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Mar Padilla: «La democracia no se construye de un día para otro»

Mar Padilla: «La democracia no se construye de un día para otro»

Imagen de portada: Nora. B

A principios de 1981 España pendía de un hilo. Todo era frágil en nuestra imberbe democracia. Después de que un señor —con bigote, tricornio y pistola en mano— irrumpió en el Congreso de los diputados, la cosa empeoró. La mayoría nos tiramos al suelo, aunque los hubo que —como Manuel Gutiérrez Mellado, Adolfo Suárez y Santiago Carrillo— no bajaron la mirada ante la amenaza. Por los pelos conseguimos salir de esa. Pero solo tres meses después del golpe de estado fallido, hubo otro coletazo del intento de «sanjurjada»: un atraco de película —berlanguiana— en Barcelona, que volvió a sacar a los fantasmas franquistas del armario. A las 9:10 del sábado 23 de mayo un grupo de hombres irrumpieron en el Banco Central de la capital catalana, armados con revólveres y metralletas, con una sola exigencia: o liberan al teniente coronel golpista Antonio Tejero y sus compañeros o matan a las 300 personas que hay dentro. Comenzaba en ese momento el secuestro de rehenes más mediático de nuestra historia, también el más «austrohúngaro». Mar Padilla relata este robo, camuflado de terrorismo político, en su libro Asalto al Banco Central (Libros del K.O., 2023). Al final, tras muchas averiguaciones, hipótesis y posibilidades, queda la palabra de Manuel Vázquez Montalbán: «Es fácil llegar a la conclusión de que todo ha sido una broma, una broma de extrema derecha, pero una broma».

Hablamos en Zenda con Mar Padilla de Número Uno, de La casa de papel, de la España de los atracos y de democracias adolescentes.

—Como leemos al principio de su libro, España, a principios de los 80, tenía una democracia con una salud endeble. ¿Hemos pasado página demasiado pronto?

"Cuando murió Franco había un régimen totalitario, y al día siguiente no se puede estar en democracia"

—Creo que se ha pasado página, en algunos aspectos para bien, pero se ha hecho demasiado rápido. La democracia no se construye de un día para otro. Cuando murió Franco había un régimen totalitario, y al día siguiente no se puede estar en democracia. Ahí comienza un proceso de construcción. Y es en ese momento en el que tiene lugar el intento de golpe de estado del 23-F, y también el asalto al Banco Central, dos hechos que ocurrieron solo seis años después del fallecimiento del dictador, en una situación de muchísima vulnerabilidad. Un momento muy frágil de nuestra democracia, que era infantil, adolescente. Era una especie de periodo de prueba, de rodaje absoluto, en el cual había unas fuerzas que apostaron por mantener y estabilizar esa nueva forma de gobierno y otras que se oponían al proceso.

—El atraco ocurre en un momento crucial de nuestra historia reciente, en el cual muchos perciben que el sueño de la transición se desintegra, sobre todo después del intento de golpe de estado de Tejero. ¿Qué conexión hubo entre los atracadores y los golpistas del 23-F?

—Empecé a escribir este libro sin intentar rebatir o validar si había o no esa relación entre ambos hechos. Cuando empecé a investigar daba mucha credibilidad a esa conexión, pero según iba avanzando en mis pesquisas esa posibilidad se fue desmontando. No era descabellado pensar que hubiera una relación, que comienza desde el primer momento del atraco, cuando los asaltantes piden la liberación de Tejero, pero después vas viendo que es casi un ejercicio de picaresca de los atracadores, que son conscientes de los flancos débiles del poder en aquella época y los aprovechan. Ellos son ladrones de bancos y lo que quieren es robar dinero. A veces las cosas más evidentes son las que quedan más ocultas. Otro tema es si ese asalto tiene un segundo impulso que busca la desestabilización. A esto último sí que le doy cierta credibilidad. Hay unas relaciones turbias de José Juan Martínez con los servicios secretos y con facciones de extrema derecha que pueden intentar aprovecharse de la situación. Sobre la conexión directa con el 23-F yo no he encontrado nada más que la palabra de José Juan, no hay documentos ni pruebas.

—El gran personaje del libro y del asalto al banco central es José Juan Martínez, «Número Uno». El cerebro del asalto. Con solo 12 años realizó su primer atraco a una caja de ahorros, con una recortada.

"Desde joven, tiene claro que no quiere un trabajo normal. A él le fascinan los robos a los bancos"

—En el libro se ve ese ejercicio de construcción del personaje, que está muy condicionado por el momento que atraviesa el país. El caso de José Juan es paradigmático de ese periodo. Desde joven tiene claro que no quiere un trabajo normal. A él le fascinan los robos a los bancos. Esta es una decisión trabajada, argumentada, por él. José Juan asume las reglas del juego: tú robas, y si te pillan vas a la cárcel. Y lo hace porque ha decidido vivir de esa forma. En una de las conversaciones que tuve con él me contó que desde que era un adolescente sabía que cuando necesitase dinero iría al banco a por él. Si le pillaban, bien, y si no, eso que se había llevado por delante. Como te decía, hay una construcción de un personaje por el que en España, y en todo el mundo, se siente una gran fascinación, que es el ladrón de bancos. Todo esto lo vive en un momento muy concreto de nuestra historia, que es el tardofranquismo, la transición y el principio de la democracia. En ese camino, en una de las veces que está en la cárcel, coincide con un vecino suyo que es anarquista y se acaba sumando a ese movimiento. Aunque pienso que él es más bien un buscavidas.

—Un personaje fronterizo.

—Sí. Está siempre abierto a todo, aprovecha las oportunidades. En esos momentos los grupos anarquistas también atracaban bancos.

—En esos años España era el país de los atracos. Los robos a bancos y cajas de ahorros eran una epidemia. Había atracadores de todas las clases: anarquistas —como comentaba—, terroristas, ultraderechistas, quinquis, yonkis…

—Sí. Esto me lo explicó muy bien el periodista José Martí Gómez, que siguió muy de cerca el asalto al Banco Central. Cuando llega la democracia hay un momento de ilusión absoluta, de frescura, de cambio… Pero a partir de 1979, llega la realidad con el mazo. Hay una crisis económica muy importante. Las cifras de paro son muy impactantes. Y en paralelo a todo esto se da un cambio a nivel legislativo y las penas por delincuencia fueron rebajadas. La suma de todo esto, junto con la entrada de la heroína y la fragilidad de los sistemas de seguridad de los bancos en aquel entonces, propicia el aumento de los atracos. Desde 1973 a 1981, en menos de una década, el incremento del número de asaltos a entidades bancarias es salvaje. De repente empezaron a atracar gente de perfiles muy diferentes: personas de la burguesía que buscaban esta parte de aventura contra el sistema, integrantes de la extrema derecha, anarquistas… Los primeros años tras la muerte de Franco surgió esa frase que decía: «La libertad está tirada en la calle». Había un sentimiento de poder hacer lo que quisieras. Y hubo gente que se aprovechó de eso.

—Cuando salta la noticia del asalto al Banco Central no está claro si es un nuevo acto de terrorismo o el atraco más insólito y loco que ha ocurrido en España. Todo fue  muy «cañí». Como cuando varios simpatizantes de Fuerza Nueva, con unas cuantas copas de más, intentan burlar el cerco policial para entrar en el banco.

"Estos militantes de Fuerza Nueva llegan a la puerta del banco, con toda la cogorza, y dicen que están dispuestos, por la patria, a intercambiarse con los rehenes"

—Hay momentos que dan para varias novelas. Cuando se produce el asalto al Banco Central había un encuentro de Fuerza Nueva, precisamente, ese día en Barcelona. Es todo un gran cambalache. Estos militantes llegan a la puerta del banco, con toda la cogorza, y dicen que están dispuestos, por la patria, a intercambiarse con los rehenes. Tiene un punto muy cómico, pero podía haber sido muy trágico. Tirando de hemeroteca y hablando con viejos periodistas, los políticos no se podían creer que eso hubiera acabado con solo un asaltante muerto. Podía haber sido una catástrofe. Fuera del banco había más de mil personas, entre policías y militares, apuntando hacia el edificio. Y dentro, aunque los asaltantes habían hinchado mucho la historia, también estaban armados y tenían a trescientos rehenes. La situación se podía haber descontrolado y haber acabado en una masacre.

—El domingo por la mañana, Aramburu Topete coge el mando y lo primero que hace es enviar una tanqueta a la puerta del banco. Por el megáfono se escucha: «De vosotros depende. O salís como unos equivocados o como unos criminales». Parece una frase sacada de la película de José Luis Cuerda Amanece que no es poco.

—(Risas) En este momento del libro, uno de los rehenes dijo que, aunque en directo había sido tremendo, leída después esa frase parecía sacada de la revista El Jueves. ¿Qué forma de hablar era esa? Yo creo que era una cosa tan extraña, tan marciana, tan extraordinaria, que desbordó a todo el mundo. La figura de Aramburu Topete es muy impactante en este momento, porque había habido personas de las fuerzas de seguridad implicadas en el asalto al Congreso. A mí me impactó mucho cómo desconfiaban de sus propios compañeros.

—De Sánchez Valiente.

—Los atracadores no dicen que son de la Guardia Civil. Cuando se comunican con ellos y les preguntan si hay un asaltante del cuerpo entre ellos, juegan muy bien sus cartas: ni dicen que sí ni dicen que no. Es esa picaresca de la que hablaba antes. A ellos desde dentro del banco no les viene mal que estén dudando si pertenecen a la Guardia Civil. Para el Gobierno, para el comité de crisis, no es lo mismo que sean unos ladrones o unos funcionarios del estado.

—Una de las cosas más sorprendentes es que no se cortó la comunicación con el exterior. Llamó al banco gente de todo tipo: una mujer deseando suerte a los secuestradores y hasta la esposa del golpista Antonio Tejero. Algunas conversaciones parecían sacadas de un espectáculo de Gila.

"Las líneas telefónicas del Banco Central quedaron abiertas, y eso permitió esas llamadas tan descabelladas"

—Si esto no lo llega a contar Alejandro del Toro, el representante del Fiscal del Estado, yo no me lo hubiera creído. Fue una cosa tan surrealista… De chiste de Gila, como dices. Muchas veces la realidad va infinitamente más allá que la ficción. Los GEOs, desde el primer momento, pidieron un mínimo de condiciones para actuar, y esa fue una de ellas, una sola línea de comunicación con los asaltantes. Pero desde el Gobierno no accedieron a esa demanda y las líneas telefónicas quedaron abiertas, y eso permitió esas llamadas tan descabelladas. También ocurrió otra cosa muy impactante. Había un comité de crisis, pero como no funcionaba, todo el mundo acaba hablando con todo el mundo y dando su opinión… (Risas) Al final, tuvieron que formar un pequeño comité dentro del propio comité, porque no había forma de trabajar.

—Calvo-Sotelo, el presidente del gobierno en aquel momento, compareció en el congreso utilizando una frase de Ortega y Gasset: «Explicar claramente una realidad confusa puede falsearla».

—El banco se liberó al atardecer del domingo, y Calvo-Sotelo compareció el martes. A los dos días está dando explicaciones en el Congreso. La información que manejan el gobierno y la policía es embrionaria. Tienen el perfil de los asaltantes porque muchos de ellos estaban fichados. Pero todavía hay una gran confusión y es un gran misterio saber si hay alguien más detrás del asalto. El Gobierno no descarta que sea la extrema derecha. Entonces, Calvo-Sotelo, que tenía fama de ser un gran lector, utiliza esa frase, que define muy bien lo que está pasando. Cuando intentas explicar una verdad que todavía no está acabada lo que puedes hacer es liarla. Él se cura en salud.

—¿Existió Antonio Luis, el supuesto instigador ultraderechista del asalto?

—De esta historia hay una cosa que a mí no me cuadra. José Juan y su banda —que muchos eran de su propia familia— habían atracado bastante en el sur de Francia. En esa zona eran muy buscados. Para él ir hasta Perpiñán a una reunión con el tal Antonio Luis era mucho riesgo. Dicho esto, solo hay una realidad, que es el intento de robo al banco, pero yo no descarto, aunque no tenga pruebas, que algún grupo de extrema derecha, que habitualmente se relacionaba con delincuentes, tuviera algún tipo de interés en esta historia, como un acto de desestabilización política.

—A los millennials que lean su libro el asalto al banco central les puede sonar a La casa de papel.

—Mucha gente me lo ha dicho, pero no he visto esta serie. Por falta de tiempo, no por otra cosa. Me han explicado que hay muchas conexiones. No es casualidad que Filmin tenga una temática que sea «grandes robos». Estas películas tienen mucho tirón. La realidad es muy inspiradora para la ficción.

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Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

Hannah Arendt excluyó al fascismo italiano de los sistemas totalitarios. Puede discutirse, pero lo que es indudable es que el régimen de Franco no fue totalitario, sino autoritario. Es muy importante diferenciar, porque la diferencia es de bulto, y nos pueden colar errores intelectuales muy gordos. Hay una gran diferencia entre los regimenes autoritarios y los totalitarios, sobre todo en la preeminencia (no sólo jurídico-política, sino también ideologica) del Estado sobre la sociedad, lo cual tiene como efecto inmediato el espacio de libertad que queda a la sociedad. En líneas generales, los regímenes totalitarios quieren someter y reestructurar la sociedad según sus patrones ideológicos; en cambio, los regímenes autoritarios únicamente pretenden retener el gobierno, con un dominio total o parcial del Estado, pero limitado a la esfera pública. Por resumirlo en una frase: en los Estados totalitarios no hay esfera privada; en los autoritarios, sí.

El régimen de Franco fue autoritario, nunca fue totalitario ni lo pretendió, ni siquiera en su fase más ‘fascista’. No controló directa ni totalmente la educación, ni la economía, ni la cultura y, desde luego, respetó el ámbito privado (era una de sus premisas ideológicas contra el comunismo). Si esto no se entiende, jamás se entenderá cómo nos deslizamos gradualmente hacia el totalitarismo pese a las libertades formales, en un proceso exactamente inverso al que se produjo durante el régimen de Franco.