El 28 de marzo de 1936 nació Mario Vargas Llosa, y desde entonces la creatividad ha acompañado el caudal inagotable de su vida productiva. Su presencia nos sitúa frente a una suerte de héroe complejo, de más de ocho décadas, que parece salido de la ficción. Un talento empujado por sus recónditos demonios, a pulso del auténtico novelista que hace y rehace las vidas de uno y mil modos, con los primordiales trazos de sus maestros franceses y norteamericanos. Como escritor-puente entre el siglo XX y XXI, confiesa que sus novelas se nutren de diversos momentos histórico-sociales y de las continuas transformaciones de la sociedad.
—Como discípulo de Flaubert, te has valido del “saqueo constante de la realidad real para la edificación de la realidad ficticia” o no ha nacido una historia de la propia imaginación, como dices. ¿Esto se cumple en tus novelas?
—De la pura imaginación, no. Yo creo que la imaginación, por supuesto, es imposible prescindir de ella. Algunos escritores trabajan sólo a partir de la imaginación, pero ese no es mi caso. Te digo: la memoria, las imágenes del recuerdo, para mí, son siempre fundamentales, porque la imaginación se apoya en ellas para inventar.
—El saqueo de la realidad ¿vale también para tus personajes femeninos? ¿Quiénes parten de la realidad y quiénes son propiamente inventados?
—Mira, yo creo que los personajes son todos híbridos. Todos tienen alguna raíz. Puedo inventar un personaje, pero para redondearlo, enriquecerlo, seguramente estoy haciendo préstamos, de personas que conozco, que tengo en el recuerdo, o que conozco muy indirectamente. Pueden ser personajes que he visto en el teatro, en el cine, pero que había un rasgo un detalle que, en un momento dado, vienen a ayudarme cuando estoy trabajando en construir un personaje, ¿no?
—Muchos personajes femeninos de tus novelas son de gran complejidad psicológica, como Urania, Flora, la niña mala, entre otras.
—Mira, Urania, por ejemplo, es un personaje inventado, pero hubo muchas Uranias en la historia de Trujillo. Incluso a mí me impresionó muchísimo. Tú sabes, cuando se publicó La fiesta del chivo yo fui a la República Dominicana a presentar la novela, y a los dos o tres días de estar allí de pronto leí en los periódicos, creo que en el Listín Diario de Santo Domingo, una carta que me impresionó muchísimo, de un señor mayor que había sido militar, que decía: “Yo me he impresionado mucho al leer este libro, porque la historia de Urania es la historia de mi hermana. El autor no podía saberlo, eso nunca. Pero a mi hermana le pasó eso. Nosotros éramos una familia trujillista, y para desgracia nuestra un día Trujillo conoció a mi hermana. Fue la tragedia de nuestra vida, porque mis padres, éramos grandes trujillistas, y de pronto nos encontramos con que mi hermana había sido maltratada de una manera monstruosa por él y no podíamos abrir la boca”. Bueno, y contó que para la hermana también había sido una tragedia terrible esta historia. Se habían ido a los Estados Unidos y habían vivido en el extranjero, muertos de la vergüenza con lo ocurrido. Y él decía algo muy interesante: «Al leer la novela de pronto me he encontrado con una tragedia que realmente nosotros vivimos en casa. Fue la tragedia de la familia».
—Entonces, para inspirarte en Urania ¿escuchaste alguna versión similar o parecida?
—Muchas versiones, escuché muchas versiones de muchachas. Era algo que ocurría allí, prácticamente, con frecuencia, por desgracia, y no solamente por culpa de Trujillo, sino de los hijos también. Me impresionó mucho cuando fui a Irak después de la guerra para hacer un reportaje. Los rumores, los mitos que corrían respecto a las cosas que habían hecho Saddam Husein y los hijos, los dos hijos, como el caso de Trujillo, era muy interesante. Los abusos, las violaciones a chicas que a veces recogían en la calle… Las mismas cosas que en la República Dominicana se decía de los hijos de Trujillo.
—Se me ocurre una pregunta adicional, a raíz de esto. ¿Por qué no has escrito algo sobre las mujeres de la Guerra Civil Española.
—No viví la experiencia, ¿no?
—Pero oíste, leíste…
—He oído mucho, sí.
—Sin embargo, Mario, naciste el mismo año que comenzó la Guerra Civil, en 1936.
—Sí, pues el año de la guerra, claro, el treinta y seis, el año de la guerra, claro. Sí, sí. Pero sí, algunas cosas he escrito sobre España. Por ejemplo, Travesuras de la niña mala termina en España, ¿no?
—Me refiero a una novela o unos personajes ambientados en la Guerra Civil.
—Pero quién sabe. Todavía tengo tiempo, ¿no? (risas de Mario)
—Uno de los rasgos de tus novelas es que presentas la categoría de la mujer desde el propio título, por ejemplo: tía, niña, madrastra, señorita, visitadora… ¿Por qué esta tendencia a resaltar los arquetipos de mujer, Mario?
—No sé, no sé, eso sí no sé. Además, me dejas muy sorprendido con la pregunta, es verdad (Mario repite y sonríe): tía, señorita, es verdad. Fíjate, que no lo había (advertido), no era consciente de estarlo haciendo tantos años ya. Pero es verdad, es una recurrencia en los títulos de mis libros y en las obras de teatro, qué curioso, interesante, sí.
—Y si hablamos del título de Cartas a un joven novelista, también encontramos un arquetipo.
—Sí, es un arquetipo, es verdad. No lo sé, alguna razón inconsciente habrá (risas de Mario). Sí, tú puedes decir el personaje de alguna manera, el personaje no es él solo. Representa algo, representa o una colectividad o tendencia o inclinación, ¿no?, mucho más general.
—¿Es alegórico o metafórico?
—Pues no lo sé. Fíjate que no era para nada consciente de eso. Ni siquiera tenía la idea de que esos títulos formaban parte de una serie, que había una recurrencia allí. No era nada consciente, en absoluto. Ahora tú me lo has hecho notar por primera vez (Mario sonríe).
—¿Y podría hablarse de una clasificación de tus personajes femeninos?
—Una clasificación que yo no la he hecho, ah, no la he hecho.
—Mario, ¿cómo los clasificarías?
—No lo sé, son personajes que proceden de distintos ideales, también de distintas regiones del país, ¿no? No creo que haya un personaje único, un modelo único, ni para hombres ni para mujeres, jóvenes ni viejos. Pero seguramente, una persona como tú, que está viendo eso de una manera panorámica, como una secuencia, lo advierte mucho mejor que yo mismo. He estado demasiado cerca de todos esos personajes como para poder organizarlos, clasificarlos, de esa manera objetiva. No tengo suficiente distancia con los personajes como para eso, ¿no?
—Una de esas clasificaciones, ¿podrían ser los arquetipos?
—Sí, claro, claro, los arquetipos. Los arquetipos son como los personajes genéricos, ¿ah? Sí, ¡qué interesante eso! Yo no lo había advertido.
—Otra categoría la conforman los personajes colectivos, por ejemplo, las visitadoras.
—Sí, colectivos o colectividades, como las visitadoras, desde luego. Es un personaje que se puede decir que es más bien colectivo.
—Ahora, en otro bloque de colectivos, están las mujeres maltratadas de las que tú hablas en diferentes obras. Las mujeres discriminadas bajo el yugo masculino, víctimas de la sociedad masculina.
—Maltratadas, discriminadas, marginadas, sin ninguna duda. Y al mismo tiempo yo creo que en los personajes femeninos hay una capacidad de resistencia mayor, resisten mejor la adversidad que los hombres, se quiebran menos, ¿no? Hay una mayor resistencia…Y creo que eso viene más de la observación. Es decir, es una realidad. Ver un país como el Perú, yo diría que en España también, ¿no?, lo que es la familia, lo que es el hogar tiene sobre todo a la mujer como el eje, ¿no?, mucho más que el hombre ¿no? El hombre se va, abandona a los hijos, pero ahí está la mujer, ¿no? Resistiendo. Tiene una capacidad para enfrentarse a la adversidad mayor que el hombre.
—Sin embargo, en los últimos tiempos el machismo en América Latina está cambiando muchísimo, sobre todo, a raíz de la globalización.
—Sin ninguna duda, tiene que ver con eso, ¿no? En la actualidad, los hombres y las mujeres se mueven de tal manera que los nuevos vientos entran, llegan incluso a sitios muy alejados. Y hay una realidad que es la vida cotidiana y el hecho de que la mujer trabaje. Hoy en día la mujer trabaja y es imposible que no trabaje, salvo muy pocas excepciones, y eso ha hecho que el machismo de alguna manera comience a ceder.
—¿Tienes pensado escribir alguna novela contemporánea, con mujeres actuales que reflejen esas características?
—Yo creo que las últimas novelas que he escrito reflejan un Perú muy distinto del Perú de las novelas mías anteriores. Es un Perú más actual, que tiene que ver más con el Perú de hoy en día, ¿no?
—¿Te refieres a Cinco esquinas o a El héroe discreto? Mabel, por ejemplo…
—Sí, a El héroe discreto. Mabel, por ejemplo, y también el otro personaje femenino… ¿cómo se llama esa señora?… (risas de Mario al no recordar el nombre de su personaje). [Se refiere a Armida]. Aquella que se casa con su patrón rico y se van a vivir juntos a Italia.
—Mario, ¿cómo configuras, transfiguras o reconviertes el universo de la mujer en tus novelas? ¿Cuáles son tus fuentes, tus referentes o influencias?
—Mira yo creo que las influencias más importantes son las que son menos conscientes, ¿ah? Seguramente, la influencia de Flaubert tiene que haber sido muy grande. Igual que de Faulkner o de escritores que admiro muchísimo, pero probablemente las que dejan una huella mayor son aquellas que tú no percibes. Las que quedan allí en el inconsciente y del inconsciente van operando sobre ti cuando tú trabajas, cuando tú haces un desarrollo intelectual, ¿no es cierto?, de una historia. Yo creo que las influencias son inevitables, ¿no? Al mismo tiempo creo que las influencias te van ayudando a descubrir tu propia personalidad. Tú admiras mucho a un autor cuando te descubre el tipo de escritor que tú quieres ser o el tipo de escritor que no quieres ser. Eso yo lo he descubierto leyendo, descubriendo a grandes escritores que me enseñaron el tipo de libros que yo quería escribir. Entonces, creo que esas influencias, sí, están allí, pero al mismo tiempo son muy difíciles de detectar por uno mismo, ¿no? Te puedo decir que Flaubert tiene que haber tenido mucha influencia sobre mí. Yo lo admiro mucho, lo he leído, lo he releído. A Faulkner lo he estudiado, porque no solamente me ha parecido siempre un gran escritor, sino un gran creador de formas, de técnicas. Otro escritor que yo leí mucho y que a mí me impresionó muchísimo es Malraux. Eso creo que la crítica no lo ha advertido mucho. A mí me impresionaba, en las novelas de Malraux, las descripciones de grandes movimientos colectivos, o soldados en el frente, o ciudades donde hay acciones revolucionarias. Creo que en eso Malraux era absolutamente genial, en describir conjuntos, masas, no solamente en batallas, sino en la propia ciudad. Lo que es una persona perdida en una especie de muchedumbre. A mí me dejó muy marcado eso en las novelas de Malraux y me ha ayudado mucho cuando yo describía también movimientos de masas.
—¿En El paraíso de la otra esquina, por ejemplo?
—O en La guerra del fin del mundo, que hay mucho movimiento de masas, ¿no? Allí yo estoy consciente de la influencia de Malraux, pero en muchos otros casos no lo soy.
—Mario, en el caso de tus personajes femeninos, es clarísima la influencia de Flaubert.
—Flaubert, sí. Por ejemplo Madame Bovary, porque es una novela que a mí me marcó tremendamente. Y seguro que el personaje de madame Bovary tiene algo que ver con lo que es la niña mala, porque son personalidades que se parecen mucho. Una mujer de gran audacia, capaz de romper las limitaciones en que, generalmente, se mueven las mujeres, en el medio en el que opera. Muy independiente, con una gran audacia. O sea que sí, la niña mala es un personaje en que indirectamente Flaubert me ayudó.
—¿Al parecer la tía Julia y Lucrecia también tienen algo de madame Bovary?
—Tienen que ver, tienen que ver con un tipo de mujer que, clarísimamente, a mí me produce mucha admiración, porque me seduce mucho el personaje. Entonces, son personajes que se repiten, claro, en ambientes muy distintos, pero tienen una especie de denominador común: el carácter, ¿no?
—¿De Faulkner te acuerdas algún personaje femenino que te haya impactado?
—Ah, sí claro. Lena, el personaje de Luz de agosto (Mario dice en inglés «Light in August»). El personaje de Lena, que es maravilloso, una chica muy humilde embarazada y que ha recorrido todo Misisipi buscando al padre del hijo, (Mario ríe) sin darse cuenta de que ha hecho una proeza absolutamente heroica. Ha recorrido la gigantesca extensión a pie, sin un centavo y, sin embargo, sobreviviendo a todo. Un personaje maravilloso que pasa, a través de toda la novela, viviendo o viendo a su alrededor las experiencias más absolutamente increíbles, y ella inmutable, serenísima, con un sentido común que nada le altera. Un personaje realmente deslumbrante.
—¿Flora Tristán tiene algo de ella?
—Sí, tiene. Flora Tristán es de esa misma estirpe, de esa dinastía. Un coraje absolutamente fuera de serie y, al mismo tiempo, una persona que no se da cuenta del heroísmo extraordinario que desarrolla en todo lo que hace en su vida, porque lo hace naturalmente. Es capaz de enfrentarse a las experiencias más absurdamente dolorosas y trágicas sin quebrarse, con naturalidad, como si eso fuera realmente lo normal en la vida, ¿no? Es un personaje que sí pertenece absolutamente a esa estirpe.
—¿Quiere decir que Lena te ha inspirado para Flora Tristán?
—Bueno, ahora que he hablado de ella yo encuentro esa similitud. Cuando estaba escribiendo sobre Flora Tristán, pues no creo haber pensado nunca en Lena, pero ahora sí. Ahora que tú lo dices, yo lo digo: «Mira, sí, creo que hay una vecindad indiscutiblemente entre esos personajes, sí».
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