Máximo Huerta no necesita presentación. El éxito de sus libros y sus programas de televisión hablan por él. En estos últimos meses he podido coincidir más con este periodista viajero, dibujante, contador de historias y con un gran sentido del humor. Intuyo que sus amigos le quieren porque se entrega. No sabe vivir sin pasión. Su última novela, Con el amor bastaba (Planeta), nació en pleno confinamiento, pero sus lectores incondicionales ya la estaban esperando con impaciencia semanas antes.
—¿Por qué su personaje principal, un niño, hace algo tan mágico como volar?
—Volar siempre ha sido algo muy recurrente en mi literatura y en mi imaginación, como autor y como niño. Le di muchas vueltas a la idea, y cuando dimití como ministro de cultura me fui a la Provenza, porque creía que ese escenario me iba a gustar. Fui en coche hasta allí con esa sensación que te generan todos los sentidos, como el olor a lavanda, y ver cómo había florecido, la casa de Cézanne… Me parecía que era el escenario perfecto de liberación para hacer una novela sobre la libertad y la necesidad de reafirmarnos. Lo importante de ser nosotros mismos. Y ahí es cuando yo empecé a escribir.
—Esta novela nos lleva a pensar sobre lo que es y no es ser normal, si es que el término «normal» es correcto.
—¡Es que es eso! La novela reivindica el valor de la diferencia, porque yo creo que todos somos especiales, todos somos únicos, todos somos raros, como dice el hermano de Ícaro. El valor de la diferencia es el mejor antídoto, pero lo que pasa es que desde pequeños siempre necesitamos pertenecer a un grupo, a una masa, para ocultar nuestras diferencias. Creo que las diferencias es lo que nos hace únicos y hay que destacarlas, hay que reivindicarlas, quitarse prejuicios y quitarse mochilas, quitarse plomo, y eso es Con el amor bastaba. De ahí el título, medio lamento medio grito.
—¿Tuvo claro desde el principio que ese iba a ser el título de la novela?
—El título iba a ser El vuelo de Ícaro pero en el momento en el que el personaje gritó «con el amor bastaba», me pareció un lamento entre positivo, melancólico y de queja, y ese lamento era perfecto para el título. Ese mismo día se borró El vuelo de Ícaro y se quedó Con el amor bastaba.
—La novela tiene algo de profética.
—Sí, yo no pensaba que pudiera ocurrir algo así, pero al final, ¿qué queremos en estos tiempos? Ver a los que amamos, verles la cara. Más allá de tener trabajo, que debemos tenerlo y alimentarnos, necesitamos ver a los que queremos, y a veces lo único que necesitamos es amor, no pedimos nada más.
—Hasta la portada es profética: un niño mirando por la ventana…
—Cuando la elegimos, antes de todo esto, dije: “¡Ay, qué evocadora!”. Y ahora la veo y digo: “¡Qué profética esa necesidad de libertad!”. Alguien sentado en una ventana esperando ser libre, esperando conseguir sus sueños, esperando volar, esperando reivindicarse frente a todos.
—La relación entre los dos hermanos cambia mucho a lo largo de la historia.
—A mí el asunto fraternal siempre me ha fascinado, porque yo no tengo hermanos pero soy muy observador, y siempre he visto cómo los hermanos pasan de odiarse a quererse rápidamente o a veces pasando por todas las fases: de ignorarse, a pesar de dormir en la misma habitación, de quererse, de ser cómplices, de tener envidia o celos, pero si hay que defenderlo lo defienden a capa y espada. Esa relación de hermanos en la novela es casi invisible. Ves que no cuenta con él pero la evolución es: yo estoy aquí para quererte, seas como seas.
—La evolución de los hermanos es clave en la novela, pero la de los padres también.
—Sí, el amor del padre no es un amor tóxico, no hay, digamos, apegos feroces. La madre, sin embargo, prefiere amarle con la distancia de la libertad. Sabiendo de su particularidad, ella también quiere ser libre. Le cuida, le protege, le da aire y espacio. Ella también se ahoga en otra atmósfera. La evolución es paralela.
—¿Cómo quieren y ven cada uno de los progenitores a este hijo tan especial?
—Padre y madre quieren a Elio, y con la mejor de las intenciones hacen lo que creen que necesita, pero con esas mismas intenciones puedes al mismo tiempo destrozar una vida. Crecer no es fácil. Los padres son un elemento muy importante de cómo gestionamos el amor o cómo actuamos frente a la diferencia.
—Los tíos a los que visitan en Francia son sinónimo de alegría y de libertad.
—Los tíos de Francia son muy libres, muy particulares, transmiten frescura. La madre de Elio en ese ambiente se libera. El padre es el que más complicado lo tiene, porque cree que está haciéndole un favor a su hijo intentando que sea como los demás.
—¿Se considera una persona melancólica? Hay un poso de melancolía en la novela, aunque la alegría gana.
—Sí, un poco hay, y eso no es malo. Yo soy muy melancólico, pero desde una medio sonrisa, porque creo que no tenemos futuro. El futuro no existe, el presente es incierto, ahora más que nunca y lo único que existe es el pasado, cuando éramos críos, cuando éramos adolescentes, el recuerdo de la comida de una abuela… Precisamente lo único que existe es lo que ya no existe. La única certeza que tenemos es lo que hemos sido. Yo soy melancólico hacia ese pasado, porque es lo único que tengo.
—Esta es una novela que se lee con todos los sentidos.
—Exacto. Es el imperio de los sentidos. El olfato, los colores, también la tristeza, el tacto, el deseo, la vista, el sonido de la música… Es una novela con todos los sentidos.
—Ese niño, Ícaro, ¿tiene mucho de su infancia?
—Sí, hay mucho de mí, es inevitable. Nuestro paso por el mundo es muy limitado. Yo he dibujado desde niño, y como escritor tienes que aprovechar todas tus experiencias, y al final construir una novela no es tan diferente a hacer un aeropuerto o un edificio: lo piensas, lo diseñas y lo construyes. Para mí escribir es una evasión. No es una novela autobiográfica, pero sí que hay un reflejo biográfico, porque es una fábula sobre la libertad y la necesidad de ser uno mismo. Ese reflejo está en todas mis novelas, y en esta también. El pequeño Maxi era también un niño de libros, de pinturas, de escritura, y además los años setenta eran otro mundo. No había maquinitas, no había móviles, no había ordenadores, y la ficción estallaba en mi cabeza.
—Seguro que había más de un Emilio en su entorno…
—Claro, Emilio es ese amigo que primero mira raro, que tiene recelos, que mira extraño al diferente, pero que luego es fiel hasta la eternidad. Es el elogio a la amistad, más allá de la diferencia, más allá de la imposibilidad de ser más. Es el amigo total, y luego, ya de maduro, descubrimos más secretos de ese Emilio. Creo que de todos los personajes descubrimos algo nuevo al final de la novela.
—La novela además tiene tintes del realismo mágico.
—Sí, y es algo voluntario. A mí el realismo mágico me gusta mucho, y ya lo intenté ligeramente en No me dejes. Esta novela es una fábula llena de realismo mágico. Creo que era la mejor manera de hablar de la libertad y de la necesidad de ser uno mismo. La atmósfera de esta novela debía hacerse desde el realismo mágico, desde casi lo imposible, desde un lugar más ficción que la ficción.
—Esta novela es amor, es entretenimiento, es música… ¿Cuándo la escribió?
—La literatura es evasión. Yo creo que la evasión es necesaria, y las personas necesitamos salir de la realidad inmediata en la que estamos, y la ficción es muy necesaria, y la ficción cura, y la ficción te da un refugio. Una novela es un refugio. Para mí esta novela ha sido un refugio escribiéndola, corrigiéndola y leyéndola, porque nunca me releo las novelas, y esta, como pertenece a un “tiempo de entreguerras”, como digo yo, es un paréntesis de felicidad, y ha sido un bálsamo escribirla, y estoy muy contento porque construir la novela fue bonito a pesar del tiempo en el que estaba. Yo creo que por todo eso la novela es así. Por eso respira algo muy diferente a todas las demás. En lo personal nace de un momento muy duro, que es la dimisión, y acaba en una pandemia. Por eso digo que esta novela es un paréntesis de felicidad.
—Cuando veo a Ícaro pintar le veo a usted, con sus acuarelas.
—Para muchos mis dibujos han sido como un descubrimiento, pero yo dibujo desde niño, porque mi madre pintaba, yo siempre he pintado, fui al taller de un pintor… De hecho, siempre hay pinturas en mis novelas, no sé por qué. Aquí aparece la ruta de Cézanne. Para mí, pintar ha sido la única manera en la que hago yoga. Yo solo sé relajarme cuando pinto. Cuando pinto no pienso, y he pintado mucho estos días.
—¿Tiene alguna manía a la hora de escribir?
—Antes tenía manías, incluso las inventaba creyendo que con ello encontraría otra forma de forjar la novela. Y pasado el tiempo, me descubro como un autor sin manías, sin problemas de tener un sitio, ni siquiera una hora. Es oficio. Escribo en el sillón, en la mesa de la cocina o en el salón. Solo necesito silencio y una música suave, apenas perceptible.
—¿Qué le parece cómo se ha compartido la cultura estas semanas de confinamiento?
—Yo creo que han sido muy generosos todos los escritores que han regalado textos, que han leído, y los artistas que han cantado, y deberíamos ser empáticos con ellos, porque van a ser los últimos en recuperarse. Los últimos en llenar una sala, un teatro, un concierto, en vender libros de una manera normal, y la cultura es lo que nos ha llenado el tedio de estos días, y deberíamos ser muy generosos con ellos. No se nos puede olvidar que son los que nos han entretenido: las series, los libros, las películas, las canciones, son las que nos han mantenido vivos. Yo reivindico no solamente ser uno mismo y la libertad como en la novela sino también reivindico la cultura como evasión que ha sido lo que nos ha hecho los días más cortos.
—¿Cree que estas semanas nos cambiarán?
—Yo soy muy poco de la épica de estos días, del «cambiaremos»… Creo que no cambiaremos, porque el ser humano tiene tendencia a olvidar el dolor. Afortunadamente, porque si no, no resistiríamos ni la muerte de un padre o la pérdida de una pareja. Tenemos tendencia a olvidar, y eso es sano, y creo que olvidaremos cuando esto pase, pero si queda algo, que quede la importancia de las cosas sencillas, la importancia de los que te quieren, la importancia de saber quiénes están a tu lado. Hemos recuperado hablar, hemos recuperado la palabra, y ya ves: con el amor bastaba, y con hablar a veces nos hacemos mejores. No solamente en política hace falta hablar sino también entre nosotros. Lo que nos va a quedar es que hemos hablado más.
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