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Memoria de un amor perdido

Memoria de un amor perdido

Los días perfectos es mi primera novela, aunque lo cierto es que arranqué a escribir con el objetivo de hacer un artículo sobre correspondencias de escritores conservadas en los archivos del Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, en Austin. Llevaba años visitando el lugar y leyendo cartas privadas de autores como Malcolm Lowry, Bertrand Russell, Hemingway, Céline, Santayana o Joyce, y buscaba temas comunes para elaborar mi investigación sobre la comunicación privada y por escrito en la era predigital, antes de los mails y los mensajes de texto que acabaron con las cartas.

A finales de octubre de 2019 visité el Harry Ransom Center por última vez y solicité leer la correspondencia de varios autores que tenía en mi lista, entre ellos William Faulkner. En el contenedor once del archivo de Faulkner, descubrí lo que hasta entonces no había visto aún entre tanta carta: una historia de amor. Allí había varias carpetas repletas de cartas fechadas entre 1936 y 1960, todas ellas a una tal Meta Carpenter, que más adelante pasa a ser Meta Rebner y que moriría siendo Meta Carpenter Wilde. Recuerdo pasar el día encerrado en la sala de lectura del Harry Ransom, leyendo con fascinación esta inédita correspondencia entre amantes, que se extiende a lo largo de tres décadas y que de alguna manera ilustra todas las etapas de una gran pasión: desde la fogosidad y la fantasía de los primeros encuentros hasta el agotamiento, luego el silencio durante años, que se rompe por fin con una serie de cartas en un tono de nostalgia resignada que celebra el pasado pero que ya no busca el reencuentro. Me pareció interesante comprobar cómo evoluciona a través de los años la voz de un amante que está preso de una pasión que vive en secreto. Faulkner era un hombre casado que tenía una vida muy vinculada a las tradiciones rurales sureñas, y que sólo se encontraba con Meta cuando viajaba a Hollywood —lugar que detestaba— para terminar guiones —un trabajo meramente alimentario que también detestaba—. Es decir, su idilio con Meta transcurría a miles de kilómetros de su hogar, cuando un encargo le extraía de su entorno vital y familiar, y le llevaba a un lugar donde quedaba totalmente desconectado de su vida.

Había dos temas que esta correspondencia suscitaba y sobre los que me parecía interesante escribir: por un lado el tema del viaje de trabajo a un lugar que nos es desconocido y donde somos desconocidos, y en el que uno queda provisionalmente desconectado de su vida, que es una experiencia profesional bastante común hasta la pandemia (veremos después). Por otro lado, está el tema de la memoria del amor, de cómo se preserva el recuerdo de lo vivido, la voz propia con la que uno habla cuando está enamorado, que es el momento en que la gente dice lo que jamás es capaz de decir.

Mi generación es quizás la última que conserva cajas con cartas de sus primeros amoríos. Las generaciones siguientes vivieron su amor por aplicaciones de mensajería móvil, emails, chats de redes sociales, videollamadas… Es muy probable que con el tiempo no quede memoria alguna de esos amores que solo han dejado una traza digital que suele ser efímera y que muere con la obsolescencia de nuestros dispositivos. Con estos dos temas en mente, me puse a escribir sobre un periodista que encuentra estas cartas de Faulkner durante un viaje de trabajo, muy lejos de casa, y que al leerlas se mira en ellas y empieza a reconstruir la memoria de un amor perdido.

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Autor: Jacobo Bergareche. Título: Los días perfectos. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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