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Marranadas, de Marie Darrieussecq

Marranadas, de Marie Darrieussecq

Marie Darrieussecq, con Marranadas (editorial Tránsito), se convirtió enseguida en referente de la literatura feminista actual y quedó finalista del Premio Goncourt en 1996, año de su publicación en Francia. Crítica con el capitalismo, el poder masculino, la sociedad racista, la mercantilización del cuerpo de las mujeres, la hipocresía de aquellos que hacen gala de su aparente rectitud moral.

Zenda publica las primeras páginas.

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Sé hasta qué punto esta historia podrá sembrar turbación y angustia, hasta qué punto perturbará a ciertas personas. Me temo que el editor que acepte hacerse cargo de este manuscrito se expondrá a infinidad de problemas. Puede que no se libre de entrar en prisión, y quisiera pedirle perdón desde ya por las molestias. Pero tengo que escribir este libro sin más dilación, porque si me encuentran en el estado en que estoy ahora, nadie querrá escucharme ni creerme. Sin embargo, sujetar un bolígrafo me provoca unos calambres terribles. Tampoco tengo apenas luz, me veo obligada a parar cuando cae la noche, y escribo muy pero que muy despacio. Por no hablar de lo que me ha costado dar con este cuaderno, ni del barro que todo lo ensucia y diluye la tinta a medio secar. Espero que el editor que tenga la paciencia de descifrar mi letra de gorrino tome en consideración los terribles esfuerzos que hago para escribir de la forma más legible posible. La acción misma de recordar me resulta extremadamente difícil. Pero si me concentro mucho e intento remontarme todo lo que puedo, o sea, a justo antes de los acontecimientos, consigo recuperar imágenes. Debo confesar que la nueva vida que llevo, las comidas frugales con que me conformo, esta morada rústica a la que no encuentro ninguna pega y esta sorprendente capacidad para aguantar el frío que voy descubriendo a medida que se avecina el invierno, nada de esto me lleva a añorar los aspectos más arduos de mi vida de antes. Me acuerdo de que cuando todo empezó yo estaba en el paro, y que la búsqueda de empleo me sumía en una agonía que ahora ya no comprendo. Suplico al lector, al lector desempleado más concretamente, que me perdone tan indecentes palabras. Pero, por desgracia, indecencias no van a faltar en este libro; y ruego a todas las personas que puedan escandalizarse que tengan la bondad de disculparme.

Como decía, estaba buscando trabajo. Iba a entrevistas. Y no salía nada. Hasta que mandé una solicitud espontánea —me vienen las palabras a la memoria— a una gran cadena de perfumería. El director de la cadena me sentó en sus rodillas y me magreó el pecho derecho, y visiblemente lo encontró de una elasticidad maravillosa. En aquella época de mi vida todos los hombres coincidían en encontrarme de una elasticidad maravillosa. Había engordado un poco, dos kilos quizá, porque de pronto tenía hambre a todas horas, y esos dos kilos se habían repartido armoniosamente por toda mi persona, yo misma lo constataba en el espejo. Sin hacer deporte, sin una actividad concreta, mis carnes estaban más firmes, más lisas, más llenas que antes. Ahora entiendo que el aumento de peso y la extraordinaria textura de mis carnes fueron sin duda los primerísimos síntomas. El director de la cadena me agarraba la teta derecha con una mano y en la otra sostenía el contrato. Yo notaba que me palpitaba el pecho de la emoción de ver aquel contrato a punto de ser firmado, pero también se debía a ese aspecto, cómo decirlo, neumático de mis carnes. El director de la cadena me decía que en la perfumería lo fundamental era ir siempre guapa y arreglada, y que me iba a encantar el corte muy ceñido de la bata de trabajo, que me sentaría fenomenal. Sus dedos bajaban un poco más y desabotonaban lo que se podía desabotonar, y para ello el director de la cadena se vio obligado a dejar el contrato encima de su escritorio. Yo leía y releía el contrato por encima de su hombro, media jornada a cambio de un sueldo que no llegaba a la mitad del salario mínimo, eso me permitiría participar en el alquiler, comprarme un par de vestidos; y el contrato estipulaba que durante la liquidación anual de existencias me corresponderían algunos productos de belleza, ¡las mejores marcas, los perfumes más caros a mi alcance! El director de la perfumería me había hecho arrodillarme delante de él y mientras me afanaba en mi tarea pensaba en esos productos de belleza, en lo bien que iba a oler, en lo radiante que tendría el cutis. Desde luego, así gustaría aún más a Honoré. Había conocido a Honoré la mañana en que, por quinta primavera consecutiva, quise sacar del ropero mi viejo bañador. Fue en ese momento, mientras me lo probaba, cuando me di cuenta de que mis muslos se habían vuelto rosados y firmes, musculados y al mismo tiempo torneados. Comer me favorecía. Total, que me obsequié con una tarde en Aqualand. Afuera llovía, pero en Aqualand siempre hace bueno, y calor. Ir a Aqualand representaba casi una décima parte de mi renta mensual de inserción, y a mi madre no le hizo ninguna gracia. Incluso se negó a darme un billete de metro, así que no me quedó otra que arrimarme mucho a un señor para pasar los tornos. Siempre hay muchos esperando a las jovencitas junto a los tornos del metro. Me di perfecta cuenta de que provocaba cierto efecto en el señor; para ser sincera, mucho más efecto de lo que acostumbraba. En los vestuarios de Aqualand tuve que lavar discretamente la falda. En los vestuarios de Aqualand siempre hay que comprobar que estén bien tapados los intersticios de las puertas, y hay que saber largarse cuando el vestuario ya está ocupado por una pareja; allí también hay siempre señores esperando delante de las puertas de las mujeres. En Aqualand se puede una ganar muy bien la vida, pero yo siempre me negué, hasta en las temporadas en que mi madre amenazaba con ponerme de patitas en la calle. En el vestuario desierto me desvestí a toda prisa y me puse el bañador, y allí, ante aquel espejo dorado tan favorecedor, una vez más me encontré, y me sabe fatal decirlo, increíblemente guapa, como en las revistas, sólo que más apetitosa. Me enjaboné con unas muestras gratuitas que olían de maravilla. La puerta se abrió pero sólo eran unas mujeres que acababan de llegar, nada de hombres, de modo que pudimos disfrutar de cierta paz. Las mujeres se desnudaban entre risas.

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Autora: Marie Darrieussecq. Traductora: Regina López Muñoz. Título: Marranadas. Editorial: Tránsito. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

BIO

Marie Darrieussecq (Bayona, Francia, 1969) es escritora, traductora y psicoanalista. Marranadas (1996) fue su primera novela. Fue traducida a más de treinta idiomas y con ella obtuvo un enorme éxito en Francia y en el extranjero. Desde entonces ha publicado novelas, ensayos y obras de teatro, convirtiéndose en un referente de las letras francesas actuales.

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Pepehillo
Pepehillo
2 años hace

¿Y eso da para una novela? Perdí dos de mis primeros trabajos (y de paso, con mi carrera profesional) por frenar en seco al jefe. De lo único que me arrepiento es de no haber atizado a uno de ellos (soy un tío), aunque las pasé ptas. porque no tenía paro. Me lo podía permitir, porque no tenía familia, pero luego, teniendo familia… Dejarse magrear mientras lees el contrato define a la tipa. Anda ya.