Empieza con un detalle aparentemente insignificante. Un cuento infantil donde los favores de un príncipe bien valen nuestra voz, por ejemplo. Y luego va aumentando: el cuento muta, adopta distintas formas al interior de una pareja, de una familia, de un país entero. El cuento es un monstruo asegurándonos que, en nombre del santísimo amor, hay que sacrificarlo todo. Primero la voz y después, si es necesario, el cuerpo, la tranquilidad, o la vida.
Nos estamos muriendo de amor todos los días. Cuando hago una búsqueda rápida para saber la cifra exacta, Internet me cuenta que en mi país hubo casi mil feminicidios en 2020 (y que 2021 pinta aún más oscuro). No solo ha habido más muertes: también más agresiones sexuales, más violencia contra las mujeres en general. Pero esos números —y aquí se vale temblar— son apenas un esbozo. Porque luego están todos los casos que no se denuncian, los gritos a puerta cerrada que escapan a las estadísticas. Todas esas mujeres que sobreviven diariamente al lado de alguien que les jura que las quiere, aunque de vez en cuando pierda el control de la voz (esa que ellas sacrificaron hace tiempo) o de los puños. Y ellas les creen y están con ellos por un millón de razones que no pretendería jamás reducir o generalizar (porque las razones de cada una son inescrutables), pero, también, porque nos han enseñado que así es como se quiere.
Todo bien con el amor, el problema es que solemos confundirlo. Pero no es culpa nuestra, ya lo dije: es aprendido. Sensación térmica nace entonces, un poquito, de la necesidad de desaprender. Escribí la novela caminando sobre mis pasos, recordando, deteniéndome en historias cercanas y también ajenas, en telenovelas, películas, canciones. Escribí porque quería, con todas mis fuerzas, entender cómo hace la violencia para disfrazarse de amor y esconderse precisamente ahí donde, se supone, no debería estar.
Escuchando rancheras me di cuenta de que había, en las estrofas que me habían acompañado toda la vida, algunas pistas. Me recordé con seis años, con trece, con diecinueve. En reuniones familiares, en bodas y bautizos, fiestas, discotecas, bares y restaurantes. De fondo siempre algún mariachi o una letra simpaticona conminando a los hombres a matar en los casos más extremos y, en los menos, a disciplinar a las mujeres. Por pérfidas, por malditas, por brujas, por infieles (invariablemente, las letras lo dicen, el insulto la amenaza o el asesinato —según sea el caso— son necesarios). En la misma canción una daga y ternura y flores y un puñal.
Tejí el libro, entonces, con esas letras, con esa disonancia entre el supuesto sentimiento y las palabras que con tanto entusiasmo se entonan al calor de unos mezcales. Quería desenredar la maraña detrás de cada verso, revelar sus resortes, para entender otras marañas más complejas. Conforme escribía me acechaban otras preguntas. Me obsesionaba la sutileza del maltrato psicológico en las relaciones de abuso: ese goteo de violencia tan íntima que es difícil de explicar, de demostrar, de nombrar siquiera. La parte sumergida del iceberg de eso que llamamos —quienes sí la llamamos, quienes no negamos su existencia— violencia de género, los silencios y miradas furibundas que dejan huellas imperceptibles en la piel, pero indelebles y devastadoras en la psique. Sensación térmica surge, al fin, de la necesidad de nombrar al monstruo, de poner en evidencia sus múltiples disfraces para dejar de creernos el cuento y poner atención a los detalles. Porque casi nada que nos haga enmudecer termina siendo, en realidad, insignificante.
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Autora: Mayte López. Título: Sensación térmica. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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