¡Caramba! Aunque crecí escuchando las conversaciones de Alberto Girri con mi padre, y transité la adolescencia sentado en la mesa (entre los servicios) del bar La Paz con mi —mejor— amigo Charlie Feiling, soy un hombre silvestre; quizás rústico después de curtirme el cuero en la easy living del rock de manual y todas sus consecuencias; pasé décadas enteras buscando placeres al contado, desentendido de la lectura constante, el cultivo intelectual y cultural.
Puedo ser humillado por cualquier snob francófono que me sacude con facilidad porque leo a Michel Houellebecq y Emmanuel Carrère; sin mucho esfuerzo, me sueltan que son novelas «de Carrefour”, que lea a François Vallejo o, en su defecto, a Louis-Ferdinand Céline… Madura el KO porque estoy grogui y peligra mi mandíbula de cristal cuando me sueltan (tan sueltos) que Jacques Brel tiene más mérito que Paul McCartney. Yo, que estoy de acuerdo en dudar que Sir Paul haya llegado a las cotas de intensidad de Amsterdam. Ya no puedo reaccionar y estoy para el cachetazo.
Soy un simple ciudadano que se mueve como puede entre infiernos fiscales, lecturas de supermercado y discos de jazz que escucho por la mañana. Me gustan los toros, comprar la comida en el mercado, cocinarla yo mismo, perder peso, los viajes si no duran mas de dos horas. Disimuladamente, rehúyo las tertulias con intelectuales para evitar incomodidades si la charla deriva a territorios literarios de enjundia. El año pasado, y después de dudarlo un par de ellos (años), corregí 200 textos para mi libro Paracaídas y Vueltas, como ocurre con los discos que no vuelvo a escuchar, no volví a leerlo. Y ocurre que me publican editoriales “terceras” en el ABC.
Busco un tema. Espero un tema. Le doy vueltas, escribo espontáneamente, me corrijo mil (que son menos) veces, pido que me cepillen el texto hasta que finalmente me decido a entregarlo cuando me aseguran que vale la pena.
Esta es mi presentación desde el llano; me pesan más aquellos libros que no leí que los que leo para olvidar; pienso seguir con mis novelas «de Carrefour”, entre la ficción y los ensayos. Novelas que me incomodan un poco si resulta que contemplan asuntos estrictamente literarios que escapan a mi experiencia en el dócil campo de batalla de una vida que, de momento, se presenta sin más complicaciones que las complicaciones que tampoco son tantas y, de momento, son sutiles.
Reciba quien corresponda un cordial abrazo desde un rincón de Madrid no demasiado cerca de la estación La Latina, allí donde se funden Las Vistillas, con Los Austrias, Bailén y Segovia.
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