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Manu Marlasca: «El crimen organizado es el mayor peligro al que se enfrentan las democracias»

Manu Marlasca: «El crimen organizado es el mayor peligro al que se enfrentan las democracias»

Manu Marlasca (Madrid, 1967) debutó como novillero periodístico en Pueblo, a los dieciséis años, haciendo temas de fútbol y firmando “Manuel M. García”: “Para no delatar a quien, realmente…”. Su padre, una leyenda discreta del gremio nuestro, le inyectó la pasión por el oficio más hermoso del mundo y le enseñó a ejercerlo desde el sacerdocio laico e intensivo. Fichó por el diario Ya en 1988, se hizo reportero de sucesos e, instruido por grandes cadetes, terminó convirtiéndose en un maestro —habrá quien le iguale, no quien le supere—. Es un profesional ejemplar y un gran tipo. De otra época, diría, más analógica, salvaje y honrada. Ahora, con timidez, pero también con solvencia, asalta el rancho de la literatura de ficción como autor: su primera novela, Tú bailas y yo disparo (Destino, 2024), es una historia sólida y entretenidísima de policías, corrupción y, sobre todo, seres humanos, ya sean ovejas, lobos o perros pastores, con sus vicios, sus virtudes, sus heridas y sus catarsis. Sobre su último libro conversamos en el Ocean, la mejor parroquia rockera del madrileño barrio de Tribunal.

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—Señor Marlasca, ¿cuál es el primer crimen del que se ocupó como periodista?

—El crimen de un guardia civil jubilado que asesinó a un chaval en Villaverde porque había aparcado en la puerta de su cochera. Debió de ser en el 88. El tío había aparcado en la cochera, se había sentado, se había puesto chulillo con el guardia, el guardia tenía una pistola del 9 largo de estas antiguas, le pegó un tiro y le mató. Tenía mucho drama la historia: el chaval se iba a casar poco después. Recuerdo ir con el fotógrafo a ver a la familia del muerto. Su chica tenía el traje de novia encima… Si no fue el primero, fue de los primeros.

—¿Recuerda cuál es el primer crimen literario o cinematográfico que le marcó?

—¡Buah! Mi infancia y mi juventud están marcadas por las novelas de Julio Verne o las de Emilio Salgari, en las que no había muchos crímenes. Si no contamos el asesinato de Bambi (risas), alguno de Sherlock Holmes adaptado al cómic, probablemente.

—¿Cuándo y cómo se convierte en novelista?

"He escrito una novela, pero tengo el síndrome del impostor: me he asomado al mundo de la ficción y de la literatura desde un reverencial respeto"

—Creo que todavía no soy novelista. He escrito una novela, pero tengo el síndrome del impostor: me he asomado al mundo de la ficción y de la literatura desde un reverencial respeto. Soy un gran lector, leo mucho. Leo mucha novela, también mucho ensayo, y escribir una novela me producía un profundo respeto. Probablemente, en el año 2006/2007, yo abrí un cuaderno, un Moleskine, e iba tomando notas de cosas que veía, que me habían pasado, que escuchaba en una comisaría, o sobre un personaje que conocía… Aquellos fueron los primeros cimientos de un novelista o, al menos, de una ficción. La decisión la tomé en el año 2019. Tenía una historia que contar y unos personajes. Y siempre con el síndrome del impostor. Le mandé 150 páginas a mi agente con la esperanza de que me dijese: “Mira, tío, vuelve al true crime. Esto es una mierda”. Le pedí sinceridad: “Dime si merece la pena seguir, si vas a poder defender esto, o no”. Y me dijo: “Tienes que seguir. Que lo próximo que me mandes sea la novela acabada”.

—Tú bailas y yo disparo. Qué título más cojonudo.

—Viene del contraste de muchos personajes que hay en ella. El lector verá que hay personajes que disparan y otros que son incapaces de pegar un tiro. Y personajes que son incapaces de bailar. Eso pasa también en la vida real.

—¿Tú bailas y yo disparo es, ante todo, una novela de policías y sobre policías?

—Es una novela de policías. Más que una novela policíaca, me gusta decir que es una novela de policías. Está protagonizada por policías, pero no son autómatas que resuelven crímenes: llegan a casa y tienen que recalentar la cena, o echan un polvo con una antigua novia con la que tienen una relación muy extraña… Lo que más me interesaba de la novela era poner de manifiesto los claroscuros que todos tenemos.

—Las diferencias generacionales están muy marcadas.

"La parte de documentación la traía de oficio gracias a mi profesión de reportero de sucesos"

—Yo lo vivo, lo veo. La única parte de periodista que queda en este libro es la labor de documentación que me he ahorrado. Si tuviera que escribir sobre barcos, me tendría que haber pasado un año navegando. Pero la parte de documentación la traía de oficio gracias a mi profesión de reportero de sucesos. En ese desempeño profesional, he visto cómo convivían tres generaciones distintas de policías en las brigadas o en los grupos de investigación. Lo he querido remarcar mucho: desde generaciones y sensibilidades tan dispares, hay puntos en común que logran resolver el crimen. Se sabe, de una manera ya automatizada, lo que cada uno puede aportar a la investigación del crimen. Eso me interesaba mucho. Lo he querido marcar en la ropa, en la forma de vivir o en la música que escuchan.

—Jimmy, Mangas, Julia Zaldívar, amén del oficio, tienen algo en común: las cicatrices. Cicatrices de heridas profundas.

—He visto a grandísimos policías con unas hojas de servicio espectaculares que, cuando estaban retirándose, o cuando se jubilaron, no me hablaban de sus éxitos, sino que me decían: “Me quedé sin resolver el crimen tal o cual”. Son cicatrices que se van acumulando a lo largo de una carrera. De una carrera, normalmente, jalonada con muchos éxitos: la policía española y de cualquier país occidental tiene un porcentaje de éxito bastante bueno a la hora de resolver crímenes. Por otra parte, deja mucha cicatriz convivir tan de cerca con el dolor. Ellos tienen que tocar el dolor, agarrar a la víctima, que tiene la piel en carne viva por el daño que le han hecho, y eso deja mucha cicatriz.

—Me han soplado que Jimmy es una mezcla de varios policías, pero que su Mangas está inspirado en un policía en concreto.

—Sí, Mangas tiene muchos rasgos de un policía en concreto que trabajaba en la Brigada de la Policía Judicial, que cría canarios y que tiene un aspecto físico parecido. Es uno de los mejores policías que he conocido, sin duda alguna. Es una libre adaptación de esa persona real, efectivamente.

—Comentemos algunas cositas que dicen sus maderos. Luis Mangas: “Ninguno de los que se presenta va a hacer nada por nosotros, y todos, salga quien salga, seguirán utilizándonos para sus intereses de mierda”.

—Mangas me ha servido, el pobre, para exteriorizar mi opinión sobre los políticos. No tengo un buen concepto de los políticos. Allí adonde van los políticos, lo emputecen y lo ensucian todo. Creo que la policía ha sido muchas veces utilizada y manoseada por los políticos de uno y otro signo.

—El policía de Barcelona, Arribas, le dice a Mangas: “Los políticos emponzoñaron todo”. “Y nosotros en medio, como siempre”, responde Mangas. Y Arribas, de nuevo: “No estamos en medio, colega, estamos en un lugar mucho peor”. ¿Qué lugar es ese?

"La propia Policía avisó de que el referéndum estaba desactivado, de que no había ninguna validez jurídica. Aun así, consiguieron la foto de los policías arrastrando a gente…"

—Se refiere a los incidentes del referéndum y todo eso. En aquellos días y semanas, a la Policía Nacional y a la Guardia Civil las dejaron en el peor lugar posible, expuestas a todo: sin ningún soporte judicial, sin ningún soporte jurídico… Allí, en aquellos días, todos querían su mártir, y los policías fueron utilizados de un modo repugnante. La propia Policía avisó de que el referéndum estaba desactivado, de que no había ninguna validez jurídica. Aun así, consiguieron la foto de los policías arrastrando a gente… Mal servicio le hicieron a la Policía. Recuperar esa convivencia en Cataluña, la convivencia entre cuerpos, está costando mucho por culpa de los políticos.

—¿Es cierto, como dice Jimmy, que la Policía Judicial “está en las últimas”? ¿Que a la investigación la están matando unos jefes que “sólo quieren palotes”?

—Bueno, Jimmy es un pesimista y tiene un sentimiento tráfico de la vida. Exagera un poco. Sí que es cierto que, en los últimos tiempos, se ha primado más todo lo que tiene que ver con la seguridad ciudadana: por la vida que llevan, los turnos que tienen… Claro, cuando un chaval sale de la Escuela Nacional de Policía y tiene la perspectiva con turnos inacabables en la Policía Judicial, de tener que irse de viaje en cualquier momento, mientras su colega tiene seis días libres y seis días trabaja, pues claro, con ese panorama… Sin embargo, no creo que la investigación esté en las últimas.

—Quien no está en las últimas es el crimen organizado.

"En Cataluña, la mafia rusa llegó a corromper a algún subdelegado del Gobierno para que regularizase documentaciones"

—El crimen organizado está mucho más sano, más activo y es más peligroso de lo que piensa la ciudadanía. No hay una percepción general de lo que es realmente el crimen organizado. Tiene una cantidad de dinero capaz de comprar voluntades, la tecnología… Es capaz de corromper a cualquiera. No tienen por qué ser grandes traficantes de droga. Hay muchos tipos de crimen organizado. Países Bajos y Bélgica están cerca de ser Estados fallidos porque el crimen organizado lo ha infectado todo. En Cataluña, la mafia rusa llegó a corromper a algún subdelegado del Gobierno para que regularizase documentaciones. Eso es muy peligroso: cuando el crimen organizado empieza a ocupar ese tipo de puestos, la cosa puede derivar en algo muy trágico. Para mí, hoy por hoy, es el mayor peligro al que se enfrentan las democracias.

—¿Todo el mundo tiene un caché?

R: Sí. Y he ahí el peligro. En España, afortunadamente, no hemos tenido grandes casos de ese tipo de corrupción. Pero recuerdo que en México, a modo de triple salto mortal, fue detenido por su actividad narcotraficante el zar antidroga.

—¿A usted le han intentado comprar o, cuando menos, alquilar alguna vez?

—No, no. Recuerdo que, hace muchos años, cuando trabajaba en Interviú, estaba con un reportaje sobre una empresa de seguridad que hacía algún trabajo para aquello que luego se llamó “policía política”. Estaba indagando, alguien se enteró y me ofrecieron una serie de cosas. Saben que todo el mundo tiene precio. A veces, el precio es tan miserable como que te manden por Navidad lo que sea. En algún periódico de los que he trabajado, algunos cohechos eran tan descarados que los periodistas pedían que se los mandasen a casa: era tan escandaloso lo que llegaba allí… El periodismo tiene un largo historial de precios.

—Vamos acabando, señor Marlasca. Si yo le digo Phantom, ¿usted qué me dice?

—Pastor belga, aunque no es un pastor belga en la novela. Phantom, el perro de Luis Mangas, es un homenaje a varias cosas: el primer perro de intervención del GEO se llamaba Phantom, y era un pastor belga. Y Phantom también es un homenaje a todos los perros de trabajo de la Policía Nacional. Yo tuve uno que se llamaba Micky, era un perro de rescate del Ejército, en este caso. Lo tuve desde los nueve hasta los quince años. Y era un perro maravilloso. Me abrió al mundo de los pastores belga y ahora tengo dos, un macho y una hembra. Ahí se me ven las costuras perrunas.

—¿Echa en falta, en el mundo nuestro del periodismo, que los “cadetes” formen o ayuden a los “pepinillos”?

"En el 88, me enseñaron cómo sobrevivir en la calle, cómo entrarle a la viuda de un asesinado, o a un padre, o cómo entrar en un bar de gitanos sin problemas"

—Absolutamente. ¿Cuándo se jodió el periodismo? Yo tengo dos explicaciones para ello y son propias del periodismo, no es del empedrado la culpa, no es de internet ni de la crisis económica: el primer periodista que le dio la vuelta al foco y se enfocó a sí mismo, y empezó a contarnos su vida y milagros, lo que le costaba llegar a un sitio y no lo que pasaba en ese sitio, y luego, la falta de transmisión, que creo que se ha perdido. En el 88, me enseñaron cómo sobrevivir en la calle, cómo entrarle a la viuda de un asesinado, o a un padre, o cómo entrar en un bar de gitanos sin problemas. Y en el 88 estaban Los Pies Negros, Los Módulos, Los Focos, y ahí pasaban cosas, mataban a gente, y los periodistas iban allí y tenías tus reglas de supervivencia que tus mayores te habían enseñado. O algo tan sencillo como hacer una entradilla. Se sentaba un tío contigo y te decía: “Eso es una puta mierda, eso no lo va a leer nadie”. Y te enseñaban. Eso se ha perdido. Ahora llegan los periodistas a las redacciones, aterrizan pálidos, no salen a la calle, se quedan mirando Google, los mandas a la calle y les entran temblores… Sí, de ahí el nivel del periodismo.

—¿Quiénes fueron sus mejores “cadetes”?

—Yo caí en una redacción, la del diario Ya, que tiene bastante que ver con la de Nido de piratas. Allí había mucho veterano con vidas arrasadas, pero con un talento extraordinario. En esa redacción había gente como Luis Carlos Buraya, Ángel Gonzalo, Carlos Aguilera… gente que me enseñó muchas cosas del oficio. Y luego tuve un compañero que no trabajaba conmigo, pero que me ayudó mucho, que era Jesús Duva. Empecé a hacer sucesos porque Duva, que estaba en el Ya, se fue a El País. Y Jesús, que estaba en la competencia, me ayudó mucho, me dio esa guía de supervivencia: me enseñó a tratar con los gitanos, con los policías… Esas enseñanzas fueron fundamentales para mí.

—Y, para finalizar, ¿qué cree que le hubiera dicho su padre sobre Tú bailas y yo disparo?

—¡Buah! A mí padre le parecía bien todo lo que hacía, incluso lo que hacía mal. Si no le hubiese gustado, me hubiera animado a escribir la siguiente. Mi padre no tenía fondo. Yo le decía, antes de morirse, que quería jubilarme, y él me decía que no, que tenía que seguir (risas).

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Malvisol
Malvisol
7 meses hace

Pues gracias por esta entrevista, muy interesante.