Yo habría cumplido ya los 12 años, aunque daría igual que os dijera que tenía 11 y que mi máxima preocupación era que mamá no se percatara de que había cogido galletas de las “reservadas para las visitas”, o que tenía 13 y ya me interesaban más las chicas que las galletas aunque tuviera más éxito con las segundas que con las primeras. O sea, que debía tener 14 cuando en la añorada Primera Sesión de TVE emitieron la película Hércules de Pietro Francisci, protagonizada por el más fornido que expresivo Steve Reeves.
Fue una revelación para mí.
Me hice seguidor de las “pelis de romanos” (tiempo después descubrí que también eran conocidas como “péplums”) y gracias a mi amistad con el hijo del dueño del videoclub, rara era la semana en que no veía alguna película en que forzudos en faldita corta desmontaban conspiraciones cortesanas o se enfrentaban con monstruos mitológicos o con asirios que vestían igual que los babilonios del film de la semana anterior.
Y entonces descubrí que en la biblioteca tenían un ejemplar de una novela titulada Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar.
Llegué corriendo a casa, impaciente por zambullirme en las páginas de un libro que prometía ser el cénit de mi género favorito. Ya imaginaba a Adriano enfrentándose con centauros y gorgonas, adentrándose con Hércules en el centro de la tierra, paseando con Ursus por el valle de los leones, al emperador midiendo sus fuerzas con Goliat o arbitrando un anacrónico enfrentamiento entre Maciste y el Zorro en la corte del Zar. Sin duda me esperaban casi 400 hojas de acción trepidante y aventuras sin fin…
…que abandoné justo en la página 30…
…y es que, claro, aquello no era la plasmación literaria de un péplum de los años 60, sino una larguísima epístola que Adriano escribía a su sucesor Marco Aurelio reflexionando sobre el arte, la vida, la belleza o el amor con un exquisito lenguaje poético…y digamos que eso no era lo que deseaba leer con mis ¿11 añitos?
Y a partir de ahí le cogí manía a Marguerite Yourcenar.
Durante los años posteriores y en muchas ocasiones pensé en darle otra oportunidad al libro, quizá no había pasado por mis manos ni en la época ni a la edad adecuadas, pero nunca me atreví, tal era el recuerdo que tenía de él. Tampoco llegué a leer ni una página de Opus nigrum (por muy sugerente que me pareciera ese título) ni de ninguna otra obra de esa autora. Hasta que llegó a mí, casi por casualidad, una redacción escolar que, aunque no fuera escrita por la Yourcenar (sino por un tal Adriano Gómez, ella nunca acudió al colegio) sí estaba referida a la escritora belga nacionalizada estadounidense. Me tomé aquello como una señal: era hora de volver a leer las remembranzas del emperador romano. Sin duda ahora no sólo conseguiría acabarlas, sino que las disfrutaría. Una novela considerada una obra maestra de la literatura universal, la traducción de Julio Cortázar… ¿Qué podía fallar?
A los dos párrafos dejé el libro en el brazo del sofá. Y es que ya era casualidad que justo ese día y a esa hora emitieran Jasón y los argonautas; malditos programadores televisivos, ellos tienen la culpa de todo…
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: