Recita con el susurro secreto de después del sexo, del “duérmete, niño, que ya es tarde” o del “papá está en el hospital, y es grave”. Lee sus versos con cuidado, como quien transporta entre sus manos torpes un pajarillo al borde de la vida. Sus labios son rojos, gruesos, impecables. También lo es su piel, con el brillo de la porcelana. Es Penélope. O una musa surgida de las aguas.
Lanza al aire versos extranjeros, palabras extrañas, idiomas ajenos que revolotean en la habitación y persiguen el eco de todas las voces por las que escribe. Su nombre es el de una mujer libre que ha sufrido, que sufre por su tierra lejana del Oriente Próximo. Siria está en su sangre. Le duele cada muerte, llora un destierro largo. Es Maram al-Masri, pero podría ser llamada como la mujer de Ulises, tejiendo y destejiendo los límites de un territorio herido: su propia carne.
mi boca
llena de palabras estancadas
es una prisión de tempestades
acalladasmi boca
es los cantos de Istar
y los relatos de Sherezademi boca
es un silenciado
gemido de protesta
la desbordante
fuente de los gozos
las noticias que mandan
el corazón
y el cuerpo
Le pregunto, en un francés mal traducido, si el corazón le duele. De pronto, un atisbo de lágrima se le agarra al rabillo del ojo.
Silencio.
La mirada de dignidad de los vencidos antecede a la palabra: “Sí”.
Maram nació en una casa apegada a la tradición musulmana, en Latakia, Siria. Su poesía se origina en la ruptura, en la encrucijada, en el exilio de ese legado que no se permite abandonar, aunque desde 1982 resida en Francia, espacio de cobijo en el que buscó que su voz, una de las más libres de Oriente Próximo, encontrara la potencia suficiente para hacerse escuchar.
La autora de Señales del cuerpo (editorial Comares) conoció la independencia en Damasco, donde estudió arte, lengua y literatura inglesas. Allí recibió el primer abrazo sensual de la piel de un hombre, un cristiano que originó una especie de cisma en su familia. La poeta optó entonces por unir su vida a un hombre musulmán que le causó la primera herida; se infligió daño para evitar el sufrimiento de los suyos: “No lo amaba con pasión, me atemorizaba la idea de una vida atada a un hombre al que no conseguí amar”. Entonces, la huida al país galo. Y la separación la alejó de su hijo. Trece largos años en los que la escritora fue sobreviviendo pegada a los versos, porque no había mucho más a lo que agarrarse. Tal vez sus poemas, sensuales, dulces, silentes, y también duros, críticos, ateridos, fuesen una especie de lugar en el que encontrarse a salvo de todo.
Los primeros libros la confirman como una de los autores árabes más importantes de este tiempo. En ellos, la mujer es consciente de su cuerpo, lo disfruta y lo somete a placer, lo convierte en cereza dulce, pecado lícito y sabroso. Pero no olvida la tierra donde vio la luz, la condena de algunas de sus gentes, el yugo de una tradición que a veces es solo motivo de dolor, muerte y lucha. Tampoco entierra su propia biografía, materia orgánica con la que abona todos sus libros.
Luis Alberto de Cuenca ha dicho sobre su obra: “La poesía de Maram Al-Masri es engañosamente sencilla… Puede parecer de fácil acceso a cualquier tipo de lector, pero muy pocos son capaces de penetrar en el tejido sutilísimo de la tradición que subyace a cada verso de Maram, donde confluyen la tradición poética de la poesía árabe de raíces preislámicas, tan ligada al eterno tema del amor, con sus inevitables derivaciones a la sensualidad y al erotismo, y la tradición lírica de la modernidad europea, que busca en la irracionalidad y en el sueño la razón de ser de lo humano”. En ese complejo equilibro, que brota natural en sus manos, camina la poesía de Maram.
Maté a mi padre
aquella noche
o aquel día
ya no lo sé,
huyendo con una sola maleta
que llené de sueños sin memoria,
y una fotografía
mía con él
de cuando era pequeña
y me llevaba en brazos.Enterré a mi padre
en una hermosa caracola
en un profundo océano,
pero me encontró
escondida bajo la cama
temblando de miedo
y de soledad.
Tienes un grito en la garganta que lucha por salir
Almas con pies desnudos (Lancelot, 2016) y Desnuda va la libertad (Editorial Comares, 2017) son dos de los últimos libros de Maram traducidos al castellano —por M. Guillermo y E. Castejón y Patricia Riquelme, respectivamente—. En ellos, la escritora olvida su propio cuerpo, su propia historia lienzo habitual en su trabajo para poder narrar el desconsuelo de los otros. Su epitelio transmuta entonces. Y ahora habla Hatifa, de 16 años, una joven a la que la muerte no le ha dejado trabajar:
¿Es un crimen
si mis pies se alegran de tocar la esencia
de la tierra
cuando bailo?¿Es un crimen
si desnudo mis hombros
y dejo flotar mi pelo?¿Es un crimen
pintarme los labios
y decir que tengo boca?¿Es un crimen
si soy una chica
como todas las otras chicas del mundo?¿Si tengo un cuerpo,
si duermo,
si canto
si escribo
si tengo deseos
si amo?¿Es un crimen vivir en un país
donde ahorcan
la libertad?
Almas con pies desnudos es el testimonio vivo de numerosas mujeres anónimas que sufren la violencia, la soledad, las imposiciones de un mundo machista y opresor, el miedo. Maram al-Masri presta sus palabras a estas mujeres en un libro que presenta sus poemas a modo de ficha policial, en los que distintas víctimas cuentan su historia. Allí están, junto con Hatifa, Naïma, que encuentra su espacio de libertad en una televisión que le está prohibido ver; Helena, que arrastra una maleta sucia mientras arde de rabia por los hijos que ha dejado atrás a cambio de su vida; o Tamara, una pintora que ha aprendido que su oficio y ella son la nada.
Maram usa aquí un lenguaje sobrio y cotidiano con el que el horror se hace más grande si cabe. Se lee el libro como quien, tras haber caído sobre un cacto, retira, una a una, las espinas de la mano. “La belleza no excluye la fealdad, sino que la asume y la supera”, afirma ella en el pórtico de este libro. Y comienza la expiación.
La guerra, el dolor y la muerte de los sirios conforman el corpus de Desnuda va la libertad. Un himno a la libertad y a la justicia en el que los nombres de los damnificados están escritos en cada una de las páginas. La escritora se pregunta: “¿Cómo seguir viviendo y no hablar de vosotros, víctimas de la lucha por la libertad en Siria? ¿Cómo puede la poesía justificar su existencia y dar testimonio de su nobleza, si no es involucrándose en los combates de la humanidad? (…) Mi cuerpo estaba aquí, mi alma allí”.
Los poemas miran a las personas heridas de uno u otro modo, a los civiles que sufren los horrores, a las madres que se juegan la vida por comprar el pan, único alimento que pueden proporcionar a sus hijos. Otra vez la poeta vincula su obra al horror, trata de purgarlo, se somete al desconsuelo para acompañar a aquellos que lo sienten en su cuerpo.
Sus creaciones son duras. Su sencillez eriza el vello. Muerte y vida se entrelazan en breves estrofas que se cuelan en el pecho con un golpe seco. Otra vez la mirada de Maram, esos ojos limpios, bellos, que se enfrentan a la lágrima.
En una foto de recuerdo
el joven de veinte años
se tumba en medio del campo
sobre la verde hierba de su pueblo.
Posa, orgulloso de su juventud.No sabe
o quizás sí
que pronto
será su savia.
La caricia de la seda
Pero, más allá del horror, de su biografía plagada de tajos y arañazos, respirar junto a Maram es como habitar un espacio de algodones, apoyar la cabeza en el regazo del amante a la hora de la siesta. La poeta esconde dentro el dolor, que solo le rebosa en los poemas y se puede observar, de un modo delicado, breve, en su mirada, y ofrece a aquellos que le acompañan la caricia de la seda, un paseo en barca por el cauce de un río en el que apenas hay corriente.
Maram al-Masri encarna el arrojo de los derrotados que no elevan la bandera blanca. Ella es paz, es poesía honda, la libertad de la que se enfrenta a todos llevando las manos repletas de nada. Y por eso su historia es importante, porque es la de muchos otros, la de muchas otras que ahora leen sus versos y suspiran con el libro en forma de coraza sobre el pecho.
Me ofrece sus manos tibias, manos antiguas como de Diosa. Sus ojos hierven, están enrojecidos por las lágrimas que guardan. Aprieto sus dedos con los míos y hablamos en un idioma que no se escucha. Su piel ya está en mi piel. Me abraza un dolor mudo.
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