La anterior entrega de “novelas negras breves para gente sin tiempo” fue mi artículo más exitoso desde que escribo en Zenda. Eso me indica dos cosas: que todos ustedes están locos y que les gustaría que sus días duraran 48 horas. Por ello, y antes de que Baby Yoda se vuelva a poner de moda o nos volvamos locos con el estado de alarma, aquí va otra batería de reseñas breves sobre novelas aún más breves.
Empezamos por un clásico entre los clásicos: Julián Ibáñez y su personaje Bellón. En Yo fui mercader de mujeres (Cuadernos del Laberinto, 2019) continúan las desventuras de este poco ejemplificante buscavidas. Bellón sigue siendo el mismo perro pero ahora con distinto dueño. De nuevo, estamos ante una historia callejera trufada de perdedores, de silencios que esconden secretos que envuelven violencia. Ibáñez nunca falla el tiro. Además, un libro ideal para engancharse a la saga si no se han leído los anteriores. La novela negra más salvaje y realista en apenas 160 páginas que pasan volando.
Se suele referir que la novela negra como tal comenzó con Cosecha roja (Dashiell Hammett, 1929), aunque hay quien considera Los crímenes de la calle Morgue (Edgar Allan Poe, 1841) el origen de todo. Sin embargo, en 1834 Victor Hugo publicó Claude Gueux, una truculenta historia carcelaria que tiene todos los ingredientes de la buena novela negra: ambiente oscuro, personajes atormentados y un asesinato motivado por la venganza. Históricamente se la ha considerado novela breve, así que no soy quién para llamarla relato largo. Depende de la edición que leáis tendrá una longitud u otra, pero siempre entre 50-80 páginas. Una manera magnífica de acercarse a un autor de obligada lectura y a un clásico casi desconocido de la novela negra. Por si eso fuera poco, tiene uno de los mejores comienzos que recuerdo. ¿Hace falta decir más?
Rastro oculto (Bohodón Edicones, 2018) escrita por Paula Olmedo nos cuenta una investigación llevada hasta sus últimas consecuencias. La desaparición de dos adolescentes esconde más de lo que parece a simple vista. El protagonista se verá expuesto al límite para esclarecer el caso, aunque eso le cueste el matrimonio, el trabajo y puede que la vida. Una historia llena de giros y con un final de esos que te deja con la boca abierta replanteándote todo lo que has leído. Además, todo libro que comience con el protagonista en una habitación acolchada y sujeto con una camisa de fuerza tiene toda mi atención. 160 páginas que se leen en lo que dura un cigarro.
En el momento de escribir estas páginas la psicosis por el coronavirus inunda tertulias, espacios informativos y hasta memes de Twitter. Incluso habrá quien piense en escribir una novela al respecto. Tranquilos, porque ya existe. La transmigración de los cuerpos (Periférica, 2013), del escritor mexicano Yuri Herrera. Y os adelanto que es insuperable. Una epidemia desconocida ha generado un estado de excepción: calles vacías, miedo al contagio, falta de alimentos… En ese escenario casi apocalíptico se mueve un detective con el encargo de negociar con dos familias rivales, las cuales han raptado a un miembro de la otra. Todo se complica cuando ambos rehenes fallecen. Es decir, cada banda tiene el muerto del otro y el intercambio se prevé explosivo. En serio, lean esta joya antes de que Netflix haga una serie. 136 páginas más actuales que nunca.
Por último, una novela muy especial: Quién pilló al bobo feroz (Flandes Editorial, 2019). Su autor, Sergio Vera, es especialista en género negro y en literatura infantil y comprensión lectora. Solo así se entiende esta maravillosa locura que mezcla ambos conceptos para crear un cuento de hadas dirigido por Tarantino. Quentin Pulp, el lobo, no ha tenido mucha suerte en la vida y a cada paso que da más mete la pata en el fango. Por la ciudad corrupta de Cuentown rondan personajes de fábulas por todos conocidos, pero los buenos ya no lo son tanto y los malos quizá sean los verdaderos héroes. Los juegos de palabras, las peripecias, los diálogos desternillantes y ese ambiente a novela negra deudora de Chandler forman un cóctel explosivo tanto para lectores jóvenes como para los que ya estamos curtidos. Tras la apariencia de una sátira infantil se esconden decenas de capas que lo envuelven todo y dan una lectura distinta para el adulto. 150 páginas para una obra irrepetible y distinta.
Si se leen todo esto no solo descubrirán grandes obras sino que además contribuirán a aumentar los índices lectores del país, y eso es motivo de fiesta. Libros tan finos que les caben en cualquier rincón de la biblioteca, pero que aguantarán en su memoria durante toda la vida. No hay excusas. Lean y disfruten.
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