“Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos”.
Así concluye uno de los poemas más conocidos de Neruda. Es también el elegante título que corona la obra que la escritora Marta Robles acaba de publicar con la editorial Espasa. Un ensayo que aglutina historias de amor y desamor de grandes creadores de todos los tiempos: literatos, pintores, actores…, desfilan por las páginas de esta curiosa obra que llega ahora a las librerías.
Hace más de tres décadas que Marta Robles escribe. Fruto de esta labor divulgadora ha publicado numerosos títulos de no ficción centrados en la actualidad política o social. Además, la periodista, sin dejar de lado sus trabajos en numerosos medios de comunicación, se ha adentrado con gran éxito en la ficción (fue premio Fernando Lara de novela con Luisa y los espejos y Premio Ateneo de las Letras por su trayectoria literaria). Su éxito más reciente es la saga del detective Roures, una serie de novelas donde la escritora se zambulle en el género negro. Hasta el momento ha publicado tres títulos de esta serie (A menos de cinco centímetros, La mala suerte, La chica a la que no supiste amar) que la ha hecho ganar diversos premios del sector, además del aplauso de los lectores.
En los últimos tiempos, Robles se ha centrado en el ensayo. Quizá porque es uno de los géneros que nos ayuda a comprender lo que hoy somos a fuerza de estudiar lo que en su momento fuimos. Ha arrancado con uno de los sentimientos más poderosos: el amor. Si hace un tiempo nos deleitó con el amor de los grandes monarcas, ahora ha investigado las sinergias entre amor y creación, entre desamor y creatividad, entre pérdida e impulso artístico. Lo que la primavera hace con los cerezos es una obra cuajada de grandes historias de amor, de grandes personajes, de grandes y apoteósicos finales. ¿Son el amor y el arte caras de la misma moneda?
Nos reunimos con Marta en el Hotel Palace para hablar de su último título. Marta Robles habla para Zenda del buen amor, del amor generoso, del amor de verdad, de las consecuencias del amor en la obra, de qué hace que las historias sean perdurables… Nos adentramos en esta espléndida y exigente obra de la mano de su autora para descubrir, como ella nos comenta en algún momento, escaparate y trastienda de los grandes creadores. ¿Seremos capaces de descubrir la trastienda de Robles en esta breve conversación?
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—¿Por qué este título?
—Lo que la primavera hace con los cerezos es el último verso del poema 14 de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Neruda es un poeta extraordinario, más allá de sus maldades personales, y me gusta mucho la sensación de saber que cuando tú amas bien a una persona, lo que quieres, lo que debes querer, es que florezca. Lo que quiero hacer con Lo que la primavera hace con los cerezos es transmitir ese mensaje del buen amor. ¡Nos cuesta tanto querer bien! Queremos tan mal que me parecía que era un mensaje muy bonito. Aparte, tiene mucho que ver con lo que cuento en el libro: con ese amor y desamor que, al final, todo viene del mismo sitio: del amor. El amor, el desamor, la pérdida…, todo lo que conlleva viene del sentimiento, de esa emoción tan brutal. Me parecía que era un título muy apropiado.
—Fue Safo, una mujer, quien inventó el amor. ¿Podría haberlo inventado un hombre?
—Podría, podría. ¡Pobres! Pero es cierto que nosotras tenemos más capacidad para ser más receptivas a lo que sugiere el amor. Creo que los hombres, además, se han pasado mucho tiempo rechazando el amor porque te alejaba de las cosas importantes, te ponía tonto (esa imbecilidad transitoria), o lo que cuenta los griegos: las amistades entre hombres sí, pero ¿cómo me voy a enamorar si entonces pierdo todas mis cosas? Así que creo que las mujeres estamos más acostumbradas a querer, es casi la única parcela que nos permitían.
—Decía Lord Byron: “A menudo intento arrepentirme de las cosas que he hecho, pero siempre me duelen más las que he dejado de hacer”. A Marta Robles, ¿le duele aún algún proyecto pendiente?
—Tengo una asignatura pendiente que ya no haré, que es la de ser corresponsal de guerra. Aunque sí que me he ido de cooperante en varias ocasiones que, de algún modo, también te hace ver las mismas cosas. No por aventura sino para acrecentar mi empatía. Creo que las personas que han estado y están en esos lugares donde sale muchas veces lo mejor del ser humano, pero tantas otras lo peor, al final juzgan menos. Creo que yo, como lo que quiero es ser una buena persona, lo que quiero es aprender a no juzgar. Y a veces me cuesta.
—Aúna en este libro historias muy célebres con otras no tan conocidas. ¿Qué criterio ha seguido para la selección de historias?
—Hice algunos apartados que yo quería tener y había algunos personajes que estaba segura que iba a meter, otros han ido apareciendo por el camino. Siempre pasa cuando empiezas con un libro —y siempre lo digo— yo nunca voy buscando las historias que voy a escribir o pienso qué le interesa al público o qué le gustará leer, qué final le va a encantar… Cuando me pongo a escribir no pienso en la gente que me va a leer ni en nadie. Fui haciendo el libro a mi medida: repasando los artistas que a mí me interesaban más, descubriendo algunos y asombrándome con ellos yo misma. Por ejemplo, está la historia de Anne Perry que también es bastante desconocida y claro, yo estaba buscando personajes que me cupieran en los distintos apartados que quería. Quería tener mujeres fatales, quería tener donjuanes, quería tener asesinos, quería tener liberales, quería tener un poco de todo. Había unas historias que eran muy conocidas y otras menos, dentro de esa estructura que yo quería rellenar.
—¿Hay alguna historia que se haya quedado fuera y la eche de menos?
—Se me han quedado infinitas porque esto es inabarcable. Decía una amiga que me faltaba la de Machado y Guiomar. Y es verdad que la conozco bien y pensaba haberla puesto, pero es cierto que últimamente se ha hablado tanto de ella y la ha dado tanto y tan bien a conocer Alicia Viladomat, que pensé que ya tenía sus libros y que no hacía falta contarla. Y eso que te digo que mi interés personal era reflexionar sobre estas historias. Yo no cuento la vida de los personajes, como sabes, lo que hago es tratar de relacionar el amor, el desamor y la pérdida con la creación. Hacer ver a quien lea estas historias que, aunque Baudelaire se empeñaba, no se puede ser sublime sin interrupción, todos los creadores tienen picos y valles y que todo depende, en buena medida, de sus emociones (el amor, el desamor y la pérdida).
—De algunas de las historias (de las que parece conocemos todo) nos cuenta detalles pequeños pero que son muy significativos de esa historia. Por ejemplo, la relación tormentosa de Joe DiMaggio y Marilyn Monroe la conocemos todos, pero no todos conocemos que DiMaggio envió rosas a la tumba de Marilyn durante veinte años. ¿El amor se construye con detalles?
—Mies van der Rohe siempre decía que Dios está en los pequeños detalles. Yo lo he creído. Pienso que la vida sin los pequeños detalles no es nada. Al final el arquitecto Mies van der Rohe pensaba que esos pequeños detalles están en los materiales de las cosas. Yo creo que los materiales que tenemos que utilizar en las relaciones es el adornarlas con pequeños detalles; si no, se acaban muriendo. Te cuento una cosa curiosa que me llamó mucho la atención. Un día entrevisté a Luis Rojas Marcos que venía de Nueva York a hablar sobre un libro que versaba sobre las rupturas de pareja (no recuerdo el título). Venía con su pareja, y le dije: “Si no paras de hablar de las rupturas de pareja, ¿para qué tienes pareja?”. Respondió: “Porque solo pensando que tu pareja se puede romper, la mantienes entera”.
—Hay amores en este libro que no son tan destructivos como otros, sino que son muy inspiradores (Djuna Barnes y Thelma Wood, Virginia Woolf y Vita, o Lorca y Dalí). ¿El amor también sirve para salvar?
—Por supuesto. El amor sirve para hacer florecer al otro, el verdadero amor, el buen amor. Lo que pasa es que es muy difícil, insisto, amar bien. Todos pensamos que amar mucho es amar bien y, a veces, hay que contener el amor para amar de verdad. La generosidad en el amor es muy complicada. Aristóteles decía que la diferencia entre la virtud y una característica de la personalidad es que una característica de la personalidad es inherente a ti, mientras que la virtud te obliga a trabajar. Es decir, si tú eres muy generoso, eso no es una virtud. Si no eres generoso y haces por ser generoso, eso sí que es una virtud. En el amor hay que trabajar determinadas cuestiones, las que te faltan, para poder ser generoso con la otra persona, y tantas otras cosas más. Creo que el amor puede ser verdaderamente inspirador y que las turbulencias del amor, curiosamente, también. El sufrimiento también puede ser enormemente inspirador.
—No deja títere con cabeza: hay pederastia, abuso, asesinato… Pienso en Carroll y su pasión por las menores o los cuadros de Lucien Freud. ¿Era su empeño también mostrar los rincones oscuros?
—Claro. Por supuesto que quería buscar los rincones oscuros. Estamos en este mundo tan hipócrita ahora de la cultura de la cancelación (que a mí me aterra). Si al final nos dejamos gobernar por los líderes de la cultura de la cancelación acabaremos por no tener arte, ni belleza, ni sentimiento, porque todo eso acabará cancelado, porque todos nosotros tenemos escaparate y trastienda. Todos tenemos un lado oscuro. De hecho, creo que nos gustan tanto las historias oscuras precisamente porque sabemos que puede emerger en nosotros, en algún momento, una historia oscura, y de algún modo nos aterra: queremos explicar todas. Y hay muchas que no se pueden explicar. Al final de este libro hago un alegato contra la cultura de la cancelación. Precisamente digo que si algún ser fantástico, un creador, un genio, tiene ese don porque se lo ha dado la naturaleza, que lo disfrutemos todos. Y si por alguna razón, por ejemplo, comete un delito, que vaya a la cárcel pero que no cancelen su obra porque la obra es con lo que nos va a pagar, incluso, ese delito. Decía André Gide que con buenos sentimientos no se hace buena literatura y es verdad que cuando vemos dentro de la literatura toda suerte de abyecciones (y las hemos visto porque los malos, las cosas malas dan para muy buena literatura, para cine, y para arte plástico ni te cuento), no se trata de contar la vida como uno es. Se trata de contarla como es, ver los errores y a partir de los errores reflexionar y decir: esto no conviene que lo volvamos a hacer. Pero si tratamos de borrarlos como si nunca hubieran existido, ¿qué sentido tiene? Volveremos a caer en un pozo y en otro y en otro. Me quiero quedar con la belleza. ¿Me van a quitar a Caravaggio porque fue un asesino? Por ejemplo: si mañana nos enteráramos de que Edison había sido un asesino, o pederasta, o un proxeneta, ¿íbamos a apagar el mundo? ¿Nos íbamos a quedar a oscuras? No, ¿no? Entonces, ¿qué sentido tiene todo esto? Es una hipocresía.
—Un buen ejemplo son los seguidores de Anne Perry: cómo la apoyaron después de descubrir su secreto. Tendríamos que aprender de ellos.
—Pero también ahí hay una cosa que me llama la atención, Raquel, y es que a la gente le gustan mucho los malos. Mucho. Por ejemplo, los asesinos que escriben desde las cárceles o que pintan…, tienen grandísimos clubes de fans. Es curioso porque la maldad nos provoca pánico, pero al mismo tiempo una cierta fascinación, con lo cual, en el caso de Anne Perry es increíble. Además, ella en sus historias se justifica con unas chorradas que no es normal. Dice: “Si yo no hago los crímenes muy tal” (Risas). A ver, ¿qué me estás contando? Pero los malos nos fascinan y es muy curioso cómo hay tantos malos de los que se enamoran personajes extraordinarios. Picasso es un grandísimo pintor, pero buena persona seguro que no. Es un tipo que piensa mucho en él y los demás le dan un poco igual. Desde luego no va a sacar lo mejor de la persona, pero sí la va a exprimir para su obra. ¿Te has dado cuenta de que cada amor corresponde a una etapa? Es una cosa increíble.
—A este respecto de por qué nos gustan los malos, en una entrevista en El Hormiguero decía María Hervás que creía que nos gustaban porque las mujeres, que habíamos sido sometidas tanto tiempo, veíamos en ellos lo que nosotras no habíamos podido hacer o ser y por eso nos atraían.
—Pues no estoy de acuerdo. Creo que a las mujeres nos gustan los malos desde siempre y está muy analizado en el Don Juan. Nos gustan porque pensamos que los vamos a cambiar. Nosotras, sin ser Doña Inés, los queremos redimir. Pensamos que los podemos redimir. Seguimos siendo tan ingenuas que pensamos que los vamos a cambiar. Incluso las mujeres fatales más fatales piensan que los van a cambiar. Y nadie cambia a nadie.
—¿Es la historia de Gabriele D’Annunzio y Luisa, su favorita?
—Es una historia que conozco muy bien porque cuando escribí Luisa y los espejos, es una historia que me había llamado la atención, la novelé y saqué mucho jugo a esa relación, una relación que terminaba de una manera terrible, con una falta de generosidad enorme por parte de él. Me dio una rabia inmensa. No sé si es mi favorita, pero tiene algo especial para mí, porque con la novela me dan el Premio Fernando Lara y, además, escribir esa historia me tuvo enloquecida. Mientras la estuve escribiendo no podía pensar en nada más y, desde que conocí a Luisa Casati, que es un personaje absolutamente desconocido entre nosotros —si buscas en internet antes de 2013 no vas a encontrar absolutamente nada—, pero fue musa y mecenas, la tercera mujer más retratada de la historia. ¡Está en todas partes! Es una historia fascinante. Me divierten determinadas cuestiones que son extravagantes o excéntricas de aquella historia.
—¿Cuál es su historia favorita del libro?
—No sabría decir. Depende en qué momento. Una de las historias que me gustan es la de Salgari, una historia terrible. Me gusta cómo la he contado, en primer lugar, porque creo que he sido más justa que algunos. En algunos libros permanentemente se carga a Ida, la mujer de Salgari. Y la realidad, o mi punto de vista —que para eso es un ensayo y me lo puedo permitir— es que tanto uno como otro tenían esas personalidades tan atormentadas, tan altivas y complicadas. No se hacían bien entre ellos y menos en la situación en la que se encontraban. Me gusta porque creo que he hecho un poco de justicia. También me ha gustado hacer un poquito de justicia con Artemisia Gentileschi, que es un personaje que ha sido desconocido hasta los años 70. Me gustaría que la gente viera la pintura de esta mujer porque es verdaderamente excepcional. La descubrí en Florencia. Estaba delante de uno de sus cuadros y me pregunté: ¿pero, este cuadro?, ¿cómo es posible si no había mujeres pintoras en ese tiempo? Empecé a indagar en su historia y me quedé estupefacta. No podía existir una mujer de esas características. También me ha gustado, aunque es terrible, la historia de William Burroughs. Es fascinante y brutal al mismo tiempo. ¡Se hace escritor tras matar a su mujer! Aunque sea de manera accidental y absurda, ellos se estaban matando desde hacía tiempo. Me fascina también su relación porque ella es heterosexual y él homosexual y mantienen la relación hasta su muerte. Se convierte en escritor después de pegarle un tiro. Hay veces que empiezas a sorprenderte: Peter Oblonsky y Ginsberg. Uno es heterosexual y el otro homosexual y tienen una relación abierta, pero también tienen relación sexual entre ellos. Y se aman toda la vida. Está claro que el amor es a las personas, no a los sexos. Las personas aman a las personas.
—Mira Lorca y Dalí.
—También, también.
—Erotismo, promiscuidad, juegos sexuales en grupo…, ¿la libertad en el amor contribuye a impulsar la creatividad?
—Creo que sí. Creo que los propios artistas fomentan historias tumultuosas y llenas de sensaciones, porque de algún modo tener emociones ayuda a crear con emoción. Todo lo que te provoca cosas en la tripa al final es muy posible que lo dejes en un cuadro y en la literatura exactamente igual. No entiendo a esas personas que escriben sin nada de pasión, sobre todo por lo que decía Naipaul: “la diferencia entre lo que es literatura y lo que no lo es, es una carta que escribe un chico a su novia un día cualquiera y la misma carta que le escribe a su novia el día antes de ser ajusticiado”. Creo que no hay más que añadir.
—En el epílogo habla sobre que ha evitado cancelar a ningún personaje. Esto es muy noble, el hecho de no juzgar sino tratar de entender. ¿Es este el mensaje que desea trasladar al lector? ¿Separar al autor de su obra?
—Yo le quiero contar al lector mi punto de vista y luego que haga el lector lo que le dé la gana. Yo le cuento al lector lo que me parece a mí. Ni adoctrino ni evangelizo. Esto es un ensayo y aquí hay que mojarse. Si no, no sería honesto. Transmito ese mensaje, que me parece fundamental y que lo defiendo a capa y espada y con todo sentimiento y mis armas de creadora. Pero que cada cual diga lo que quiera. El otro día me hicieron una entrevista y venga y venga con el tema de la cancelación. ¿Cómo me iba a gustar Neruda cuando se había portado tan mal con su mujer? Lo curioso es que me estás diciendo esto y no te has preocupado de que él violó a una señora. Esto no me lo has mencionado. ¿Te ha parecido menos malo? ¿Lo otro es peor? Se supo de esa violación después de su muerte. Su última mujer, Matilde Urrutia, se empeñó en que debía tener mucha trascendencia y mucho peso en su país: decidió recuperar y publicar las memorias. ¿Qué pasa, que no las leyó? ¿No vio eso? ¿No le pareció malo? A los editores, ¿qué les pareció? El mundo está lleno de cómplices, el mundo está lleno de malos. Y dentro de cada uno de nosotros hay un malo. Realmente si los seres más interesantes del mundo fueran perfectos en todo, el mundo sería aún más injusto de lo que ya es. ¿Te imaginas que Nadal, además fuera filósofo y no sé cuántas cosas más? Diríamos: “¡No puede ser!” (Risas). Estoy totalmente en contra de la cultura de la cancelación. Mi mensaje, creo que era el mensaje que tenía que dar en este libro. Entiendo que habrá gente a la que le parezca fatal. ¿Qué le vamos a hacer? Lo voy a decir porque es lo que creo.
—Hay dos figuras femeninas que me ha gustado mucho: Artemisia Gentileschi y Hedy Lamarr. ¿Quiere que este libro sirva para que pasen a la posteridad, no tanto en el caso de Lamarr por la exuberancia de su físico o su trabajo como actriz, sino por el legado intelectual, científico, o artístico que deja?
—En el caso de Lamarr quería contar su historia porque me parece que es una historia poliédrica. Creo que es una historia fascinante por todos los lados. No solamente porque hiciera el primer desnudo en el cine, no solo porque hiciera el primer orgasmo en el cine (aún en esas circunstancias, pinchándose con un alfiler). No solo que a ella la secuestre un tipo que vende armas a Mussolini y a Hitler…, sino su inteligencia, haber estudiado ella sola una ingeniería y cómo el mundo rechazó su invento por su belleza y su profesión de actriz. Tenemos tanta prevención con las personas por algunas circunstancias, las etiquetamos de una manera…
—¡Me indigna!
—Me indigna mucho. Es indignante. Me gustaba la idea de contar que ella había pasado a la historia en su país como inventora, que el Día del Inventor está dedicado a ella y que, además, esto de aquí [Marta coge su móvil] tiene que ver con ella. Me parecía importante dejar claro que a ella su estrepitosa belleza le hizo muchísimo daño. Al final ella trató de buscar su vía de escape a través de la inteligencia, pero como no le dieron opción, siguió rindiéndole culto a la belleza y, al final, la belleza es efímera y te juega malas pasadas. Según va pasando el tiempo la belleza se desvanece, y el que no lo acepta sufre muchísimo. Y ella sufrió. ¡No se la habían tomado en serio!
—Hablemos de este giro en su trayectoria literaria, yo lo percibo así, deja de lado la ficción y publica Pasiones carnales y este ensayo. ¿Qué significa en su trayectoria?
—Cuando hice La chica a la que no supiste amar sufrí mucho. Fue un viaje. Estuve con cinco chicas nigerianas que me contaron su historia. A la hermana de una de ellas su padre le pegó un tiro en la tripa justo cuando terminé el libro. Me encontré en unos lugares terribles en los que reconocía a muchas personas. Hice unas entrevistas tremendas, entrevistando también a los malos. Los escritores siempre hablamos del amor y de la muerte. Me paso el día hablando de lo mismo. El fondo de La chica a la que no supiste amar era lo mal que amamos, lo difícil que es amar y saber hasta qué punto debes soportar o no para amar bien. Me quedé muy tocada y decidí hacer una pausa entre Roures, aunque tengo otra de Roures en la cabeza. No sé que me pasa con Roures que cada vez que me pongo a escribir una novela de Roures tengo en la cabeza la siguiente. La próxima comienza con la última escena de La chica a la que no supiste amar. Pero, de pronto, tuve la necesidad de parar, de dejar el género negro e investigar otras trastiendas. Empecé con la de los reyes, que me resultó muy divertido hacerlo y desde hacía mucho tiempo acumulo muchas biografías, este era un proyecto antiguo que me apetecía contar. Me apetecía contar el encuentro entre Nora Barnes con Joyce a la orilla del río. ¡Me parecía tan bonito! Quería contar todas aquellas historias a mi manera. No es una estrategia. No tengo estratega literaria. Escribo lo que me pide la tripa escribir.
—Cuéntenos sus próximos proyectos literarios. ¿Ha pensado, por ejemplo, escribir teatro?
—Me gustaría. Tengo una historia por ahí, desde hace mucho tiempo, de una obra de teatro que me gustaría escribir a cuatro manos con Paloma Bravo. Creo que es una historia que nos interesa mucho a las dos y me gustaría…pero ¿cómo lo sabes?
—Me gusta mucho el teatro, tenía que preguntarlo.
—¡Me encanta! Es una cosa que tengo en la cabeza, que me apetece muchísimo. Tengo un Roures en ciernes y también una novela que supongo será la novela de mi vida. Es una historia que tiene tintes familiares, aunque en realidad no es la historia de mi familia. Pero como sé que mi madre seguro que descubre a mi familia en algún sitio…, creo que tengo que esperar, aunque tengo ya 180 páginas escritas. Es una novela curiosa con mucho humor. Me parece que las grandes tragedias siempre deben tener un punto de comedia porque si no, no son nada creíbles, son un poco como la vida. Es una gran historia familiar un poco trágica que incluye humor.
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