En la novela que hoy nos convoca la carne se hizo verbo. La autora llevó al papel tragedias brutales de mujeres de todo el mundo. La carne muerta del hijo no nacido se hizo verbo en Leña menuda, novela de Marta Barrio, por la que acaba de conseguir el Premio Tusquets Editores de Novela.
La historia reciente está plagada de situaciones desgraciadas donde la consecución de la maternidad es un imposible: malformaciones, abortos, agresiones… la narrativa periodística está poblada de interrupciones no planificadas de embarazo, mientras que la mitología en torno a la maternidad señala ideas, preconcepciones sobre el dolor o la culpabilidad que se alejan de la realidad de las mujeres y lo impregnan todo de dolor y de culpa.
Sobre ello, sobre esta carne muerta del hijo no nacido, Marta Barrio escribió Leña menuda.
Imagino la documentación de esta novela como una jornada en un pequeño taller de costura. Una autora que, en silencio, respeta historias desgraciadas; una autora que espera que las palabras sean puntos de sutura para mujeres que sufren; una autora que toma medidas sin parar de los dolores de los demás… para hacerlas suyas, para convertir el patrón de estas tristezas en un texto único y abierto. Un texto que represente sin hacer más daño, un texto objetivo, respetuoso y amable. Un texto que no señale ni juzgue, que tienda la mano y dé respuestas y un cierto confort.
De alguna manera la publicación de Leña menuda supone ventilar habitaciones de culpa, remordimientos, incomprensión, maledicencia. Cuando Barrio terminó este patrón de desdichas conformó la novela. La envió al Premio Tusquets, uno de sus premios literarios de referencia y, hoy, con el orgullo de haber obtenido este galardón, se reúne con Zenda.
El camino para Leña menuda acaba de arrancar. Pasamos al vestuario privado, a probarnos con Marta Barrio las primeras muestras de un patrón de talla única y universal, un patrón de letras y emociones, de palabras y carne. Comenzamos.
—Cuéntenos qué es Leña menuda para quien no conozca la obra.
—Es una odisea a través del cuerpo, pero también a través de un viaje en busca de una salida de emergencia.
—¿Cómo surgió la historia que encierra esta novela? ¿De dónde surgió la chispa para escribir esta trama?
—Tengo que sacarme la chuleta. Una amiga me contó una confidencia: una historia real. Pero, pensando en ello, había leído una serie de noticias de periódico que me habían marcado mucho, que me habían llamado mucho la atención por un motivo u otro. Al final cada uno de nosotros leemos el periódico a nuestra manera. Es gracioso, porque yo leo el periódico por la mañana, lo lee mi marido, lo comentamos, y es como si hubiéramos leído dos periódicos completamente diferentes. Me interesa mucho qué noticias le interesan a cada uno y por qué. Estas noticias configuraron la escritura de la novela, aunque es una novela de ficción (la autora revisa sus notas).
El jueves 10 de marzo de 2011, la protesta pacífica en la capilla de la Universidad Complutense. El viernes 27 de noviembre de 2015 un hombre de 57 años, llamado Robert Lewis Dear, cometió un atentado contra un centro de planificación familiar en Colorado Springs donde se hacían interrupciones de embarazo y mató a tres personas, nueve fueron hospitalizadas con heridas de bala, y la parte bonita pero trágica fue una cosa muy televisada: durante las cinco horas que duró el asedio no dejó de nevar. Esta imagen con los coches de policía, el señor disparando, la nieve y las mujeres embarazadas muertas de miedo me marcó muchísimo: vas a interrumpir un embarazo, que es algo muy doloroso, y te encuentras con eso. El sábado 25 de agosto de 2018 la Coalición Argentina por un Estado Laico presentó cuatro mil solicitudes de apostasía a las autoridades eclesiásticas en distintas diócesis del país como respuesta a la campaña del clero contra la legalización del aborto. Este colectivo, que se fundó en 2009, impulsó las primeras apostasías colectivas a raíz de la guerra de Dios que el actual papa, Francisco, entonces arzobispo de Buenos Aires, convocó contra el proyecto de ley del matrimonio entre personas del mismo sexo (¡que ahora todo el mundo dice que el papa es de izquierdas!). El 7 de octubre de 2019 nació un niño, llamado Rodrigo, en el hospital de São Bernardo de Setúbal, al sur de Lisboa. En ninguna de las ecografías se comunicó a la madre que su hijo no tendría ojos, ni nariz, o que le faltaba parte del cráneo. Se le llamó “el bebé sin rostro portugués”, tuvo mucha repercusión mediática y se descubrió entonces que el Colegio de Médicos llevaba ya doce reclamaciones contra el doctor que había llevado el embarazo de esta mujer y que no le había detectado una cosa tan obvia. Estas reclamaciones tenían relación con malformaciones muy graves que este doctor no había detectado, sin que hubiera ninguna repercusión en su carrera profesional. No le quitaron la licencia hasta que no se dio el caso del “bebé sin rostro”, que tuvo mayor repercusión mediática. Muchas veces si una cosa no se mediatiza no existe. Lo de los perros (que todo el mundo me dice que eso no pasa): el sábado 16 de noviembre de 2019 Elisa Pilarski, una mujer francesa, fue atacada por una jauría en el bosque de Retz. Tenía 29 años, estaba embarazada de seis meses, llamó a su marido pidiendo ayuda. Cuando él llegó, se la habían comido los perros.
Mi novela bebe de todas estas fuentes, pero es una novela de ficción. Parto de un testimonio real, de una historia de una chica, lo mezclo con todas estas historias que me perturbaron de algún modo. Es esa necesidad de escribir sobre lo que nos perturba, y ahí me di cuenta del carácter inédito de esta historia. No quise ceñirme al testimonio, porque quería que fuera una mirada más amplia, una mirada que diera cuenta de otras miradas: una mirada a la literatura, una mirada a lo metaficcional, una mirada al diccionario también, al lenguaje. Al final se trata de nombrar lo que no ha sido nombrado. Ella busca en el diccionario las palabras para darle nombre a lo que le está sucediendo, igual que busca en otras lecturas —y de ahí este compendio de lecturas que acompañan al embarazo— qué le está pasando, y se posiciona frente a esas lecturas y dice: “Nos hace falta a las mujeres un nuevo arquetipo”. Por ejemplo, en La buena tierra, de Pearl S. Buck, o en Tess de los d’Urberville siempre se castiga muchísimo a la mujer, que, en el fondo, es una víctima.
—A pesar de la terrible desgracia que narra, Leña menuda es una novela de una belleza arrebatadora. ¿Quería que fuera así?
—Sí. Quería que fuera una novela que, pese a relatar un suceso y tener una carga, un compromiso, en el sentido francés de la literatura comprometida, que no voy a negar que está ahí, es también una mirada amable sobre el suceso, en el sentido de que es una mirada muy respetuosa, es una mirada que acompaña en el duelo y que casi le da la mano a la narradora y le dice: “Venga”. Pero que, en los momentos más duros, se detiene ante ese duelo y elige lo que quiere o no quiere contar. Hay silencios significativos. Por ejemplo, el niño no se describe al final. Está la mirada de la madre, está la madre que abre el pañito para ver efectivamente a su bebé. Se habla también de Quasimodo, de superstición, de que no se acerquen al monstruo las mujeres preñadas, no vayan a quedar preñadas de un monstruo. Este es un miedo que me ha gustado mucho, me ha parecido increíble, la mayoría de los periodistas que me han entrevistado me han dicho después (las mujeres): “Yo he tenido varios embarazos fallidos”. Otra periodista me dijo: “He tenido un parto de un niño de siete meses, muerto, y es tal cual lo describes, te felicito porque es una mirada muy verídica, muy cercana a la realidad”. Efectivamente, yo tenía un embarazo de riesgo y tenía, todo el rato, pesadillas que aún hoy sigo teniendo. Ese miedo se te queda. El otro día vi Independence Day y soñé que daba a luz a un alien. Eso es algo que está de algún modo en el imaginario. Son mitos de la maternidad que siguen estando ahí. De hecho, mis amigas que han sido madres me dicen que es exactamente como ellas se sentían. En ese sentido está la mirada ilusionada, la mirada bonita a lo que se gesta, y también la mirada compatizante y de mostrar que, como dice César Vallejo: “Ay, los golpes que nos da la vida”. Este es uno de esos golpes tan duros que nos da la vida. “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”. Efectivamente es un golpe duro que da la vida. La mujer cae de rodillas, no cae de pie, pero se levanta. Me interesaba contar esa recuperación, y por eso esta novela no acaba en Bruselas, esta novela acaba, unos meses después, cuando sería el aniversario de su hijo, pero en ningún momento hay un arrepentimiento. Siempre hay un “uff, la bala que he esquivado”.
—¿Escribir sana?
—Puede sanar, sí. Y leer puede sanar también. Hay una poesía que leí el otro día que decía algo así como: “¿Por qué escribir? Escribir porque quizá tus palabras sean la medida exacta de un dolor ajeno”. Me interesaba esto. He elegido este tema porque soy editora, leo muchos libros (tanto los que se publican como los que no), y vi que esta historia podía ser contada y podía ser contada de un modo diferente, porque a veces se tiende a la sobreabundancia o sobreproducción de literatura, y uno se pregunta: «¿Para qué voy a escribir?». Tanto en la novela anterior como en esta he encontrado una historia que yo podía narrar o me he encontrado con esa motivación para narrarla porque pensaba que había un espacio para ella.
—En un momento de la obra se dice que la literatura es una trinchera donde resguardarse. ¿También lo ve así Marta Barrio?
—Sí. A mí de pequeña me castigaban sin leer. Lo mejor que podías hacer era pasar la mañana en la cama con un libro y, ¿castigarme? Sí, la literatura es una trinchera, sin duda.
—Dice la protagonista de la novela que la maternidad se alimenta de su sangre, su leche y por último sus sueños. ¿De qué cree Marta Barrio que se alimenta la literatura?
—De la vida. De los miedos. Y de los sueños.
—Dice en el texto que la novela es un antídoto contra la tristeza. ¿Contra qué cree o contra qué quiere que sea un antídoto esta Leña menuda?
—Contra la ignorancia y contra el fanatismo. He tenido mi primer hater (la autora saca su teléfono móvil) y le he retuiteado (risas). Se lo he mandado luego a todas mis amigas, que estarán muertas de la risa. Ha leído en clave autobiográfica, cuando no es así. Este verano conocí a Claudia Piñeiro. Fui jurado del premio Hammett, que se convoca en la Semana Negra de Gijón, y decía ella que era la persona más insultada de Twitter en Argentina. Le habían llegado a enviar vídeos de un apaleamiento a una mujer casi hasta la muerte. Mi hater es de lo más light en comparación.
—Leña menuda retrata todo lo que se esconde bajo las alfombras. ¿Es la literatura, o esta novela, la libertad frente a la autocensura?
—Sí. Leña menuda es muy libertaria.
—Durante toda la novela cita textos de obras que son referencia en asuntos como la maternidad o el aborto. Además, es muy patente una cierta querencia por lo clásico en todo este texto. ¿Quiénes o qué obras son referentes para Leña menuda?
—Agota Kristof, Marguerite Duras, Marguerite Yourcenar. Tengo una formación muy francesa, estudié en el Liceo Francés de Madrid. También Annie Ernaux, que es una predecesora en estos temas y en muchos otros. Amélie Nothomb quizás la primera Amélie Nothomb, no la Amélie de ahora. Estupor y temblores me parece inigualable. También estudié Filología Hispánica y hay obviamente una gran influencia por mi propia tradición, digamos, por la Literatura Hispanoamericana también y la Literatura Asiática. Estudié Estudios de Asia Oriental, y esta cosa de no siempre ceder a lo narrativo, sino hacer una prosa un poco más lírica me interesa. Desde luego, Kawabata es un referente.
—En Leña menuda hace público un hecho muy personal. Normalmente es un tema que la gente guarda para sí. ¿Qué ha perseguido, o por qué escribir sobre esto?
—La representación de ciertas realidades que tradicionalmente han sido silenciadas es subversiva, y por eso me interesa. Kafka decía que un libro tiene que ser el hacha que rompa el mar de hielo dentro de nosotros, ¿y para qué quedarse en lo banal si se pueden tratar temas de cierto calado, dado que en esto les va la vida a muchas mujeres? Pienso en Brasil, por ejemplo, que tienen una epidemia tan grave como el Zika y que es un país ultracatólico, donde a las mujeres no se les permite abortar. Se les dice que mejor no se queden embarazadas en ciertos momentos donde hay índices muy altos de Zika, teniendo en cuenta que es un país donde vive mucha gente por debajo del umbral de la pobreza y, que al final, la pobreza es una rueda que se perpetúa. Si tienes un hijo sin cerebro, como es el caso del Zika, y le tienes que cuidar no puedes salir a trabajar… ¿Qué sentido tiene esto? ¿Qué sentido tiene traer al mundo a un niño sin cerebro? Igual para la Iglesia todas las vidas son dignas, pero, ¿qué hay del desarrollo de la mujer? ¿Qué hay de esas niñas madres que tienen niños bajo estas circunstancias? En Brasil las mujeres que abortan son mujeres de clase media-alta. Abortan fuera del país. Y las que no, lo hacen en clínicas clandestinas. Pueden morir de una septicemia o de una hemorragia. Cuando me contaron esta historia de una mujer española dije: “No me lo puedo creer. No puedo creer que esto siga pasando”.
—La protagonista, además de la situación de salud que atraviesa, tiene un pasado político, ideológico, con el que se sigue identificando y que sigue teniendo peso en su presente y en las decisiones que toma. ¿Somos producto de nuestros pensamientos, de nuestra ideología? ¿Todas nuestras acciones, hasta las más nimias, son políticas?
—En este caso quise que esa cosa de las capillas tuviese mayor peso, porque tenía un testimonio de una persona que había participado y me parecía que venía al caso incluirlo, por este telón de fondo constante que es la Iglesia y lo que ello implica para nuestra concepción del mundo y del aborto en particular. Me parece que deberíamos ser un país laico de verdad y que hubiera una separación entre Iglesia y Estado. No hay dinero para un montón de cosas que hacen falta, tanto a nivel de Sanidad como de Educación, y luego le pagamos esos millones a la Iglesia… Me parecía interesante darle al personaje ese pasado. En realidad, es una trampa narrativa, porque el personaje real en el que se basa mi historia es una persona muy creyente que tuvo de hecho un grave conflicto, no interno, porque ella lo tenía clarísimo, pero como que eso no casaba con la forma en la que la habían educado. Eso me parecía importante. ¿En qué brete te han puesto? Pero ella no lo dudó en algún momento, ni sentía culpa alguna y esto entraba en mucha contradicción con sus creencias, pero bueno, ella luego fue madre. Ha tenido un final feliz.
—En la novela se habla de la cultura del esfuerzo que dio paso a una generación laboralmente descolgada.
—Es que todos los millennials teníamos una idea de lo que íbamos a conseguir en el mundo laboral, y lo que hemos conseguido… Toda la polémica de Ana Iris Simón yo la entiendo, porque al final es cierto. Tuve un contrato de prácticas, pero tuve la suerte de que luego me contrataron. Y en el contrato de prácticas realmente me formaron, no me dejaron ahí haciendo un trabajo y luego formar a los siguientes becarios, que es lo que les pasó a muchas amigas mías, que seguían siendo becarias con treinta años. Yo si hubiera sido becaria no habría podido tener a una niña que tiene ahora tres años. La postura de Ana Iris la comprendo: es verdad, muchas veces nuestras abuelas vivieron mejor de lo que vivimos nosotras. Trabajo todo el día, luego vuelvo a casa, tengo que hacer la cena, ocuparme de mi hija y tengo una sensación de agobio que… igual no tenían mis abuelas. Es verdad que tengo más libertad, pero ¡en fin!
—¿Será Leña menuda una novela generacional?
—Ojalá. Ojalá. Me gustaría mucho ser leída, pero muchas veces gente de mi generación no tiene dinero para comprar libros, pero sí, ojalá. A mí me ha ayudado mucho leer a escritoras de mi generación. Me he sentido validada, me he sentido autorizada para escribir. Es muy importante lo de los roles y los ídolos. Si tú ves que solo publican hombres de mediana edad, tirando a 50-60 años, no haces esa identificación y, al ver que muchas mujeres escribían… Pienso en Sabina Urraca, en Aixa de la Cruz, que trataban temas que a mí me tocaban muy de cerca y que a lo mejor a mis padres no. Eso me hizo pensar en un relevo generacional, en el que quizá no habría pensado si hubieran seguido publicando solo novelas de señores de mediana edad. Por otra parte, según vemos en los datos, sigue habiendo muchas menos mujeres que publican que hombres que publican, y está el tema del cuidado. Ursula K. Le Guin decía que los niños se comen los manuscritos. Al final es más difícil hoy día para la mujer sacar tiempo para la creación que para el hombre, porque nosotras somos las que llevamos el peso del cuidado. Pero fíjate, que yo había estudiado Filología, soy editora y no me sentía autorizada a ello. Al alcanzar cierta madurez profesional, cierta estabilidad, y al mirar a mi alrededor y ver que se publicaban novelas a escritoras de mi edad a las que yo tenía en alta estima… me animé.
—A veces, al referirse a una escritora, se añade la coletilla: «La escritora más joven en ganar» tal premio, algo que no se dice de escritores hombres jóvenes.
—Para mí eso es un orgullo. Tuvimos una bromita con eso, porque estaba hablando en la presentación de la infantilización de la mujer, porque lo de esperar seis días, según la ley belga (que es fantástica en todo lo demás), para tener que abortar, es un problemón. No sólo a nivel económico, sino que en el embarazo cada día que pasa el feto va creciendo y es una tortura psicológica estar una semana pensando que lo que tienes dentro y se está moviendo va a morir. Eso me parece muy poco caritativo. Justo me preguntó un amigo: “¿Qué opinas de esto que dice el jurado?”. El jurado dice “Un relato estremecedor y sorprendentemente maduro”, y yo me estuve riendo de la frase. No sé si se diría “sorprendentemente maduro” de un hombre. Me quedo con lo que importa, que han dado un premio a un libro muy valiente. Me hace mucha ilusión que Almudena Grandes estuviera en el jurado. Para mí es un referente, es la matriarca de las letras españolas. Es lo que más ilusión me hace.
—Es usted filóloga y editora. ¿Cree que ha influido o ha pesado su formación para dedicarse a la escritura?
—Salí de la carrera muy subidita, pensando que lo sabía todo. Dos carreras, un máster, muy buenas notas… Llegué a Alianza Editorial y descubrí que no sabía nada. Esta lección de humildad me ha servido mucho para abordar la escritura, porque al final me pasé muchos años estudiando Literatura y luego me he pasado muchos años practicando la Literatura por persona interpuesta, digamos, pensando cómo mejorar una frase, cómo redactar una nota de prensa. He llevado las redes de Alianza desde 2010. Ser editora de Alianza (¡ahora voy a empezar a editar el Ulises!) supone una gran riqueza intelectual, es un gran caldo de cultivo para mí y una forma de descubrir autores. Todas las citas de Leña menuda son de libros de Alianza, porque no tengo tiempo de ir a la biblioteca. Pero tengo acceso a todos los archivos digitales. Eso ayuda mucho. Siempre decimos que el libro de bolsillo de Alianza es como la Biblioteca Universal. Tener a mi alcance esa Biblioteca Universal, aunque no tenga tiempo para ir físicamente a una biblioteca, no solo me abre la mente, por ejemplo, a los mitos germánicos, o asuntos lingüísticos, sino me hace descubrir también nuevos autores. Vamos a editar ahora unos relatos inéditos de Naguib Mahfuz, que es el Nobel egipcio. Al final estoy en el centro de un sitio con una gran actividad intelectual, y eso es un caldo de cultivo buenísimo para la escritura y el pensamiento. Mi jefa, Valeria Ciompi, la directora editorial de Alianza, es mi mentora. Me ha formado desde hace diez años, y todos los días aprendo algo nuevo.
—Ha coincidido prácticamente en el tiempo la publicación de esta novela con la que publica Altamarea.
—La novela de Altamarea ediciones la publiqué primero, en noviembre. Leña menuda ha llegado un año más tarde.
—¿Siempre pensó presentarse a este premio?
—Sí, de hecho me presenté con la novela anterior. Recuerdo que una persona cercana me decía: “¿Dónde vas? Te vas a frustrar si ambicionas tanto”. No lo conseguí a la primera, lo conseguí a la segunda. Y la primera novela fue finalista del Premio Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela negra en castellano. Creo que a escribir se aprende escribiendo. La gente me pregunta si respecto a la tercera novela no siento presión. Ni de broma. Lo que siento ahora es una gran alegría y tranquilidad, porque mi principal problema a la hora de enfrentar la página en blanco es convencerme a mí misma de que eso merece la pena, que merece la pena dedicar el tiempo y el esfuerzo. Quitar ese tiempo y ese esfuerzo a otras cosas de mi vida. Llevo cuatro años sin ir al gimnasio (risas). La niña, el puré, todo lo que tengo que hacer, mi trabajo… pero este premio me ha dado la esperanza de que sí, de que merece la pena llegar a más lectores y compartir una historia que creo que merece ser compartida. Cuando escuché el relato de mi amiga, pensé: “¡Menos mal que me lo ha contado! Yo se lo voy a contar a todas las personas a las que pueda contárselo, porque esto no debería ser un secreto, sino algo que sepamos todas”. Lo que le pasa a una nos puede pasar a todas, y si no sabes que tienes una opción —si no te lo cuentan, porque no te lo cuentan— de ir a otro país y poner fin a ese embarazo no deseado que puede acabar con tu vida y suponerte a nivel económico, a nivel de dolor y de sufrimiento propios… Como madre sufres con tu hijo. Cada vez que me suena el móvil pienso: “Se ha matado mi hija”. Dice mi marido que él no conoció el miedo hasta que nació Claudia. Mi hermano era asmático de pequeño y pasaba mucho tiempo en el hospital, y mi madre sufría muchísimo. Imagina eso multiplicado por veinte, niños que no tienen esperanza de vida. No tienen esperanza de vida, pueden morir en cualquier momento.
—Escucharte es viajar a los sesenta. En muchas cosas no hemos evolucionado nada.
—La ecografía importante te la hacen en la semana 20. Si va mal esa ecografía te hacen la amniocentesis. Los resultados de la amniocentesis tardan dos semanas. Ya estamos en la semana 22. Ya no te da tiempo. En la práctica… ¡en fin! Yo no pondría un plazo para el aborto de malformaciones. Además, esta sociedad no te ampara nada. Somos nosotras las que cuidamos, deberíamos tener nosotras la capacidad de decidir y no el obispo de turno o el juez de turno. De esto habla Mosterín en un artículo (tiene un libro titulado El triunfo de la compasión). El otro día hablando con una amiga me decía: “No me importa el sacrificio, Marta, yo me hubiera sacrificado. Pero ¿qué va a ser de este niño cuando yo no esté?”. Las pensiones de invalidez son una puta broma. ¡Hay un desamparo tan grande!
—La sociedad ha dejado de lado a mucha gente.
—Sí.
—¿Hacia dónde encamina sus pasos ahora Marta Barrio? ¿Podría contarnos cuáles son sus próximos proyectos literarios?
—No estoy haciendo ahora nada. Estoy pensando en un proyecto sobre la infancia, la familia y el verano. Quiero que sea una novela veraniega y luminosa. Veremos a ver si sale.
En este asunto sobre el aborto, prefiero apelar a lo que considero mi sensatez, mi lógica y verdad. Sí estoy de acuerdo con la opción a abortar en caso de que halla una mal y horrenda formación en el feto. Obvio, si así lo desea la embarazada. No estoy de acuerdo con abortos medalaganarios, ni tampoco en casos de violación. ¿Qué propondría en caso de una mujer quedar preñada por una violación? Dos opciones: 1. Parir y cargar con la criatura, si así lo desease la madre 2. Dar en adopción al bebé, ya sea a alguna pareja que lo desee o,
incluso, a algún pariente de la madre (hermana, primo, tía, etc). Pero ojo, que esto se realice bajo contrato legal, no simplememnte apalabrado. Mediante ese contrato el neonato pasa ipso facto a llevar el apellido de la persona o pareja adoptiva. Y, ya en el caso de que la vida de la madre corra riesgo de muerte, pues, acá está todo claro: se debe salvar la vida de la madre si no se pudieron salvar la de esta y la criatura al mismo tiempo.