Apuntó el suizo Nicolas Bouvier como una de sus máximas que viajar es saber pararse. El caminante, el peregrino, el emigrante, el vagabundo (del latín vagabundus, aquel que deambula sin asentamiento) sale de su casa en busca de algo: comida, refugio, vivencias, soledad, silencio. Pero en otras ocasiones, tal vez no sepa qué busca ni con qué propósito. Quizás simplemente caiga rendido a la mirabilia —todos hemos pecado de Románticos alguna vez— de defender «lo leve, lo menor», como tan hermosamente ha conseguido escribir Peyrou, pues
Es mi trabajo.
Mi trabajo es estar ahí
sentado, contando mentiras. Mi
trabajo es contener un mar.
No hay nada tan inútil. Nada
tan bello como lo que no sirve.
En una era en la que todo se reduce a la pornografía de la imagen —no me cansaré de decirlo—, cuando hemos desaprendido el velo de la seducción, del erotismo o la práctica de la elipsis, poéticas como la Mariano Peyrou, Fermín Herrero, Vicente Gallego e incluso escrituras viajeras como la de María Belmonte nos recuerdan precisamente a detener el instante por ser únicamente bello, como diría Goethe, por no exigir nada más que la contemplación, la pausa, el sosiego. Háganme caso: pararse a reflexionar —lo mismo que pararse y preguntarse qué significa pensar— es, a mi juicio, la revolución silenciosa de nuestro siglo.
Reputado poeta, músico, ensayista, traductor y narrador argentino de nacimiento, Peyrou ha reconocido públicamente en entrevistas y presentaciones de libros que su forma de estar en el mundo no se fundamenta en la noción de exilio. No, al menos, en un exilio consciente y des/arraigado. Argentino, como digo, por cosas del azar, se traslada a Madrid a una temprana edad y poco a poco va adquiriendo, sí, conscientemente, las correspondencias y equivalencias de una misma lengua romance, tan lejana, en millas, de su dialecto rioplatense de infancia.
Es, entonces, ese traslado, su poética del caminar entre lugares y discursos lo que propicia la publicación de El mar hospital es el mar aeropuerto, pequeña antología editada por EspasaEsPoesía en mayo de 2023. El libro, que cuenta con 46 composiciones líricas, abre ante el lector un umbral casi a modo de íncipit en el que el poeta, de nuevo, reconoce no considerarse «un poeta argentino, o no mucho». De esa identidad que fluctúa entre dos orillas, el yo lírico dispone los textos de tal modo que actúan casi como suspiros, como detenimientos en su vagar con respecto al tema de la «no-argentinidad, es decir, del exilio y de todo lo que parece derivar de esa experiencia».
La escritura poética de Peyrou es depurada, fragmentada en ocasiones y asentada en la cotidianidad. Ni sobra ni falta nada. Encontramos alusiones al habla oral y segmentos conversacionales sin principio ni fin. Lo que sorprende en ocasiones, y es de agradecer, son ciertos comentarios intrusos que dejan al descubierto el compromiso férreo no ya de la voz poética, sino del poeta, para con los procesos posteriores a la escritura. Es decir, la tachadura, la corrección, la vuelta al manuscrito casi a modo de ritual antiguo dejando ver que el interlocutor es el escritor colándose en su propia meditación, como ocurre en «Rechazo» o «He tratado de ser leve». Un discurso basado en el pensamiento que en ocasiones, por esa manera de comenzar in medias res y por sus breves interrupciones en el instante del mundo recuerda a Olvido García Valdés, así como a la idea de notredad desarrollada por Vicente Luis Mora.
No puede negarse la herencia musical de Peyrou. Todo lleva su ritmo, todo responde a esa danza de la que hablase T. S. Eliot en Cuatro Cuartetos. Entre lo móvil y lo inmóvil, «detenerse o seguir / lo único imposible es el ahora». Puede que sea eso, hacer oído, la preponderancia de la voz y que «la patria de un escritor» sea «su malestar con la lengua» lo que abogue por una poética del movimiento y de lo inestable. Es preciso, llegados a este punto, ofrecer algo de alimento:
Tal vez el mejor encuentro sea el
segundo encuentro, el encuentro no
con lo desconocido, sino con la corrección
del primer encuentro;
no con
lo permanente de la herida, sino
con su movimiento y sus ensoñaciones;
no con una palabra, sino con su tachadura.
Lo que se tacha es una clase
muy intensa de verdad.
[…]
La voz
no es el estado sólido de las palabras,
es como las cosas que ocurren
sólo una vez.
Una cereza ocurre sólo
una vez. Que un animal sea pequeño
o mediano ocurre sólo una vez.
La voz está ahí siempre,
pero
ocurre sólo una vez.
Igual que en este pasaje de «Posibilidades en la sombra (Fragmento)», Peyrou nos invita a presenciar un diálogo entre el uno y el no —a lo no hay que saber torearlo, como magistralmente hizo Juan Eduardo Cirlot—, donde existe la voz atravesada por lo incierto de lo sacrificado. Nos invita, como a todo ser que precisa de aire para asir su deseo, a «entrar en lo real y gastar la belleza» con la única certeza «de no haber / aprendido nada y de estar cerca de todo / lo que se rompe y de lo que parece / no romperse nunca».
Me preguntarán por qué escogí los decibelios para el título. Les diré que lean El mar hospital es el mar aeropuerto. No me avergüenza reconocer que fervorosamente subrayé —y escribí «A mí también!!!!!»— aquello que hace a Mariano Peyrou ser Mariano Peyrou, o sea, que «lo que más me importa del mundo / es hablar en voz baja».
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Autor: Mariano Peyrou. Título: El mar hospital es el mar aeropuerto. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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