Hace falta más marxismo en el teatro. La corrección política, el afán de trascendencia y la promoción de mensajes positivos y buenas costumbres nos han hecho olvidar a tres pensadores imprescindibles para gestionar la realidad actual: Groucho, Chico y Harpo.
La trama es muy sencilla: Hugo, un pícaro dispuesto a todo para conseguir quedarse en el piso que tiene alquilado, mata a su casera, la anciana señora Tárdez. En realidad no la mata. Pega un cartel diciendo que el ascensor está estropeado y cuando la anciana llega exhausta a su puerta (vive en un décimo), no le da agua para que se tome una pastilla. Técnicamente no la mata, ¿o sí? El caso es que decide esconder el cadáver en la nevera aprovechando que la nevera, como suele ocurrir en los pisos compartidos, está completamente vacía. Hugo se va. Llega Fran, su compañero de piso, va vestido de Bob Esponja, se encuentra la sorpresa en la nevera, llama a la policía, se arrepiente de llamar a la policía. La policía acude. El agente intenta vender a Fran unas botas de un compañero que se suicidó… Bueno en realidad la trama no es sencilla, es un enredo tan lioso que se podría escribir una comedia sobre un autor que intenta escribir una sinopsis de esta comedia.
Tiene algo de Woody Allen, algo de Mihura y Jardiel Poncela y, algo de la serie Friends. Los chistes disparan a ritmo de sitcom, cada tres o cuatro líneas, y avanzan como soldados desembarcando en una playa: no todos lo van a conseguir, pero seguro que algunos te sacaran una risa, o una carcajada. Es un bufé de humor con varios “Groucho Marx” cruzándose en el escenario: chistes de texto, de situación, canciones, juegos de palabras o humor absurdo.
Una vez que aceptamos que en esa casa puede pasar cualquier cosa, podemos empezar a disfrutar de un argumento tan complejo y retorcido que, como ocurre tantas veces en el teatro clásico, solo se puede resolver con una explicación absurda en el último acto. Una explicación en la que Hugo va rellenando los huecos sobre la marcha. Su compañero de piso se lo reprocha.
FRAN: Tampoco te ha quedado una historia tan redonda, falta la historia de amor.
HUGO: Además, hoy es un día muy especial… (Hugo se pone de rodillas ante Bea). ¿Quieres casarte conmigo? (Se le acerca al oído). Ni eres la nieta, ni ella la casera, ni me quieres, ni te quiero, pero tal y como están las cosas, si nos casamos la casa será nuestra.
FRAN: ¡Qué cabrón! ¡Qué bueno es!
Para el cierre también hay un vecino que es un perfecto Deus ex machina. Es “Dios” porque oye y ve todo lo que dicen los demás personajes a través de un sistema de micrófonos y cámaras (otra capa absurda del pastel), y es “máquina” porque su intervención en el último acto ayuda a cerrar la trama.
La brecha entre los que poseen una casa en propiedad y los que no cada vez se va haciendo más ancha y más profunda. Los manuales de economía nos hunden cada día un poco más con cada nueva: crisis, inflación, reajuste, deflación o ajuste. Podemos reírnos o quemar cosas. Si quemas cosas luego las tienes que pagar, así que reírse es la opción que nos podemos permitir.
El tren de Los hermanos Marx en el oeste, que se consume a sí mismo para seguir adelante, es la perfecta metáfora del sistema capitalista en el que vivimos. Todavía podemos detenerlo antes de que se estrelle. Necesitamos más marxismo. ¡Más madera!
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Autor: Francho Aijón. Título: Su casa es suya. Editorial: Ediciones Irreverentes. Venta: Todostuslibros.
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