La vocalista española Marta Sánchez se ha descolgado con una versión cantada de nuestro himno nacional. A beneficio de los millones de lectores iberoamericanos que tan devota y fielmente me ignoran, aclaro que el epinicio oficial español es mudo (hubo algunas letras, pero mejor no hablar de ellas).
Que la señora Sánchez eche su cuarto a espadas en tal asunto suscitó agrio debate entre los tontos de guardia de todo pelaje. Pero a doña Marta le asiste tanto derecho a cantar su treno —una versión postista de Suspiros de España que doña Concha Piquer sepa perdonarle— como a la chavalería de años atrás a entonar lo de: “Franco, Franco que tiene el culo blanco…”, según los sones de La marcha de granaderos (pues tal es la banda sonora del himno español).
Todas las naciones, colectividades y hasta hordas precisan de cantos y músicas icónicas. Cientos de estadios de futbol atruenan cada semana con retornelos corporativos, mientras miles de gargantas saludan a sus equipos como el mejor y loan la gloria instilada por su club.
Aprovechando esos trenes baratos, la ministra de Defensa española, Dolores de Cospedal, se ha venido arriba y ha firmado un convenio para que los escolares conozcan las excelencias y virtudes castrenses, a fin de “vertebrar la nación”.
Aún me arden las palmas de aplaudir tan acertada idea de la señora ministra de Simulación de Despido en Diferido. Soy acérrimo de implantar la Historia como asignatura obligatoria. Desde el jardín de infancia prescolar al camposanto de la universidad. Ahora bien, Historia por derecho, sin dobleces ni ñoñerías.
Recomiendo pues a la egregia diferida de Defensión Simuladora Empleativa una obra que debiera leer todo escolar hispano, ya sea autóctono, oriundo, ultramarino, subsahariano o supercalifragilisticoexpialidoso. Me refiero a Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, de Cesáreo Fernández Duro.
Preciso a la ínclita empleadora de Simulado Defensivo Diferidor que el capitán de navío y coronel Fernández Duro, fue bravo guerrero —además de brillante y minucioso historiador y geógrafo— tanto en la Armada como en el Ejército, pues en ambos sirvió y ambos lo mantuvieron en sus escalafones, por su proba conducta, valor y arrojo en combate; fuese en América, África, Filipinas o la Tercera Guerra Carlista.
Para evitar que alguna pandilla de arrebatacapas, tan caras al partido de la augusta diferidora Empleante de Defensa Simulativa, obtenga una pasta editando manuales docentes obligatorios que vender a las escuelas —Hitler ya lo hizo con Mein Kampf— , añado que si la señora Cospedal desea copia gratuita de la obra citada, le basta clicar sobre el siguiente enlace de la página oficial de la Armada española.
Ahora bien, alerto del tremendo peligro que conlleva leer, especialmente sobre Historia. Con tan perverso hábito, los escolares descubrirían que el mayor desastre naval hispano no fue uno de esos celebérrimos combates, reproducidos en óleos y acuarelas. En Lepanto, la Santa Liga (el equipo donde jugaba España “en la más alta ocasión que vieron los siglos”, Cervantes dixit) registró 7 600 bajas. Y durante la contienda de Trafalgar, España contabilizó 1 022 muertos, Francia 2 218 y Gran Bretaña 449.
En 1496 perdimos sin embargo nueve millares de españoles, y no en lid naval, sino en unos esponsales reales. El caso fue que en agosto del año anterior, nuestro país despachó a Flandes a una armada, compuesta de 120 naos y no menos de 15 000 hombres de guerra, para brindar escolta y bombo a la infanta Dª Juana, (a) la Loca, hija de los Reyes Católicos, quien casaría con el archiduque D. Felipe, (a) el Hermoso, vástago del emperador Maximiliano y de María de Borgoña. Para aprovechar el porte, la citada flota debía recoger en destino a Dª Margarita de Austria, hermana del anterior, y traerla de tornaviaje a España, a fin de matrimoniar aquí con D. Juan de Aragón, segundo hijo de sus católicas majestades y hermano de la citada en primer término.
Bien, pues Fernández Duro anota: “Se dilataron mucho las fiestas de matrimonio de los archiduques, dejando avanzar el otoño sin acabar las disposiciones del regreso. Estuvieron las naves detenidas en Zelanda cinco meses en espera del buen tiempo, y como pasaran las tripulaciones el invierno crudísimo, sin ropas y sin víveres, cruelmente desatendidas, excedió de 9 000 el número de los muertos, cifra enorme; pérdida incomparablemente mayor que la que pudiera tener la armada en batalla desastrosa”.
Esto, advierto, puede mover a los escolares a desconfiar de reyes, nobles y mandatarios varios, al pensar que seamos una nación de gilipollas donde los de abajo importan un bledo (menos mal que después vino Gallipoli y al Imperio Británico le machacaron allí a 252.000 de los suyos, para que el eximio Winston Churchill explicara tamaña cagada como “un cúmulo de terribles suposiciones”).
Pero si el alumnado estudiara los Tercios de Flandes, una las más formidables fuerzas de combate de todos los tiempos, y llegase a leer la excelente De Pavía a Rocroi. Los Tercios de Infantería Española en los siglos XVI y XVII, obra del diplomático español Julio Albi de la Cuesta (Balkan Editores, 1999), descubriría la inusitada frecuencia con la que se amotinaban aquellas huestes, por los habituales impagos de sus soldadas.
Figúrese, doña Dolores, la cara de esos niñatos al averiguar que a los soldados más valerosos, osados y sacrificados en cientos de años se los explotaba como si fueran becarios de ahora mismito. Imaginen que oyen hablar del motín de Amberes, del de Haarlem, o de cualquiera de los otros 43 que estallaron entre 1572 y 1607.
Más aún, ministra, aventure el cuadro cuando algunos de esos chavales cuenten a sus abuelos pensionistas —y sostenes familiares más allá del deber— lo del motín de galeras en Alicante. Me refiero al asuntillo ese de 1525, cuando el virrey de Nápoles, Carlos de Lanoy, arriba a la millor terreta del mon, con una flota de quince galeras, una carabela y varios bergantines, trayendo prisionero al derrotado Francisco I de Francia, para negociar directamente con su homólogo Carlos I las condiciones de su liberación.
Los embarcados, viendo que Lanoy iba a tomar camino de Madrid sin que ellos vieran un chavo de las pagas atrasadas, se amotinaron desde la roda al codaste. A partir de ahí, persiguieron al virrey a tiros de arcabuz, mientras este huía por huertas y tapiales. Tan fea se puso la cosa que el propio monarca cautivo asomó a un balcón para intentar aplacar los ánimos con buenas palabras. Cuando una bala se estampó contra el marco de la puerta por donde saliera, el francés entendió que no estaba el horno para petisús. Por suerte, el raudo virrey fugitivo logró convencer a banqueros, empresarios y ricos de la villa para que le prestaran una morterada gansa de parné, a fin de aplacar a aquellos jayanes, en armas y capaces de todo.
Se percata, señora Cospedal, que si los jubiletas conocieran tales hechos, igual se cuelan con trabucos a presentar sus respetos al ministro Montoro, gran rescatador de autopistas y bancas. Reflexione, señora, que la Historia en estado puro es peligrosa. Mejor aún, apañe alguna trola jingoísta de las que tanto gustaban al ex ministro Wertz, quien por sus recios méritos en la lucha contra la cultura y el saber ha acabado de embajador ante la OCDE.
Una última consideración, ilustre procera. Me gustaría recordar que Marta Sánchez no sólo pone letras al himno nacional, sino que acudió solícita a levantar la moral de nuestras tropas de la fragata Numancia, allá por 1990, cuando combatíamos al infiel bajo el mandato de su antecesor, Narcís Serra.
Más aún, la Marta de España alumbraría incluso los inspirados versos del ágil, ameno y chispeante José Rodríguez de la Borbolla, ex presidente de la Junta de Andalucía, tras asomar, descalza hasta el cuello por delante y detrás, en la fenecida Interviú. Aquel soneto, que apareció caligrafiado por sobre la rotunda grupa de la musa cantora, lo transcribo aquí, dada su erudición humanística: “Sinfonía de curvas, pluscuamperfecta, / que evoca en lo concreto lo infinito. / Y muestra sin rodeos, como en grito, / que la más corta distancia no es la recta”.
En fin, ministra, desde estas líneas reclamo, para gloria y prez de tan alta musa hispánica, que algún futuro navío de la Marina española —ya sea un BAM o una fragata lanzamisiles— ostente el nombre de Marta Sánchez, por sus probados servicios a la Armada nacional, la poesía lírica y la música patriótica. Es gracia que no dudo en alcanzar del rector proceder de V.E., cuya vida guarde Dios largos años.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: