En la era anterior al nacimiento de la niña más preciosa del universo —mi hija Sofia— me dedicaba, aparte de a escribir y vender libros, a corregir novelas de otros autores. Hace tiempo que empecé a decir «no puedo», no solo porque prefiero dedicar el escaso tiempo que me queda al final del día para escribir mis propios libros, sino porque, si te lo tomas en serio y quieres hacerlo bien, resulta un trabajo difícil y mal pagado. Personalmente, me cuesta encontrar el equilibrio entre pulir el libro ajeno al máximo y respetar el estilo del autor, y en esa batalla se me va mucho tiempo. Por eso, cuando a principios de octubre la escritora y periodista Carla de la Vega me pidió una última corrección de su novela inédita, le respondí: «No puedo, y dos semanas es muy justo». Ella insistió un poco, con un «me han hablado muy bien de ti». A los pocos días me encontré diciéndole: «Sí puedo, en una semana te la envío».
Con la novela sobre la que escribo hoy, #Shakti, he aprendido cosas nuevas que me han horrorizado. Sin embargo, aclaro que no hay horror en la novela, al menos no al estilo de Stephen King. Hay un misterio, pero tampoco es novela negra o thriller. Carla me pidió la opinión respecto a esto y lo que me vino a la cabeza fueron las palabras en inglés «feel good»: es una de esas historias que al final te hacen sentir bien y terminas de leerlas con la sonrisa en la boca, a pesar de que el tema de trasfondo es muy serio, real y preocupante.
Empecemos por el título. Yo no le presté mucha atención antes de ponerme a leer y corregir. Imaginé que era el nombre de alguna de los personajes y que era provisional, pues a menudo las novelas que corregía venían sin título o con uno temporal. La almohadilla delante corroboró esta sospecha. Tuve que llegar al final para comprender que el título era definitivo y el símbolo es una etiqueta de las que se ponen en las redes sociales. Shakti es, en hinduismo, la fuerza, el poder, la creatividad, la fertilidad, la energía femenina que rige el universo y que llevamos todos dentro. La autora apela a la shakti de los lectores para hacer cambiar una realidad muy fea en la India: la desaparición de millones de niñas. A la novela en sí le precede un prólogo con una primera frase llena de intriga: «Te aviso, tú formarás parte del final de esta novela. De hecho, serás también protagonista. Así que prepárate y sonríe. Y es que esta historia solo terminará cuando te hagas una foto. Sí, sí, una foto».
Y empieza la novela… Con Assia como protagonista indiscutible. Se trata de una periodista española cuya pasión principal es viajar y ver mundo hasta que se enamora perdidamente de un indio al que conoce en Singapur. Tras unas semanas de impetuosa relación, la súbita desaparición de su enamorado la lleva a la India, donde su historia se entrecruza con la de los otros dos personajes femeninos principales: Devyani y Amrita.
Devyani pertenece a la alta sociedad india, es diseñadora de saris y está casada con un ministro al que repudia por una razón misteriosa que no descubrimos hasta el final. Amrita es la sirvienta de Devyani; al principio de la novela está embarazada de unos siete meses y hacia el final da a luz a una niña. A pesar de pertenecer a diferentes clases sociales, las dos mujeres habían sido amigas de pequeñas; sin embargo ahora, el poder de Devyani sobre su sirvienta se ha convertido en maltrato. Este cambio de actitud hacia Amrita, sin razón aparente, también se verá aclarado al final. Después de todo, Amrita solo es eso, una sirvienta que obedece a su ama, a su marido y a la sociedad machista y misógina en la que ha crecido. De acuerdo con esas directrices, está criando a su hija de tres años, que no obstante es quien lleva la batuta cuando juega con el hijo de Devyani.
A través de las historias de las tres mujeres conocemos a sus parejas, en un segundo plano: Ashsih, el marido de Devyani, es rico y culto y está prendado de su esposa, que sigue rechazándolo. Mukesh es el indio del que se ha enamorado Assia —la periodista española— sin apenas conocerlo. Y Biju es el marido de la sirvienta Amrita, que ignora a su hija y espera con ansia el nacimiento de un hijo que no tendrá. Los tres hombres son producto de una sociedad que infravalora a las mujeres y no hacen nada para cambiarla. Aun así, la autora los trata con bastante compasión. Dos de las tres historias de amor terminan bien y una no, menos mal, porque eso permite el renacimiento de la mujer que, con ayuda de las otras dos y su propia fuerza interior (esa shakti que da título a la novela), continúa su camino sin él a pesar de seguir amándolo.
Carla de la Vega usa un marco histórico para situar la trama: las semanas anteriores a las elecciones de 2004 en la India a las que fue candidata Sonia Gandhi. Y hace hincapié en que si una ama de casa es capaz de ganar las elecciones al gobierno indio, cualquier mujer en la India es capaz de conseguir lo que se proponga. El trasfondo político y el misterio de las niñas desaparecidas contribuyen al suspense que también existe en las relaciones personales de las tres protagonistas. Pero ¿qué niñas desaparecidas?
Resulta que, según la autora de esta novela, «la India es un país donde nadie quiere tener niñas». Esta es otra razón por la que me gustó esta historia: aparte de estar bien construida, tener personajes entrañables y bien perfilados, diálogos fluidos, realistas y bien puestos entre la narración y, en fin, poseer los elementos de una buena novela con final esperanzador, me llevó a investigar más. En el epílogo, donde la petición del prólogo cobra sentido, Carla menciona un estudio de 2006 publicado en la revista médica británica The Lancet [i]. Me encanta vivir en el siglo XXI: tardo apenas unos segundos en encontrarlo en Internet, además del eco de la noticia durante los días siguientes en publicaciones científicas y en el diario The Guardian [ii].
Según estima Prabhat Jha, epidemiólogo de la Universidad de Toronto y uno de los realizadores de dicho estudio, en veinte años —desde 1981 hasta 2001— hubo en la India diez millones de feticidios femeninos. Antes de 1981 no era posible conocer el sexo del feto, pero con la implantación de las ecografías, empezó a extenderse la práctica del aborto selectivo: medio millón de abortos de niñas al año. En cambio, el número de abortos en caso de tratarse de un feto varón era insignificante.
Revelar el sexo del feto a las familias quedó ilegalizado en la India en 1994, pero la práctica y el consecuente aborto selectivo ha continuado, más en hogares donde ya había una niña o más. En muchas zonas de la India, tener una niña se considera una carga económica, porque no se invierte en su educación y «hay que casarla», con la posibilidad de tener que pagar dote, mientras que un varón aportará ingresos y protección para los padres. Un dato curioso y alarmante es que las madres con mayor grado de educación están bajo más riesgo de aborto selectivo, probablemente presionadas por sus propias familias y gracias a tener más fácil acceso a las ecografías (en el extranjero, por ejemplo) y poder permitírselo económicamente. Esta diferencia, por cierto, queda bien reflejada en la novela de Carla de la Vega con las dos protagonistas indias, una adinerada y con estudios universitarios y la otra pobre y con una educación básica.
Los realizadores del estudio llevaban tiempo observando el hecho de que estaban naciendo menos mujeres que varones en la India, de manera similar a lo que venía ocurriendo en China desde que en 1979 se estableciera la política de hijo único. Dada la preferencia por los varones en China, las restricciones del gobierno llevaron a la negligencia severa de las niñas y el infanticidio femenino. Según el economista Amartya Sen en un artículo de diciembre de 1990 para The New York Review titulado «More than 100 Million Women Missing» [iii] (Más de 100 millones de mujeres desaparecidas), la mortalidad infantil femenina aumentó sobre todo en los primeros años: de 37,7 muertes por mil niñas en 1978 se pasó a 67,2 por mil en 1984.
Explicaba Sen que la creencia de que haya en el mundo más mujeres que hombres es errónea, pues se basa en la situación contemporánea de Europa y Norteamérica, donde la proporción de mujeres es de 1,05 por hombre, o más alta. En Asia y particularmente en China, la proporción de mujeres a hombres es de 0,94 o más baja. Globalmente, nacen más niños que niñas: 105 o 106 por cada 100. Esta discrepancia va en contra de la naturaleza pues, como señaló Sen, «después de la concepción, la biología parece estar a favor de las mujeres». Si ambos sexos reciben el mismo tipo de nutrición y atención médica a lo largo de sus vidas, las mujeres tienden a vivir más, son más resistentes a las enfermedades y en general «más duras» que los hombres. Esta ventaja se ha observado no solo después de cumplidos los cuarenta años sino sobre todo durante los primeros meses de vida e incluso antes de nacer. El hecho de que en países como Estados Unidos o Japón (y en toda Europa) haya una mayoría de mujeres es porque al menos en cuestiones de nutrición y sanidad, a las mujeres no se las discrimina. En cambio, en la mayoría de Asia y el norte de África, las mujeres no reciben la misma atención médica, servicios sociales y comida que los varones, y por eso la tasa de mortalidad femenina es mayor y hay menor proporción de mujeres. Si en países donde tanto varones como mujeres reciben los mismos cuidados la ratio es de 1,05 o 1,06 mujeres por hombre y en países como China o la India es de 0,94 mujeres por hombre, el déficit de mujeres en estos países es del 11%. En China eso equivaldría a 50 millones de mujeres desaparecidas. En todo el mundo, a 100 millones.
Esta preferencia por los hijos varones tiene consecuencias devastadoras. En la actualidad, en China y la India juntas, hay 70 millones de hombres más que mujeres, según un reportaje del Washington Post de 2018 titulado «Too Many Men» [iv] (Demasiados hombres) que empieza así: «Nada igual ha ocurrido en la historia de la humanidad. Una combinación de preferencias culturales, decreto gubernamental y tecnología médica moderna en los dos países más grandes del mundo ha creado un desequilibrio de géneros a escala continental». Son 70 millones de hombres (50 millones menores de veinte años) que no encontrarán con quien aparejarse y tener hijos, lo cual ya está llevando al tráfico de mujeres de países vecinos y consecuente desequilibrio en esos países también, al aumento de la prostitución y al acoso sexual y violencia contra las mujeres. Son hombres que ya están mostrando síntomas de soledad y depresión, con «crisis de masculinidad» al no poder crear una familia en países donde se da gran importancia al matrimonio. Las mujeres indias y chinas que tanto favorecieron a sus hijos varones se están haciendo mayores y todavía cargan con la responsabilidad de cocinar y limpiar para sus hijos adultos, solteros. Como en todo, pagan justos por pecadores: el reportaje relata el caso de una mujer india que ansió tener una niña desde su primer embarazo, pero solo le salieron varones, uno tras otro hasta siete, cuyos nacimientos se celebraron con gran pompa en su aldea; ahora, a los sesenta años, todavía cocina y limpia para los siete hijos que no encuentran esposa, además del marido. En China, los hombres están construyendo casas con la esperanza de atraer a una mujer con quien casarse y pagando lo que equivale a miles de euros a las familias o a oportunistas que tientan a mujeres de Camboya o Vietnam con falsas promesas de trabajo.
Si en 1990 Amartya Sen estimó que había más de 100 millones de mujeres desaparecidas, en 2010 la cifra había aumentado a 126 millones, según publicaron los demógrafos John Bongaart y Christopher Guilmoto en The Lancet en un artículo de 2015 con el título «How Many More Missing Women?» [v] (¿Cuántas mujeres desaparecidas más?) y pronosticaron que se llegaría a los 150 millones en 2035. Eso quiere decir que cada año «desaparecen» más de tres millones de niñas. Detrás de este trágico aumento hay dos fuerzas: un exceso de mortalidad femenina postparto: 1,8 millones de muertes anuales desde 1970, y la selección prenatal del sexo con sesgo de género (aborto selectivo). En 2010 el número de infanticidios femeninos era de 1,7 millones al año. Hoy en día el número de abortos de niñas contribuye con el mismo número de desaparecidas al de la mortalidad al nacer y durante los primeros años.
Y así llegamos al año que pronto se nos acaba y que nunca olvidaremos: este horrendo 2020. Según el informe sobre la población mundial en 2020 del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), el número de mujeres desaparecidas es de 142,6 millones y «esta preferencia por los hijos varones es un síntoma de que la desigualdad de género está muy enraizada, lo que perjudica al conjunto de la sociedad» [vi]. Además, puntualiza lo que ya han observado otros expertos, que el desequilibrio entre la población masculina y la femenina agravará los problemas de violencia de género: habrá más hombres sin pareja, más violaciones, más prostitución y sida, más matrimonios infantiles.
De estos 142,6 millones de desaparecidas —desde 1970 a 2020— China es responsable de 72,3 millones y la India de 45,8 millones, entre infanticidios y feticidios. Según una encuesta de 2018 llevada a cabo por la Fundación Thomson Reuters [vii], la India es el país más peligroso del mundo para las mujeres, por el riesgo de violencia y abuso sexual, por las prácticas tribales, tradicionales y culturales a las que se enfrentan las mujeres y por ser el país donde hay más tráfico humano, incluyendo trabajos forzados, esclavitud sexual y servidumbre doméstica. Además, es el país del mundo donde hay más muertes excesivas (por negligencia o asesinato) de niñas entre cero y cinco años. (Como curiosidad, Estados Unidos ocupa el número 10 de países más peligrosos del mundo para las mujeres, el único país occidental en la lista negra).
Ante esto, ¿qué hay que hacer? Según la UNFPA, «incrementar el valor de las niñas y asegurar la igualdad de género», que son las medidas más eficaces pero las más difíciles de conseguir. En general, se espera que el aborto selectivo disminuya en la India y China (como se ha conseguido en Corea del Sur desde 1990), pero puede aumentar en otros países donde exista una preferencia por tener hijos varones. Los gobiernos se están movilizando para reducir la discriminación de género y aumentar el valor que los padres adjudican a sus hijas y, aunque se están investigando las maneras de intervenir, de momento hay pocas soluciones efectivas. En la India, el primer ministro Shri Narendra Modi lanzó la campaña Beti bachao, beti padhao [viii] (Salvar a la niña, educar a la niña) en 2015 con una inversión inicial de mil millones de rupias (al cambio de entonces, unos 14,5 millones de euros). Ese mismo año, el hashtag #SelfieWithDaughter, que inició, con la misión de fortalecer a las mujeres, un alcalde rural y padre orgulloso de tener una hija [ix], tuvo repercusión internacional.
Como madre de dos niños y una niña muy deseada, me he preguntado qué puede llevar a tantas madres a preferir hijos varones. No importa que mi cultura y vida privilegiada sea tan diferente de la de las mujeres chinas o indias; creo que en el fondo es lo mismo: somos mujeres y por tanto todas, en mayor o menor medida, hemos sufrido acoso, machismo, discriminación… por el mero hecho de no ser hombres. Como madres, deseamos lo mejor para nuestros hijos, y sabemos que ser varón, de momento, es aún mejor que ser mujer. Como me dijo un amigo cuando descubrí, estupefacta ante mi escasez de instinto femenino, que mi primer retoño iba a ser un niño: «Mejor para él, tendrá una vida más fácil». Yo también lo pensé, y fue un consuelo. En cambio, cuando tuve a mi pequeñina en brazos, me invadió un instinto de protección inesperado, mucho más grande que con los niños, algo que sin duda yo también recibí pero mis hermanos varones no. Fui consciente de esta diferencia que sin embargo es injusta: la sobreprotección no es la solución, la educación (tanto de mujeres como varones) sí. Para el mundo, el hecho de que haya una mayoría de varones no es ninguna suerte. Es una gran desgracia que afecta a todos los países. El mundo necesita más mujeres.
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Carla de la Vega nos propone que hagamos uso de las redes sociales para cambiar esta cruda realidad hacia algo positivo. Ese es el poder de shakti: transformar algo malo en algo bueno. Ella colabora desde hace años con una ONG que en 2021 va a acoger a recién nacidos abandonados por sus padres. El 10% de las ventas de su novela irán destinados a esta ONG.
La novela #Shakti se puede encontrar en Amazon, a la venta en todo el mundo en digital y en papel. El booktrailer se puede ver en el perfil de Instagram de la autora.
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Referencias:
[i] https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(06)67931-2/references
[ii] https://www.theguardian.com/world/2006/jan/09/india.sarahboseley
[iii] https://www.nybooks.com/articles/1990/12/20/more-than-100-million-women-are-missing/
[iv] https://www.washingtonpost.com/graphics/2018/world/too-many-men/
[v] https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(15)61439-8/fulltext
[vii] https://poll2018.trust.org/
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