Foto de portada: Carlos Escudero
Marto Pariente no es un recién llegado, y se nota. Con Hierro viejo (Siruela, 2024) tenemos todo lo más destacado de su literatura: personajes peculiares, trama frenética, diálogos naturales, un universo propio y personal hasta el extremo, y acción, mucha acción. Todo ello sazonado con un estilo muy pulido que no se asusta de innovar y arriesgarse en determinados capítulos. En resumen, una obra de autor que entra directa, que se lee rápido y se queda en tu cabeza para siempre.
Es complicado hablar de un libro tan corto sin caer en spoilers, así que dejaremos que sea el propio autor quien nos cuente más sobre el tema. Desde Zenda hemos charlado con Marto Pariente y esto es lo que nos ha contado.
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—Cortita y al pie. La novela funciona como un tiro.
—Que la historia funcione como un tiro es uno de los mayores halagos que pueden hacerme. Para dosificar la información, el humor y la violencia en su justa medida, invierto más tiempo si cabe que en el proceso mismo de escritura, y eso que me considero un escritor cuya lentitud podría exasperar al farmacéutico más cuajado. Soy un obsesionado de la estructura y el ritmo. Comentarios de lectores tales como “me ha durado dos días” o “me la he leído en un asalto” me hacen feliz.
—Hay un toque western que le pega de maravilla a la historia. Es imposible no imaginar a Coveiro con el rostro de Clint Eastwood.
—La idea, ese plan malo que todo escritor tiene en la cabeza antes de iniciar un nuevo proyecto, era con Hierro viejo el de contar una vieja historia en tiempos modernos. Quise insuflar los aires del western crepuscular a la novela. Un último atraco a un tren, la última cabalgada hacia el ocaso… Ya sabes, ese western cuyos protagonistas, irredentos y en decadencia, vuelven a las andadas una vez más. En mi imaginario: Dos hombres y un destino, Centauros del desierto y, por supuesto, Sin perdón, con Clint Eastwood, Morgan Freeman y Gene Hackman.
Foto: Javier Muro
—Desarrollas una cantidad importante de personajes en pocas páginas, y algunos, como los Bobby o el Duque, podrían tener su propia novela.
—En una novela coral, donde la trama se construye mediante la mirada de un buen puñado de personajes, la fuerza y carácter de los secundarios se me antoja fundamental. Nada de cartón piedra, no pueden ser figurantes, no pueden orbitar el eje principal de la narración como un mal necesario. Intento, pues, que muestren su propio relieve: sus cicatrices, llagas y arrugas deben contar la historia que arrastran tras ellos.
—Se nota un esfuerzo bastante importante en encontrar una voz narrativa muy potente y un estilo muy pulido. ¿Cuánto hay de escritura y cuánto de reescritura en Hierro viejo?
—Antes comentaba que me considero un autor lento, y esta pregunta me permite explicarme algo mejor. Cuando tengo organizada la estructura, desmenuzada la trama y perfilados los personajes, comienzo la fase de escritura, y durante este proceso he de admitir que no reescribo nada. Mi producción diaria es muy escasa (dos o tres páginas, a veces quizá algo más). Me obsesiona lo que yo llamo la musicalidad del texto (pensemos en ese fulano aficionado a la música y que la da por soplarle a la armónica, que toca de oído, vaya), buscar el ritmo apropiado, contemporizar las transiciones entre acción, reflexión, dialogo y silencio. En fin, no escribo nada nuevo hasta que tengo todo esto bien trabajado y, una vez escrito, rara es la vez que echo la vista atrás.
—Creas un universo propio. Los personajes hablan según su propio código: hacer un trilero, un Cousteau, un manta suiza, un papito, Romeo y Julieta…
—Esto, además de provocar una sonrisa en el lector, ofrece una pátina de verosimilitud. Que su jerga y sus códigos gestuales los sitúen en un subconjunto reconocible yo creo que los humaniza de algún modo. Trabajado desde la naturalidad y sin caer en la broma fácil (siempre he pensado que hay que tratar a los lectores como adultos) ayuda a ahondar en los personajes huyendo de las descripciones tramposas y farragosas.
—Tengo que preguntarlo: ¿cuáles han sido tus influencias? Hay muy pocas novelas actuales parecidas a esta.
—No quisiera ver el mundo arder por el rabillo del ojo, pero dados mis gustos literarios me ocurre lo mismo. Quizá las más actuales que recuerdo serían Salvajes, de Don Winslow, Detective Atila, de Luis Gutiérrez Maluenda, y En realidad, nunca estuviste aquí, de Jonathan Ames. Luego tengo a mis clásicos, claro: Donald Westlake, James Sallis, Ken Bruen o Jim Thompson.
—¿Qué tal la experiencia de publicar en Francia?
—Toda una aventura. Ir de la mano de la editorial Gallimard en su serie noir me supone una gran oportunidad de dar a conocer mis historias en el país vecino. La acogida por parte de los medios, lectores, festivales y librerías esta siendo muy buena. Comencé este apasionante viaje a primeros de año y me ha deparado inmensas alegrías, entre ellas, un par de nominaciones (por La sagesse de l’idiot, La cordura del idiota en España) a mejor novela internacional: Premio Marianne 2024 y Gran Premio de Literatura Policiaca francesa. Además, ya es oficial que Hierro viejo está siendo traducida para salir publicada en Francia el año que viene. No puedo pedir más. Feliz.
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