarran a una situación justa, se agarran a una situación de listillos. Pero es igual. Todo esto es hablar por hablar. Quiero decir: nuestra sociedad está basada en empujarnos unos a otros. Hacen que nos empujemos en una cadena muy dolorosa.

—¿Qué le parece lo que ha sucedido con Luigi Mangione, de veintiséis años, después de haber asesinado a Brian Thompson, CEO de UnitedHealthcare? Parte de la sociedad está con Luigi, hacen camisetas con su cara, se concentran en su favor, apoyan lo que ha hecho… Como en Joker.

"Vivimos en una sociedad en la que se ha fomentado la violencia"

—Es muy peligroso. Vivimos en una sociedad en la que se ha fomentado la violencia. Se nos somete de una manera espuria a la violencia. Es sorda, silenciosa, pero está ahí y se nos va triturando. Hay un germen de odio porque estamos todos mosqueados, porque se nos manipula, se nos miente, se aceptan cosas que son inaceptables, y el ciudadano de a pie pues va tragando. Pero hay un ruido sordo en su interior contra ese «algo». ¿Por qué no nos dejan respirar? Hay temas candentes que deben arbitrar, como la alimentación y el hábitat. ¿Para qué me ponen lo de la bolsa en un periódico? La ciudadanía de a pie no tiene ni puta idea de la bolsa. Si yo soy Pepe Pérez de Carabanchel, ¿a mí qué me explicas de la bolsa, colega? Si yo gano mil, la vida tiene que valer seiscientos. Es así de tonto y de fácil. El poder es una tentación absoluta.

—¿A qué se hubiera dedicado usted de no haber sido lo que es?

—Probablemente hubiera acabado como Eulogio, en un pueblo pequeño, tranquilo, haciendo cualquier labor, en plan asceta. Me hace gracia cuando ahora te venden la moto y dicen que hay que repoblar los pueblos porque ya han puesto wifi y se puede trabajar online.

—Teletrabajar.

—Sí, teletrabajar. Yo, si voy a un pueblo, no voy a teletrabajar; voy a ser autosuficiente, porque autónomo ya lo soy en la ciudad y me masacran a impuestos. Aún hay francotiradores a día de hoy, gente que vive con una «puntita de ganado», con un huerto y sin tener aspiraciones a nada material. Vivir como el gaucho de La Pampa, con una vida sencilla. Conozco alguna persona así, con unos pequeños anaqueles con sus libros preferidos y la vida en la naturaleza. Yo creo que hubiera hecho algo así, porque siempre he sentido un rechazo a las concentraciones de las masas en las grandes urbes, con sus cacharros, toda su parafernalia de chismes, algunos de los cuales son enormes, como por ejemplo un coche.

—¿Y qué hace cuando el público va a verle en directo y le graba con el móvil?

"Al principio empecé a pedir por favor que no grabaran, pero es que no puedo obligar a nadie"

—No puedo hacer nada. Me ciño a mi sensación de hacer unas canciones, vienen unas personas y parece que durante tres horas estamos tranquilos. Vivimos presente absoluto. Y sí, algunos están con el móvil. Al principio empecé a pedir por favor que no grabaran, pero es que no puedo obligar a nadie. Comprendo que nadie es perfecto, yo el primero, y que todos tenemos nuestras pedradas. Entonces, ¿quién soy para decirle a nadie lo que tiene que hacer?

—¿Eulogio ejerce su derecho al voto?

—A veces sí, a veces no. Desde que está en el campo, el pobre hombre ya se ha hecho pastor, y todo esto de las burocracias es un palo en las ruedas, una traba para el buen funcionamiento de pequeños y medianos ganaderos y agricultores a los que están dando unos palos brutales. La comida es la base de la pirámide. Como decía el gran jefe indio Seattle, llegará un día en el que nos tendremos que comer el dinero, pero el dinero no se puede comer.

—¿Manolo García ejerce siempre su derecho al voto?

—No siempre. A veces ejerzo mi derecho al castigo no votando. Pienso: «¿Qué sucedería si por una cuestión milagrosa pasara algo así?». Imaginemos que no vota nadie. Eso, dentro de una democracia, ya es un voto. Imaginemos un porcentaje altísimo de abstención. Es una opinión, porque se está diciendo algo alto y claro: «Vuestra gestión no nos gusta». Pues el ciudadano García vota según el cabreo de la semana, socialmente hablando.

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Martín
Martín
4 ddís hace

«Lo de quitar vidas ajenas, para mí, que soy pacifista a ultranza, no es correcto». Obviamente, se refiere al aborto.