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¡Me cago en los mengues!

¡Me cago en los mengues!

Y ahí estaba yo, justo enfrente del abogado, intentando explicarle la queja recibida y cómo poder contestarla. Él miraba a su papel y no entendía nada. Luego me miraba a mí, me escuchaba, y lo entendía aún menos. Mis compañeros alternaban las caras entre la risa incontrolable tapada con la mano y la estupefacción más asombrosa que reflejaban sus ojos. Pero no contento con la primera reacción, y casi como si no lo creyera él mismo, nos lo volvió a leer, pero esta vez enfocándose claramente en mí, que no sabía por qué, pero su instinto de abogado hacía que su tendencia fuera a pensar que aquello se cruzaba en mi vida de alguna manera u otra:

—He tenido que escuchar frases blasfemas en mi religión como, y leo textualmente, «notarás mi presencia cuando te la meta por el culo».

Ver al abogado leyendo la queja de esa forma tan seria era una imagen de lo más estrambótica. Me apuesto la diestra, y no la pierdo, a que en sus estudios de abogacía, donde el derecho romano, el comercial, el penal y el civil habían sido el eje de coordenadas de sus años de construcción como leguleyo, nunca le habían preparado para algo así. Por ser justos, he de decir que ninguno de nosotros nos habíamos visto en tamaña algarabía de reunión, ya que mientras terminaba la lectura no podíamos dejar de reírnos nerviosamente por la situación donde nos encontrábamos en ese momento, mientras al unísono poníamos todos la puntilla a la lectura.

—No, no, no… «Por el culo» no, «por el cu… piiiiiiii», que está censurado.

"En aquellos tiempos, recién estrenado el siglo XXI, nuestras presentaciones técnicas en público tenían sus adeptos"

Pensándolo bien, no sé si el nerviosismo del momento nos dejó elegir el mejor modo de proceder en este caso con un abogado que, seguro, estaba gestionando un caso que jamás se le iba a olvidar en su vida. Pero es que esa escena parecía sacada de una película de… no sé, ¿los hermanos Marx? ¿Gene Wilder y Richard Pryor? ¿Monty Python? ¿Zoolander de Ben Stiller? Elige tú el tempo y el encuadre.

Y os diréis: «Pero ¿qué me está contando este tipo en este artículo de hoy con esta escena?». Dejadme que os ponga un poco en situación, haciendo lo que en el mundo del cine llaman un flashback, y lo que mi madre, cuando la liaba, llamaba “cuéntamelo clarito para que yo lo entienda”, que, abusando de vuestra confianza, os he llevado hasta el momento más álgido de la anécdota. Al clímax. Para engancharos con el resto de la historia, como hacían en los cómics de los años 70.

Veréis: los personajes en aquella reunión que tuvo lugar hace ya unos quince años y que estábamos viviendo ese momentazo para llenar una página de nuestra memoria éramos los ponentes, los disertantes, los que daban las charlas, de un mega-evento de tecnología de una mega-empresa de tal ídem. En aquellos tiempos, recién estrenado el siglo XXI, nuestras presentaciones técnicas en público tenían sus adeptos, y se habían apuntado al sarao un bonito millar de asistentes. Amigos, conocidos, afiliados, socios y curiosos tecnológicos que venían a ver nuestras conferencias. Y es que las charlas que hacíamos eran, cuanto menos, diferentes.

La comunicación debe servir para que un mensaje vaya desde el emisor al receptor, y el canal que se utiliza puede ser un facilitador o una barrera de bosones de Higgs. Y yo, desde muy temprano, comiendo en estas faenas elegí mi canal: las charlas debían ser divertidas, para ellos, y para mí. Por eso, cada una de nuestras presentaciones tenía un poblado guion con sus chistes, sus giros de guion, su puesta en escena, su atrezzo y su escenografía. Lo de poner diapositivas y leerlas para la audiencia era para otros. No para nosotros. Nosotros queríamos que la gente que viniera a una de nuestras charlas se lo pasara de maravilla y volviera una y otra vez. Que por algo estuvimos varios años haciendo giras como si fuéramos cantantes de rock and roll. De hecho, para la última gira hicimos un vídeo en el que nos volvíamos a juntar, y os lo dejo porque no tiene desperdicio.

Vídeo de reencuentro para la Gira de Inseguros 2007

Entre las locuras de aquel nuevo y esperado milenio que estrenábamos, aunque no hubieran llegado aún los coches voladores, vivíamos nuestro trabajo con alegría y dedicación. Y para hacer nuestra tarea de contar cosas a los técnicos de una forma amena, yo me disfracé de casi todo. De Gimli el enano, en una de las charlas basadas en El Señor de los Anillos. De Darth Vader, por supuesto, de Batman con los calzoncillos por fuera, de vaquero con rifles, de rusos con su banda sonora acompañando, de superhéroes, siendo Los 4 Fantásticos, de árbitro y asistente para hacer el famoso “Rafa, no me jodas”,  y hasta de pitufo, para pitufar firewalls con mucho pitufo estilo pintado de azul y con un pañal por fuera. Todavía nos reímos solo de pensar en las imágenes que llevábamos.

Dando una conferencia vestidos de Los 4 Fantásticos

Recuerdo con mucho cariño y emoción la charla en la que nos convertimos en los Cazafantasmas y entramos con la música a todo volumen en el auditorio con el clamor de nuestros jóvenes programadores, que habían venido allí a escuchar nuestras tecno-humor-aventuras en una charla en el camping de El Escorial. Se te erizaba el pelo con la energía que se generaba en la sala con los doscientos asistentes, la música y nuestra entrada de “¿Alguien ha visto un fantasma?”.

A mérito propio, me costó tiempo que la gente diferenciara entre mi trabajo como informático, experto en ciberseguridad e investigaciones en hacking y la diversión en las charlas, eventos, giras, conferencias y demás saraos. Recuerdo que en el año 2007, el periodista Fernando García, al que mando un cariñoso abrazo desde aquí, quiso hacer un primer plano de mí y de mi trabajo en un artículo para El País tras haber dado una de mis charlas en Huesca, en su genial congreso de periodismo digital. Para ello me subí a Huesca, me hizo fotos, charlamos, cenamos, y luego publicó el artículo unos días después. El titular recogía justo lo que hacíamos en aquellos años: “El show informático”.

Después de ese artículo aún me costó más que dejaran de preguntarme si era humorista o informático. De hecho, en algunas conferencias, el presentador me introducía como “hacker y cómico”. Me hacía gracia, y en el fondo no me disgustaba, porque siempre he querido que las cosas sean divertidas. De una de esas puestas en escena acabaría quedando ese gorro con el que tantas veces me he subido a un escenario. Todo tiene un porqué, y el caso del gorro lo conté ya hace tiempo en mi blog personal, El lado del mal.

"Amábamos a Cálico Electrónico. Y tanto lo amábamos que durante una buena temporada sus aventuras eran parte de nuestras charlas"

Pero… ¿cómo esto me llevó a estar sentado delante de un abogado intentando explicar y responder a una queja que hablaba de blasfemia? Pues por innovador y fan. Como siempre, en nuestras charlas buscaba que fueran divertidas, novedosas y educativas. Así, en cada charla pensábamos muy mucho las demos y las explicaciones técnicas, que debían ser pocas y sorprendentes, y la parte divertida. Cómo utilizar el humor para hacer llegar el mensaje a los asistentes, y entonces… lo conocí a él y me hice fan. E innovando en la preparación de una de las charlas introduje uno de sus vídeos. Al único, al inigualable, al más grande de todos los “superjiros”… a Cálico Electrónico.

Póster de Cálico Electrónico en 0xWord. (Si no lo tienes no eres fan)

Había nacido antes de que YouTube existiera, y sus aventuras de aquella primera temporada eran lo nunca visto. El trabajo que Nikotxan había hecho con la irrupción del personaje en el mundo de Internet había cambiado la animación de este país. Se convirtió en un referente para los futuros creadores. Y es que sus capítulos eran irreverentes, sorprendentes y divertidos. Solo podías encontrarte tomas falsas tan salvajes como las que tienes en los capítulos de este superhéroe que cuando se cabreaba decía: “¡Me cago en los mengues!”.

"Antes de darle al botón de reproducir, recuerda que este capítulo es el que nos llevó enfrente de un abogado"

Amábamos a Cálico Electrónico. Y tanto lo amábamos que durante una buena temporada sus aventuras eran parte de nuestras charlas, en forma de visualización de las píldoras, de comentarios, de chistes, e incluso de hilo conductor de alguna que otra charla. Además, solucionaba sus problemas con inventos tecnológicos que eran igual de espectaculares.

Y aquí viene el giro de los acontecimientos que nos lleva a la pintoresca situación del principio: el famoso, irreverente, e impactante capítulo 5 de la temporada 1 de Cálico Electrónico, “Historia de amor”. Un capítulo que para su creador fue un antes y un después, ya que todo el mundo sigue diciendo: “Es el mejor. Tenéis que hacer más como ese. Más poemas de Cálico”. Etc… Vamos, el que impactó al público.

Antes de darle al botón de reproducir, recuerda que este capítulo es el que nos llevó enfrente de un abogado. Hoy en día, quince años después, y con todo lo que hemos visto durante este periodo, ya ha quedado más infantilizado, pero este capítulo fue hecho para ser divertidamente salvaje… y lo consiguió.

«Historia de amor»

Vale, si lo has visto, te habrás dado cuenta de que lo que nos leía el abogado era una parte de uno de los poemas del final del capítulo. Y esto fue porque, cuando en el evento nos fuimos al descanso, para los que quisieron —que fue, como La 2 hace años, “una amplia mayoría”— pusimos en pantalla grande (muy grande, de hecho), y a todo volumen, el capítulo de “Historia de amor”. Y… una persona puso la queja por el vídeo en la web de la empresa.

"Tiempo después, olvidado ya el tema, la persona que nos puso la queja se acercó a nosotros riéndose y explicándonos que lo había hecho como broma maligna"

Al final, la sangre no llegó al río, lo cual fue de agradecer, ya que los leucocitos de los que estábamos hablando eran los nuestros. Contestamos con la mayor seriedad que pudimos, dejando claro que en los poemas no se terminaban nunca las frases, y ahí quedó la aventura. Pero he de decir que el abogado nunca nos enseñó la respuesta oficial, que bien podía haber ilustrado asignaturas de maestrías de abogacía y tecnología, como ejemplo de lo que se podrían encontrar en su vida futura.

Para mi recuerdo quedó siempre esta aventura, que ha amenizado cenas, reuniones y comidas de amigos explicando todos los hechos que os he explicado, viendo los capítulos, y recreando las risas que nos pasamos entonces antes, durante y después del incidente. Nunca pensé en mi vida, cuando elegí la profesión de informático, que viviría la experiencia de dar charlas de esta guisa, ni que iba a tener que acabar dando este tipo de explicaciones delante de un hombre de leyes.

Tiempo después, olvidado ya el tema, la persona que nos puso la queja se acercó a nosotros riéndose y explicándonos que lo había hecho como broma maligna, que era fan nuestra y que le encantaban las charlas, pero que se había imaginado que tendríamos que dar explicaciones y le divertía pensar en cómo íbamos a salir de esa. He de decir que en el primer segundo nos hizo la misma gracia a nosotros que cuando alguien tiene que pasar por una colonoscopia por primera vez.

Pero la vida siguió su curso.

Nosotros seguimos haciendo nuestras charlas. Con el paso de los años y la madurez, las charlas de “Momentus Ridiculous” que yo recopilaba en mi blog fueron reduciéndose. Al mismo tiempo, por azares del destino, y transacción económica mediante, Cálico Electrónico acabó bajo mi cuidado, formando parte de la familia de Informática 64 primero y de 0xWord después, lo que me hizo sentir más que realizado en mi vida profesional.

Cómic de las tiras de Cálico Electrónico (si no la tienes… no serás tan fan).

Acabar produciendo un par de temporadas de Cálico Electrónico, editando un cómic con “Las tiras de Cálico” y siendo parte de un capítulo con los personajes de la serie ha sido como para sentirse realizado. Os dejo el capítulo en el que “El Maligno” acaba en el mundo del gran Cálico Electrónico, en este caso viviendo aventuras con Los niños mutantes de Sanildefonso.


«Teenage Mutant Brother Agents 2»

Hoy en día, el trabajo de Nikotxan tiene su sillita en la historia de la animación, el cómic y la cultura popular de nuestro país, y sigue transformando este arte con el mundo interior que saca una y otra vez con una creatividad asombrosa. Ya sea en un Sesame Street o en las salvajes aventuras de DonRamon y Perchita. Eso sí, el capítulo de Cálico Electrónico donde se soltó la melena es una interpretación del cuento de Caperucita Roja. Pero no es para niños. Que aquí es donde más salvaje se volvió la serie. Eso sí, el más del millón de visualizaciones parece que es porque la historia impactó en el público.

«¿Quién teme al lobombre feroz?»

Cálico Elecrónico aún está en activo, siguiendo la actualidad de lo que nos pasa hoy en día en las tiras de cómic de Cálico Electrónico que publicamos todos los miércoles en el Twitter de Cálico Electrónico y en la web de las tiras de Cálico. Trabajando en ellas está también otro fantástico dibujante, como es Pablo Gómez “Blowearts”, que desde Extremadura lleva ya más de un año y medio trabajando duro para traernos al gordito cada semana, dibujando aventuras en viñetas en las que Cálico Electrónico vive la vida a su particular manera. Y lo hemos podido ver pasar la pandemia, el confinamiento y la vuelta a la normalidad día a día.

«Cálico Electrónico contra el Hombre Bochorno», por Pablo Blowearts

Al final, a pesar de que en la vida me educaron para ser llevar traje y corbata, e ir todos los días a una oficina para no pasar frío en invierno ni calor en verano, yo decidí que mi futuro iba tener otro aspecto, subido, sin querer, a los escenarios, practicando la comunicación, el humor, y el hacking vestido de superhéroes o con un gorro de lana. Nunca sabes qué te va a deparar la vida.

Hoy, ya mayor, y bastante más moderado de las charlas de aquella época, sigo disfrutando como un niño de todas estas cosas, y tengo claro que, en cuanto pueda convencer a algunos de que me ayuden a producir nuevos capítulos de la serie Cálico Electrónico, volveremos a ver al gordito que me llevó delante de un abogado a dar explicaciones por sus palabras, decir eso de “¡Me cago en los mengues!”.

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