En esta ocasión retrato a Mar Abad, periodista y gran emprendedora, con una dilatada experiencia en su campo y un maravilloso sentido del humor. Hace unas semanas estuve con ella en su casa de Madrid. Charlamos sobre lo divino y lo humano, la pandemia, el sector cultural y la importancia de amar lo que haces.
Para saber más sobre Mar, se define así:
Hay tantos bichos alrededor que no sé si voy a poder escribir más de dos líneas seguidas. Entran por la ventana por la que debería entrar fresquito. Pero entra calor y mucha alergia al polen que se agarra a la nariz y a los ojos y a la garganta ¡y a la vida entera!
Ahora toca ser anacoreta, huir de las multitudes y, si puedes, aislarte en el campo para esquivar la pandemia. Así es el verano este raro que se nos ha quedao.
Y así soy yo: esto, lo que escribo en este momento, lo que odiaré mañana, mis paradojas y contradicciones, que cada vez me gustan más —los únicos que no cambian de idea son los ceporros y los muertos—.
Una de mis paradojas es que amo el pasado, así, en general, pero odio hablar del mío. Los fines de semana me pierdo en hemerotecas, en libros antiguos, ¡en la historia!, pero jamás hablo de mi historia personal. Me aburre.
Una de mis contradicciones es que soy periodista y acribillo a preguntas a todo el que se me cruza. Pero la cosa cambia cuando me preguntan a mí: «Definirme es encarcelarme», contesto. «Las etiquetas me limitan», «los atributos dan claustrofobia». Ni siquiera me gusta la cárcel binaria de hombre o mujer. No me interesa ni lo uno ni lo otro. Me aburren los tópicos que te echan encima si dices que eres mujer: maternal, cuidadora, femenina, servil. Yo no soy nada. Y menos eso.
Lo que más me gusta en la vida es leer y escribir. Por mi pasión por las palabras escribí un libro sobre el lenguaje de las distintas generaciones, De estraperlo a postureo (Larousse, 2017). Por mi amor a la historia escribí la biografía de cuatro periodistas pioneras, Antiguas pero modernas (Libros del K.O., 2019). Y porque me encanta la ilustración y las narrativas antiguas publiqué un libro de personajes estelares y esperpénticos, junto a Buba Viedma: El Folletín Ilustrado (Lunwerg, 2019). Él dibujaba y yo escribía.
He trabajado casi toda mi vida en prensa. He montado tres empresas junto a otros socios. Me encanta empezar algo de cero. De cero cero: es muy duro, pero es to flama. La última vez fue la revista Yorokobu. Y en los últimos años ocurrió algo chido: recibí el Premio de Periodismo Accenture 2017, el Premio Internacional de Periodismo Colombine 2018, el Premio de Periodismo Miguel Delibes 2019 y el Premio de Periodismo Don Quijote 2020.
Uno de esos bichillos del principio del texto me ha picado en la pierna. ¡Ay! Se oye el viento, y los pájaros, y los grillos del campo. Aunque yo soy mediterránea. De las aguas. El matrimonio me parece una ratonera y una mala idea, pero si hubiese que casarse con alguien, me pediría a Epicuro.
Sobre su último libro, Antiguas pero modernas:
De pequeña sentía que había nacido en el culo del mundo. Había ido a parar a un país que arrastraba un pasado lleno de militares, beatas y agua bendita. Miraba siempre afuera: a los ingleses, los nórdicos, los japoneses. Hasta que hace poco —¡qué monstruosidad, hace tan poco!— descubrí que en nuestra historia hay momentos fascinantes y personas increíbles. Algo sabía de Ramón y Cajal, de Valle-Inclán, de Nicolás Salmerón.
¿Pero las mujeres?
¿Quién me había hablado a mí de una sola mujer?
Hay tantas de las que nadie nos habló. Tantas que el franquismo pisoteó y borró de la historia. De ahí surgió mi idea de escribir Antiguas pero modernas: la biografía de cuatro pioneras del periodismo español, Carmen de Burgos, Rosario de Acuña, Sofía Casanova y Aurora Bertrana.
Su vida es parte de nuestra historia y nuestra identidad. Tres de ellas pusieron las bases del feminismo de este país. A Casanova, en cambio, le horrorizaban las feministas; decía que eran feas y machorras. Pero eso no la saca de este libro, aunque yo no esté de acuerdo con ella. Creo en el librepensamiento: en escuchar lo que me gusta y lo que me disgusta.
Mi profesión no es juzgar. El periodista Manuel Chaves Nogales decía con acierto: «Nuestro oficio consiste en ver y contar».
Recomienda a los lectores de Zenda el libro Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez:
¡Qué bestialidad! ¡Qué obra maestra! Empecé a leer Nuestra parte de noche a ciegas. No sabía de qué iba, no conocía a la autora. Decidí leerlo porque Leila Guerriero lo ponía por las nubes. ¡Cuánta razón tenía! ¡Como siempre!
Tengo una relación matemática con los libros que leo. Si me enloquece la primera página, me enloquecerá el libro entero. Si el principio es psst, no acabaré ni el primer capítulo. Nuestra parte de noche me cazó desde la primera línea y no pude parar hasta que lo acabé. Me gustó que, de pronto, diera repelús, que de pronto diera sustillos. Tenía algo de terror, el mejor terror que he leído en mi vida. Un terror con palabras de Argentina, empapado de cultura argentina, protagonizado por personajes argentinos.
Después la busqué a ella, a la autora, a Mariana Enríquez. La escuché en podcasts, la vi en YouTube. ¡Qué diosa! ¡Qué inteligencia, qué humor, qué desparpajo vital! Y ahora sigo comprando sus libros. Hasta que los tenga todos.
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