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Materia para el derribo y el olvido

Materia para el derribo y el olvido

Debo comenzar con estos versos: ‘Del verdadero desconsuelo no sabes nada porque no quieres, porque has tenido suerte y la ignorancia te salva. No has perdido nada que de verdad te aflija: el tiempo, las oportunidades irremediables./ Te das miedo de esa guisa. Nada que ofrecer, tienes las manos vacías. Casi nada te consuela./ Por eso te inventas embustes, falsas memorias y consuelos líricos para dar el pego, porque de la vejez y del dolor no sabes, en realidad, nada, mero testigo y espectador miedoso de sufrimientos ajenos.’

Son los primeros del poema Desconsuelos, frenando de entrada por anunciar una realidad. Uno no ha conocido verdaderamente lo que se nombra, es cierto. La vejez, el cruento desgaste del tiempo ido. Sí que he podido sentirlos cercanos por esos embustes y falsas memorias, por asimilar en la juventud —que siempre se dispone a las veleidades y repulsiones ajenas por deslumbrar con su fuerza— la experiencia del otro, que está contando el tembleque de su vida como una hoja a punto de soltarse, pero en absoluto lo ha vivido uno en carne propia. De todos modos, estremece. Uno sabe que puede llegar a esos instantes de recuento y que los números no salgan. La mano tramposa ha movido los cubiletes trileros más rápido de lo que se creía. El ojo y la vida, arrogantes, se confiaron. Escapó la oportunidad, permanece lo vencido. Se sigue contando por aferrarse, sí, pero todo se va con la humareda.

"Lo pasado es una congregación de infortunios. Lo que nos rodea es la inmensidad del escenario desmontado. Cada cual recoge lo suyo como puede"

El libro de poemas Osadías y descalabros ha sido escrito pura y simplemente desde la amargura. Miguel Sánchez-Ostiz, bregando con el desafío que le supuso este manuscrito, nos hace entrega de sus cuerdas flojas, remendadas en forma de prosas líricas, marcando un sendero de brevedades que chinaron las pisadas pero también indicaron los regresos que alguna vez se creyeron posibles.

‘Mire compadre, deje las cosas como están, no remueva el cieno, vayamos cada cual, en paz, por nuestro lado. No le pido más. Recuerde que ya hace años que bebimos la última para el camino, que ha sido, de verdad, largo’, se lamenta en Mire compadre, trago prepóstumo, consciente de que ha sido mucho lo desplumado, que uno está cansado, que lo han saqueado los días y los nombres, horadándolo como termitas, y el máximo entretenimiento al que puede aspirar es a reírse de los tropiezos —si procede, si el humor está, irónicamente, de subida en esa pendiente— o a juntar los restos del despiece. Lo pasado es una congregación de infortunios. Lo que nos rodea es la inmensidad del escenario desmontado. Cada cual recoge lo suyo como puede. Llamean aquí y allá los que se han salvado y hablan con voluntad desfallecida, con ‘el riesgo de buscar sin descanso la ventura’ entre los escombros.

"Versos de clausura. Versos de funambulista helado por las alturas. Las palabras están al servicio de los espejismos melancólicos, burlones, rematadas por la franqueza como un bofetón"

Es la obsesión de la literatura de Sánchez-Ostiz, una de varias. El viaje. La partida —que es la meta— y el remontar el curso. El bordear las trochas y abrir otras nuevas con la ayuda del pavor y la curiosidad. El olor acre de las fogatas, el que anega los bosques y las habitaciones cerradas que no se han dejado de abandonar y reencontrar. Idéntico parecer con las amistades, las que pesan porque no fueron despedidas, porque no las hubo, y por el fragor de las edades bravas. Ni un latido resta de ese tumulto.

Desde estos últimos años, en su obra reciente narrativa y poética, está más presente esa fijación en el espectáculo que hemos supuesto para los demás, resultando hiriente el desengaño de no comprender para qué se ha poseído tanto si más tarde no se legará ni la sombra, ni los convencimientos evitarán el apagón. Se presta el autor en Osadías y descalabros a no mentirse con bagatelas literarias, sino a sospechar de ellas, a pesar de rescatar algún vago claror vespertino y escarbar en las cenizas de la compañía humillada.

Versos de clausura. Versos de funambulista helado por las alturas. Las palabras están al servicio de los espejismos melancólicos, burlones, rematadas por la franqueza como un bofetón. En estas páginas, Sánchez-Ostiz ha dado el pistoletazo de las estampidas. Todas de golpe y sin remedio, como lo escapado lo hace con o sin lógica, poco nos debe importar ya. ‘Nos comió la lengua el gato y las moscas hicieron el resto.’ El peor envite es creer que, esta vez, por si no hubiera una siguiente, vaya a ser distinto.

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Autor: Miguel Sánchez-Ostiz. Título: Osadías y descalabros. Editorial: Pamiela. Venta: Todos tus libros.

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