A María Oruña (Vigo, 1976) le han traducido sus libros al alemán, al francés y al catalán. Son miles los seguidores de la teniente de la Guardia Civil Valentina Redondo, protagonista de sus novelas Puerto escondido (2015), Un lugar a donde ir (2016) y Donde fuimos invencibles (Destino, 2018), obra que acaba de ver la luz y que justifica esta entrevista. En esta última, la autora barniza con tintes —presuntamente— sobrenaturales una trama negra. Hay un pulso tenso y constante entre escepticismo y magia, guiños a los Diez negritos de Agatha Christie y un homenaje explícito a la Literatura.
P: Brinda el libro a una tal Verónica por devolverle «el amor por la lectura». ¿Cómo lo perdió y cómo lo recuperó?
R: Yo trabajaba como abogada en un bufete internacional, muchas horas. Salía de mi casa a las ocho y pico y no llegaba hasta las nueve de la noche. Estuve así varios años y no me daba la vida. Eran demasiadas horas. Luego, llegaba el fin de semana y siempre había algo que hacer, y estuve mucho tiempo sin leer. Lo iba dejando porque yo pensaba que no tenía tiempo material. Tenía una amiga, desde la infancia, que se llama Verónica y que vive en Suiza; de hecho, es suiza ella. Todos los veranos se venía y me decía: «Ay, María, mira qué libro te traigo. Tienes que opinar». Me acuerdo del día en que me trajo La sombra del viento, de Ruiz Zafón. Empezaba a leer, al final me picaba, e iba a la librería y también le picaba. Cada verano, hacíamos intercambios y, al final, empecé de nuevo a leer compulsivamente. Y esto es gracias a ella.
P: Me sorprende una conexión Derecho-Literatura que estoy encontrando últimamente. Jorge Volpi, hace unas semanas, me dijo que estudió Derecho «convencido de que es el camino natural para llegar a la literatura».
R: A mí no se me ocurriría estudiar Derecho para ser escritora nunca jamás. Estudié Derecho sin vocación. De esto que dices: «Habrá que estudiar una carrera». Estaba entre Psicología y Derecho. Acabé estudiando Derecho pero sin pensar nunca, sin soñar siquiera con ser escritora. Siempre me había gustado leer y escribir, pero no tenía manuscritos en los cajones ni había hecho cursos literarios. Lo que sí me dijo Juan Vera, que colabora con la editorial Destino, cuando revisábamos el texto, era: «Caray, cómo se nota que eres abogada. Usas muchos gerundios». También me dijo que se notaba mucho que era gallega, por la musicalidad del texto. Son cosas que haces de manera inconsciente, como los términos marinos o acuáticos. No en vano soy gallega y vivo en una casita pegada a la playa. El mar está en mí.
P: Incluye una cita de Agatha Christie: «Escribí esta novela (Diez negritos) porque era tan difícil de llevar a cabo que la idea me fascinó». ¿Le ha ocurrido algo similar con Donde fuimos invencibles?
R: Bueno, sin querer ni pretender parecerme a Agatha Christie, porque hay que mirar alto pero con humildad, quería hacer una novela haciendo un guiño a los clásicos, en la que hubiese fantasmas, caserón, ama de llaves, escritor que vive solo, hechos extraños… y que también fuese innovadora, que sorprendiera a un lector que está de vuelta de todo: teleseries, libros, giros… Eso me apetecía. Era un reto.
P: ¿Cómo ha cambiado la teniente Valentina Redondo con respecto a las anteriores novelas?
R: Ha evolucionado de forma evidente. Tiene un trastorno obsesivo-compulsivo por el orden, es maniática, perfeccionista, controladora, pero tiene unos motivos para ser así. Su vida ahora es un poco más fácil, un poco más feliz, y es normal que quite piedras de la mochila. Se suelta el pelo, lleva sin abrochar un par de botones, pero no deja de ser una perfeccionista. Cuando está investigando, llega un momento en que dice «pongámonos serios, esto de los fantasmas no me cuadra». Es necesario que los personajes evolucionen, pero no pueden estar evolucionando todo el rato. Oliver, por ejemplo, está aquí más disfrutón; en los otros dos libros de la serie está más reflexivo, etcétera.
P: ¿Está el personaje de Carlos Green, aunque sólo sea ligeramente, inspirado en el escritor John Green?
R: El primer párrafo de la novela comienza diciendo que la vida es acción-consecuencia. Esto es un poco lo que dice el párrafo introductorio de este autor, de John Green. En el primer párrafo de la novela, en el que ya aparece Carlos Green, se dice que si echas una piedrita en un charco, ves cómo las ondas se expanden. Yo no digo ondas de agua, sino dunas. Las dunas las veo siempre y también navegan, pero mucho más despacio. Ves cómo las consecuencias al final siempre llegan, aunque sea a largo plazo. Aquí es donde coloco a Green: es el que va a asumir, a lo largo de toda la novela, las consecuencias de sus hábitos y de sus actos.
P: Es muy interesante cómo expone, a través del profesor Machín, que lo paranormal tiene explicaciones científicas.
R: Cualquier lector un poco entrenado ya acabará suponiendo que el profesor Machín se va a enfrentar a lo que ocurre en el Palacio del Amo. Era muy importante que él fuese desmontando todo y que luego lleguemos al misterio inexplicable. Planteo algo imposible y luego lo resuelvo, pero de una forma plausible, para que el lector no se sienta engañado. Este es el juego. El punto de vista es el de la ciencia —no soy muy dada a fantasías— pero sin cerrar otras puertas. No podemos decir que tengamos en nuestras manos todas las llaves de la ciencia. Hay cosas que hoy comprendemos y hace cien años eran leyenda, misterio, magia; quizá dentro de cien años tengamos las llaves para explicar cosas que hoy son inexplicables.
P: La Quinta del Amo es un escenario real.
R: Sí. Entré el 3 de enero, me acuerdo porque hacía bastante frío y me había olvidado de las medias, estaba un poco congelada (risas). Me vestí de los años cuarenta, me hice fotos allí… Había entrado un año antes a investigar, claro. Este palacio lo descubrí desde pequeña, pero no había accedido mucho. Suances tiene dos zonas, la parte baja y la alta, y yo siempre estaba en la baja. Preparando la primera novela de la serie, investigué y vi quién había vivido ahí. Eran personas con características especiales: millonarios, filántropicos… Cuando descubrí un pasado hollywoodiense, al empresario filantrópico…
P: También las historias de Gregorio y Jaime del Amo. ¿Fueron una versión pretérita de Amancio Ortega?
R: ¡Bueno, mucho más! Fue gente que vivía sin pomposidad, sin ostentación, que vivió muy bien también. Se podrían haber quedado en eso, pero se preocuparon por beneficiar a nivel cultural, no solamente a nivel local, sino también nacional e internacional. Aquí, el Colegio Mayor Jaime del Amo lo fundó Jaime del Amo, pero quien lo había proyectado fue Gregorio del Amo, su padre. Preparó becas para estudiar distintas carreras en California, hubo un intercambio cultural increíble. Allí, en Suances rehicieron casas de pescadores, ayudaban a la Cruz Roja… Quería rescatar a personas que no tuvieron intención de dejar rastro, pero que hicieron grandes cosas por los demás. Si eres un Gran Gatsby, pues fenomenal, pero aquí valía más la pena su historia, o eso me pareció a mí.
P: Encuentro algunas pullitas críticas relacionadas, sobre todo, con la cultura y la educación. Por ejemplo: en un momento de la novela, Carlos Green se extraña de que no sea normal que la gente vaya a las bibliotecas. A modo de curiosidad, he consultado el índice de países que más leen, elaborado por la agencia NOP World, y España dedica seis minutos más a la lectura (5 horas, 48 minutos/semana) que EEUU, de donde es Green (5 horas, 42 minutos/semana). Que no vaya tan de chulito.
R: Tan de sobrao, ¿no? (Risas) El libro es un homenaje a los libros en sí, valga la redundancia: hablamos de bibliotecas, se busca un libro perdido muy importante, se alude a Agatha Christie, a Henry James… La novela de El ladrón de olas comienza con un guiño descarado a Rebeca. Luego, hay otros guiños a Torcuato Luca de Tena, a Salinger… El hecho de que Green sea escritor, el tema de las bibliotecas… Esta reivindicación de la bibliotecaria, que dice: «Esto no es un kiosko y tengo una máquina expendedora». Eso me lo han dicho. Aunque no haga una crítica bestial, ¿por qué no voy a poner estas cosas? Son cosas que yo pienso.
P: Me llaman mucho la atención estas palabras del profesor Machín: «La filosofía, la espiritualidad, la búsqueda de verdades en nuestro mundo interior son materias para las que la sociedad occidental no tiene implantado un verdadero hábito de práctica y estudio».
R: Creo que aquí vivimos la espiritualidad de otra forma. Cuando muere alguien, los lutos son rápidos. Se hace todo como en plan «que pase pronto». No hay una reflexión, una introspección hacia nosotros, hacia nuestra espiritualidad, es todo el «aquí y ahora». Está genial el carpe diem, pero a mí sí me interesaba, además de la reflexión implícita que hay en el título, de un momento en la vida en que te sientes invencible, que te vas a comer el mundo, casi siempre, de jóvenes, luego te pasan cosas en la vida en las que dices «joder, estoy cansado, qué mal», y luego recuperas esa fuerza y te vuelves a sentir invencible, pues también está ese momento de pararse un momento, buscar la espiritualidad y decir: «Oye, ¿tú qué piensas? ¿Qué sucede al morir?».
P: ¿Hasta qué punto es usted una persona espiritual?
R: Soy reflexiva. No hago ni taichí, ni yoga, ni nada de esto. Soy muy consciente de la muerte y valoro cada minuto y cada segundo. Eso sí es verdad.
P: Para finalizar, traigo la frase con la que arranca su novela: «A veces sentimos que el tiempo que tenemos, el que apretamos, no es el que hemos escogido». ¿Se siente cómoda en este tiempo? ¿Qué tiempo hubiera escogido usted?
R: Bueno, digamos que soy afortunada de haber nacido en un lugar del mundo en el que tengo la oportunidad de hacer cosas que quiero y que puedo con determinación y con trabajo. La situación en la que estoy la he buscado yo y la he defendido yo. Estoy donde estoy porque yo he querido. Sí es cierto que hay personas que, por mucha determinación que tengan, no salen de ese círculo en el que nada sale bien. Me gusta la idea del título: «Sé que mañana puede ir todo fatal otra vez, pero hoy me voy a sentir invencible».
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