En estos días de Semana Santa, antiguamente de penitencia, hoy de desaforada liberación vacacional, ha llegado a mis manos una delicia de libro que he leído con fruición casi pecaminosa: Manual del Deseo, un ensayo de Manuel Mateo Pérez recientemente publicado por Berenice, del Grupo Almuzara.
Manuel Mateo Pérez, escritor y editor hasta ahora conocido por sus crónicas de viaje y sus libros de arte, aborda en este Manual del Deseo la singular idea de aunar ficción y ensayo sin que puedan dibujarse los términos precisos de una y otra modalidad narrativa.
En lo narrativo, el libro es una recolección de historias cotidianas, casi minicuentos en los que el autor muestra un pulso certero al dibujar caracteres y ambientes en unas pocas líneas, con notable economía de medios.
En lo ensayístico, destaca la osadia que, prescindiendo de eufemismos y transgrediendo las reglas de la corrección política, examina las complejas relaciones entre hombres y mujeres que impone nuestro tiempo. Hagamos la salvedad de que en ningún momento intenta ser equidistante: el libro lo escribe un hombre, por lo que se limita a examinar el tema desde el punto de vista masculino y en este sentido es muy probable que su lectura más aprovechada provenga del lado de las mujeres.
Las tres partes del libro, sexo, amor e infidelidad, vienen a corresponder, desde la óptica del autor, a las tres fases por las que discurren la mayor parte de las relaciones sentimentales. No siempre es así, pero ¿para qué negar que es el deseo, canalizado por el sexo, lo que da inicio a toda relación? Y ¿no es cierto que cuando ese trámite ha resultado satisfactorio es probable que nazca el amor, ese súbito ardimiento que constituye el periodo más feliz de una pareja?
El autor dedica páginas gloriosas al retrato de la excitación que nos despierta el cuerpo desconocido, los sentimientos primerizos que se abren paso entre la urgencia y la confusión, los deseos que se pueden contar y aquellos que conviene ocultar, la mecánica, en fin, del deseo, del cortejo, y del vencimiento del yo para entregarse plena y ciegamente al otro, ese trastorno de personalidad transitorio que llamamos amor. Paralelamente el libro de Mateo disecciona el dolor del amor que se acaba, el desamor y sus efectos, a veces veniales, a menudo mortales y devastadores. Porque, como explica Mateo, el amor “es bello en su primera mitad, y amargo, doloroso y fatal en el segundo tiempo, cuando el partido ya está perdido”.
¿Qué ha ocurrido? Ocurre que pasado el tiempo, esa armonía de los gloriosos comienzos se diluye, el aparentemente sólido, eterno, edificio del amor se resiente y después de un hiato de hastío más o menos largo (que, en algún caso, o en algún contexto social, pudiera prolongarse a toda una vida) algún miembro de la indestructible pareja, si no los dos a un tiempo, repara en que la vida sigue y quiere volver a sentir ese agradable cosquilleo en el estómago que es indicio de disponibilidad afectiva o, más crudamente expresado, sexual.
Los franceses, tan peritos en el asunto, han acuñado un término, el échangisme, “que no tiene traducción ni tradición en España.” La aparición de terceras personas, una o varias, endosa el certificado de defunción que pone fin a toda pareja, o, al menos, a toda idílica relación. “La infidelidad es la golosina que incorporamos a la esclerosis en que se ha convertido nuestra vida cuando ya no queda un vestigio de amor hacia la otra persona.”
Esos tres estadios —sexo, amor e infidelidad— han experimentado un considerable cambio desde que la mujer occidental reivindica sus derechos y la igualdad frente al varón. Pero ¡cuidado! Ser mujer, nos advierte el autor, no es un valor en sí mismo sino una casualidad de la naturaleza. Dicho de otra forma: existe aproximadamente el mismo número de mujeres inteligentes que de hombres inteligentes, del mismo modo que existe un número similar de mujeres mediocres que de hombres mediocres. La actitud frente al hastío amoroso y el liberador acatamiento del nuevo amor sobre las cenizas del antiguo va pareciéndose en los dos sexos e incluso puede que resulte más aventajado y más espontáneo en la mujer definitivamente liberada de ataduras ancestrales. Cómo asiste el hombre a ese empoderamiento femenino es otro de los más jugosos análisis de Manual del Deseo.
Ensayo y literatura
Antiguamente la literatura ensayística era literatura, no renunciaba a serlo. Ahí tenemos, para probarlo, los ensayos de Montaigne o los de Feijoo. Hoy parece que el ensayo ha renunciado a ser, al propio tiempo, literatura. Como si la claridad expositiva, la correcta plasmación del tema, estuviera reñida con la belleza de la exposición misma. Por eso resulta doblemente refrescante que un ensayo como el que comentamos sea, al propio tiempo, una notable pieza literaria que se lee con deleite a la par que con aprovechamiento. Sírvanme como ejemplo un par de pasajes:
Comenta el autor el famoso y devastador óleo de Gustave Courbet El origen del mundo. A este propósito añade:
“El coño ha dejado de ser un tabú, pero aún sentimos una suerte de prevención al acercarnos a él, porque albergamos la sospecha de que un coño es casi siempre un camino a la perdición. Lo hemos democratizado, hemos deseado hacerlo más visible con ayuda de ellas, que también han desbrozado los jaramagos que impedían contemplarlo en su bendita inmensidad. A ello ha contribuido, por ejemplo, su delicada ropa interior cuyos ajustes y lienzo, cuya perfección y modernidad, son muy superiores al ridículo calzoncillo, y que, con independencia de su utilidad higiénica, se exhibe como la coracha “violable” frente a la cual un ejército de un solo miembro vela armas ante la inminencia del asalto final. A su visibilidad, además, ha contribuido la moda de la depilación cuyo catálogo, hecho de formas geométricas y fileteadas, contribuye a enaltecerlo, a sublimarlo, a ansiarlo con todos los papeles perdidos”
Otro texto nos transporta a una imagen más otoñal:
“Es posible que Carla haya perdido la belleza que debió poseer de joven, pero sigue apostada en la sofisticación, y nadie puede negarle una elocuente elegancia. Nadie sabe su edad real, pero es muy probleble que haya superado los ochenta. Ha entrado en la vejez consciente de quien enfila los últimos años de su vida. Sonríe con parsimonia, anda despacio, necesita un bastón para caminar, come poco, duerme menos. Pasa el día recordando, y, en los últimos tiempos, cuando está acompañada de sus nietos más pequeños, le asaltan sin aviso los primeros recuerdos de su infancia, aquel tiempo lejano y mineral que creía olvidado, del que no se acordó un segundo en sus años de madurez y que, en cambio, vuelve ahora con una insistencia perturbadora, como si necesitara hilar el comienzo y el fin de su propia vida.
“Mira con ojos líquidos, sus mejillas son un territorio devastado por la guerra, la fotografía de un planeta lejano, surcado por infinitud de valles que son las arrugas; es blanda y blanca, muy débil, frágil, caída, lábil, precaria. Quizá haya aceptado también que no hay nada hermoso en la vejez, y su modo de esperar el tiempo sea en todo diferente a como lo es en nostros. No hace planes para más de un día, no cierra citas, no reserva viajes y lee a duras penas relatos cortos, pues le resulta imposible sostener un libro de cientos de páginas cuyo final se le antoja su propio final”.
No es un libro largo el que comentamos, solo 153 páginas, pero en ellas se compendia mucha sabiduría, mucha reflexión, algunas vidas y una colmada medida de belleza literaria. Vale la pena leerlo y meditarlo.
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Autor: Manuel Mateo Pérez. Título: Manual de deseo. Editorial: Berenice. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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