A Don Emilio Lledó, que también medita en el Retiro
Soy un hombre que camina, que corre, que monta en bici en el Retiro, el parque de Madrid, España. Y mientras, vive y piensa, reflexiona sobre la vida, sobre lo que está pasando, sobre el mundo circundante y su propio trabajo, sus quehaceres, sus esperanzas y temores.
El Retiro se convierte para él, para este hombre, en epicentro, un epicentro del mundo, de su país, de la ciudad. Un núcleo a través del cual mirar, desde el que observar, analizar…
Y mientras este hombre, que soy yo, pero que en el fondo podría ser otro, muchos otros… monta en bicicleta ve a la gente que camina, que corre, que hace ejercicio. Le conmueven los que no están muy en forma pero que hacen un esfuerzo por correr, por caminar, por moverse, por vivir mejor.
Ésa es la gente que más alegría le da al joven escritor que ve el mundo, entre los árboles, desde la agradable velocidad que le da su bicicleta de montaña y que juega con sus cabellos. Lo cierto es que el joven escritor siente que cada vez es más escritor y menos joven, y no sabe muy bien si está ganando con el cambio.
Ahora, debido a la pandemia, no debemos salir mucho de nuestras casas. Debemos cuidarnos y cuidar a los demás. En realidad el que cuida de su vida ahora está cuidando también de la del prójimo. Vivimos en un mundo delicado, en realidad vivimos desconcertados. Los telediarios parecen películas de terror. Los géneros de horror, de ciencia-ficción, tan cultivados por algunos escritores, han encontrado en la realidad, hoy, un rival demasiado fuerte, y los autores que nunca, apenas nunca, habíamos escrito tales cosas, sólo con dar fe de lo que está pasando parece que estamos escribiendo sobre otro planeta. Pero es el nuestro, es el de siempre y tenemos que luchar por superar esta situación.
El escritor de hoy puede contar lo que ve y aplicar su sensibilidad, su creatividad, a profundizar en esta situación, haciendo literatura, literatura auténtica, con un momento dramático, sin banalizarlo. Mi experiencia es que en medio de este drama el escritor puede llegar muy bien, al otro, a los otros, y acompañarlos con su humilde arte, humilde y al mismo tiempo grande. El arte al final, cuando es auténtico, trasciende.
Cuando nos confinamos yo pensaba que íbamos a salir mejorados de la experiencia. Luego pareció que no, que íbamos a salir peor, peores personas… sin embargo ahora creo que necesitamos tiempo y perspectiva. La vida, o la Vida, es una historia compuesta de muchas historias, de muchas etapas. A esta historia todavía le queda un buen tramo; es pronto para sondear el desenlace.
Todavía es pronto, aún podemos mejorar como especie, porque además sabemos en buena medida lo que tenemos que hacer para cuidar la Naturaleza, la Tierra y por tanto a nosotros mismos. En gran parte, la receta la conocemos.
Todavía es pronto, aún podemos despojarnos de todo el absurdo que el mundo moderno nos ha echado encima, escuchar a la Naturaleza —ayer vi a una joven abrazada a un árbol, en el Retiro—, cuidarla, que es cuidarnos, y volver a ella, ser ella, que es lo que siempre hemos sido, aunque se nos olvide siempre. Tal vez se nos hayan subido los humos. Unos humos también absurdos, pero puede que se nos hayan subido.
Esto último no se me ocurre mientras miro los árboles del Retiro, sino en casa, con mi querido cuaderno y mi amada pluma. En mí siempre hubo una contradicción que quizá no es tal; como todos los niños seguramente yo siempre quise ser un gran héroe, el héroe de los cómics, de los libros, de las películas y de las series de televisión, pero no comprendía que héroe se puede ser de muchas maneras, no sólo como yo concebía a los héroes. Y en el fondo así ha sido en mi vida. Mis queridos héroes, mis verdaderos héroes fueron los escritores, desde niño: Cervantes, Unamuno, Delibes, Cela, Umbral, Antonio Prieto, José Luis Olaizola, Alberto Vázquez-Figueroa, Raúl del Pozo, Arturo Pérez-Reverte… Yo siempre quise ser como ellos y dejar que mi pluma fuera mi espada, un instrumento para volar y para hacer volar.
Digo esto simplemente para transmitir que me gustaría tener una varita mágica para resolver esta terrible situación que vivimos; me gustaría que la pluma que empuño tuviera un poder curativo, y que mis palabras, con su mágica tinta, erradicaran el virus.
Pero soy sólo un hombre, nada más pero nada menos —nada menos, ahora que lo pienso, porque es mucho—, un hombre que escribe, un humilde escritor, paradójicamente lo que siempre quise ser. Y pienso que todos podemos hacer algo para resolver esta situación, cuidar y cuidarnos, tomar nota para velar con mucha fuerza por la Naturaleza (“la Tierra herida”, como reza el título de un libro que hizo Miguel Delibes con su hijo Miguel Delibes de Castro), porque ya no es invertir en nuestro futuro, sino en nuestro presente, en nuestra supervivencia. Así de duro, y me temo que también así de egoísta.
Tenemos que gestionar esto de la mejor manera posible, cada uno en su casilla, por decirlo de algún modo, con los medios a su alcance. Yo con la pluma y la palabra, con humildes palabras, subrayando en esta maravillosa Zenda lo que otros más sabios que yo han dicho.
No basta con vivir simplemente, el futuro hay que ganárselo, y hay que hacerlo desde el “aquí”, desde el presente. Cuando escribo la palabra “hoy” estoy escribiendo también la palabra “mañana”, al mismo tiempo. Es el mismo tiempo.
Cuando escribo la palabra “hoy” tal vez esté escribiendo la palabra “siempre”.
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