Foto de portada: EFE/Editorial Anagrama.
Algún día seré recuerdo es el nuevo libro del escritor Marcos Giralt Torrente en el que ha recopilado más de 40 textos que mezclan literatura, arte y vida, y que constituye una especie de legado y «un retrato al trasluz» del autor, abordado desde diferentes puntos de vista.
Por ello, a Marcos Giralt le gustaría que el libro fuera leído «como una obra literaria en si misma, no como una colección de textos dispares».
«¿Qué es lo más importante en un collage? ¿Los pedacitos que lo componen o la imagen resultante de todos ellos juntos?», se pregunta, para concluir que «en este caso, es un collage que aúna la reflexión sobre la literatura, el arte, la paternidad y ese hecho extraño que es vivir».
Autor de novelas como París, Los Seres Felices, Tiempo de Vida o El final del amor, en la actualidad el nieto de Gonzalo Torrente Ballester se encuentra en una residencia literaria en Cataluña donde trabaja en su próxima obra.
UN RETRATO AL TRASLUZ
En Algún día seré recuerdo (Anagrama) el escritor ha recopilado artículos, reportajes de prensa, crónicas de viajes, conferencias, obituarios, reflexiones sobre el arte y la literatura, y relatos autobiográficos sobre la familia y, fundamentalmente, la paternidad.
Precisamente sobre la paternidad versa el relato que da título al libro, publicado en el diario Clarín. «Me parece que es poético, bonito y evocador, y como hay muchos textos sobre la paternidad y el libro tiene esa cosa como de legado, me pareció que era oportuno ponerlo. Pero no es que quiera destacar este texto sobre todos», subraya.
Revela Giralt Torrente que todos los textos del libro nacen de encargos, así como los obituarios que ha decidido incluir porque tienen una razón de peso: «Javier Marías fue importante para mí literariamente y personalmente, tenía alguna deuda que saldar, y Jorge Berlanga también lo fue».
LITERATURA TERAPÉUTICA
Los relatos también dejan ver el paso del tiempo por el escritor, así como la modulación de sus opiniones, como la referida a la «literatura terapéutica».
«Hay un texto al final en el que me distancio y me critico a mí mismo por haber renegado de la literatura terapéutica», reconoce al recodar sus declaraciones al publicar Tiempo de Vida (2020), en el que narra la relación con su padre poco tiempo después de su muerte.
Giralt revela que cuando lo escribió necesitaba convencerse de que «no estaba haciendo una locura» narrando en primera persona sobre su propio padre, por lo que buscó libros que hubieran hecho «escritores buenos» para «encuadrarse en una tradición».
«Necesitaba tomar una posición y convencerme de que eso no era un vómito porque lo había pasado muy mal y necesitaba depurar el dolor», recalca, al subrayar que «tenía que reivindicar el espacio literario» y por ello «dije que no era una literatura terapéutica».
Con el tiempo se ha dado cuenta de que «no hay ningún mal en querer sanar mediante la literatura» y asegura que si se juzga «en sentido amplio, toda la literatura se pretende sanadora aunque sea echando sal a la herida de la vida, de no encontrar respuesta».
EL PUDOR DEL ESCRITOR
«Tiempo de vida» fue precisamente la novela en la que Giralt Torrente renunció al pudor. «El lector siempre necesita, esta es la trampa de la novela y siempre lo ha sido, suspender la incredulidad y creer que lo que está leyendo es verdad o ha sucedido».
«Yo tenía esa historia que podía haber disfrazado, pero pensé que para qué, si su efecto sería mucho mayor quitándome la mascara, lo que exigía una serie de cosas», entre las que destaca la de desnudar tanto al padre como al hijo para contar el conflicto.
Reconoce que al principio le costó, pero tras conseguir cierto distanciamiento, «al final casi la escribí con la misma frialdad, entre comillas, que textos sobre personas inventados».
La escritura autobiográfica sigue marcando la obra del escritor, que no duda en calificar «como una mina» la oportunidad que le ofrece el haber aprendido a «salir de mí para observar un personaje». Sobre todo, «en esta época en la que lo personal ha invadido la literatura y que el yo, tanto inventado como más real, lo empapa todo».
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