Créditos de la foto de portada: Constanza Mekis
La vida de Mar Benegas gira en torno a la poesía: la lee, la escribe, la recita, la enseña en aulas y talleres, la comparte con adultos y niños. Es autora de una obra amplísima (basta con mirar con atención la foto de portada), que la hizo merecedora en 2022 del Premio Cervantes Chico, galardón que premia toda una trayectoria de prestigio en la literatura infantil escrita en español. Continúa de esta forma el legado poético de sus admiradas Gloria Fuertes o Isabel Escudero. Dirige las Jornadas de Animación a la Lectura, Escritura y Observación (JALEO), que se celebran cada verano en su Valencia natal. Conversamos con ella y en sus respuestas se trasluce la fe de quien sabe que la infancia necesita subirse al barco de la imaginación simbólica, como aquél del misterioso del romance, y que el empeño merece la pena.
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—Nuestra época, de un par de siglos a esta parte, es un tiempo dominado por la prosa, el tiempo de la novela. ¿Qué lugar ocupa, qué labor desempeña en ella la poesía?
—Yo creo que esa afirmación tiene que ver con una visión adulta del mundo, de ahí nace todo, efectivamente. Porque, si lo pensamos honestamente, la poesía siempre está presente en la infancia. Cierto que siempre hay reductos invencibles donde lo poético habita. Cada época ha tenido sus avalanchas, sus nuevos dioses (incluso en el arte u otros géneros), pero la poesía resiste, con su maravillosa mala salud de hierro, pese a todo. En la infancia, además, avanza y crece con ella. Es a cierta edad cuando se pierde. También pienso que, como en todas las sociedades, hay idas y venidas, y ahora mismo lo poético (en la infancia, al menos) tiene cierto hueco que hace unos años no tenía, una recuperación del espacio simbólico. Es testimonial, como siempre, pero firme y más abundante. Hay más libros de poesía para la infancia, las editoriales apuestan más por ella de lo que lo hacían, por ejemplo, hace diez años.
—Si repasamos a grandes rasgos la historia de la poesía occidental, detectamos un viaje general de lo musical a lo prosaico, de la lírica compuesta para un coro próximo a la expresión desatada dirigida a un mundo complejo. Sin embargo, se diría que la poesía infantil se resiste a abandonar ese vínculo con la música, se mantiene fiel a la rima, al juego, quiere ser canto. ¿Comparte este juicio?
—Yo creo que todo lo que atañe a lo humano tiene su lugar en lo poético, aunque tal vez las formas tradicionales de poesía (metro y rima, tipos de estrofa) no son tan fáciles de encontrar en la poesía de adulto. Sí sigue dándose el ritmo (que es intrínseco a la poesía), otros ritmos, otras formas de recitar… pero volvemos a lo mismo, los ritmos poéticos de las grandes obras literarias (la Iliada o la Odisea, por ejemplo), tenían que ver con el ritmo dicho en voz alta. Es decir, sigue habiendo una gran parte de la poesía actual, recitada, que juega con ese ritmo, no de una manera formal o consciente, pero sí se escribe para ser “cantada”, con mayor o menor ventura, claro. Lo que sí hay, y esto es otro tema peligroso, es un retroceso general del uso del lenguaje, y eso se ve en la poesía (de adultos e infantil, en ambas). No en toda, afortunadamente, pero sí hay un “todo vale”, ese texto “de pulsar el enter” y pensar que es “poesía”, que llena las redes y que hace que las editoriales no pidan un libro para valorar sino el número de seguidores. Esto es catastrófico, en general. Cuando hablamos de la poesía infantil hay un mismo camino, abismado y peligroso: si rima, como es para niños, ya es poesía. Y esto es otra catástrofe: “Mi familia sabe jugar / somos listos a rabiar / y nos gusta merendar”. No, eso no es poesía, lo siento. La moral, la didáctica, la estructura vertical con la infancia: no, no construyen poesía. Pero, a pesar de todo, persiste y resiste. Lo rítmico, lo profundo, lo que canta el mundo y lo muestra, lo que aleja el miedo, lo que repite y repite, lo que está vivo, como el lenguaje y la infancia. Ahí sí, ese es el territorio de la poesía y la infancia lo resguarda, lo protege y lo hace crecer, a pesar nuestro. Siempre habrá personas (docentes, poetas, juglares…) que se tomen en serio la infancia, que no la menosprecien y sepan que ahí ha de echarse la semilla de lo poético. Y sí, esa semilla, sobre todo en las primeras edades, siempre baila, tiene rima y ritmo, porque es la canción del mundo.
—Usted ha escrito poesía infantil y poesía adulta. ¿Qué diferencia principal ve entre ambas?
—No veo diferencia, me gusta escribir ambas y leer ambas. Me interesa el aprendizaje, me interesa la no estanqueidad de la experiencia, soy quien soy ahora pero también soy todas las personas que he sido, así me planteo la lectura y la escritura. Como una forma de acercarme a todo el crisol que nos habita. Cada lectura y cada verso tienen su momento. Cuando escribo, no escribo solamente para quien soy ahora, tampoco escribo solamente para mí. Solamente puedo concebir la escritura y la lectura como un profundo diálogo con el mundo y con las personas que lo habitan. En ese sentido, tengo la gran suerte de poder tener a la infancia cerca, eso me conecta con mi propia infancia. La escritura, en mi caso, es una puerta, terriblemente empática (para bien y para mal), terriblemente abierta, que me conecta con el mundo y me permite sobrevivir y soportarlo. No hay, para mí, diferencia. Porque, un poeta, como decía Ángela Figuera Aymerich, es ese niño, esa niña, que, al nacer, en vez de ojos tiene rosas. Eso es tan extrañamente bello como doloroso.
—Decía Juan Ramón Jimenez que, para la expresión de sentimientos, la poesía encuentra su ámbito idóneo en el arte menor y en la asonancia, en el reino de la lírica. Esto ha sido así desde las jarchas, las cantigas y los villancicos, en nuestra tradición. ¿Existe un vínculo entre la infancia de los humanos y la infancia de las lenguas?
—Oh, qué bonita analogía. Sí, sí, estoy totalmente convencida de ello. Y en ello baso todo mi trabajo: existe un vínculo entre la infancia y el lenguaje. El lenguaje, como ser vivo, crece, aprende, cambia… Desde las primeras rimas sin sentido hasta la poesía más compleja y abstracta hay un camino. El mismo que puede recorrer un recién nacido: peldaño a peldaño. A leer poesía, a pensar, a usar el lenguaje, a bucear en la complejidad y profundidad de la palabra se aprende. Igual que, desde que nacemos, podemos aprender tantas cosas o no hacerlo. Pero no me gusta pensar en “lo antiguo” como un albor, como una “infancia de los humanos”, sino como algo más personal e íntimo. Porque, esencialmente, no hemos cambiado tanto, ¿no le parece? El pensamiento mágico, la injusticia, el abuso de poder, la guerra… todo sigue igual, no creo que esa “infancia de lo humano” haya aprendido mucho, por desgracia.
—Lo popular también es juego, risa, definición de mundo y celebración de él. Todo eso aparece también en la poesía infantil…
—Sí, hay un vínculo poderoso entre la memoria poética y el juego. Lo lúdico, el canto que calma, que juega el mundo. Lo popular, como decía Zambrano, vive en la Verdad, esa verdad que muestra, enseña y acompaña. Por eso sigue tan vivo y sí, es territorio de la poesía infantil. De hecho, antes del libro, el lenguaje poético es popular y se dice con la voz y con el cuerpo, así damos la bienvenida al bebé.
—En sus poemas y en su poética prima lo lúdico, usted invita a que los niños jueguen cuando leen y cuando componen o escriben. Es sus talleres anima a cocinar poemas, a mezclar ingredientes con desparpajo (preparar un haiku, un limerick…). ¿Es la forma de mantener el vínculo con lo poético, leer y escribir, escuchar y componer de forma orgánica, indiferenciada?
—Bueno, no sé si “prima”, tengo poemas de todo tipo. Poesía más abstracta o difícil y otra más juguetona. La verdad es que no entiendo la escritura en un solo tono, me aburro de mí misma pero, además, necesito expresar cosas distintas. Y sí, cocinar, mezclar, esperar… la poesía es como la cocina. De esa idea nace A juego lento, cierto. Leer y escribir son las dos caras de la misma moneda. Saber que podemos usar el lenguaje, que es nuestro, que podemos hacer con él, deshacer, expresar, jugar… a veces el dolor, a veces la alegría. Que los niños y niñas lo sepan también: que es suyo, que lo construye su pensamiento, que sin lenguaje no somos nada. Que jueguen, que lo usen, que lo canten, que escriban y se expresen. Cada vez hay menos espacios de libertad, menos espacios de aprender el lenguaje jugando…
—Algunos símbolos aparecen con frecuencia en sus poemarios: el juego, la casa, la comida, los animales y monstruos… Háblenos un poco de ellos, por favor.
—Sí, así es. Son mis símbolos. Los pájaros (obsesión poética número uno), las casas (número dos), el alimento (cocina, comida, etc.), y el resto, cierto. Lo que vuela y lo que resguarda, lo que alimenta (los cuidados también), lo que divierte o lo que asusta… Creo que tiene que ver con las cosas que son importantes para mí, mi manera de ver el mundo. Y mi carácter obsesivo también, claro.
—En sus poemarios colabora a menudo con ilustradores, hasta el punto de que sus libros llegan a constituirse en ocasiones como álbumes o como libros acordeón. ¿Cómo entiende usted esa colaboración con el dibujo, con el arte plástico? ¿Ha encontrado en él la poesía un compañero fiel que le permite anclarse en nuestra sociedad, en el lenguaje natural de los niños?
—Creo que la educación estética y literaria es necesaria. Lo bello, la imagen… Y sí, la poesía, como arte que es, si está bien acompañada, crece y crece. Tengo la suerte que muchos de mis libros están ilustrados y editados con un cuidado estético que los sitúa en ese territorio de lo bello que hace que el alma se regocije. Y eso es fruto de ese trabajo entre una buena edición y la parte ilustrada.
—Por último, recomiéndenos libros, poetas… Obras que podamos leer a lo largo del camino de la vida, en una edad u otra.
—Mi querida Gloria Fuertes, Walsh, Mistral, Isabel Escudero, Ángela Figuera Aymerich, Alejandra Pizarnik, Lorca (adorado), Gamoneda, Marina Tsvietáieva… tantos otros. Yo recomendaría, para trazar un mapa donde hay de todo y para todas las edades (sin que sean poemas o poetas que escriben estrictamente para la infancia), 44 poemas para leer con niños, que nace con esta intención: para todos los gustos y para todas las edades. 44 poemas, 44 poetas.
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