Buenas tardes,
Me llamo Ulises Vidal, y me tenéis hasta los huevos.
Sí, tú. A ti también te hablo.
A ti y a los otros lectores, conocidos o por conocer, que veis un libro con un título tipo Las aventuras de Ulises Vidal, y allá vais, decididos a ver en qué líos me meto esta vez. Por cuatro duros te regodeas en mi sinvivir durante cientos de páginas tras la seguridad del papel o la pantalla, sin mayor riesgo por tu parte que terminar con la vista cansada.
A eso se le llama voyerismo, por decirlo suavemente.
Y bueno, qué decir del cabrón de Fernando Gamboa, que dice ser mi amigo. El que pone su nombre bien grande en la portada y se lleva la fama, la lana y hasta la cubertería de la abuela si le dejase. El fulano se limita a estar sentado en su cómodo sillón de oficina, con su café y sus pastitas, rascándose los huevos y pensando todo el día en cómo joderme y meterme en unos follones de los que acabo saliendo con vida de puro milagro.
¿Que me da por bucear? Pues ahí van tiburones, orcas, leones marinos y la madre que los parió a todos.
Joder, es que no puedo meter un pie en el agua sin que haya algo que intente comerme. ¿A vosotros os parece normal? Que sí, que no es lo mismo hacer submarinismo en la Costa Brava que en la Costa de los Esqueletos o el Caribe, ya lo sé. Pero coño, un poco de cuartelillo ¿no?
Y bueno, eso es dentro del agua, pero es que fuera es aún peor.
No hace mucho terminé, no sé muy bien cómo, perdido en lo más profundo de la selva del Amazonas. Pues bien, bichos que pican, bichos que muerden, bichos que se te cuelan debajo de la piel y te ponen huevos, bichos, bichos, bichos… ¿Os he dicho ya que no me gustan los bichos?
Ah, y en algún momento se me ocurrió decirle que tengo fobia las arañas…
¿A que te imaginas lo que pasó a continuación? Pues así todo (realmente es él quien tiene esa fobia, pero hasta sus marrones psicológicos me los carga a mí, el desgraciado).
Pero ojo, que las arañas de a palmo, los escorpiones y las serpientes venenosas son lo más amigable que me encuentro. Cuando no son mercenarios que han puesto precio a mi cabeza son guerrilleros motivados, tuaregs sin escrúpulos, integristas ofendiditos y hasta una especie de semihumanos con muy mala leche y gusto por la carne cruda.
Ahí Gamboa se pasó tres pueblos, el hijoputa. Todavía tengo pesadillas de aquellos días. Me estoy gastando en el psicólogo una pasta que no tengo, para poder volver a dormir de un tirón o estar en una habitación a oscuras sin cagarme de miedo. Esa se la tengo guardada.
Ya he perdido la cuenta de la gente que he visto morir delante de mí. Gente a la que quería y gente a la que no, incluidos alguno al que le he tenido que sellar yo mismo el pasaporte, porque era él o yo.
Yo, que toda mi vida he pisado con cuidado para no matar hormigas, dando matarile a desconocidos. Tiene guasa.
Joder, pero es que yo hace unos años era un simple instructor de submarinismo que llevaba a guiris a ver arrecifes y pececitos de colores, con el único horizonte de pasar la tarde con los colegas y, con suerte, la noche con alguna clienta satisfecha. Esa era mi vida, cambiando cada cierto tiempo de isla o continente, pero básicamente haciendo lo mismo. Y me gustaba. Mucho. Hasta que un día me encontré, hundida en aguas hondureñas, una campana de barco con una inscripción templaria varios siglos anterior a los viajes de Colón, y ahí empezó a joderse todo.
Pero es que yo solo soy un simple submarinista, caramba. Lo mío es (o lo era, al menos) bucear, beber cerveza y contar chistes malos. ¿Cómo es que de un día para otro he terminado cruzando el Sahara a camello, rebuscando en templos y catacumbas, o huyendo del noventa por ciento de la gente con la que me cruzo porque quiere matarme (no las he contado, pero por ahí debe de andar la cosa)? ¿Qué coño ha pasado?
Yo os lo diré. Que el cabrón de Gamboa se ha venido arriba. Bueno, él y muchos de vosotros, que le habéis animado comprándole sus libros.
“Sus libros”, tiene cojones la cosa. Yo jugándome la vida a cada página mientras él se toma un cubata en la piscina, y resulta que son “sus libros”. Manda huevos.
Hasta parece que Javier Olivares, el del Ministerio del Tiempo (muy fan, por cierto), está escribiendo un guion para una serie basada en el incidente de la dichosa campana que he mencionado antes. Solo espero que su concepto de la aventura no sea tan malévolo (nunca había usado esa palabra, mira por dónde) como el de Gamboa.
Porque en realidad, para mí no son «aventuras», como aparece en la contraportada de los libros. Ese es el adjetivo que se le da a toro pasado, si es que llegas a contarlo.
Los aventureros de verdad no existen. Los de pose en Instagram son un timo, ya te lo digo yo. Los que llamamos aventureros son gente normal, como tú o como yo, a los que les pasan cosas jodidas y tienen la suerte y la habilidad de sobrevivir, y sacar algo bueno de todo ello. Lo cierto es que, cuando lo estás viviendo, todo es un sálvese quien pueda y un permanente “¡corre, corre!” mientras te preguntas: “¿Pero cómo narices hemos terminado en esta situación?”.
Y sí, he dicho “hemos”. Porque, al menos, no estoy solo en esto. De hecho, probablemente yo seguiría a lo mío de no ser por Eduardo Castillo, un viejo amigo de mi padre y profesor de Historia Medieval que debería estar haciendo excursiones a Torremolinos con el Imserso en lugar de dando vueltas por el mundo buscando tesoros o escapando de brutales asesinos. Y, a pesar de eso, es un amigo fiel como ninguno y dispuesto a dar su vida por los demás. Si no fuera por su espantoso gusto a la hora de vestir y su pánico a volar, sería un gustazo viajar con él.
La tercera pata de este banco, sin embargo, es Cassandra Brooks, una pequeña arqueóloga submarina mexicana de padre gringo, con unos ojos verdes de esos en los que te caes y ya no vuelves a salir, y un par de ovarios que ya quisiera cualquier figurín de las Fuerzas Especiales. Una mujer lista, guapa y valiente rozando lo insensato que, a día de hoy, no entiendo cómo está conmigo. Nos peleamos a menudo, cierto, y casi siempre por culpa mía, cierto también. Pero de una manera u otra siempre volvemos a estar juntos, aunque razones no le faltarían para mandarme al carajo. Cassie es el amor de mi vida y no soy capaz de imaginar a ninguna otra mujer con la que preferiría estar.
Eso sí se te lo concedo, Gamboa. Con ella lo has clavao. Casi que, por algo así, te perdonaría todo lo demás.
Bueno, por eso y por llevarme a lugares reales que ni tan solo había imaginado que existieran: recuerdo aquel glorioso atardecer en la cima de una pirámide descollando en mitad de la jungla, con los monos aulladores rugiendo y los guacamayos volando bajo mis pies mientras pensaba que ya me podía morir después de ver algo como eso; o aquella noche en la que hice el amor con Cassie por primera vez bajo las estrellas en una azotea de Tombuctú; o cuando remontaba el río Níger en una canoa a través de la sabana africana; o cuando descubrí esa tumba perdida en el interior de una geoda gigante, o… en fin. La verdad es que, como dijo ese fulano rubio al final de Blade Runner, «he visto cosas que no creeríais».
Es por momentos así, por la amistad del profe y mi amor hacia Cassie, que he aguantado lo que he aguantado.
Por eso y por la gente a la que, de alguna manera, parece ser que hago feliz con mis peripecias.
Gamboa me reenvía concienzudamente las cartas de los lectores donde le cuentan lo bien que se lo han pasado y lo que les ha ayudado mi compañía para superar una mala época, o gente muy mayor a la que he hecho volver a sentirse joven, o gente joven a la que he inspirado para viajar y descubrir el mundo, o incluso que han descubierto o redescubierto el placer de la lectura.
Está claro lo que hace ¿no? Menudo cabrón manipulador.
Así que aquí estoy. A pesar de los bichos, los monstruos y los mercenarios. A pesar de haber salido vivo de puro milagro del último follón en que me habéis metido entre todos (aún sigo convaleciente, gracias por preguntar). A pesar de todo ello, sé qué un día de estos Fernando volverá a invocarme como si fuera un espíritu de tres al cuarto, y terminaré metiéndome en un lío aún más grande que el anterior (algo me ha insinuado de buscar el origen de la humanidad, pero debo haber escuchado mal) junto a Eduardo, Cassie y quién sabe si alguien más.
Sé que de pronto me veré sentado en un avión rumbo al culo del mundo, arrepintiéndome de haberme dejado convencer otra vez, y sé que cada día que pase esquivando balas, aguijones o mandíbulas me prometeré a mí mismo ir a buscar a Gamboa, sacarlo a rastras de la piscina y partirle la cara durante un buen rato.
Sé todo esto. Igual que sé que, cuando finalmente regrese a casa de nuevo, a mi minúsculo piso herencia de la abuela, recordaré todos esos momentos, los malos y los buenos, y comprenderé que en todos ellos tú y otros muchos estuvisteis a mi lado, sosteniendo la antorcha mientras recorríamos oscuros pasajes o nos enfrentábamos hombro con hombro a tantos retos y peligros. Que nunca me habéis dejado solo, que siempre estabais ahí empujándome a seguir adelante y que, por ello, la mía está siendo una vida que vale la pena vivir. Una vida que solo es posible gracias a vosotros.
Así que gracias. Por eso y por todo lo demás.
Gracias de todo corazón.
Pero eso no exime que me tengáis hasta los huevos.
Afectuosamente,
Ulises Vidal.
Si Ulises, soy uno de esos que espera impaciente que me cuentes tus nuevas aventuras y siempre estaré empujandote hacia la superficie o colocando maleza para apaciguar tu caída, has sido un gran descubrimiento, me has hecho vivir mil aventuras y aunque en ocasiones he soltado un, venga ya!!!, me has atrapado y tenia que seguir leyendo hasta finalizar tus historias desde la tranquilidad de mi sofá, así que necesito más, Fernando gracias por hacerlo posible y sigue igual…