Nada tiene que ver el Manuel Vilas de Alegría (Planeta) con el de Ordesa (Alfaguara), mucho menos con el de América (Círculo de Tiza) o El hundimiento (Visor). Los besos (Planeta), la más reciente novela del aragonés, se muestra voluntariosa en su claridad y en la recreación de la belleza. «Soy un modelo de escritor que crece y crea en función de lo que va viviendo. Aquí hay más luminosidad, porque mi mirada varía en función de lo que vivo», explica el finalista del Premio Planeta 2019 y ganador del prestigioso premio Femina.
Se escribe como se vive y Vilas confirma el enunciado. Luminoso a más no poder, Vilas nos cuenta en pandemia. Nos deletrea enloquecidos y enamorados, ¿de quién o de qué? Su personaje, de Montse. Los lectores, del roce de estos seres sobre los que llegamos a dudar de su existencia. Es una novela cervantina, por su humor compasivo y su elogio a lo imaginario. Manuel Vilas ha decidido escribir del amor cuando ya nadie lo pone en práctica. Sobre eso conversa, y de muchas otras cosas, en esta entrevista concedida a Zenda.
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—¿Es Los besos una novela cervantina? ¿Una novela de su tiempo? ¿O más bien del amor de pareja?
—Es una novela de amor y pasión, pero para entender ese amor y esa pasión hay que entender el tiempo y el lugar donde ocurren. Por eso la novela está llena de alusiones políticas, sociológicas y morales. Aparece el Quijote, claro, pero no como una reivindicación de la creación del ideal frente a la realidad, sino como una historia de amor. Jamás se ha analizado el Quijote como una novela de amor.
—Esta novela entronca con Ordesa y Alegría. ¿Ha abierto un ciclo de luminosidad en su obra?
—Soy un modelo de escritor que crece y crea en función de lo que va viviendo. Aquí hay más luminosidad, porque mi mirada varía en función de lo que vivo. Antes de América era un escritor punki, muy rebelde, violento, atrabiliario y desafiante. Entonces me parecía que era lo que quería hacer, pero al cumplir años, la mirada sobre el mundo cambia. Es entonces cuando se trasladan los objetivos literarios a otros territorios. Es fruto de la maduración personal.
—Es decir, ¿se ha aburguesado Manuel Vilas?
—(Risas) Ojalá pudiera aburguesarme, pero no el caso. Se trata de luminosidad en mi mirada del mundo, no de la aceptación de un orden burgués. Es el resultado de haber negociado un buen pacto con la vida.
—El protagonista está obsesionado con hallar belleza en todo. ¡Es hasta compulsivo!
—Eso es un rasgo mío que le he prestado al personaje. Es una obsesión nueva, y no porque sea producto de valores burgueses. Creo que la belleza ayuda a la vida, al menos yo la reclamo para la mía. No es la reclamación de belleza que haría un esteta del XIX. Simplemente se trata de que haya un poco de gusto, que a la hora de tomar decisiones la belleza se convoque.
—Las historias de amor sólo atraen cuando se narran desde la ruptura. El propio Salvador, su protagonista, dice que toda historia de amor es cursi. ¿Qué piensa Vilas?
—Es muy curioso que las historias de amor puedan ser casi todas tildadas de cursis o que exista ese peligro a la hora de plantearlas. En el fondo, lo cursi es una especie de escudo para ocultar la parte abismal, terrorífica y salvaje que hay en las relaciones amorosas. Hemos banalizado las pasiones, el erotismo y el amor, cuando en realidad son asuntos verdaderamente complejos. Allí está la noche de la especie. Por ejemplo: no hay acto sexual sin violencia, que Salvador percibe como tal y le aterra. Para que todas esas cosas aterradoras del amor y del sexo no nos incomoden las calificamos de romanticonas e incluso hasta nos reímos de ello. Llama la atención la necesidad de hacer chistes sobre el sexo. Ese tipo de cosas lo que indica es que las pasiones y el erotismo siguen siendo uno de los enigmas de la creación humana.
—Incluso antes de la pandemia, el cuerpo, la enfermad y la muerte eran temas tabúes. Esta novela reivindica lo corporal, lo sensible, el hedonismo, la carnalidad.
—Tanto Montse como Salvador necesitan tocarse. Él termina incluso convirtiéndose en un filósofo de los besos: describe cómo deben ser o cuánto deben durar. La carnalidad, la comida o las alusiones al vino que van a beber o el whisky que van a tomar, todas esas materialidades están presentes, porque la vida en lo cotidiano tiene que resplandecer y ese es el mensaje de la novela: ¿dónde está la belleza sino en lo cotidiano? Los personajes rechazan lo colectivo, lo que ocurre fuera, porque es catastrófico. La televisión les está transmitiendo todo el rato la catástrofe del virus, ¿qué les queda a ellos entonces? La solución para seguir siendo personas ilusionadas es la creación de un territorio de cotidianidad vital donde el sexo, el amor y la relación entre ambos es lo fundamental.
—«La vida sin pasiones es sólo supervivencia», escribe.
—Esa es la frase que puede resumir la filosofía de Salvador. Recordar esto resulta incómodo. A mí no me gusta que las novelas tengan una tesis, pero si llegara a tenerla sería decirle al lector que la vida existe en pasiones. Y si no estás en la búsqueda de ellas, ¿dónde estás? Esa es la pregunta de Salvador. ¿Qué estás haciendo con tu vida, si no estás enamorado o buscando amar, como el título de aquella película de Justin Theroux, que tuve muy presente mientras escribía? Es un interrogante sencillo y elemental, pero sigue siendo incómodo. Las personas en ocasiones relegan el amor por otras cosas.
—Los besos es también una novela política no sólo por los juicios del personaje, sino por la libertad como tema de fondo.
—La política está presente en la novela porque el virus propició la intromisión del Estado en lo cotidiano. No se podía luchar contra esa intromisión porque era legítima. Se buscaba la salvación del cuerpo y la salud, a costa de entregar un bien tan preciado como la libertad. Lo hicimos todos sin darnos cuenta del coste moral que llevaba. Salvador ve cómo la política se ha metido en su vida privada y lo ha invadido todo. Por eso quiere reivindicar un territorio privado donde él sea el dueño de todo y pueda generar una belleza y una plenitud que las circunstancias no le permiten, porque está lleno de prohibiciones, de miedo, de terror, angustia, injusticia, muerte y desolación. Él lo que viene a decir es que la obligación del ser humano en medio de una catástrofe, que podría ser el virus pero también una guerra, es buscar un territorio donde poder construir una ilusión. Es algo así como enamorarse en un campo de concentración.
—«Cuando se divide una nación aparece la tribu», asegura su narrador.
—En ocasiones Salvador se comporta como un visionario y formula estas opiniones, que son de él y no mías. Pero así como dice eso, asegura que en el futuro desparecerán las naciones. Las naciones son construcciones históricas y culturales: el virus lo que realmente ha traído, o una de las cosas más sugerentes, es que somos sólo una raza.
—¿Es su novela una narración crepuscular del mundo?
—Salvador observa la coincidencia entre la marcha de Juan Carlos I, un referente que fundó los últimos 40 años de España, con una retirada del virus. Es decir, se marcha Juan Carlos I y se marcha el virus. Hay una observación que me parece un disolvente, que es cuando Salvador se pregunta qué fue lo que salvó Juan Carlos I en 1981, ¿un país o el que sería su negocio?
—Rafael es el frontón que permite resonar políticamente.
—Lo sobrenatural como elemento comienza a aparecer en mi literatura, y quería que ese personaje simbolizara la parte oscura de la experiencia humana. Me refiero a cosas que no sabemos de dónde provienen y que yo llamo en la novela la Oscuridad. Lo sobrenatural aparece en esta novela a través de él, a través de sus intuiciones, atavismos, el dibujo de lo simbólico, y que se resume en todo aquello que resulta amenazante y no sabemos qué es: la visión de muertos, la sensación de que vas a morir.
—¿Sigue viva la novela como género o la vamos a matar, ahora sí, con moralinas y moralejas?
—Lo maravilloso de la novela es que se reinventa. En ocasiones regresa al pasado y en otras da pasos hacia el futuro, pero mantiene la estructura básica de contarnos algo que es relevante, y esa sencillez es a la vez el triunfo del género. Se pueden escribir novelas en primera persona, en segunda persona, con narrador omnisciente, con diálogos, acoge todas las posibilidades. En la novela me siento en un territorio de libertad máxima, y esa fue la idea de Cervantes
—Claro, pero tiene que lidiar con un mundo en el que hay que explicar que una novela es una novela.
—El hecho de que haya que aclarar que un autor no es un personaje supone un éxito, porque eso significa que el lector se lo ha creído todo. Es la fe en la ficción.
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