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Martín Caparrós, en busca de maneras de contar

Martín Caparrós, en busca de maneras de contar

Foto de portada: Jeosm.

Antes que nada (Random House), de Martín Caparrós, son  muchos libros en uno. Es un diario de la vivencia de una enfermedad terminal y degenerativa —ELA—, es la convulsa historia de un país como Argentina desde la década de los 60 hasta ahora, es una remembranza de la familia Caparrós con sus idas y venidas, es un repaso de las muchas historias de amor de Martín, es un testimonio del compromiso de un hombre de izquierdas, es una recopilación de sus recuerdos, es un making of de toda su obra, es una antología de sus textos… Todos ellos darían para una biblioteca entera.

Aquí, el que nos interesa es el Caparrós escritor periodista. “Ser periodista era el trabajo de los escritores”, dice,  la forma de ganarse la vida, así que por qué no intentar que fuera una sola ocupación, por qué no hacer del periodismo una continuación del trabajo de escritor. Caparrós se ha pasado la vida dándole vueltas a la ficción, a la no ficción, a renovar la forma de narrar. Antes que nada está salpicado de reflexiones sobre la escritura, fruto de la obsesión del autor por cambiar la manera de contar cada vez que se enfrenta a un nuevo reto literario y/o periodístico.

Se crio, rodeado de libros y periódicos, en una familia de lectores, muy comprometida con su tiempo. Leyó, leyó y leyó de forma compulsiva. “Me sorprenden tanto los que quieren ser periodistas y no leen —escribe—: como un aprendiz de pianista que se jactara de no escuchar música. No se puede escribir sin haber leído demasiado; no se puede pensar —entender, organizar, hablar— sin haber leído demasiado”.

"Un día le encargaron reescribir una noticia de agencia sobre la aparición en el Aconcagua, tras doce años, de unos restos humanos congelados. Gustó el resultado. Y ahí decidió ser periodista"

Caparrós escribe claro, directo. Su forma de explicar qué es literatura hace innecesarios interminables y sesudos tratados. “El primer encuentro con la literatura —dice— son esas coplas de patio de colegio que dicen que los hermanos Pinzones eran unos marineros que se fueron a Calcuta a buscar nuevas playas (…) Esos versos donde se escucha lo que no se dice, se está diciendo lo que no se escucha, las palabras se tuercen para ser más potentes y significan más que lo que significan. Donde hay un juego que subraya que lo que se está diciendo es distinto del habla cotidiana: donde algo no se comunica en el plano de las palabras sino de la cultura compartida. Y eso, supongo ahora, debería ser la literatura”.

Qué nadie espere la confesión de una vocación, de una iluminación, de una epifanía. No, la llegada de Caparrós al periodismo carece de épica, si no fuera porque era apenas un niño. “Nunca pensé que sería periodista: sucedió”. En 1973 —tenía solo 16 años—, fue recibido por un amigo de unos amigos de sus padres que  dirigía el diario Noticias, un periódico pagado por los Montoneros. Le contrató como cadete (o, dicho más bonito, un chepibe) para llevar cafés. Allí trabajaban grandes figuras que él ya admiraba, como Rodolfo Walsh o Juan Gelman. Un día le encargaron reescribir una noticia de agencia sobre la aparición en el Aconcagua, tras doce años, de unos restos humanos congelados. Gustó el resultado. Y ahí decidió ser periodista.

La decisión no hizo muy feliz a su familia. Su padre le dijo:

—”Si quieres hacer periodismo haz periodismo, yo no puedo impedirlo, pero trata de no ser un periodista”.

—”¿Por qué, cómo sería un periodista?”, inquirió.

—”Alguien que sabe un poquito de todo y nada realmente”.

No fue suficiente para disuadir al joven Caparrós, quien había encontrado en la redacción de Noticias un trabajo a su medida.“Allí escribí mis primeros artículos, aprendí rudimentos, admiré más de cerca a Rodolfo Walsh —mi primer jefe en la sección de «Policiales y Vida cotidiana»—, supuse que si ser periodista era poder mirar, entrar a los lugares, hacer preguntas y recibir respuestas y creer que sabía y ver, casi enseguida, el resultado de la impertinencia en un papel impreso, la profesión me convenía”.

"Todo tipo de trabajos periodísticos le sirvieron; incluso llegó a ser el segundo de la pionera revista feminista argentina Alfonsina"

Pero no sólo. Había más razones:  “… los bares trasnochados, los olores a rancio y a tabaco, los secretos, la camaradería, los romances, todo eso que entonces parecía parte inseparable del oficio. Pero, además, Noticias era un emprendimiento militante: trabajar allí no era trabajar sino participar en un proyecto —y encima nos pagaban—. Yo no podía creer la suerte que tenía”.

La aventura duró poco. El nuevo gobierno peronista de Isabel Perón y López Rega terminó con el diario Noticias. Caparrós, que entonces  tenía 17 años, concluye desde hoy que “es un palo empezar lo mejor posible”. Pero no iba a ser motivo para tirar la toalla tan pronto. Todo tipo de trabajos periodísticos le sirvieron; incluso llegó a ser el segundo de la pionera revista feminista argentina Alfonsina —por Alfonsina Storni, aunque todo el mundo pensaba que era por el recién elegido presidente Alfonsín—; allí practicó la “columna travesti”, aquella escrita por hombres que firmaban como mujeres. Gran aficionado al fútbol, incluso trabajó para un diario deportivo, haciendo reseñas de partidos de escasa categoría mientras encontraba algo mejor.

Lo encontró en la sección de cultura del recién fundado diario Tiempo Argentino. Entrevistó a grandes escritores vivos como Juan Rulfo. E incluso muertos como Malcolm Lowry, que había dejado este mundo más de 20 años atrás. Caparrós, siempre experimentando, no podía dejar de entrevistar a su autor preferido entonces, así que  montó una gran conversación basada en los testimonios y declaraciones que había dejado el autor de Bajo el volcán.

La entrevista, “ese quid pro quo en el que uno gana dinero y el otro difusión”, fue un género que frecuentó con asiduidad, casi siempre por impregnarse de los maestros a los que admiraba. Entre ellos, a Eduardo Galeano, que no solo le ofreció las respuestas, sino que hasta le facilitó las preguntas; a Julio Cortázar, en una charla improvisada, que resultó ser la última entrevista del autor de Rayuela; a Manuel Vicent, a Adolfo Bioy Casares, a Leonard Bernstein, a tantos.

"Se incorporó a El Porteño, un diario humilde regido por una cooperativa de periodistas. Fue un momento clave en su carrera"

Uno de los periodistas más activos de Argentina, su amigo Jorge Lanata, iba a convertirse en un personaje indispensable, con sus idas y venidas, en la vida profesional de Caparrós. Es Lanata quien le ofrece la sección de Cultura y un suplemento semanal del innovador Página/12, llamado así porque iba a tener doce páginas, aunque luego tendría más. Allí se encontrará con las grandes firmas del periodismo y la literatura argentina de entonces: Osvaldo Soriano, Juan Gelman, Eduardo Galeano o Tomás Eloy Martínez. Pero la intensa y complicada vida de las redacciones  hace que, en esta primera de varias etapas, solo dure un año allí. Caparrós siempre ha mantenido una relación de amor odio con las redacciones, que define como “esos lugares donde todos se creen condenados a muy poca cosa, dedicados a la autodestrucción más o menos placentera”.

Se incorporó a El Porteño, un diario humilde regido por una cooperativa de periodistas. Fue un momento clave en su carrera, ya que allí idearon unos artículos muy largos que llamaban “territorios”, precedente de lo que años después se llamaría crónica. Un título de portada muy significativo de lo que era aquella publicación combativa fue uno que se preguntaba:  “¿Qué tienen los militares en la cabeza?” Empezó a escribir columnas muy literarias sobre temas aparentemente fatuos, como las nalgas de Ipanema. En otra etapa en el diario, puso en marcha un  suplemento estrictamente de libros, Babel, que se convertirá en una referencia y dirigirá durante tres años. Tanta influencia adquirió el suplemento que, desde entonces, al grupo de escritores y periodistas que que se concentró allí se les conocería como los babélicos”.

De nuevo Lanata irrumpe en su vida. Tras ofrecerle varios puestos en Página/12, llegan a un acuerdo para escribir textos a los que llaman “columnas”, “ese género que desde entonces nunca abandoné. Llevo 35 años escribiéndolas: mi vida es un reguero de columnas, truncas, enteras, arrastradas, restos y sombras de columnas.”

"La dictadura había frustrado una excelente tradición de periodistas innovadores, y para entonces apenas se practicaba el periodismo narrativo"

Eso no impide que con los “territorios”. La dictadura había frustrado una excelente tradición de periodistas innovadores,  y para entonces apenas se practicaba el periodismo narrativo. “Me decidí para empezar aquellos territorios por cuatro libros —escribe Caparrós— que recordaba como ejemplos de periodismo narrativo”: Operación masacre, de Rodolfo Walsh; Lugar común la muerte, de Tomás Eloy Martínez; Music for Camaleons, de Truman Capote; Inventario de otoño, de Manuel Vicent.

“Empecé a buscar maneras de hacer aquello que llamaba crónica —recuerda en Antes que nada—. Consistía, más que nada, en mirar y escuchar con una fuerza desacostumbrada, mirar y escuchar con esa «actitud del cazador» de la que después hablaría tanto: el hombre primitivo que no puede distraerse porque sabe que si, cuando salte la liebre, él no está atento, los suyos se quedan sin comer. Mirar, mirar, escuchar y tratar de ordenar todo eso en un relato que vaya pintando, poco a poco, un fresco que podría ser tantos frescos: encontrar las historias que no cuenten solo lo que están contando. Y encontrar relaciones entre ellas, esos vínculos que te ofrezcan la posibilidad de entender algo nuevo. Y encontrar, por supuesto, una prosa, una música que pueda contenerlas”.

Y concluye: “Eso —que por supuesto es ilusión— me parece ahora la belleza: que cada palabra se gane su lugar, por precisión y ritmo (…) Buscaba un estilo y daba vueltas por el mundo: la ecuación parecía favorable. Buscaba maneras de contar lugares y personas, de verlos y escucharlas, de inventar con palabras algo que estaba ahí, callado. Y me gustaban esos textos que iba armando sobre la marcha, en el camino, y quería publicarlos en un libro: Larga distancia”.

"Hizo incursiones en la radio con espacios innovadores. Y también experimentó en la televisión, llevando el periodismo narrativo a la imagen"

Otro proyecto innovador de Caparrós que también le supuso un reto literario fue la serie «El interior», una serie de viajes a la Argentina profunda, porque “Argentina es la decepción que nunca falla”. “El nuevo periodismo —explica— fue, hacia 1960, el producto de un mecanismo que consistía en utilizar otras formas literarias para contar la no ficción —y que esas formas fueron, básicamente, la novela social y negra americana de 1920 o 1930—. Pero que después, en lugar de volver a usar el procedimiento se siguió usando su resultado, y se cristalizó aquel modo sesentero de escribir no ficción. Y que había que recuperar el mecanismo: volver a buscar fórmulas literarias que permitieran contar mejor la realidad. Por eso El interior tiene muchos pasajes en que intento cambiar lo que había hecho hasta entonces, trato de traficar con otros géneros”.

Contar toda su labor periodística sería una labor ingente. Baste decir que también fue corresponsal en Nueva York, enviado en la guerra de los Balcanes, o encargado durante cinco años por la ONU de escribir sobre las grandes miserias del tercer mundo, de África a Asia, pasando por su Ñamérica. Hizo incursiones en la radio con espacios innovadores. Y también experimentó en la televisión, llevando el periodismo narrativo a la imagen: “Mi idea era que la camarita funcionara como la prosa en primera persona de una crónica: con sus planos torcidos y movidos ponía en evidencia la presencia de un sujeto que miraba y contaba la historia”.

Antes que nada es un libro tan rico, que en él también se encuentran las enseñanzas del Caparrós maestro, obsesionado con las formas de contar en el periodismo. “Me pasé tantos años diciendo que no había diferencia entre escribir ficción y no ficción —para decir que no encaraba distinto la prosa de una y otra—, que no era más ambicioso o disruptivo cuando escribía novelas que crónicas, que a menudo desarmaba y rearmaba más mi estilo en una historia real que en alguna «inventada». Hasta que, hace no mucho, me di cuenta de que decía una tontería: hay una diferencia radical entre escribir ficción y no ficción —para mí, por lo menos—”.

"Siempre seducido por los extremos, pasó del trasatlántico de la prensa mundial a una chalupa, una especie de blog llamado Chachara.com"

¿Y cuál es esa diferencia?  “Cuando escribo una crónica —explica—, una parte importante del trabajo sucede en el campo: el lugar, las personas, el tema del que estoy escribiendo. En esas situaciones, en ese paso previo se me va armando la escritura, tomo notas que a menudo son párrafos o páginas y cuando llego a la computadora lo que tengo que hacer es ordenarlas, completarlas y editarlas: buena parte del trabajo ya fue hecho. En cambio cuando escribo una novela me siento en esta misma silla y tengo, si acaso, un par de ideas, pero todo el trabajo de composición y de escritura se hace aquí, aquí la invento, aquí la escribo. En un caso, el escritorio aporta la terminación: en el otro, todo o casi todo (…) Es muy distinto estar aquí sabiendo qué debo hacer, haciendo artesanía, que sentarme a ver qué se me ocurre, a ver qué sale. En ese aspecto la diferencia es absoluta”.

Por su amplísima experiencia —más de 50 años ejerciendo la profesión— y por su constante reflexión sobre el oficio, resulta especialmente interesante su opinión sobre el periodismo actual. Por ejemplo, esta explicación de por qué rompe con The New York Times, del que fue columnista. “Había soportado más de lo habitual, por vanidad: las letras góticas imprimen carácter, siempre es coqueto decirse que uno trabaja para el mejor diario del mundo. Pero nunca había visto un espacio tan autoritario, tan controlador: yo escribía columnas de opinión y varias veces me dijeron que tal o cual opinión les parecía inadecuada o incorrecta, que la modificara. Pero es la mía, decía yo, yo soy el que la firma. Sí, pero así como está no se publica, me contestaba mi editor. Hasta que lo dijo una vez de más y le dije que al carajo”.

Siempre seducido por los extremos, pasó del trasatlántico de la prensa mundial a una chalupa, una especie de blog llamado Chachara.com, donde durante año y medio publicaba lo que quería y cuando quería. Si nunca se ha contenido a la hora de decir lo que pensaba, aquí menos. “Cargaba contra ciertas tendencias actuales —rememora—: entre otras, ese aluvión de notas que importan menos por lo que ven que por cuantos la miran. Muchos medios se someten a esa dictadura del número, donde los que definen qué vale la pena publicar son los miles o millones que cliquean o no sobre un título más o menos engañoso: el Periodismo Clic. Por algo la palabra clique (en España claque o clac) significó, durante siglos, la comitiva de lameculos que festejaban todas las ocurrencias de algún jefe —y ese sentido sigue vivo en la clica centroamericana, otro nombre de la banda mara—”.

"Puede pensarse que esta visión tan amarga impide toda esperanza, pero no es así. Caparrós deja una puerta abierta"

Caparrós apunta que hemos perdido el respeto por los lectores, que nos hemos olvidado de ellos al considerarlos una masa informe, de la que solo importa la cantidad que la componen. “Aquí, para lamer consumidores y anunciantes, las notas se vuelven cada vez más banales, cada vez más amarillas, cada vez más necesitadas de cariño; no pensadas para contar lo que creemos que debe ser contado, sino la cantidad de lectores que las miran. Para lo cual abundan las preguntas en vez de títulos, los títulos falaces, el chisme irrelevante, la sangre pegajosa: como si sus autores, que ahora llaman editores, asumieran que sus lectores son idiotas y que solo se interesaran por materiales ídem”.

“Los editores trabajan  para una especie rara que ellos mismos crearon: el lector que no lee —continúa—. Editores que desconfían tanto de su audiencia que suponen que deben darle porquería cortita y masticada. Por eso hemos dicho, tantas veces, que importa escribir contra el público o, por lo menos, contra esa idea desdeñosa del público que se hacen muchos editores”.

Puede pensarse que esta visión tan amarga impide toda esperanza, pero no es así. Caparrós deja una puerta abierta. “Si alguna vez se dijo que hacer periodismo es contar lo que alguien no quiere que se sepa, ahora se puede suponer que hacer periodismo es contar lo que muchos no quieren saber —propone—. Escribir a favor del público, pero un público utópico, entendido como una legión de inteligencias exigentes, movilizadas. A favor de un público que quizá no exista, pero que solo puede llegar a existir si creemos que sí y trabajamos para él”.

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Autor: Martín Caparrós. Título: Antes que nada. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros.

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