Si en España hay una poeta que ha sido capaz de poner por encima de sus intereses y su sufrimiento personal el bien común, ésa es Mariluz Escribano (Granada, 1935-2019). Educada bajo el ideario de la Institución Libre de Enseñanza, Mariluz perdió a su padre con nueve meses, fusilado por el gravísimo delito de ser el Director de la Escuela Normal de Maestros y haber reivindicado durante la II República en Granada la función esencial de los docentes. Después vino la incautación de los bienes familiares (poca cosa, toda vez que Agustín Escribano era hijo de agricultor burgalés y su esposa, y también profesora, Luisa Pueo y Costa, había pasado la infancia en un orfanato, tras la pérdida de sus padres y de su tío, el polígrafo regeneracionista Joaquín Costa) y el destierro a Palencia, ese exilio interior para los perdedores en el alzamiento militar de 1936. Cuando en el cuarenta regresa la profesora Pueo y Costa a Granada lo hace para no abandonar más la ciudad de La Alhambra, y en este contexto se formará su hija. Mariluz. Estudiante brillante, tras acabar Filosofía y Letras y aprobar oposiciones de Secundaria, decide trasladarse a Estados Unidos porque su vocación era ser profesora, hasta que ya en 1970 obtiene una plaza en la Escuela Normal de Granada, ciudad en la que se jubiló en 2006 como catedrática de Didáctica de la Literatura. Siguió así la estela de su madre. Y de su padre, ese del que nunca le hablaron para evitar crearle cualquier rencor en los años aciagos de la posguerra y del que ella fue construyéndose una imagen a fuerza de escuchar las conversaciones en voz baja de los adultos. Esa imagen es la que se desplegará luego, conforme avance el tiempo, en todas sus facetas como escritora (poesía, narrativa, memorias, artículos). Sin embargo, para obtener el merecido reconocimiento a su trayectoria literaria tuvieron que pasar más de setenta años.
¿Cuáles serían —a nuestro juicio— las razones a las que obedece este silenciamiento, si ya avanza en su capítulo preliminar Remedios Sánchez que el primer poema conocido de Escribano es de 1958 o tal vez algo anterior? La primera de todas, evidentemente, su condición de mujer. Las escritoras en la España de provincias estaban mal vistas, a no ser que su obra respondiese a los fundamentos ideológicos (estéticos y argumentales) del régimen franquista. Súmese a esto que Escribano Pueo, en esos años setenta y ochenta, primero era una mujer casada y con cinco hijos pequeños, unos hijos que —más tarde— tuvo que criar ella sola tras la muerte del que fue su marido por accidente. Así que dejó su obra creadora en último lugar. Y, cuando ya tiene ocasión de dedicarse a ello, tenía ya más de cincuenta y cinco años (en 1991 se publican en Guadalhorce sus Sonetos del alba; más tarde, en 1993, la elegía Desde un mar de silencio y en 1995, por Torremozas, edita sus Canciones de la tarde) y resultaba difícil incardinarse dentro de los grupos férreamente estructurados en aquellos años en que Granada tuvo un gran protagonismo en la literatura española. La tercera circunstancia era que el fondo y el clasicismo de la forma no casaban demasiado bien con las tendencias líricas dominantes. Basta echar un vistazo a su obra para constatar que la memoria del dolor, una memoria serena, contemplativa del tiempo ido pero consciente de su responsabilidad ante la Historia se iba abriendo paso cada vez con mayor rotundidad en sus poemas. Por eso le cerraron el camino desde su propia ciudad, le cortaron las alas y, tal vez incluso, las ganas de volar.
Todo eso cambia a partir de 2005, cuando se reeditan sus Sonetos del alba (estaban agotados) y, muy especialmente, con la publicación de Umbrales de otoño en 2013, donde se incluyen —entre otros— poemas emblemáticos como “Los ojos de mi padre” o “1936”, y ya se percibe en toda su intensidad la dimensión de la poeta. Con esta obra obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica.
Después, ya con el refuerzo del máximo galardón de los críticos literarios andaluces en su haber, llegaron El corazón de la gacela (Valparaíso, 2015), la antología de Visor Azul melancolía (donde se incluyen algunos inéditos y que va a ser otro hito trascendental en su carrera) y, finalmente, su poemario de cierre Geografía de la memoria (Calambur, 2018). Es decir, estamos hablando de una autora con seis libros de versos (al margen de relatos, novelas, memorialísticos y recopilatorios de artículos en prensa) donde se condensa un posicionamiento ético y estético ante la vida y ante la literatura que la han convertido en la poeta de la memoria y la concordia civil, en un sentido muy claro: por su exclusión del resentimiento.
No ha necesitado más para empezar a integrarse dentro de esto que se llama “canon” por su voz personalísima y por la calidad de sus versos, aunque sea un poco a destiempo y ella no tuviera la oportunidad de entenderlo en toda su dimensión en el corto periodo en el que se sucedieron los reconocimientos que jalonan sus últimos cinco años de vida. La manera de perpetuar ese legado que representa Escribano Pueo la ha aplicado a rajatabla Remedios Sánchez, la crítica que tomó conciencia de la relevancia de su aportación y ha dedicado sus esfuerzos a visibilizarla, esta vez como responsable de Tiempo de paz y de memoria. “Treinta poemas comentados”, un volumen colecticio donde poetas cardinales de la lengua española (la nómina la conforman autores/as de todas las generaciones y de seis países, incluidos el Cervantes Antonio Gamoneda y los laureados con el Premio Reina Sofía, Antonio Colinas y Raúl Zurita; además, ocho premios Nacionales de Poesía o de la Crítica) comentan, cada uno, un poema con precisión y acierto, interpretando, cada uno desde su posicionamiento literario, la heterogeneidad textual representativa de la poeta en su trayectoria.
El libro está estructurado en tres partes —que responden a los tres ciclos en la poética escribaniana— encabezadas por una aproximación teórica de un crítico literario andaluz que la conoció en vida. Por eso la primera se vincula a los tres primeros poemarios (1991-1995), con estructuras más clásicas (soneto y canción primordialmente) que inaugura Manuel Gahete; la segunda, que conforma su paradigmático Umbrales de otoño que la incorpora como figura primordial de la lírica contemporánea, es la reconstrucción de la memoria con poemas de largo aliento y un introito a cargo de José Sarria; y, finalmente, la que despliega con los dos últimos, El corazón de la gacela y Geografía de la memoria, de la que se responsabiliza el profesor Francisco Morales Lomas, y donde ya la granadina se reconoce como la voz serena y doliente de los vencidos en la Guerra Civil española.
Antes, encontramos la panorámica general de lo que supone Mariluz Escribano en la poesía española; esta la firma quien ha sido la mejor conocedora de su vida y su obra, la profesora Remedios Sánchez; siguen los certeros acercamientos de Raúl Zurita y Antonio Gamoneda, quienes desvelan la trascendencia de “Los ojos de mi padre” (Zurita lo califica como “una de las elegías más conmovedoras que nos muestra nuestra lengua”) y “Desde un mar de silencio” (destaca el maestro leonés “la versatilidad (la riqueza) y la voluntad de Escribano: dotar con prudencia a su lenguaje de una semántica avanzada”), respectivamente.
A continuación, en la primera parte, “Mariluz Escribano, clásica moderna”, Jaime Siles, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Colinas, Ángeles Mora, Juana Castro, José Luis Díaz-Granados, Mari Ángeles Pérez López se acercan al periodo inaugural destacando su maestría en el oficio (“este soneto nos deslumbra precisamente por su extrema, pura, compleja y elegante sencillez. La suya es una voz que sabe decirse y decírsenos y desde la que todos nosotros nos podemos decir” afirma Siles), en el uso de la métrica “utiliza el soneto con una naturalidad, una eficacia y un saber hacer que la convierte en una sonetista excepcional”, estima Luis Alberto de Cuenca) y en su capacidad para hacerse rápidamente con una voz propia en la que la salmantina insiste: “su lenguaje es vertical y horizontal, revela un trazado de raíces que se agolpan silenciosas bajo el suelo. En ellas reposa la memoria de la infancia, pero también el hallazgo de una voz que se entrega cuando escribe y morirá para ser libro. Ese ingreso decidido en la escritura es una de las señas de identidad de una autora que publicó tardíamente y con gran determinación, y que se reconoció en intensa relación con el lenguaje”, como ha evidenciado Mari Ángeles Pérez López; en la segunda sección, “La poeta que invoca la memoria y el perdón”, las glosas las harán Luis García Montero, incidiendo en la experiencia de lo meditativo en su obra, y la mexicana Carmen Boullosa, que observa que “la palabra es la custodia de los caídos. La obra de Mariluz Escribano lo hace patente”. Y, en la tercera, nominada, “Una poeta canónica al margen de generación”, serán Raquel Lanseros —que la reconoce como su maestra—, Antònia Vicens —coetánea generacional que se reconoce en ella—, Piedad Bonnet —se centra en la vibrante hondura— o Yolanda Pantin, Héctor Hernández Montecinos, Manuel Francisco Reina, Rafael Soler, José M.ª García Linares, Gioconda Belli, Daniel Rodríguez Moya, Alí Calderón, Federico Díaz-Granados, Joaquín Pérez Azaústre, María Rosal, Josep M. Rodríguez, Ana Merino, Marco Antonio Campos y Sergio Arlandis. Cierra el volumen aproximándose a “Cuando me vaya”, otro poema primordial, Fernando Valverde, que afirma algo que compartimos: “Mariluz Escribano fue una mujer acostumbrada a perder. Su vida, golpe tras golpe, injusticia sobre injusticia, podría haber dejado en su mirada un rencor hacia el mundo que la maltrató, hacia una ciudad que le arrancó el corazón y lo devoró como una jauría de perros. Entonces, ¿de dónde ese amor por un lugar en el que la tierra había sido poblada por hierbas venenosas tantas veces? […] supo elegir los diferentes caminos de la vida con una sabiduría de la que ni yo ni mi ciudad somos ni seremos dignos. Entre el perdón y el odio, escogió el perdón. Entre el desierto y el campo de matorrales, supo encontrar praderas”.
La suma de todos los poemas comentados corrobora lo que algunos lectores españoles han comprobado en los últimos años: esa fuerza lírica de Escribano Pueo que hace que sea (pese a todo, pese a todos los que trataron de ponerle zancadillas a lo largo de su vida e, incluso, después de su fallecimiento) una poeta incuestionable por su firmeza discursiva y su verdad poética. Por eso, ahora, de Escribano Pueo se puede decir con propiedad que el emblemático final de “Los ojos de mi padre” (“todo el mundo conoce / que heredé de mi padre una bandera”), se ha hecho realidad gracias, entre otros trabajos, a esta obra comentada, heterodoxa y de incalculable valor para quienes quieran acercarse a una poeta imprescindible —una de las intencionalmente olvidadas por el sistema— que supo reivindicar la paz y la memoria a partes iguales. Siempre buscando cerrar heridas abiertas, nombrando el dolor y sus variantes con delicadeza y rotundidad, ese dolor que para tantas personas acabó por convertirse en una melancolía sostenida a lo largo de una vida entera, el que representa a toda la generación de quienes perdieron una guerra sin saberlo ni comprender el horror, quienes tuvieron que callar para sobrevivir. Por eso, Mariluz Escribano con su palabra mesurada e iluminadora, transparente y comprometida (con una paz concreta y necesaria: de pan y libros) que ha crecido en trigal por no morirse, parafraseando sus versos, pueden, al fin, descansar tantos muertos inocentes que ya son de todos.
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Autora: Mariluz Escribano Pueo. Título: Tiempo de paz y de memoria. (Treinta poemas comentados). Edición a cargo de Remedios Sánchez. Editorial: Hiperión. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.
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