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Manuel Vicent: “Estamos viviendo en una mezcla casi explosiva de tragedia y frivolidad”

Manuel Vicent: “Estamos viviendo en una mezcla casi explosiva de tragedia y frivolidad”

El infante Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) escuchaba a Concha Piquer cantar “La Maredeueta” cuando marchaba caminito del colegio. El arzobispo de Valencia, por cierto, amenazó con excomulgar a la tonadillera si no eliminaba la citada canción de su repertorio, y hasta hubo una manifestación de beatos –y de beatas– en la plaza de la basílica, si bien la cosa quedó en agua de borrajas. Publica el maestro Retrato de una mujer moderna (Alfaguara, 2022), una novela sobre una mujer a la que le quiso dar el premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1987. Dirige su mirada hacia el personaje, no hacia la artista, y plasma, con verosimilitud y maestría, un retrato de una amazona brava, de una profesional que siempre quiso ser dueña de su destino. El escritor y columnista de El País lo hace, además, en un ecosistema viajero y salvaje, en el que participan mafiosos de Nueva York, boxeadores judíos, brujas cubanas, amores terribles y letristas homosexuales. “Ella proporcionó el material, su propia vida, y yo me he limitado a recrearla dentro de una forma”, cuenta a Zenda en el jardín de su casa. Conversamos pese a la tormenta de aviones.

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—Señor Vicent, ¿qué diferencia a un artista de un artesano?

—Se supone que un artesano tiene el talento en las manos. En el artista, el talento está donde tiene que estar: en el corazón o en el cerebro.

—En su opinión, los tres artistas españoles más importantes del siglo XX fueron…

Picasso, que es el siglo XX, Lorca y Dalí, por ejemplo.

—¿Son también los que más le gustan?

—No todos. Picasso, aunque no todo Picasso, porque Picasso es un universo, pero me gusta mucho su época azul; algunos poemas de Lorca y, tal vez, algunos poemas de Salinas. Y en el mundo de la canción, Concha Piquer.

—¿Cuánto importa el duende, ese poder que, precisamente, según Lorca, “es un luchar y no un pensar”?

—Es lo que antes se llamaba musa o inspiración. Sería la forma de unir las entrañas con la mente. Es decir, llegar a tener el don de bajar el pensamiento a las vísceras y el poder de elevar las vísceras al pensamiento. Para mí, eso es el duende.

—Escribe en Retrato de una mujer moderna: “No se puede cantar tan bien si no se ha sufrido mucho, no se puede causar tanto placer si no se ha gozado hasta más allá de la embriaguez”. ¿La clave del duende de Concha Piquer se halla en su biografía? ¿Es el de la tonadillera un duende empírico?

"La Piquer es el paisaje sonoro de la posguerra"

—Totalmente. La Piquer es el paisaje sonoro de la posguerra. Ella se hace artista en Broadway, pero en Nueva York no deja de ser una bailarina. Una bailarina dentro de un espectáculo musical, dotada y cantante. Es durante la guerra y después de la guerra cuando ella se apodera del aire de España. Es un aire conquistado duramente por la voz de la Piquer. De hecho, salía por todos los huecos que había en la vida, por todos los tendederos, patios de luces, cocinas, tresillos, salas de estar, bocacalles, barrios chinos, garitos, tabernas… Recuerdo que iba a la escuela, caminaba doscientos metros, y en esos doscientos metros oía una historia o una novela cantada. Escuchando los fragmentos que salían de una radio por las ventanas, me iba enterando de una desgracia, de una pena hondísima que le había pasado, normalmente, a una mujer. Y te ibas enterando de la tragedia de España cantada. No directa, pero sí subliminalmente cantada. Eso es lo que recuerdo de la Piquer. Cuando después la descubrí como personaje, me limité a crear atmósfera. Heine, el poeta alemán, dijo: “Dios creó el mundo en seis días, y el séptimo llamó a Goethe y le dijo: ‘Haz tú las nubes’”. Salvando las distancias, me limité a hacer la atmósfera de la Piquer. Ella proporcionó el material, su propia vida, como personaje, y yo me he limitado a recrearla dentro de una forma. La forma es la sustancia. La forma de contar una cosa cambia totalmente su sustancia. Y eso es todo.

—Dicho todo esto, su novela, más que sobre una artista, va sobre una mujer moderna que “lo era a pesar de todo, sin pretenderlo”.

—Sí. Una artista lo es a pesar de todo. Hay personas que tienen swing. ¿Qué es el swing? Es una gracia, una forma de ser armónica que se manifiesta no solamente cantando: hay gente que no canta, pero que tiene swing en la forma física, en la flexibilidad del cuerpo, en la forma de andar, en la de sentarse, la de hablar, la de moverse, la de sonreír… es todo armónico en torno a un eje. Mandela tenía swing. Obama tiene swing. Hay muchas personas que tienen swing. (El sonido de un avión interrumpe la entrevista durante unos veinte segundos)

—¿Ya nos ataca Putin?

"Ella viene de América sabiendo que el público es el dios del espectáculo, y a ese dios hay que sacrificárselo todo"

—Antes se decía: “Ahí va el Rey”. (Risas) Entonces, era una mujer moderna porque era una profesional. Ya lo dijo Humphrey Bogart: “Las personas se dividen en dos: profesionales y no profesionales”. Y ella es una profesional. Por eso es una mujer moderna: que yo sepa, es la primera mujer que lo fía todo a lo profesional, a las cosas bien hechas, a una empresa de teatro bien montada. Ella viene de América sabiendo que el público es el dios del espectáculo, y a ese dios hay que sacrificárselo todo. Ella es desafiante, es firme, es dura hasta el punto de no permitir ningún fallo…

—Es arriscada

—La traducción de “arriscada” sería “arriesgada”. Está encima de un risco. Es una mujer desafiante. Todos los que la conocieron bien siempre marcan que era una mujer muy entera y muy fuerte, muy dura de carácter ante su profesión.

— Y, sobre todo cuando es joven, ¿también ingenua?

"Las mujeres necesitaban a un hombre que las protegiera y que las guardara, y da la sensación de que ella misma es su hombre."

—Era una chiquita que había ido a un colegio de monjas donde tenía que entrar por la puerta de atrás, como una niña pobre, y en el que le habían enseñado a coser y rezar, nada más. No sabía castellano: hablaba valenciano. Aprendió el inglés antes que el castellano, que no lo empezó a hablar hasta los dieciocho o veinte años. Lo tuvo que estudiar. Ella cantaba en castellano de oído, como en el karaoke. Es una chica dotada de la gracia natural, pero la arrancan a los trece años de La Huerta de Valencia, se la llevan a Nueva York, se planta en Nueva York y, a los dieciséis años, se queda sola a través del azar de su vida. Se enamora de su maestro, tienen una relación edípica y, a partir de ahí, va saltando de breña en breña. Pero siempre da la sensación de que ella es su propio tío: entonces, las mujeres necesitaban a un hombre que las protegiera y que las guardara, y da la sensación de que ella misma es su hombre.

—Advierte al principio que su libro es “ante todo un relato de ficción en el que, con la libertad del novelista, el autor ha combinado historia, leyenda, memoria personal e imaginación”. ¿En qué parte se ha tomado más licencias?

—En la parte amorosa de su vida. La hija escribió una biografía… Por cierto, yo le hice una entrevista a la Piquer en su momento. No sé por qué, ella se abrió muchísimo. Fue a doble página en El País cuando nadie hablaba de la Piquer…

—¿Es de la que habla en el libro?

"En literatura, en una narración, más que la verdad, lo importante es la verosimilitud"

—Sí, sí. Pues de esa entrevista han bebido todos. Lo notas, incluso cuando no ponen las comillas. Dices: “Bueno, vale”. Entonces, me he tomado más licencias en la parte amorosa: si tienes que describir una relación entre una adolescente de catorce o quince años que no conoció, prácticamente, a su padre, enamorada de su maestro, que la ha hecho artista, y si, en un momento dado, en esa atracción prohibida se produce un primer beso, hay que imaginar. Y si sabes que, como cuenta ella, ese primer beso se produjo en el camerino de un teatro de México, eso lo tienes que desarrollar. No vas a decir: “Aquí se dieron un beso y empezó la historia”. Añades la imaginación con verosimilitud. En literatura, en una narración, más que la verdad, lo importante es la verosimilitud. En la verosimilitud interviene el lector, que es el que compra lo que le vendes. El lector es el que dice: “Me lo creo”. Cuando te crees una cosa, te empiezas a creer todo. Al imaginar lo verosímil, no faltas a la verdad. La trampa sería inventarse esa historia, pero no te la inventas: la recreas.

—En la entrevista que ha mencionado, Piquer no se cortó hablando sobre Rafael de León, y se lio parda.

—En aquella entrevista, me decía con algunas cosas: “Esto no lo pongas”. Naturalmente, no las puse. Pero esto me lo contó con tanto desenfado, y no me dijo que no lo pusiera, porque se estaba gustando mientras me contaba eso, delante de Antoñito López, enamorado de ella. Y yo lo puse, claro. ¿Cómo no lo iba a poner? Después, cuando esa entrevista la incluí en un libro, Inventario de otoño, que era de gente mayor, y la llamé por si quería venir a la presentación. Muy dolida, me dijo: “No voy a ir porque usted ha hecho que el mejor amigo de mi vida se haya muerto sin hablarme”. Durante la entrevista, por cierto, me había tratado de tú. Creo que el hecho de decir que Rafael de León era gay, en ese momento, no tenía absolutamente ya ninguna importancia, pero tal vez él lo interpretó como una burla, cuando no era así: se adoraban, ella le adoraba. Por lo visto, según contaba después su hija en el libro de memorias, ella estuvo unos días en cama del disgusto que le había dado eso.

—¿Volvieron a encontrarse?

—No.

—¿Diría que a la Piquer no le tosía ni Franco?

"Alguien se le acercó y le dijo: El Caudillo pide que si le puede cantar Ojos verdes. Ella dijo: ¿El Caudillo ha merendado ya?. Sí. Pues ahora me toca a mí"

—Ella llegó al límite de que una vez, en la merendola de una cacería, alguien se le acercó y le dijo: “El Caudillo pide que si le puede cantar Ojos verdes”. Ella dijo: “¿El Caudillo ha merendado ya?”. “Sí”. “Pues ahora me toca a mí”. Es una salida de mujer desenfadada, más allá del bien y del mal, pensando que eso le haría gracia. A ella, lo que más le molestaba, y, normalmente, a todos los cantantes le molesta muchísimo, era el: “¿Usted es Conchita Piquer?”. “Sí, sí”. “¿Por qué no nos canta una cancioncita?”.

—Es como cuando la tropa se topa con un cómico en la calle y le pide que le cuente un chiste.

—Exactamente. O en cualquier sobremesa: “¿Por qué no nos cuentas un chiste?”. Estás con Miguel Ríos o Serrat: “¿Por qué no nos cantas?”. Les fastidia mucho, sí. Porque es como abaratar el producto. Es como cuando a ti o a mí nos dicen: “Oye, ¿por qué no nos escribes un prólogo para no sé qué?”. ¡Como si no nos costara nada!

— Por cierto, en la introducción al capítulo sobre cómo vivió la cantante la Guerra Civil, usted habla de don Tancredo, cuya suerte consistía “en subirse a un pequeño taburete en medio de la plaza, adoptar la postura absolutamente inmóvil de una estatua de mármol y esperar con los brazos cruzados, la respiración contenida y un aire provocador a que saliera el toro por chiqueros. Y en eso llegó la guerra y don Tancredo recibió una cornada mortal y cayó en la arena como un muñeco roto con la tripa llena de serrín”. ¿Asoma la figura del toro que despanzurró a don Tancredo por España?

"¡La bomba atómica es un tema de sobremesa! Con una frivolidad increíble, sin saber que si tiran la bomba atómica…"

—Don Tancredo era el símbolo del inmovilismo. Se ponía quieto, lleno de harina, blanco, sobre un taburete. En los espectáculos taurinos, se hacían cosas increíbles: torear sobre una bicicleta, el bombero torero… Don Tancredo era un valenciano, como no podía ser de otra forma (risas). Entonces, viene el toro y lo destripa. El toro es la guerra, la fuerza, la cosa orgiástica de la sangre, de la furia, y se va don Tancredo a tomar por saco. (Piensa) Aquí estamos viviendo en una mezcla casi explosiva de tragedia y de frivolidad. Una de las conversaciones de sobremesa es la bomba atómica: si la van a tirar, si no la van a tirar, pues yo creo que sí, pues yo creo que no, pues yo creo que no se atreverán… ¡La bomba atómica es un tema de sobremesa! Con una frivolidad increíble, sin saber que si tiran la bomba atómica…

— …al carajo la sobremesa.

—No llegamos al flan (risas). No sé si la Humanidad en su conjunto es idiota; si se comporta, como se dice en la Biblia, como el demonio que se metía en una piara de cerdos e iban desbocados hacia un acantilado sin saber. No sé si todo puede terminar por una gilipollez. Pero, a la vez, todo eso se hace riendo y jodiendo, riendo y jodiendo. Como si esto fuera una fiesta macabra, con una frivolidad increíble. Y esa frivolidad y esa tragedia se nos sirven en todos los telediarios mientras comemos, están emulsionadas en la sopa de fideos. Es decir, tú estás viendo el posible fin del mundo en un telediario mientras soplas una taza de caldo. Y eso es la esencia de lo que estamos viviendo. De pronto, se cruza un pensamiento maravilloso, un descubrimiento médico o científico maravilloso, envuelto en las idioteces que te tienes que tragar todos los días. Es todo tragedia y frivolidad.

—Pero, ¿eso es nuevo?

"El mundo digital ha hecho que volvamos a pensar con los dedos y ha cambiado el alma de la Humanidad, no sé si para bien o para mal"

—No, pero ahora lo es todo. Sucede que un simple aparato ha hecho que la Humanidad esté compacta. La Humanidad está alcanzando la unidad, tal vez en la idiotez o en el sueño, en el anhelo. Hasta ahora pensábamos a través del cerebro; ahora, pensamos a través de un aparato. El que impone las reglas del pensamiento, las pautas del pensamiento, es el móvil. Está cambiando el alma de la Humanidad. No digo que sea para mal, no soy catastrofista. La catástrofe puede llegar un lunes por la mañana sin darnos cuenta. Pero también la Humanidad, evidentemente, también es mejor. Puede dar unos saltos para atrás impresionantes, pero, normalmente, el río de la Humanidad va hacia adelante. El mundo digital ha hecho que volvamos a pensar con los dedos y ha cambiado el alma de la Humanidad, no sé si para bien o para mal. El alma colectiva la vemos cambiar cada día. Todo gira en torno al dedo: es el dedo del crupier que mueve la bola o el dedo del Creador en la Capilla Sixtina. No en vano, hablamos del mundo digital. En el caso de Putin, le sirve para metérselo en la nariz o para apretar el botón rojo. En cada telediario se crea el mundo. Pones la radio a las seis de la mañana y tienes dos caminos: o me quedo en la cama y no me levanto, o el de los optimistas, que se levantan dispuestos a arreglar el mundo.

Fotografía de Manuel Vicent por Victoria Iglesias

—Para finalizar, ¿le daría un Premio Princesa de Asturias de las Artes a Rosalía?

—Le falta madurez. No, no. Rosalía es una explosión. No la sigo. Alguna vez la he visto actuar de pasada, pero me parece que es una mujer explosivo.

—¿Le daría, entonces, el Nobel de Física?

—De Física corporal.

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Josey Wales
Josey Wales
2 años hace

Comer carne es pecado. Comedores de alitas de pollo = asesinos. Subamos los impuestos para proteger la Tierra. A tomar por saco el cerebro.