Sevillana hasta los huesos. También lampedusiana, jerezana, veneciana, florentina, londinense… Mujer de aeropuertos y ojos pardos; zendiana y guerrera; heroína en trance de contar héroes. ¿Qué no es María José Solano? Aquellos que han leído sus textos apasionados, broncos en su belleza, creen conocerla bien. Pero ella siempre sorprende. En su más reciente libro, Una aventura griega (Debate), Solano se desnuda, retira capas de sí misma, para ir tras los pasos del héroe de guerra, escritor y cronista viajero Patrick Leigh Fermor (1915-2011).
En el prólogo, el periodista Jacinto Antón celebra la rigurosa documentación de un libro que se revela como romance y búsqueda de un hombre y un tiempo, alguien que quiso ser Lord Byron y acabó en personaje de vena mercurial, apolínea y dionisiaca. María José Solano recorre la vida y la obra de Fermor, sobre todo en sus años en sur del Peloponeso, el lugar que eligió para vivir. Un mundo en el que igual asistimos al secuestro de un general alemán como a una noche de copas con Lawrence Durrell y Margot Fonteyn. Corinto, Micenas, Epidauro, Esparta o la isla de Hydra… De la mano de Solano, el lector se pierde en los días de pasión en el molino de Lemonodasos con la princesa Balasha, pero también callejea y brinda con uzo y retsina en las tabernas en las que él se embriagó. Esta mujer siente y nos hace sentir con ella.
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—¿Busca a Patrick Leigh Fermor o a sí misma?
—Me permito el juego literario, introduzco varios espejos. Me permiten deshacerme de mí misma y contar un personaje que se ha literaturizado al pasar por mis recuerdos. Lo mismo le ocurrió a Paddy. La otra mirada es esa búsqueda, es esa identificación con el héroe, yo me identifico con él. Es mi héroe. Es mi lectura de la vida de Paddy. Yo me fui a Grecia buscando una persona que existía más en mi imaginación que en su propia biografía.
—¿Una historia novelesca sin ficción?
—Cuando me pongo a escribir me sale estructura de novela. No soy novelista, pero sí una lectora de novelas y me comporto de esa manera, incluso cuando me siento a escribir columnas. Está el tiempo de la narradora, el tiempo presente, aunque a veces hace pequeñas incursiones en el pasado de la narradora. El tiempo del protagonista, Paddy. Y luego hay un tiempo suspendido, que obedece a los fragmentos de memoria que a esa narradora le gusta recuperar como una arqueóloga de los sentimientos.
—¿Qué es el viaje para usted?
—Una biblioteca móvil. Viajar es lo más parecido a leer el movimiento. Lo tengo asumido y claro, desde hace mucho. Solo hay dos formas de felicidad para mí. Una biblioteca, como decía Borges, y el viaje, en sus dos direcciones, hacia adelante y hacia abajo, en profundidad.
—Su narradora ama, añora, busca…
—Yo soy una narradora femenina y reivindico la emoción. La revolución de la mujer viene desde la reivindicación de su diferencia con respecto a los hombres. Es decir, desde las emociones. Los hombres y las mujeres tienen emociones singulares. La mujer refuerza su identidad en el siglo XXI a través de la emoción. Hablo de la emoción adobada de conocimiento, de biblioteca, de lecturas. Sin bibliotecas no hay emoción válida. Es una emoción hueca. El humanismo ha de estar presente, sin renunciar a nuestra sensibilidad.
—Paddy, lord Byron y usted. ¿Eros y tanatos?
—Los libros, la muerte y los lugares son eslabones que todo lector tiene la obligación de unir alguna vez en la vida. Este viaje es una búsqueda de los eslabones. Ese viaje me tomó doce días. Recorrí los sitios donde estuvo, sin que eso implique hacer una crónica. Yo no quería hablar con nadie, en realidad. Me iba encontrando con la gente. Dolores Payás estaba allí. Yo había leído Drinktime, yo lo había leído todo. Sabiendo que ella vivía enfrente de la casa de Paddy, me pareció oportuno ir a verla. Al igual que su biógrafa Artemis Cooper, a quien entrevisté.
—¿El de Patrick Leigh Fermor es un mundo extinto?
—Paddy encarna mi frase vital: lo moderno es lo olvidado. Era muy moderno en su momento. Él y ese puñado de ingleses maravillosos que huyen de la fría Inglaterra y se marchan al Mediterráneo, que es el mar de los pobres, como decía Manuel Vicent: el paraíso de los pobres. Eso ocurre en ese momento: Durrell, Graves, Paddy están ahí. Ese mundo cambió tanto y de manera tan radical en la guerra que ya nos parece imposible que surjan personajes así. Por eso insisto en que a Paddy lo componen elementos de héroe clásico.
—Cita a Henry Miller para hablar de la libertad eléctrica del héroe clásico.
—Hoy tenemos electricidad, pero no tenemos libertad. A ellos les cortaban la luz porque vivían en la guerra y en la posguerra. Tenían un tipo de libertad muy singular: la libertad intelectual. Todavía existían bibliotecas insertas en espacios de tiempo humanos. Ellos habían vivido todavía en el final de un mundo, los coletazos, en un mundo donde era posible medir el tiempo con libros.
—¿Es la narradora de Paddy más heroína que él?
—Un lector es un jugador. Uno juega siempre a parecerse al protagonista o al antagonista, pero al fin y cabo hay heroicidad en los dos. Ella quiere verse así porque es una lectora. Todo arranca en mí siempre de una biblioteca. Todo, lo que soy, cómo miro el mundo y cómo miro a los héroes, arranca siempre de una biblioteca.
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Solano es la menor de seis hermanos. Historiadora del arte que alternó la carrera y la lectura de los clásicos con los vuelos como azafata y la búsqueda de la belleza. Confiesa ser Berta Isla —sí, la que espera en la novela de Javier Marías— o aquella Nausícaa sevillana que ya prefería los héroes a las galletas a la hora de merendar con un vaso de leche achocolatada. Fundadora de Zenda, actual responsable del sello Zenda Edhasa y columnista del diario ABC, Solano llegó al panorama cultural para rejuvenecerlo con la fuerza de una tormenta. Hace poco menos de un mes publicó el libro de viajes Jerez, ilustrado por Miki Leal y publicado en Tinta Blanca.
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—¿Cuál es tu primer recuerdo de un héroe?
—Pues un álbum de cromos que regalaban con el ColaCao sobre las playas de Homero. Era una Odisea coleccionable.
—¿Qué empujaba a María José Solano a descubrir mundos y a descubrírselos a los demás?
—Yo quería buscar al héroe. Yo no quería vivir aventuras, yo quería buscar al héroe. Quería saber si ese héroe que yo había leído existía. Quería buscar a los héroes de los libros.
—¿Cuál es la diferencia entre el héroe contemporáneo y el clásico que te empujó a salir al mundo a buscarlo?
—En la mirada de la mujer. En los ojos de quien lo mira.
—¿Al igual que Nausícaa?
—Todos los héroes son iguales. El de ahora o el de hace tres mil años. Pero si no hay una mirada de mujer que lo construya, por mucho que canten su épica no hay héroe posible. Ese es mi papel. Yo he dicho en alguna ocasión que hay tanta épica en las mujeres que esperan en la orilla a los héroes que regresen como en el héroe que se marcha a la guerra. Pues yo me dediqué a recorrer orillas. Descubrí que siendo la mujer que mira a la orilla aprendes casi tanto como dentro del vientre del caballo de Troya.
—¿Cuál fue el libro que te introdujo en el mundo en el que vives ahora?
—Ya te digo: había un libro, aquella Odisea coleccionable.
—¿Pero tan pronto?
—Sí, pues… con seis años. A ver, yo no recuerdo el día. No hay una epifanía. Yo no me he caído del caballo. No me ocurrió así. No sé cómo le ocurra a los demás. Pero yo no recuerdo un día. Fue un proceso lento, muy parecido al que se gesta cuando se construye una biblioteca. Mi vida es una biblioteca. No puedo dejar de citar las bibliotecas. Somos una familia numerosa, donde todos son humanistas, con bibliotecas.
—Que hiciste tuyas, supongo.
—A mí me interesaba la narrativa de los muertos. La que me contaba Homero, la que me contaba Robert Graves, que es un libro definitivo para mí: En busca del vellocino de oro. Lo leí con 13 años, fue fundamental. Porque yo ya estaba en la línea de esos personajes. Eso aderézalo con el cine clásico, el cine de aventuras, los libros de aventuras… O sea, si a todo eso le unes… Yo fui construyendo mi propia obra a partir de mis lecturas.
—Algo me falta. Partimos de un recuerdo remoto de infancia… ¿y el resto?
—Digo que de ahí podría arrancar el interés. No es que sea así. Esto lo digo haciendo un ejercicio de razonamiento frío, cosa que no he hecho nunca hasta que tú me has preguntado esto. Cierro los ojos y pienso en ese álbum que todavía tengo conmigo en mi biblioteca. Pero yo no sé si fue ese momento. Lo que sí sé es que se fue construyendo. Yo jugaba con libros, jugaba a imaginar. Los niños que somos muy tímidos tenemos mucha imaginación. Yo era la pequeña de muchos hermanos. Ya lo conté alguna vez en un artículo, habitaba un mundo y crecí en una casa muy grande, llena de gente mayor, que estudiaba y que tenía bibliotecas. Soy la menor de 6 hermanos. Mi forma de ser la determina ese hogar lleno de bibliotecas y de universitarios y de humanistas.
—¿Sevillana, mediterránea, europea, lampedusiana… anglosajona?
—Soy sevillana porque tengo la suerte de que ser sevillano es ser un viejo con tres mil años de memoria. Y si te preocupas, como ha sido mi caso, en rascar el palimpsesto y ver si puedes descifrar cuál es la tinta que hay debajo y si puedes leer alguna de las palabras que apenas es elegible, pues entonces encuentras un mundo fascinante de memoria, personajes, situaciones, paisajes, y que te conforma, que te sientes eslabón de eso. No te sientes sola, aislada en el mundo, sino que te sientes parte de un engranaje, de una red, de una red de sebka, por utilizar un término absolutamente sevillano. Es esa red que te permite caer sabiendo dónde mueres, que te permite, como dice Pérez-Reverte, ver la destrucción, ver cómo arde Troya con una botella y una copa de vino desde el balcón de tu biblioteca.
—Jacinto Antón emparenta a Paddy con Mercurio, Apolo y Dionisio.
—Es que todo hombre complejo tiene estructura compleja. Los héroes que a mí me interesan son héroes complejos. No me interesa Marvel, me interesan los héroes complejos, que son los héroes mediterráneos.
—¿Hoy existiría un Paddy?
—Yo creo haber conocido a alguno.
— ¿Es verdad lo que dicen por ahí que usted es Berta Isla?
—Sí, sí, sí, sí —repite, varias veces—. Yo soy Berta Isla. Sí.
—¿Por qué?
—Me miré en un espejo. Berta Isla espera, pero Berta Isla deduce, piensa, maquina, vive, siente. Berta Isla es la perfecta heroína de las playas. Es la heroína que espera en la orilla. Su orilla es un piso al lado del Teatro Real. Pero es una heroína de las orillas de Troya, y yo la reconocí. O al menos esa es la lectura que yo hice. Si Javier no me hubiera hecho la putada de morirse, a lo mejor habría tenido la oportunidad de preguntar. Pero ahora ya me quedo con mi teoría.
—¿Qué le parecen las narradoras femeninas contemporáneas?
—Puedo hablar de las mías. Mis heroínas nunca irían a una manifestación. Nunca. No militan, aman. Que es una manera de militancia individual. Es la militancia de las lectoras. Aceptan el silencio y lo interpretan como misterio del hombre. No lo llenan de rencor, sino de imaginación.
—¿Cómo es eso?
—Las heroínas clásicas, ante la imposibilidad del amor, porque todo amor literario parte de la imposibilidad, se hacen épicas. El amor del siglo XX ya es un amor posible, pierde épica. El amor es épico cuando es imposible, cuando tiene trazas de imposibilidad. Y es absolutamente literario, claro. Sin trazas de imposibilidad no hay amor literario posible. Por eso los amores en la literatura actual se desinflan. Porque son posibles. Y es que hemos olvidado ese amor, ese tipo de forma de amar. Yo no digo que sea mejor o peor.
—¿Qué es ser zendiana?
—Es poder estar apoyada en la barra de un bar con la gente que quieres.
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Autor: María José Solano. Título: Una aventura griega. Editorial: Debate. Venta: Amazon
Da la impresión de que la entrevistada se lía un poco cuando habla de los hombres y las mujeres, pero bueno, cada uno tiene sus sentimientos. En cualquier caso, es todo tan apasionado, tan intenso, tan bigger than life, que no sé si seré capaz de leer el libro entero (sobre todo si allá en el Peloponeso entra en escena Madame Payás, arrojada viajera, ocasional novelista e insigne traductora). De lo que no hay duda es de que es una lástima que hoy tengamos luz y agua caliente y esas cosas pero no seamos libres, y sobre todo que hayan quedado atrás aquellos maravillosos años de la guerra y la posguerra, donde no había luz pero la vida era una aventura, las gentes eran más libres y todo el mundo tenía una biblioteca. Ironías aparte, conozco a mujeres cuyas madres han tenido que esperar en la orilla a que sus maridos regresaran convertidos en héroes cansados (o en cadáveres), y más que como una experiencia épica, lo veían como algo muy triste y traumático. Algunas de ellas militan, aman y van a manifestaciones en países donde al hacerlo te juegas la piel, y al mismo tiempo consiguen vivir sin rencor. En fin, supongo que cada uno ve la vida a su manera y todos nos las vamos arreglando como podemos. (Curiosamente, al empezar la entrevista la periodista le habla de usted a la entrevistada, pero más adelante pasa directamente al tuteo.)
Realmente es digno de mención, en este mundo difícil en que vivimos, que una escritora joven escriba una novela cuyo personaje principal es un escritor y viajero inglés como Patrick Leigh Fermor. Fermor no fue sólo un gran viajero, aventurero, luchador contra el nazismo, sino un magnífico prosista que supo ver con alta previsión al pueblo griego. Sin embargo, su obra, a diferencia de un Blaise Cendrars, con quien yo lo compararía, no va tanto hacia si mismo como autor, va hacia el mundo que lo rodea y ama.
Que la escritora Solano lo haya seguido por su senda griega anima a leer con urgencia su novela, lo cual haré lo más pronto posible. Gracias!
Es que la lees….. y te enamoras.