A mediados de los años 60 un asesinato sacude la alta sociedad madrileña. Así comienza Después de muchos inviernos (Lumen), la última novela de la escritora Marian Izaguirre, una potente radiografía social y sentimental de la España de las últimas cuatro décadas.
Henar, una joven acomodada de Bilbao, se enamora de Martín y toma la decisión de huir con él a Madrid. Martín, un chico humilde que sueña con ser escritor, se enamora de “la chica de los vestidos bonitos”. Éste es el otro punto de partida del libro: la fuga de dos amantes que lucharán contra las adversidades que su relación les colocará en el camino. El amor de Henar y Martín despertará un clasismo que les mira por encima del hombro, al tiempo que una España que apenas admite derechos de las mujeres comienza a quitarse las legañas. En un Madrid que se abre lentamente a la modernidad ambos se alejarán de sus sueños y aprenderán a ser adultos. El destino será caprichoso respecto a lo que espera de ellos, y muy pronto se verán separados física y emocionalmente.
En esta deliciosa novela de la escritora bilbaína, dos voces sostienen el peso de la narración, alternando (con estos dos puntos de vista sobre los mismos hechos) la mirada sobre la culpa, el dolor, el ansia de amor, las ganas de futuro… y al tiempo que Henar y Martín maduran, la vida se despliega para ellos con toda su intensidad, esperanza y crudeza.
Después de muchos inviernos es una novela de amor, podría ser una novela negra (pues arranca con un crimen), pero es también, y sobre todo, una novela de aprendizaje. Profundamente documentada, baila en las fiestas de la alta sociedad, desfila en el glamour de Hollywood, pasea por las grandes obras renacentistas alojadas en el Museo del Prado, se adentra en las bambalinas del gran teatro bonaerense y recorre el Madrid castizo de las corralas y el literario Café Gijón. Y en el eje de esta gran trayectoria argumental, dos jóvenes se aman hasta superar sus propios límites.
La prosa de Marian Izaguirre hilvana delicadas y vívidas descripciones con un estilo adecuado a cada uno de sus personajes. Por medio de sus palabras percibimos la diferencia social, esa grieta que separa a los dos protagonistas, y en el carrusel de diálogos imbricado en toda una vida, dos seres humanos luchan por entenderse y por hacerse oír, en medio de unas circunstancias que amenazan con devorarles.
Después de muchos inviernos es una novela de dos voces y de diez millones más, las de los jóvenes españoles que en los 70 no se rindieron a lo que la vida les había reservado. Hablamos con Marian Izaguirre poco antes de que su novela se presente a sus lectores en una céntrica librería madrileña. En esta charla de la escritora con Zenda tienen cabida la culpa, la construcción de los personajes y el papel de las obsesiones en el trabajo del escritor.
—En esta novela trae a la España de los años 70 la historia de Romeo y Julieta. ¿Cómo son? ¿Quiénes son estos “amantes contra el mundo”?
—¡Uy! Pues sí. Realmente la parte “Romeo y Julieta” de esta pareja sucede más en los 60 que en los 70. Para los 70 ya se ha descompuesto todo. No sé qué les hubiera pasado a Romeo y Julieta de haber podido seguir juntos. Pero, en este caso, este amor generoso, limpio, fantástico, inocente, sufre las desventuras lógicas del crecer. Al crecer duelen los huesos y normalmente también suele doler el alma [risas]. Ellos, en los 70, están ya separados. Quizá esto es destripar un poco la novela al lector [risas].
—A pesar del arranque sentimental o romántico de su novela, Martín y Henar son dos personajes que, estando acompañados, están tremendamente solos.
—No es una novela romántica. No es una novela de viajes. No es una novela de aventura. No es una novela negra. Pero tiene ingredientes de todas ellas, de todos estos géneros, sin que yo lo haya pretendido. Simplemente la vida real lleva muchas partes que tienen que ver con lo romántico, con lo criminal, con la aventura… La vida misma, toda ella, es una aventura. Henar y Martín tienen sombras. Lo que me ha interesado de ellos no son solamente sus luces. Si hubiera querido hacer unos personajes nobles, perfectos, limpios, héroes en definitiva… Pero no, porque si los siento reales no puedo hacer eso. Tengo que hacer realmente lo que pienso que está pegado a mi experiencia de la vida, y es que los humanos tenemos luces y sombras, y somos generosos, maravillosos; y somos miserables y mezquinos también. Y cometemos errores.
—Sus personajes, Henar y Martín, son seres imperfectos en un mundo imperfecto. ¿Qué deseos les mueven?
—A él, en un principio, el deseo de ser escritor. Tiene lo que considera una gran vocación que finalmente no llega a término porque se cruza en su vida la posibilidad de tener un trabajo remunerado en una editorial y acaba siendo editor. A ella, una chica que no tenía previsto tener ninguna profesión posiblemente, pero que es lista, tiene iniciativa, es viva y sobre todo valiente, se le cruza por medio algo que tiene que ver con la fascinación por la ropa y acaba siendo su profesión, porque se convierte en diseñadora de vestuario de cine. Y llega a Hollywood incluso.
—Su obra está construida a modo de caleidoscopio por el que conocer tres décadas de la historia de España. En ella presenta visiones de la cultura, la moda, la arquitectura, la literatura y la vida social. ¿Qué peso tiene este contexto en la historia de Henar y Martín?
—Es el escenario realmente. El peso que tiene es que somos hijos de nuestra época. Ellos también lo son. La situación que viven y el problema que tienen, y que desemboca en una falta de entendimiento total y en una separación, tiene mucho que ver con la época, tiene mucho que ver con la falta de libertades de los años 60, con un régimen que convertía todo en grisura y que cercenaba de cuajo la libertad de las mujeres y las sometía a un espacio social inferior al hombre. Henar no podía vivir, ni respirar, ni crecer en esas condiciones.
—Henar y Martín, los protagonistas, pasan la primera mitad de la obra siendo lo que la sociedad espera de ellos y la segunda mitad logran ser lo que ellos quieren ser. ¿Cuándo y cómo logran evadirse de esa especie de destino impuesto?
—Cuando hay un punto de inflexión, cuando se quiebra, hay un momento en el que Martín lo dice: “Henar apareció en la habitación y la vida se partió en mil pedazos pequeños e irrecuperables”. Cuando todo se parte en tantos trocitos, de los que muchas veces sólo quedan en pie las esquirlas, entonces es cuando uno puede volver a empezar, empezar de nuevo o seguir, con el arrojo que no tenía, mientras tanto. Al final de la novela, también uno de los personajes pregunta: “¿Cómo se puede seguir adelante?”, y Martín le contesta: “Empezando de nuevo”.
—La culpa planea sobre toda la novela, construida a través de dos voces. El lector elige en cada momento de parte de quién está (o con quién se siente más identificado), pero la duda que plantea la novela se impone sobre cualquier convicción. ¿Por qué quería sembrar esa duda?
—Es una novela en la que tenemos las dos versiones, los dos personajes van contando los mismos hechos o la misma parte de la historia desde diferentes puntos de vista (como no podía ser de otra manera). Al haber dos personajes, yo, como escritora, empatizo con uno mientras lo estoy creando y mientras le estoy haciendo hablar, y empatizo con otro cuando le toca su turno. Estos días que ya hay gente que está leyendo la novela y ya han salido algunas reseñas y alguna crítica, veo que el vaivén de empatía respecto a un personaje, y al cabo de un rato al otro, es común, con lo cual la línea entre la yo que escribía la novela y los lectores que la leen ha quedado tendida. Estoy contenta con eso.
—Me gustaría destacar la importancia de la mitología griega en su novela. Tienen un acusado protagonismo las moiras (las parcas o hilanderas del destino), así como el mito de Diana cazadora. ¿De dónde viene ese interés por la mitología y qué papel juega en la novela?
—Somos hijos de Grecia. Yo estudié Hispánicas, lo tengo muy asociado a mi mente curiosa. La verdad es que sí, la mitología aparece y juega el papel simbólico que tiene que jugar. Pero en el fondo son escenarios, en el fondo son adornos que lleva la puesta en escena de la novela. Lo mismo que las épocas. Cuando escribo siempre pienso, antes que nada, antes de saber quiénes son los personajes (pero casi al mismo tiempo), en qué época van a vivir y en qué lugar van a estar. Luego, esos personajes, que al principio son simplemente una nebulosa de quienes son, ya puedo situarlos. Es como si estuviera jugando con los Clicks de Famobil, ¿no? Ya puedo situarlos allí y ya, acto seguido, que empiece la historia. Pero el lugar, el escenario, o los exteriores (si hablamos en términos cinematográficos) son muy importantes. Y los exteriores también tienen mucho que ver con el tiempo, no sólo con el espacio. Tienen que ver con la ambientación.
—¿Cómo se le ocurrió esta historia?
—Quería escribir dos versiones de la misma historia. Quería ahondar un poquito más en cómo eran las relaciones entre los jóvenes (o entre un hombre y una mujer) en los años 60, y cómo fueron luego en los 70, porque ahí pegó la cosa un cambio radical, un cambio que además yo viví. Por eso y sobre todo por las obsesiones que tenemos siempre y que hacen que en cada novela las abordemos, porque son cosas sobre las que queremos seguir indagando con una vocación irredenta que no admite que nos bajemos de ahí en ningún momento. Me gustaría dejar en algún momento de lado, por ejemplo, temas que me son muy afines y sobre los que siempre, de una manera u otra, acabo escribiendo: la culpa, lo que hacemos para evadir esa culpa, es decir, las excusas que nos buscamos, y el juego entre pasado y presente en la misma persona, o la influencia del pasado en las personas, es decir, ese hecho por el cual el presente es lo único que no podemos mover, mientras que el pasado lo podemos manipular. Fabricamos pasados a nuestra medida, según nos convenga. Vemos las cosas, Martín y Henar ven las cosas cada uno según le conviene para ser inocente, para echarle la culpa al otro.
—Toda la trama se construye a partir de un crimen que aparece al inicio de la obra y del que sabemos poco. Sin embargo, tras su lectura, la novela no es lo que uno podía imaginar. No es una novela negra, o al menos la idea de novela negra que un lector común tendría. ¿Cómo la definiría?
—No lo es. Hay veces que se definen las cosas por lo que no son. De ningún modo es una novela negra, porque aquí no hay investigación, no hay detective, no hay personajes arquetípicos de la novela negra, no hay un desarrollo de una investigación en torno a un crimen… Por no haber, no hay siquiera ni culpables ni inocentes, o por lo menos, no lo sabemos.
—En su novela aparece fielmente retratado el mundo de la edición en los 70, el desinterés que se tenía en aquella década por la literatura hispanoamericana o por la literatura escrita por mujeres. ¿Qué ocurrió para que España se abriese, editorialmente hablando?
—Ahí he jugado un poco con ironía. El hecho de que un editor diga en un momento determinado: “literatura escrita por mujeres, ni hablar”, “extranjeros, ni hablar”. Era la época en que estaba España sumida en ese ostracismo, sólo valía lo español. Y para colmo, ¡cuentos! “¿Los cuentos? Te comerás la edición entera”. Efectivamente, este editor tiene un ojo tremendo, un ojo editorial tremendo, porque poquísimos años después estaba aquí el boom de la novela latinoamericana y empezaban a despuntar las grandes autoras que hemos tenido.
—El personaje de Henar está fuertemente volcado en su profesión de diseño de vestuario. Esta profesión sirve de excusa para que el cine, el arte y la moda caminen de la mano. ¿Cómo ha trabajado esta parte de la obra? ¿Cómo se documentó para crear ese aspecto del perfil de Henar? ¿Qué espera suscitar en el lector con las inquietudes profesionales de este personaje?
—Pues yo me lo he pasado muy bien. Ojalá el lector se lo pase igual de bien que yo. Me gusta aprender algo en cada novela. Y esta vez, bueno, sobre moda sabemos más o menos todos, todos tenemos una idea vaga. Pero sobre vestuario de cine no sabía gran cosa, salvo que las películas cuyo vestuario es riguroso (sobre todo si son históricas), e imaginativo (si son películas actuales) me gustan mucho más que las que tienen un vestuario pobre. Lo pasé muy bien. Sí que es cierto que investigué mucho, trabajé mucho la pintura en la época renacentista. En la novela sale ese tema como fuente de inspiración para Henar. Henar, para hacer el vestuario de una obra de teatro que se llama La reina de Chipre (guiño, porque es un título de un libro mío), que era una mujer fascinante, acude al Museo del Prado y va viendo todos los retratos de época renacentista. Encuentra en la pintura religiosa la inspiración para la indumentaria de los sirvientes. Porque los retratos eran siempre de grandes damas y grandes prohombres. Hay una cosa con la que me he reído mucho, porque en el fondo tengo un poquito de maldad…
—¿Lo de la bragueta?
—Sí [risas]
—Yo también me he reído mucho.
—Es que si buscas retratos de la época, efectivamente ves esas braguetas escandalosas. ¡Hay uno que lleva una bragueta roja completamente en erección! Yo no sé, no me lo explico, pero claro, la disculpa que busca Henar para decirle al otro que la virilidad era símbolo de poder y también, por tanto, de poder económico y social, pues cuadra. Por eso me he reído. Son cosas que, a lo mejor, de otra manera no hubiera visto, o no hubiera reparado en ellas.
—¿Cómo construyó la novela, qué proceso de documentación y creación siguió?
—Sigo siempre el mismo, que se llama “trabajar, trabajar y trabajar” [risas]. Pero supongo que quieres que te cuente algo más concreto. Empecé con la voz de Martín, tal y como se ve en la novela, y de repente sentí pánico porque normalmente mis personajes femeninos son bastante potentes y suelen ser bastante protagonistas de la novela. En este caso, me había implicado tanto con Martín (Henar era en esos momentos una niñita sin ningún tipo de agarre, era simplemente “la chica de los vestidos bonitos”) que fue empezar el personaje de Henar y notar cómo crecía aquello. Es como si a Martín ya lo conociera y simplemente estuviera hablando de él y Henar era como un descubrimiento. Para mí fue mucho más rico escribir el personaje de Henar.
—Tiene una trayectoria profesional admirable: ha obtenido el Premio de Andalucía de Novela y del Premio de Novela Ciudad de Salamanca. ¿Cómo llegó Marian Izaguirre a la literatura?
—¿Antes de publicar? Siempre me gustó escribir. Creo que es la única cosa que he querido ser en mi vida. Al principio lo intenté: de esto que escribes para ver, para cotejarte (gran error) con los autores que lees. Cuando cotejas, de jovencita, tus primeros escritos con los autores que lees, dices: “¡por favor, me olvido de esto!” ¿Ves? Lo que le pasaba a Martín. Entonces suspendí durante unos años esa inclinación. Pero como la inclinación la tenía y el motorcito lo tenía, lo volví a intentar. Tampoco tenía ningún afán de logro, pero concursé y gané, con uno de mis primeros cuentos, el Premio Ana María Matute, y con mi primera novela el Premio Sésamo, y gané un montón de premios, los que has citado y alguno más: el Ateneo Ciudad de Valladolid, quedé finalista en el Premio Feria del Libro… Parece que la cosa gustaba y parece que podía seguir ahí. Es una cuestión de seguir, y seguir, y seguir.
—El personaje de Martín sufre el rechazo del mundo editorial al inicio de su carrera. Su primera novela es rechazada en un prestigioso premio literario y eso le hace desencantarse de la vida de escritor y emprender otra trayectoria en el sector. ¿Qué opina de los premios literarios?
—A mí me han dado alas. Hay tantas opiniones sobre premios literarios, seguramente, como premios hay. Es cierto que hay premios en los que alguien que se presenta conoce a alguien del jurado y hay premios en los que no ocurre eso. Sinceramente, si alguien empieza a escribir y quiere publicar y tiene algo terminado, yo sí le recomiendo que concurse. Es más probable conseguir un premio literario neutro (o lo era, porque ahora las cosas, después de la crisis, han cambiado mucho) que mandar tu manuscrito a una editorial y que te lo cojan. Eso es un milagro entre mil.
—¿Para qué o por qué escribir?
—Si me lo hubieras preguntado hace 15 años a lo mejor tenía una respuesta más acorde, pero ahora la única que tengo es: “Mi vida es esto, no sé hacer otra cosa”. Sólo hago esto. Diseño mi vida para que circule alrededor de la novela que estoy escribiendo. Es decir, viajo a los sitios sobre los que escribo, veo las películas que tienen que ver con la novela (o los documentales), escucho la música que hay dentro de la novela, veo muchas fotografías o imágenes que tienen que ver con lo que voy a escribir (a veces ayuda mucho, además).
—¿Cómo son los cielos de otoño para Marian Izaguirre?
—A veces como una plancha de acero, y otras veces como tiza. Es así, ¿verdad?
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Mientras posa Marian, tras concluir la entrevista, para la cámara de Jeosm, revela: “La última Henar se parece al primer Martín (…). De alguna manera es un circulo que se cierra”.
Sonríe la escritora a la cámara, sin desvelar ningún secreto de la trama a sus lectores. En su mirada risueña —que planea nuevas historias— se reflejan los cielos de otoño que nos arropan, los mismos cielos que presenciaron el amor de Henar y Martín y cómo sus vidas se separaron para reencontrarse, muchos inviernos después, en las páginas de esta novela.
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