Mégara

MÉGARA: ¡Maldigo tu fama y maldigo el día que llegaste a esta casa! —el desgarro de Mégara viaja desde el altar por todos los rincones de Tebas—. ¡Ojalá y hubieras muerto antes de poner un pie en el umbral del que no podemos llamar hogar!

CORIFEO: Los ojos inyectados en sangre contemplan las llamas de la hoguera que aún palpita alimentada con el cuerpo de sus hijos. El olor a muerte consume el aire. Todos los presentes ahogan los gritos de lamento, el miedo estrangula sus gargantas y su valor. Ninguno osa decir nada, hacer nada contra el asesino de su propia estirpe.

MÉGARA: ¡Loco! ¡Insensato! ¡Maldigo a tu propio padre y el día de tu nacimiento! ¡Que el mal que te ha poseído caiga sobre mí y me dé las fuerzas para matarme! ¡Ahí tienes a tus hijos y a tus sobrinos, todos muertos por tu mano!

HERACLES: Yo, yo no… ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Qué hago aquí?

CORIFEO: La locura mandada por Hera aún no ha abandonado del todo a Heracles, que camina sin rumbo de un lado a otro del altar, donde la pira funeraria estalla al quemar la grasa.

"Si la muerte engendrara a sus propios hijos, jamás podría robáreselos a nadie, porque entendería lo antinatural que es que una madre sobreviva a sus hijos; pero esto es aún peor"

MÉGARA: Sí, tú, poseído por no sé qué furia, los has matado. ¡Mira! ¡Mira las pruebas de tu crimen! ¡Ojalá nunca nos hubiéramos amado! ¡Cincuenta hijos tuviste de otras cincuenta mujeres, y a estos tres, fruto de mi vientre, de un matrimonio legal y bendecido, les das muerte! ¡Ojalá pudiera borrar nuestros diez años juntos! ¡Ojalá que tu estirpe y la mía no se hubieran juntado jamás! Héroe te llaman, Heracles, héroe, y tu única heroicidad ha pasado por el asesinato. Estás manchado por mil crímenes y las furias te perseguirán sin descanso. ¡Maldito! ¡Maldito por siempre! Ay, pobre de mí, ¿dónde hallaré consuelo a este sufrimiento? No debería ser lícito arrebatar a una madre su hijo, separar así a un animal de su cría. Si la muerte engendrara a sus propios hijos, jamás podría robárselos a nadie, porque entendería lo antinatural que es que una madre sobreviva a sus hijos; pero esto es aún peor. ¿Cómo podré vivir de aquí en adelante cuando los peores males se han cernido sobre mí?

HERACLES: Podrás, mujer, por el amor que un día nos tuvimos. No maldigas más mi estirpe, pues yo, ahora que veo el crimen cometido, no creo que pueda nunca expiar este sacrilegio. Tus hijos son los míos, sangre de mi sangre, igual que de la tuya. Fruto de una unión que creí feliz. Me castigaría yo mismo y me arrancaría los ojos si con ello consiguiera devolverlos a la vida. Pero la historia enseña que la muerte es madre, madre que no deja escapar a sus retoños, que se alimenta de los hijos de otros. No puedo hacer nada y sé que no volverás a amarme como conseguí que lo hicieras la primera vez.

"¿Qué sabes tú de amor? Si al único que has amado siempre ha sido a ti mismo y al dios al que veneras… Llevas a Ares en la sangre"

MÉGARA: ¡Oh, infeliz la recompensa que te procuró mi padre a tus hazañas! Fui justo pago por tu ayuda en un momento de tribulación. Si el futuro se revelara a los hombres jamás me hubiera ofrecido como víctima de sacrificio en este matrimonio impío. Y ¡ay!, tonta de mí, caí como paloma enjaulada en tus manos traicioneras. Había prometido no entregar más que mi cuerpo, dejar mi corazón para aquello que ansiaba en realidad. Pero no, me enamoré del que ahora mata a mis hijos y mis anhelos. Mis entrañas se revuelven en el mar del dolor.

HERACLES: Mujer, no me perdones, porque no soy digno de perdón. Una diosa me maldijo desde el mismo momento de mi nacimiento. He luchado contra esta mi naturaleza guerrera y he aprendido a vivir con ella, a apaciguarla, a calmarla, y en mi seso jamás habría atentado contra mis hijos. ¡Los amo!

MÉGARA: ¿Qué sabes tú de amor? Si al único que has amado siempre ha sido a ti mismo y al dios al que veneras… Llevas a Ares en la sangre. Y en ti la prudencia perdió la partida. ¿Cómo vivir ahora mientras esos mis hijos arden en la tea? ¡Sacadlos! ¡Sacadlos de ahí! Apagad el fuego con vino y agua, purificad sus cuerpos y entreguemos lo que queda a la tierra, que los abrigue y los proteja.

"Oh, maldita la raza de las mujeres que deben soportar tantos males y alcanzar su libertad a través de la muerte de sus hijos. Mégara no olvidará"

CORIFEO: Heracles se acerca a su mujer. Necesita calmar su pena, abrazar su cuerpo delgado, por el que en un momento han pasado años. Su pelo mojado en lágrimas le lame las mejillas blancas. Los ojos, antaño chispeantes y vividos como un pellizco de un amante, se han convertido en dos almendras rojizas y opacas. Ya no quedan lágrimas en ellos, las consumió el dolor.

MÉGARA: ¡Quita, insensato! No me toques con esas manos, capaces de liquidar a tu estirpe. Pobre también de tu hermano cuando sepa que has matado a sus hijos, que son hijos de mi hermana.

CORIFEO: Heracles no sabe qué hacer; entiende que ninguna explicación podrá mitigar el odio que Mégara siente por él.

HERACLES: Sé que jamás podré alcanzar tu perdón. Y no merezco más que todos los sufrimientos que la vida me otorgue. Euristeo ha pedido mis favores tres veces, las mismas que por vosotros he rechazado; ahora deberé expiar este funesto crimen. Tú no me perdonarás, ni yo a mí mismo; a lo único que puedo aspirar es a limpiar mi crimen ante los ojos de los dioses y de los hombres. A ti te dejaré. No tendrás que aguantarme más. Podrás volver a amar si así lo deseas. No es repudio lo que te ofrezco, sino libertad.

CORIFEO: Oh, maldita la raza de las mujeres que deben soportar tantos males y alcanzar su libertad a través de la muerte de sus hijos. Mégara no olvidará: salvó su vida, cuando Heracles, poseído por algún dios, mató a su descendencia. Él expiará su crimen con doce trabajos, ella volverá a casarse.

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