Manu Leguineche fue el prototipo de toda una generación de reporteros. Su escritura era muy entretenida, también profunda, y estaba repleta de detalles; escribía muy rápido y contaba con un ejército de lectores. Cuento en mi libro de los hibakusha cómo conocí a Leguineche. La anécdota del cuarto de baño en el antiguo Teatro Alameda de Málaga la he difundido en presentaciones y entrevistas y dice mucho del espejo que era Manu para los que aspirábamos a contar el mundo con nuestras crónicas, entrevistas y reportajes.
Resulta que Leguineche se inventó una parte de El camino más corto, su primer libro, la obra que le dio fama, su vuelta al mundo. En España lo había contado Carlos Prieto en El Confidencial: ‘El canguro Fake de Leguineche. Las pasmosas trolas del gran libro español de viajes’, pero fue Gaspar Ruiz-Canela —corresponsal de la agencia Efe en Bangkok— quien desmintió, con un testimonio clave, que Leguineche hubiera estado en Australia.
Admito que, al igual que ocurrió con Kapuściński, resulta descorazonador para todos los que amamos al gran Manu saber la verdad. ¿Y con eso ya queda invalidada su gran obra, sus miles de reportajes e historias donde siempre sobresalía el factor humano y el profundo conocimiento del terreno?
No, al menos para mí, desde luego que no. Sin duda. Estoy seguro que algunos inquisidores descendieron a Leguineche del olimpo del periodismo español en cuanto supieron la noticia. O ahora se enterarán por Los diarios del opio. Quizá fue un pecado de juventud —el reportero tenía 23 años— que podría haber aclarado en algún momento, pero nadie se lo preguntó y todo el mundo lo dio por válido.
El capítulo 37 se llama ‘Antípodas’ y consta de doce páginas. Aquí un fragmento:
Quedaban poco menos de 3.000 kilómetros hasta Melbourne. Cruzamos algunos camiones ‘cienruedas’ con los radiadores fuertemente protegidos por si acaso se choca con algún canguro por la noche.
—No nos iremos sin probar la carne de canguro —dijo el Jefe—, es muy sabrosa.
Mientras yo conducía, dispuso el arco y las flechas en la parte posterior del jeep, pero el ruido del motor espantaba a los que veíamos, que finalmente quedaban lejos del alcance de las flechas entre la polvareda que levantaba el jeep.
Un sandwoner, un vagabundo profesional, con el que compartimos la botella de vino bajo unos eucaliptos camino de Melbourne, nos puso al corriente de las costumbres y mimetismo de los marsupiales.
En el año 2000 publicó La tierra de Oz: Australia vista desde Darwin hasta Sidney. Sí, Leguineche estuvo en las antípodas, quizá más tarde que cuando se adentró en El Camino más corto. Nunca se lo pregunté las tres veces que estuve en casa de Gramáticos del siglo XVI de Brihuega, donde vivía. Recordaba aventuras en Vietnam, saliendo del país en helicóptero, o la cobertura en Portugal, en 1974: “Fuimos a la Revolución de los Claveles en un mini”. Arriba, en un salón atestado de libros y periódicos, escribía en un portátil con vistas al mar alcarreño, el que siempre será el jefe de ‘La tribu’, el añorado Manu.
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