Durante los últimos años han aparecido numerosos westerns literarios en diversas editoriales (una de ellas, Valdemar, dedica toda una colección al género). La calidad de estos libros es elevada, pero incluso buenos lectores pasan por encima de un libro si lleva prendida alguna frase como «novela del Oeste». Lejos de las novelas de kiosko de Marcial Lafuente Estefanía, a quien deberíamos hacer un homenaje, ya que con aquellas narraciones de a duro se mantuvo viva la lectura entre el pueblo llano en una época donde nada era fácil; lejos, pues, de estos parámetros los títulos que se inscriben bajo la denominación «del Oeste» ofrecen una complejidad y un nivel literario que los hacen dignos de ser comparados con la producción del mainstream. Tanto El banquete celestial como Zebulon son dos westerns atípicos. El primero por desarrollarse entrado el siglo XX y el segundo por su atmósfera onírica y casi gótica.
Donald Ray Pollock vivió hasta cumplidos los 50 años trabajando en la papelera de su pueblo natal de Ohio, hasta que decidió cursar un programa universitario de escritura creativa. Así, desde 2008 ha publicado tres libros: Knockenstiff (una recopilación de cuentos muy duros que reflejan la vida en la población donde nació), El diablo a todas horas (una novela violenta y esclarecedora sobre la condición humana), y El banquete celestial, publicado en EE.UU. en 2016 con una acogida por parte de la crítica tan entusiasta que el humilde obrero va camino de convertirse en autor de culto. Con toda la razón del mundo, pues las obras de Pollock dan mucho más de lo que se espera.
Por El banquete celestial viene y va una multitudinaria humanidad que compone un coro disonante cuyas voces son los distintos gritos con que los personajes se enfrentan a la vida. Una vida que se soporta de mala manera, porque la ignorancia y la pobreza circunscriben un círculo donde la violencia es la única vía de escape hacia un futuro sin hambre. Sobre esos pilares (ignorancia, pobreza, violencia, hambre) los hermanos Jewett cimentan una huida hacia adelante donde no habrá tregua. Hartos de trabajar de sol a sol para malcomer, los tres hijos del viejo Pearl, ven en la muerte inesperada del padre la liberación de las cadenas del respeto a la figura paterna y comienzan a perseguir en la tierra ese banquete suculento que espera en el cielo a los que viven entre privaciones y sufrimientos. Algo sale mal en los primeros pasos de la libertad recién adquirida y el azar se salda con un muerto. Inician entonces una marcha jalonada por los atracos a los bancos de los pagos que encuentran en el camino. Y es en ese viaje por la frontera entre Alabama y Georgia donde los inexpertos forajidos descubren un mundo lleno de miseria, de mezquindad y de estulticia. Con Canadá en el horizonte de la salvación y bajo la tutela espiritual de un texto popular que actúa como evangelio de los desesperados, la novela adquiere un vertiginoso ritmo en el que los tiroteos y las cabalgadas constituyen ingredientes fundamentales.
La América que pinta Pollock dista de ser la épica de la conquista del Oeste. En 1917 la población rural, empobrecida por una crisis de muchos años que eclosionará con el crack del 29, veía con asombro la sustitución del caballo por el automóvil, aunque la miseria era generalizada. El alcohol se enseñoreaba de los hombres derrotados y la corrupción de los políticos era tan común como en nuestros días. Un ambiente ideal para que los Jewett se coronasen, sin ellos pretenderlo, en adalides de un pueblo harto de vivir a salto de mata.
Inspirado por una novela (encendido homenaje al pulp fiction) Cane, el mayor, dirige a sus hermanos en un itinerario peligroso desvalijando bancos a su paso para, una vez llegados al destino, establecerse y vivir en paz. La azarosa ruta se detiene en Meade, una ciudad que alberga un campamento militar donde los reclutas se adiestran en espera de ser trasladados a Europa para entrar en combate en la I Guerra Mundial. Y es en esta colmena donde se resuelve toda la trama. Allí, entre voluntarios que buscan una redención a su vida, inspectores sanitarios (léase vaciadores de letrinas) que solo demandan un amigo para conjurar su soledad, proxenetas amables y prostitutas que desfogan y consuelan, granjeros de buen corazón y algún que otro asesino en serie, Cane querrá ser más que nunca ese caballero sureño cuyo modelo está en el villano sudista que no se rindió con Lee y que protagoniza ese viejo libro que acompaña a los Jewett.
El banquete celestial es una narración electrizante en la que pasan muchas cosas, donde la existencia se tiñe de bondad o de la mezquindad más zafia, de una violencia descarnada o de un humor que actúa como disolvente de tanta mala fortuna. Trepidante en el ritmo de sus escenas y rica en personajes y caracteres, la prosa de Pollock ha de dar mucho más que hablar.
Otro cariz descubrimos en Zebulon, en la que Rudolph Wurlitzer ha querido hacer algo original al estilo de su Nog (1968), publicado aquí recientemente por Underwood, y el resultado es este weird western torpe y pedestre, en el que no falta, menos mal, algún episodio trágico pero hilarante, como la muerte de la madre del protagonista.
Wurlitzer, cuyo apellido es el de los fabricantes alemanes de los mejores instrumentos musicales, fue famoso en las décadas de los 70 y los 80 debido a tres novelas elogiadas por literatos tan dispares como Thomas Pynchon, Donald Barthelme o Sam Shepard, y también, por ser el guionista de filmes como Pat Garret & Billy the Kid (donde Sam Peckimpah le requirió además como actor para encarnar al primer pistolero muerto por el Kid), Pequeño Buda o Walker.
Con Zebulon regresó a la narrativa después de más de treinta años intentando repetir el efecto que su vanguardismo suscitó en el pasado, pero ni el pretendido experimentalismo ha resistido el paso del tiempo ni los lectores de ahora nos asombramos fácilmente. Como Nog, su primera y sobrevalorada obra, Zebulon también se configura como una road story desquiciada, alucinatoria y fronteriza en un doble sentido: por discurrir en la frontera geográfica permanente que constituyó la conquista del Oeste y en los límites poco precisos entre la vigilia y el sueño o entre la vida y la muerte.
Zebulon es un trampero, que al término de la campaña de caza baja de las montañas de Colorado y en el descenso tiene un encuentro con otro cazador y su mujer india que acaba dramáticamente. A partir de ese momento se suceden una serie de aventuras a cual más descabellada en las que siempre hay un tiroteo, alguien muere y el protagonista se despierta en el barro de la calle para proseguir un camino continuamente truncado. En ese derrotero, desviado en una ocasión hasta la Nicaragua invadida por Walker, aquel mercenario iluminado de triste recuerdo, el atribulado Zebulon se topa con muchos y extraños personajes, como el conde Baranofsky y su acompañante, la abisinia Delilah, bruja, prostituta o diosa ancestral y salvaje de un mundo lejano, con quien el errabundo cazador mantendrá un amor extremo y lleno de contradicciones. Multitud de aventuras, prisiones, fugas y visiones jalonan la odisea de unos personajes que nunca llegan a encontrar un destino porque no se encuentran a ellos mismos. O tal vez el autor no ha sabido hallar la senda para descifrarlos.
En esta ocasión, y sin que sirva de precedente, prefiero El banquete celestial anhelado en el plano de la realidad por los hermanos Jewett que la búsqueda de…, ¿qué? por parte de Zebulon.
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Autor: Donald Ray Pollock. Título: El banquete celestial. Editorial: Literatura Random House. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
Autor: Rudolph Wurlitzer. Título: Zebulon. Editorial: Tropo Editores. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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