(apuntes de filosofía para jóvenes, décima cuarta entrega)
Retomamos esta serie filosófica pidiendo disculpas a nuestros pacientes seguidores que nos afean, con razón, lo renuentes que somos a cumplir con las entregas en plazos más o menos fijos. Lo mismo le ocurría —dicho sea sin ánimo de comparar— al protagonista de esta nota, que nunca encontraba el momento de poner punto final a sus escritos… un personaje, por cierto, cuyo indudable interés e inmenso carisma contribuirá a hacernos perdonar. Tarde, pero al fin llega: hoy toca glosar la figura de Karl Marx. Quitémonos el sombrero.
Un fantasma recorre Europa… es el fantasma de Marx, que ha vuelto. En realidad nunca se fue pero, en los últimos tiempos, ha coincidido tal avalancha de libros sobre el personaje y su obra que se diría lo estamos redescubriendo. Y ello, ¿a qué se deberá, si el comunismo ha desaparecido hasta de los países que se siguen llamando comunistas? En el caso de que, como pretende la sección, seas un lector joven, lo entenderás fácilmente: contratos de prácticas que se prolongan al infinito con poco o ningún sueldo, empleos precarios de o lo tomas o lo dejas, trabajos en los que te obligan a ser un falso autónomo, salarios por debajo del nivel de subsistencia… Este capitalismo sin frenos, que está revirtiendo una a una las conquistas sociales del periodo de posguerra, fue en su origen el objeto de estudio de Karl Marx. Por eso, ahora que, desde la crisis de 2008, las leyes del libre mercado funcionan a escape libre, es natural volver los ojos hacia quien más agudamente las analizó.
Pero avanzar en el conocimiento de Marx requiere tomarse una molestia previa: desmontar la creencia, no por aparentemente lógica menos errónea, que lo identifica con los regímenes comúnmente conocidos como marxistas. Se nos dirá que es misión imposible, pero fue el propio filósofo el que, en vida, ya tuvo que desmentirlo: “Yo no soy marxista”. Una memorable frase de las muchas —Marx era muy de sentencias rotundas, como sabe cualquiera que haya leído sus escritos— que nos regaló.
Veamos: el pensamiento de Marx no justifica, antes bien lo contrario, el sacrificio de la libertad en aras a la igualdad, como ha venido ocurriendo en los países comunistas. Menos aún el nacionalismo, una pésima querencia que repugnaba a nuestro filósofo, pero con la que siempre ha coqueteado la mala izquierda, por considerarlo ingrediente indispensable de los llamados movimientos de liberación. El internacionalismo es uno de los principales cimientos del pensamiento político marxiano, como el antimilitarismo y la no violencia… mientras que el llamado «socialismo real» ha usado y abusado de las armas, por gusto o por necesidad. ¿Y qué hubiera dicho Marx, un campeón del laicismo, el que cinceló aquella frase, la religión es el opio del pueblo, merecedora de mármol, si le cuentan que en su nombre se han pergeñado engendros como la teología de la liberación, los cristianos por el socialismo y otros oxímoros? Finalmente, la tendencia de la izquierda oficial a idealizar peculiaridades étnicas y culturales, o incluso liderazgos y personalidades mesiánicas, ¿no es lo más lejano al racionalismo, la radical modernidad y la visión unitaria del devenir de la humanidad, de los que rebosan los escritos de Marx?
Y, a todo esto, ¿Marx fue un filósofo? Sociólogo desde luego era, porque esa disciplina prácticamente la fundó él. Historiador, aunque no sistemático, también; al menos, su método —el materialismo histórico— ha quedado para siempre como herramienta indispensable de análisis a la que ninguno del oficio se puede sustraer. ¿Economista? Bueno, usó la economía de manera utilitaria, como medio más que como fin…
En cuanto al Marx filósofo, volvamos a una de las primeras entregas de esta serie, cuando explicábamos el origen del pensamiento racional como búsqueda de una interpretación de la realidad que no recurriera a soluciones míticas. Todos los pensadores que siguieron a los milesios abundaron en el intento de descifrar las leyes de la naturaleza, y también los componentes de la condición humana, con la sola herramienta de la razón. Pues bien, Marx se integra perfectamente en esta tradición aportando un enfoque nuevo desde el que el entendimiento de la realidad adquiere matices antes no conocidos: las relaciones de producción o, dicho de otra manera, la forma en que las personas se relacionan en función de su trabajo, de donde surge la estructura social y, en último término, las características personales de cada individuo. Que esta idea luminosa, esclarecedora, se haya pretendido estirar hasta fundamentar en ella toda una estructura filosófica más o menos convencional —el materialismo dialéctico— uniendo retazos de los jóvenes hegelianos, Engels, Lenin, etc, corre más por la cuenta de sus epígonos que por la del propio Marx.
Y añadiremos que Marx es tanto o más filósofo porque cuestiona, para superarlo, el rol de la propia filosofía. El que, en sus años universitarios, fuera seguidor de Hegel termina en la madurez rechazando por inoperante la dimensión profundamente metafísica del pensamiento del maestro. Lo que importa es la praxis. Y Marx lo explicita espléndidamente en las famosas Tesis contra Feuerbach con una de sus frases redondas, rotundas, ideal para cerrar esta nota, que es también un homenaje:
Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversas maneras el mundo, cuando de lo que se trata es de transformarlo.
Próxima entrega: Schopenhauer
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