Autora de terroríficos relatos, la periodista argentina Mariana Enríquez es también una escritora que siente fascinación desde muy joven por los cementerios, unos espacios que ve como «máquinas de contar historias», tal y como queda constatado en su libro Alguien camina sobre tu tumba.
En rueda de prensa telemática, acompañada en la distancia por la editora Silvia Sesé, Enríquez ha señalado este martes que ya de adolescente gótica en La Plata tomaba notas en el camposanto de la ciudad en la que residía, jugando «con el límite», porque «como a la mayoría de las personas, la muerte me da miedo, pero se trataba de ir a ese lugar a enfrentarlo». La primera de las crónicas que aparecen data de 1997, de un viaje a Italia con su madre, con parada en Génova, donde en el cementerio de Staglieno y gracias a Enzo, «la criatura más hermosa que yo había visto, para mí», según apunta, se enamoró para siempre de estas necrópolis.
Cuando es invitada por alguna universidad, durante un festival literario o si se encuentra de vacaciones, suele optar por ir a este tipo de lugares, aunque sea una visita «más bien precaria», porque «los cementerios son máquinas de contar historias: hay muchas tumbas con historias, desde la del fantasma a la que tiene que ver con una masacre o la que se relaciona con un perrito fiel, como pasa en una de Edimburgo». También las hay prohibidas, de poltergeist, con lo que para «un escritor y para alguien con un cierto interés por temas pop y macabros son espacios ideales».
A la vez, cree que la fascinación que siente tiene que ver con su propia historia personal relacionada con su país, Argentina, muy atravesada, como otros países, por desapariciones y muertes que tienen que ver con la política, con «cuerpos no recuperados o que no tienen su tumba, con lo que tiene no poder despedir a un muerto».
Además del amor, en un cementerio Mariana Enríquez ha podido escuchar anécdotas increíbles, ha visto tumbas coloristas que sobresalían de entre el gris dominante, le han mostrado, en Lima, una calavera sacada de un nicho dentro de una bolsa negra de basura, y ha llegado a robar un hueso. En este punto, se ha detenido para rememorar que en una visita a las catacumbas de París aprovechó el desmayo de un italiano hasta entonces vocinglero para llevarse un «huesito» de allí, que deslizó dentro de la manga de su gamulán, ante la sorpresa de una amiga y el enojo posterior de su madre, que es médico, y que todavía hoy se niega a decirle de qué parte del cuerpo es.
Todas las historias que cuenta, precisa, son tal cual ocurrieron, y la elección de las que terminan en el libro tiene que ver «con que cada uno de los cementerios pueda contar una historia, porque los hay que son muy interesantes, pero que dejé afuera porque lo único que puedo decir es que son muy interesantes». «Lo que dejan muy claro todos es que son la historia, y yo intento que sean espacios de memoria atravesados por mi sensibilidad, que en muchos casos tiene que ver con encontrar un libro de poemas relacionado con ese lugar o que a dos cuadras haya una tienda de discos rarísima». En su intervención, Enríquez ha precisado que todos los que ha paseado tendrían en común que son poco visitados, excepto si forman parte del circuito turístico como los parisienses de Père Lachaise o Montparnasse o el de Recoleta, en Buenos Aires.
El libro termina con un epílogo con una lista «provisoria» de los camposantos que le gustaría visitar antes de morir como el osario de Sedlec, en Kutná Hora, de la República Checa; la Sagrada de la Isla de Luzón en Filipinas; los Siete Magníficos de Londres; las Tumbas de Chaukhandi de Pakistán; o el de El Cairo, donde viven junto a los muertos medio millón de personas. Asimismo, ha confesado que le gustaría conocer la tumba de Walter Benjamin en la localidad catalana de Portbou porque, por las fotos, le parece «rarísima».
Por otra parte, nada más empezar el libro desvela que como «suburbana pobretona» que es, y como no puede ingresar «por derecho de admisión» en Recoleta, ya ha decidido que cuando fallezca los amigos que le queden arrojen sus cenizas dentro de la tumba de Mendoza Paz, fundador de la Sociedad Protectora de Animales, donde puede leerse «Aquí no hay nada. Solo polvo y huesos. Nada».
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