La primera vez que leí a Andreu Martín tenía unos 22 años. Recuerdo preguntarme qué tenía que ofrecer ese señor que triplicaba mi edad a alguien como yo. Simplemente os diré que quedé hipnotizado por esa lectura, Prótesis, un libro escrito antes de que yo naciera. Pocas novelas he leído con esa fuerza y desgarro, y la mayoría de ellas venía de la pluma de Andreu. Desde sus primeras obras, como A martillazos, hasta las últimas, con La violencia justa, he ido devorando cada obra suya que caía en mis manos. En cada novela que escribo trato de superarme, pero aún no le llego a la suela de los zapatos a Andreu Martín. Así que imaginad cómo me siento al leer estas declaraciones en El Periódico.
“Las leyes del mercado me han puesto en mi sitio. Ha quedado claro que a mis casi 50 años de profesión no he hecho méritos suficientes para ganar determinados premios, para ser considerado publicable en determinadas editoriales ni para que la radio y la televisión consideren que la aparición de un libro mío sea un acontecimiento”
Miguel Aguilar decía hace poco en El Confidencial que la industria editorial y la literaria van por caminos separados. Es decir, se considera que tiene más calidad lo que más vende. Por tanto, 50 Sombras de Grey sería equiparable a un Quijote moderno. Esto último es de mi cosecha, y puede parecer exagerado, pero es el camino por el que vamos.
En España no se respeta la cultura. Nunca se hizo. “No serás profeta en tu tierra”, dicen los viejos del lugar, y es cierto. A Andreu lo echaremos de menos cuando no esté, pero ahora que lo tenemos en plena forma no le hacemos caso. El día que falte se creará un premio con su nombre, pero no hay homenajes hoy. La prosa, las tramas y los personajes de Andreu son emocionantes y soberbios, pero acabaremos leyendo al próximo nórdico que aparezca con un asesino en serie.
Al final morirá el libro, pero no por la piratería, sino porque asesinamos a nuestros mejores autores. Le pasó a Chirbes, le está pasando a Andreu, ¿qué nos pasará al resto? Quizá haya que reconvertirse, lanzar los ideales por el retrete y escribir cualquier cosa que esté de moda.
O tal vez no.
Porque, como decía al principio, Andreu Martín tiene clásicos imperecederos por los que no pasa el tiempo, que son igual de actuales que cuando las escribió, porque os podría citar al menos tres obras maestras que salieron de su máquina de escribir, porque ha creado a personajes inolvidables de la talla de Flanagan, y porque a día de hoy nos da una paliza a cualquier juntaletras con una mano atada a la espalda. Esa es la diferencia entre un escritor y un tipo que publica libros: que los suyos permanecen porque son cojonudos.
“Ah, y basta ya de llamarme maestro o número uno en nada. En el actual mundo del libro, los maestros son los que más venden, y no conviene que yo me crea que soy lo que no soy”, dice Andreu al acabar su carta de El Periódico. Es interesante porque genera un debate: si Andreu no es un maestro de novela negra, ¿quién lo es? ¿A quién le ponemos la corona? No creo que ningún autor español se atreva a sentarse en el trono, así que tendremos que buscarlo en el extranjero, que siempre es más socorrido.
Nos quedamos sin referentes. Y una cultura que no es capaz de cuidar de sus mejores artistas está destinada a la mediocridad. Andreu es solo uno de muchos, pero ha dado visibilidad a un problema endémico de nuestras letras.
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