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Memoria y ausencias

La memoria nos conforma, basta tener cerca la terrible experiencia de una persona con algún tipo de demencia senil para que esa realidad se vuelva incuestionable. En ese límite en el que se mueve el ser humano, entre el mundo/la vida y la constatación de la nada/la muerte, surge como prioridad existencial la necesidad de retener, de conservar. En eso consiste la memoria, ni más ni menos.

Heidegger decía que era la palabra la que custodiaba la casa del ser y que el fin de la filosofía era recuperar a través de ella una realidad primigenia. “La palabra del alma es la memoria”, expresaba con belleza nuestro poeta Luis Rosales en La casa encendida. Allí invita a hablar al que era su hogar, la casa se enciende cuando todos los que la habitaron, todos los que compartieron su vida (familiares y amigos), regresan gracias a la invocación del poeta porque, señala, “Vivir es ver volver. Es justo y necesario conservar los afectos como eran y los recuerdos como serán, y atar los unos y los otros, en una misma ley de permanencia; es justo y necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha temblado dentro de nosotros, está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en la vida”.

"Las fotografías de David nos animan a imaginarlas con la sensibilidad y el respeto de quien está asomándose a su propio futuro"

Algo similar es la tarea que el fotógrafo David Robles asume en este libro. Pero con un sutil giro en la orientación, porque no busca espacios familiares, sino lugares ajenos, desamparados, derrotados a los que acude como un médium para convocar a los que los habitaron, percibir sus vidas y, con la delicadeza de un arqueólogo, descubrir su rastro y devolverles la voz perdida. Para él la memoria no procede de la palabra, sino de la imagen: “mi memoria es visual, me expreso en imágenes” (p. 41). Habitaciones, oficinas, andenes, sillas, baldosines, ventanas, libros y sofás abandonados son el hueco dejado por otras vidas, y las fotografías de David nos animan a imaginarlas con la sensibilidad y el respeto de quien está asomándose a su propio futuro. “¿Cómo identificar la finitud antes de que se produzca?” (p.256) se pregunta David con perplejidad, la inevitable perplejidad ante la fugacidad de nuestras vidas y nuestra constante negación que esos espacios nos devuelven de manera incontestable.

"Página tras página, imagen tras imagen, el lector siente cómo las fotografías se convierten en una apelación personal, una interrogación permanente sobre nuestra manera de ser y de estar en el mundo"

Sus imágenes se erigen como una advertencia, señala Darío Adanti en el prólogo, del cumplimiento de la segunda ley de la termodinámica. Aquella que nos previene de la destrucción inevitable porque “la entropía nunca se detiene” (p. 32), avisa. En este mundo de un consumismo desbocado, en el que hace tiempo que los objetos de uso pasaron a ser objetos de consumo (como ya nos avisó con clarividencia Hannah Arendt), fijar la mirada en ellos implica un ejercicio necesario de reflexión. Desde esa perspectiva, el libro de David tiene también una lectura ética. Página tras página, imagen tras imagen, el lector siente cómo las fotografías se convierten en una apelación personal, una interrogación permanente sobre nuestra manera de ser y de estar en el mundo. Esos espacios abandonados, fábricas, estaciones, parques acuáticos, viviendas…  nos dicen que, por mucho que intentemos una permanente huida hacia adelante, no conseguiremos eludir esa segunda ley de la termodinámica, porque, como bien titula David su libro, Al final todo llega.

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Autor: David Robles. Título: Al final todo llega. Editorial: Tres Hermanas. Venta: Todos tus libros.

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