Hubo unos años en España, y más allá de España, me parece que también en América, que fue la época de Mecano. Se me ha ocurrido escribir sobre los libros que yo leía estos años, cuando oía las canciones de Mecano, juntando los dos “fenómenos”.
Los libros que leía, algunos del colegio, asimismo eran generacionales, en la medida en que por lo menos en mi colegio se leían. Y yo creo que se leían también en otros colegios, tal vez en muchos.
Me gustaban mucho las canciones. Eran muy frescas, tenían mucha fuerza. Yo creo que también en líneas generales eran alegres u optimistas. He tratado de escuchar de nuevo algunas canciones: “Eungenio Salvador Dalí”, “Mujer contra mujer”, “Los amantes”, “Barco a Venus”, “Héroes de la Antártida”, “Me colé en una fiesta”, “Maquillaje”, “Un año más”…
Y de revisar algunos libros de aquel tiempo, libros de autores tan queridos por mí como Julio Verne, Alejandro Dumas, Manuel Vázquez Montalbán, Miguel Delibes, Cela, Pío Baroja. Después Ana María Matute.
Tengo una idea gris de aquella época, una idea invernal, como de mañana siempre lluviosa, o entre la niebla, acudiendo a clase. Pero escuchaba discos como Descanso dominical y leía libros como El camino o Un capitán de quince años, para el colegio, y me animaba.
La novela y la música ya empezaban a darme lo que siempre me han dado: disfrute, consuelo, enriquecimiento, incluso preparación para el futuro. Además, el arte y la literatura pueden ser el mayor compañero para el melancólico.
¿Por qué creo que Mecano era especial para mí y para tanta gente? Quizá algo importante es que eran jóvenes, muy jóvenes; estaban cerca de nosotros, y así los sentíamos.
Por su parte esos libros que leía en esa época eran importantes para mí, merecían tanto la pena en mi opinión, porque tenían mucha vida dentro. Yo creo que captábamos esa vida, captada a su vez por el escritor, plasmada por él. Vuelvo a leer El camino, de Delibes, y Zalacaín el aventurero, de Baroja, y vuelvo a recuperar todo lo que disfruté en ellos, y aunque seguramente mi atención no se detiene en donde se detuvo ayer, me siguen encantando.
En esta época también escuchaba mucho Dire Straits, que por cierto estoy volviendo a escuchar últimamente. Canciones como “Brothers in Arms”, “So Far Away”, “Romeo and Juliet”, “Telegraph Road”, “Industrial Disease”, “Sultans of Swing”, “Money for Nothing”.
Yo creo que me gustaban tanto al principio porque le gustaban mucho a mi primo Joaquín, al que yo admiraba (y sigo admirando). Mi primo dice que gracias a ellos aprendió a tocar la guitarra. Yo no llegué a tanto, pero leí un libro de Álvaro Feito sobre ellos, y me gustaba escuchar sus canciones en el walkman mientras leía las letras, en inglés. Recuerdo hacerlo con placer en Inglaterra, de viaje de estudios.
Unos temas se superponen con otros, unas épocas con otras. Superpuesta, quizá, con esta época, está aquélla, inmediatamente posterior, en la que leí, por ejemplo, las novelas de Rafael Sabatini, con las que pasé grandes momentos: La espada del Islam, El favorito, El capitán Blood, Scaramouche. Sin olvidar El prisionero de Zenda, de Anthony Hope, o Las cuatro plumas, que ahora ha reeditado magníficamente Zenda Aventuras con Edhasa.
Los recuerdos de muchas de estas novelas ya son muy cinematográficos, por las adaptaciones que hicieron de ellas. Al evocarlas vienen también las imágenes de las películas, placenteramente.
Encuentro que lo vivido en estos años tiene la huella indeleble de lo leído, estos libros que leí con tanta ilusión, en buena parte, al principio, porque pensaba que era muy bueno para mí, que aprovechaba mucho el tiempo (mucho más que jugando al ordenador), y luego, tiempo después, con el convencimiento de que me formaba más y más como escritor, hasta hoy que escribo estas líneas muy agradecidas hacia todo lo que significan estos libros, tan queridos para mí. Y también estas canciones, cuyos títulos, sólo mencionarlos, aunque sea en mi mente, para escribirlos aquí, calladamente, me traen infinidad de buenos recuerdos, y si me sugieren alguno malo, o menos bueno, siempre es de forma constructiva, positiva.
Nunca pude imaginar que algunos libros, o personajes, me llegarían por los videojuegos, en concreto videojuegos conversacionales, que eran los que más me gustaban desde que los descubrí. Así, por ejemplo, Carvalho: Los pájaros de Bangkok, basado en la novela de Manuel Vázquez Montalbán, y Jabato, el personaje de cómic.
¿Por qué me gustaban tanto los juegos conversacionales? Hoy pienso que me gustaban tanto porque se parecían a los libros, porque a menudo estaban basados en libros o temas literarios o culturales. Para mí eran perfectos, como la suma de videojuegos y libros. Pero reconozco que eso es un razonamiento que hago hoy, que entonces no hacía. Entonces me limitaba a disfrutar con eso que me gustaba tanto.
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