“No lo parece, pero se trata de un libro autobiográfico. Describe mi propia historia intelectual y política, el recorrido que me fue llevando, desde mi juventud impregnada de marxismo y existencialismo sartreano, al liberalismo de mi madurez, pasando por la revalorización de la democracia a la que me ayudaron las lecturas de escritores como Albert Camus, George Orwell y Arthur Koestler. Me fueron empujando luego, hacia el liberalismo, ciertas experiencias políticas y, sobre todo, las ideas de los siete autores a los que están dedicadas estas páginas: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Isaiah Berlin, Raymond Aron y Jean-François Revel”.
Fotografías: ©Victoria R. Ramos.
Premio Nobel de Literatura y Premio Cervantes, protagonista del boom literario que inundó el mundo de novela latinoamericana, testigo excepcional de los últimos 50 años de historia de Europa y de América Latina, superviviente de la prensa rosa, articulista codiciado por los suplementos culturales, escritor, periodista e incluso político, Mario Vargas Llosa conserva el espíritu combativo y la sonrisa fácil y abierta que fueran sello de aquel joven que publicara La ciudad y los perros (1962, Seix Barral).
Lejos quedan las aventuras de aquellos años en el Madrid de la dictadura, en el París bohemio o en esa Barcelona que fuera clave para el mágico resurgir de una novela latinoamericana que toda una generación dorada de escritores —Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, García Márquez, Juan Rulfo, Carlos Fuentes… y Vargas Llosa entre otros—, usó para conquistar el mundo.
A su llegada al atestado anfiteatro de Casa América se produce la esperada avalancha de disparos de flashes. Me pregunto si el éxito y la fama se parecen, al menos por un instante, a la ceguera. Algo fulgurante que nos deja paralizados, intocables pero indefensos, hasta que nuestros ojos se adaptan de nuevo y pueden ver con perspectiva. No en vano Lorenzo Silva, al hablar del premio Planeta lo compara con “eso que dicen de la muerte, que es como un túnel de luz blanca”.
Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936), ya no es aquel muchacho militante de izquierdas y soñador de utopías, sino todo un premio Nobel de 81 años que vuelve al ensayo, seis años después de La civilización del espectáculo (2012, Alfaguara) con La llamada de la tribu (Alfaguara), un libro dedicado a su amigo Gerardo Bongiovanni, porque “también hay liberales cabales en Argentina que promueven estas ideas”. El último superviviente del boom —el más guapo, añadiría mi adorada y ya desaparecida Marta Portal (Premio Planeta 1966 con A tientas y a ciegas)— sigue combatiendo a su manera y riendo a carcajadas, aunque haya elegido, por escarmiento o desencanto, cambiar de doctrinas y trincheras.
La llamada de la tribu es, según el propio autor lo define, “una autobiografía política, intelectual e ideológica, desde lo que fue mi juventud muy cercana al marxismo y al socialismo, un proceso de gran entusiasmo por la revolución cubana —algo que compartió toda mi generación— y luego un gran desencanto”. De ahí pasó a la revalorización de una democracia que encarna como nada, según afirma, el liberalismo. “El liberalismo representa la forma más radical de la democracia”, afirma tajante. Ese viaje intelectual y político queda cartografiado en este homenaje a siete pensadores que han marcado la evolución de su doctrina personal entre juventud y madurez. Insiste el peruano en defender la importancia del individuo frente a la colectividad, la uniformización o el populismo. La libertad individual frente a lo grupal.
Si bien algunos lo comparan con El pez en el agua (1993), el libro de memorias que escribió hace 25 años —tras llegar a la segunda vuelta electoral contra Alberto Fujimori, el hombre que escribiría un puñado de páginas sangrientas en la historia más reciente de Perú—, y en el que Vargas Llosa analiza aquella época y detalla las razones que le alejarían de la carrera política, lo cierto es que La llamada de la tribu guarda cierto parecido, por la forma y las conexiones que teje, con Conversación en la catedral. Tras siete aparentes breves ensayos dedicados a siete pensadores se hila la vida y el pensamiento del propio Mario que, además, no entroniza a los siete magníficos en los altares. Smith habla solo perdiéndose por los alrededores de Edimburgo y los campos, repasa los errores de Ortega y Gasset, resume las discusiones entre erizos (Hayek) y zorros (Keynes), reivindica la lozanía de las ideas de Aron frente a las ya envejecidas de Sartre, busca los puntos flacos de todos y apostilla las ideas de cada cual, aunque se rinde especialmente ante Popper, Berlin y Hayek. No en vano reivindica que una de las bases del liberalismo es, precisamente, la tolerancia y el poder discrepar.
En la rueda de preguntas posterior, defendió su teoría con pasión. Interrogado con respecto a Berlusconi, Venezuela, Trump, el Brexit, el nacionalismo catalán, la censura de Fariña, los recortes en educación del PP (un partido que se presenta como liberal), las elecciones en México… la cara de estupefacción del escritor fue en aumento. La respuesta general, adelantamos, la resume una frase proferida en tono de espanto: “¿Pero conoce usted algún liberal español? No. Los liberales no combaten el estado del bienestar. Hay un partido, que es Ciudadanos, que ha pasado de definirse como socialdemócrata a definirse como liberal. Pero Ciudadanos no gobierna”.
“Era muy difícil para un joven latinoamericano en los años 50 descubrir las enormes desigualdades y el racismo de nuestras sociedades y no acercarse al socialismo. América Latina era un pozo de horrores, de un confín al otro dictaduras militares, en muchos casos protegidas y creadas por EE UU. Eso nos llevaba a rechazar lo que EE UU representaba y nos empujaba hacia la extrema izquierda”, afirma el autor de Pantaleón y las visitadoras.
A los doce años descubre la política. En octubre de 1948 el golpe del general Manuel Apolinario Odría derroca en Perú al presidente José Luis Bustamante y Rivero, “pariente de mi familia materna”. Aprende lo que es la represión, la censura, los problemas sociales que sacuden su país… y al leer La noche quedó atrás de Jan Valtín decide llevar la contraria a toda su familia “que quería que entrara a la Universidad Católica —entonces, la de los niños bien peruanos—, postulando a la Universidad de San Marcos, pública, popular e insumisa a la dictadura militar, donde, estaba seguro, podría afiliarme al partido comunista”. “Sartre me defendió mucho frente al sectarismo, pero seguí siendo un hombre de izquierda”, asegura hoy el premio Nobel, “algo que se fortaleció muchísimo con el triunfo de la revolución cubana, que tuvo un efecto gigantesco en América Latina y fundamentalmente en mi generación”.
La trayectoria heroica de los barbudos parece mostrar lo que añoran, un socialismo no dogmático que admita la controversia y que permita “la discrepancia y la diversidad”. Al cubrir como periodista la crisis de los misiles en el 62 queda impactado por la movilización ciudadana. Luego el entusiasmo se desvanece con la creación de los campos de concentración donde se interna a opositores, homosexuales y presos comunes. Es el primer trauma. Sus dudas e incertidumbres crecen hasta que llega la ruptura con el caso Padilla, “que hoy casi nadie recuerda”, lamenta en la rueda de prensa. Heberto Padilla, poeta y periodista, inicialmente “muy vinculado a la revolución, que llegó a ser viceministro, es acusado de traidor a la revolución y de un ser agente de la CIA”. Su encarcelamiento desató una reacción masiva por parte de multitud de intelectuales como Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Octavio Paz, Juan Rulfo, Jean-Paul Sartre, Susan Sontag y el propio Vargas Llosa, entre otros. Esto “provoca el distanciamiento de muchos escritores con el régimen cubano”, y se ceba especialmente con un Vargas Llosa que, a la deriva y lleno de incertidumbres, se sintió “como deben sentirse los curas que cuelgan los hábitos. La democracia no era como creíamos la máscara del imperialismo, era lo que permitía que se viviera en una sociedad donde se podía discrepar del poder, se podían cambiar los gobernantes a través de las elecciones y que realmente representaba la frontera entra la vida vivible y la intolerable”.
Así, redescubriendo nuevos conceptos, el escritor aterriza en el Reino Unido en los 70, los años de la que será su inesperada asesora de lecturas, la Dama de Hierro, Margaret Thatcher. En otra vuelta de tuerca es la política quien receta libros al escritor. “Los años en que se produjo una gran revolución no sólo desde el punto de vista económico sino también político en Inglaterra, una experiencia que me empujó a leer a los pensadores que aparecen en este libro. Algunos reivindicados por la propia Thatcher, como Hayek, Popper —»creo que La sociedad abierta y sus enemigos es el libro que políticamente más me ha marcado en toda mi vida»—, confiesa el peruano. Junto a ellos Adam Smith, Ortega y Gasset, Raymond Aaron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. Desde entonces, abraza el liberalismo. Por el camino, de paso, fue relegando a Sartre y se revistió de Camus.
“El liberalismo no es una ideología, la ideología es una religión laica —el marxismo, el nacionalismo, el fascismo—, el liberalismo es una doctrina que parte de unas pocas convicciones muy firmes dentro de las cuales hay enormes discrepancias, como se ve entre los autores a los que me refiero”. Esas discrepancias le atraen, junto con la idea básica, de que “la libertad es invisible e indivisible, que no puede haber libertad económica sin libertad política, social, individual y cultural. Que las ideas son fundamentales para que una sociedad avance. La idea básica es la tolerancia, la posibilidad del error en las propias convicciones y del acierto en las convicciones del adversario. En eso los siete autores están todos de acuerdo”.
“¿Por qué el liberalismo ha sido sistemáticamente atacado, por la derecha en el pasado y por la izquierda en el presente? ¿Por qué tantas encíclicas, tantos sermones de los curas en los púlpitos? Yo todavía no sé qué es el neoliberalismo. Los conservadores creen en el pasado, los liberales creen que el ideal está en el futuro y hay que construirlo en un marco de libertades. El liberalismo es el motor que ha llevado a la democracia a realizar las mayores reformas: los derechos humanos, la separación de la iglesia y el estado, las grandes reformas sociales, la creación de sindicatos… La idea básica del liberalismo es la igualdad de oportunidades, a través de una educación pública de muy alto nivel, un principio que está ya en Smith, el padre del liberalismo. Un principio profundamente social y que preserva la libertad, que diferencia al liberalismo de otras doctrinas o ideologías, especialmente las conservadoras”.
“Todas las grandes reformas sociales que se han hecho en democracia tienen un perfil liberal: la idea de la igualdad de oportunidades, el reconocimiento de la igualdad de la mujer discriminada —impulsados por el movimiento feminista en primer plano en la actualidad— es una idea liberal. El liberalismo defiende el individualismo, el derecho de los individuos de elegir su propio destino, de ser aquello que se quiere ser, el combate contra el colectivismo o la uniformidad en función de la religión, la lengua, la tradición… La idea de que el ser humano puede y debe fabricar su propio destino frente a la uniformidad colectiva, diferenciándose de todos los demás es una idea liberal. La libertad sexual del individuo, la libertad de expresión, de prensa… son ideas liberales que han hecho que democracia implique civilización, progreso frente a los prejuicios”.
La avalancha de preguntas abarcó hasta pronósticos por las próximas elecciones en México y Venezuela: “Venezuela debería servir de ejemplo preventivo: algunos países prefieren suicidarse como la Venezuela de Chaves, pero espero que eso no ocurra en México. Hace mucho tiempo que no hay elecciones libres y sin fraude en Venezuela. No creo que haya habido otro caso parecido en América Latina, un país empobreciéndose tan rápido. Cinco veces pudieron votar, y votaron por el populismo. Estas elecciones son un fraude monumental”. ¿Y las italianas? “Yo considero catastrófico que Berlusconi tenga otro triunfo electoral, pero si son elecciones libres… Pobre Italia. Qué mal debe de andar si está dispuesta a elegir otra vez a ese ser grotesco. No queda más que resignarse o echarse a llorar”.
No podía faltar una Cataluña que afirma no reconocer: “La que yo conocí y en la que viví cinco años era una Cataluña a la que los españoles iban para sentirse europeos. En Barcelona se produjo el reencuentro entre escritores latinoamericanos y españoles, y descubrimos que formábamos una gran fraternidad cultural. Los nacionalistas eran entonces cuatro gatos, viejos y anacrónicos. Lo que quería Cataluña era democracia y libertad. El nacionalismo es un monstruo, una ideología profundamente antidemocrática, en el fondo de todo nacionalismo hay un racismo profundo y una fuente de violencia. Lo que ha ocurrido en Cataluña es que se ha creado artificialmente, fundamentalmente a través de la educación, “un fetiche”, una ideología tóxica, que no tiene que ver con la historia, ni con la realidad social y económica. Yo tengo la esperanza de que haya quedado atrás y que el seny catalán se imponga una vez más, que los catalanes descubran que el nacionalismo es un anacronismo que no tiene razón de ser en la España de hoy en día. Es un brote absolutamente insensato, ciego, inculto, primario, y hay que combatirlo”.
La censura de la obra retirada de ARCO —por primera vez en 37 ediciones— y el secuestro de Fariña también estuvieron presentes. “Prohibir libros, prohibir cuadros, es absolutamente antidemocrático y hay que combatirlo. La cultura debe manifestarse con toda libertad, nos guste o no. Estoy contra la prohibición de todos los libros. No debe haber censura, hay que abrirse la puerta a todas las manifestaciones del arte, el pseudo-arte, la literatura, la pseudo-literatura… No debe haber más censura que la que la propia sociedad levante contra las imposturas y las falsedades”.
El momento álgido llegó con las preguntas sobre nuestro gobierno: “¿Pero hay partidos liberales en el gobierno en España? No, el liberalismo no combate el estado del bienestar. Mirando con perspectiva, pocos países han prosperado tanto en los últimos 50 años. Cuando yo llegué a España como estudiante llegué a una dictadura severa y subdesarrollada. Pobre. Hoy es una democracia real y próspera. Un país libre, con elecciones genuinas y libertad de prensa. Los progresos son extraordinarios, aunque hay mucha corrupción y eso ha desencantado a mucha gente. Pero en las democracias la corrupción sale a la luz, no es así en las dictaduras”.
Se le preguntó por las políticas de quienes se autodefinen como liberales, no ya el PP, sino también Donald Trump y esto fue lo que finalmente provocó que el premio Nobel saltara en su asiento: “¡Trump no es un liberal! ¿Cómo se le ocurre, por Dios? ¡Quiere levantar un muro con México!”. ¿Boris Johnson y el Brexit? “No, qué barbaridad, los liberales están contra el Brexit y quieren que Inglaterra retroceda hacia la sensatez, que es formar parte de Europa. Los nacionalistas son los que votaron por el Brexit. Ha sido una enorme decepción para mí, yo admiraba esa democracia y vi a esos populistas mintiendo de forma flagrante. No puedo descartar que no prospere, que quede discretamente difuminado, a la manera inglesa. ¡Pero no es una idea liberal, eso es injusto!”
“El liberalismo ha sido el blanco político más vilipendiado y calumniado a lo largo de la historia… La verdad histórica desmiente esas denigraciones. La doctrina liberal ha representado las formas más avanzadas de la cultura democrática, y es la que ha hecho progresar más en las sociedades libres los derechos humanos, la libertad de expresión, los derechos de las minorías sexuales, religiosas y políticas, la defensa del medio ambiente y la participación del ciudadano común y corriente en la vida pública. En otras palabras, lo que más nos ha ido defendiendo de la inextinguible llamada de la tribu. Este libro quisiera contribuir con un granito de arena a esa indispensable tarea”.
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