Escribir es una cruz, una murga, ya lo sabíamos. Cada vez te duelen más huesos, cada vez necesitas más lágrimas artificiales, más paciencia para aguantar a pazguatos, beatos, comisarios políticos y ultraegoicos. Cada vez caminas menos, cada vez te pareces más a un pato que a un héroe del rock. Sabes que muchos están intentando tomarte el pelo, o hacerte pasar por adepto a un partido, o una secta o una etiqueta concreta. Nadie comprende tus textos, de hecho nadie se lee tus textos, y los pocos que leen son gente callada, tímida y amante de la discreción. Allí donde vas, si escribes, te consideran peligroso o poco fiable, te envidian mucho, se creen que existe un Empíreo en la Tierra para los publican muchos libros, hay quienes intentan controlar lo que no se puede controlar, algunos hasta se te ponen a gritar en la cara porque sí, otros incluso piensan que escoges los temas de tu escritura y no ellos a ti, y se ponen nerviosos porque piensan que han sido aludidos, cuando la realidad es bastante más prosaica, y te inventas un montón de peleles especulares para sobrevivir mentalmente; o piensan que te comes a la gente cruda, o que eres un arrogante cuando en realidad eres un amasijo de debilidades, y todo porque eres irónico, incisivo, o un día estabas de mal humor. Y, sobre todo, molestas. Los escritores molestamos, hay poco tiempo para hacer casito a un gremio llorón. Hay muchas ganas de fusilarnos a todos de una vez. Y a la vez también a veces podemos servir para decorar una sala o un evento público, o hacer que un presidente de algo se sienta algo culto. Es que es una lata, la verdad.
Pero, a la vez escribir es la leche. Una unción masoquista, una aventura punzante, y Marta Sanz lo demuestra en Los íntimos (Anagrama). La heroína o el fentanilo acaban contigo rápido, pero las borracheras de palabras endemoniadas te dejan un margen de algunas décadas para dejarte la piel y los ojos en un puñado de libros dedicados a los marcianos que, como tú, también necesitan emborracharse de palabras, en la penumbra de sus gabinetes aislados. Por eso he sentido tanta afinidad con este libro de Marta Sanz, que en el tema se parece mucho a Clavícula, pero que en estilo se aproxima más a Farándula, porque en ocasiones es bastante torrencial, y sobre todo es un gran lago de goce vicioso en el que la autora se sumerge para reivindicar el derecho a la ebriedad de palabras.
Luego, dándole vueltas en un bar antes de coger un tren, he llegado a otra conclusión: este libro impúdico de Marta Sanz tiene aromas de Emil Michel Cioran, el Rey de los Búhos, para quien la pureza no le atañe nada y para quien la lucidez doméstica y las místicas descifradas lo eran casi todo. Los íntimos es un panorama abigarrado y gozoso, un libro memorialístico desordenado y feliz, que trasciende la estructura de dietario de Parte de mí; un libro para hundirse en sus senderos y tenerlo de amigo, como se puede tener de amigo a Chamfort, Baroja, Pavese o Arthur Schopenhauer. Un libro para que te acompañe en tu madriguera.
Otra cosa buena de escribir son los viajes, y en este nuevo libro de Marta Sanz los hay a porrillo: Gijón, Tenerife, Cali, La Paz… Las grandes figuras de la narrativa española y europea van desfilando por estas páginas llenas de vitalidad oblicua, contradicciones y humanidad antiheroica. Lector, sé que este artículo lleno de confesiones y subjetivismo te importa más bien cero, pero que no te importen cero estas memorias literarias de Marta Sanz, que te atrapan en una red de hallazgos desde la primera página y ya no te sueltan hasta el folio número 500.
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Autora: Marta Sanz. Título: Los íntimos. Editorial: Anagrama. Venta: Todostuslibros.
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