Me duele España, que es una cosa que tengo alojada en el peritoneo y que estos días se me ha irritado muchísimo. El médico lo tuvo claro a la primera. “Eso va a ser cosa de España”. También dijo que es raro tenerla en el peritoneo. “Normalmente se localiza en el corazón”. Pues mira qué bien. “Quizá por eso Neruda escribió España en el corazón”. Por su parte, Ortega y Gasset, que no tenía corazón, escribió España invertebrada. Como lo que tenía era cabeza, todo lo resumía en orden y vertebración, desde España hasta el Amor.
Andar con España a vueltas ha dado mucha literatura; en 1973, Cela tituló así, A vueltas con España, una colección de artículos. Vertebrada y sin vertebrar, España ha dado mucho que hablar, ya digo, lo cual significa que hay un problema sin resolver, según don Julián Marías, que escribió España como problema y se quedó tan ancho.
La primera y más antigua descripción del “problema” viene en la Geografía “universal” de un griego de aquellos con túnica que respondía por Estrabón; un clásico que data de cuando el hijo levantisco de un carpintero preparó un cristo en Judea. Estrabón escribió que el perfil de Iberia “se parece a una piel (de toro, of course) tendida en el sentido de su longitud de occidente a oriente, de modo que la parte delantera mire a oriente”, según la venerable traducción del libro III de su Geografía, dedicado a Iberia (la Península Ibérica, no la compañía aérea), que hiciera don Antonio García Bellido. Para los curiosos diré que hay otra más reciente, de Francisco Javier Gómez Espelosín, en Alianza Editorial.
Para el tiempo de Estrabón, la Iberia de los griegos ya se conocía como «Hispania» en todos lados, o sea, España, pero Estrabón se agarraba a su tradición, un poco pueblerina a aquellas alturas. La tradición es peligrosa. Te agarras a una tradición con tantas revueltas como la de España, por ejemplo, y te acabas preguntando muy retóricamente si es mito o realidad, como estos días los señores de Cajasol. Y eso que don Américo Castro ya dejara sentado, en su clásico La realidad histórica de España, que nada de mito. Y punto pelota: a ver quién es el guapo que se pone a puntualizar a don Américo. Pues don Pedro Laín Entralgo, que se descolgó con otra pregunta retórica. ¿A qué llamamos España? Un poco refitolero don Pedro, me parece: basta sacar la cartera y mirar el DNI. Fuera de eso, cada uno llama “España” a lo que le da la gana, sea a la cárcel que aprisiona su maravillosa identidad, sea al sitio con sun, bullfights and flamenco donde libera esa misma identidad. España es sentimentalmente indefinible: cada uno la sueña a su manera. En resumen: nada como el DNI, esa irrefutable verdad administrativa.
Bueno, salvo para el senyor Turra: mirar el DNI pone de los nervios al nou Molt Honorable, que se ha emperrado en extirparse España como otros un grano. El senyor Turra no se siente español, lo mismo que Walter Mitty no se sentía editor de novelas pulp. Walter Mitty se sentía el protagonista y se perdía por el mar de los sueños. No así el senyor Turra, que no está para gallardas y se ha empeñado en dar por saco. El senyor Turra quiere la independencia como los niños quieren un helado y si no se lo dan montan un pifostio, que es lo que es España. Un pifostio. En el Reino Unido a nadie se le ocurre plantearse el Reino Unido como problema ni preguntarse “¿a qué llamamos Reino Unido?” Ni si es mito o realidad, hasta ahí podíamos llegar. En el Reino Unido los mitos son reales y la realidad, un mito con recorrido. Gracias a Dios, porque tan venturosa circunstancia me ha permitido llegar hasta aquí sin preocuparme de dónde tengo alojado el Reino Unido, que nunca me irritó ni me dio el más mínimo problema. Hasta que llegó eso del Brexit, claro. Y mira que no me siento particularmente británico ni, mucho menos, español: sé que soy ambas cosas. Si dudo, lo que decía: miro mis pasaportes y se me pasa. Algo hay que ser, salvo apátrida, que es lo que son en realidad los muchimillonarios, que tienen la patria en sus cuentas corrientes y tan a gusto están en Montecarlo como en las Islas Caimán: sus credenciales no conocen fronteras.
Para mí que el senyor Turra no tiene España alojada en el peritoneo ni, mucho menos, en el corazón. Ni siquiera en el epigastrio, que es donde gracias al Brexit he descubierto que tengo yo el Reino Unido. En su paranoia, y pese a no ser millonario (que yo sepa), el senyor Turra cree tener España en la cartera, pero como quien tiene una sanguijuela. Y, claro, anda muy alterado clamando por las esquinas «Espanya ens roba«.
El Molt Honorable senyor Turra es millonario en paranoias.
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