A él le ponen los húsares, las momias, todo tipo de bichos y un exótico larguísimo etcétera; a mí, más sencillamente, me gusta él: Jacinto Antón.
Desde que mi tovarich Rfa. García me inició en sus misterios, a base de muchos artículos de El País, podcast del Antropólogo inocente, documentales del Reportero de la Historia y otros videos de Youtube, me he convertido en un incondicional de su persona (¡y personaje!). Pues bien, este verano decidí ir a más. Tirando de recursos —lo que viene a ser, echándole todo el morro que me caracteriza— conseguí que una antigua alumna y su rockero esposo me dejaran su casita en Formentera —que Zeus se lo pague a Inmaculada y Miguel con un mejor guía de viajes— a fin de auscultar el Spirit of the Place donde mi periodista de cabecera sienta sus reales cada verano desde hace casi treinta años. Así que, bajo la firme promesa de escribir algo a mi regreso que disuadiera a futuros turistas, cargué el sabretache del Correo del Zar con los baqueteados Héroes, aventureros y cobardes y sus Pilotos, caimanes y otras aventuras extraordinarias —él se lleva cosas muchísimo más raritas para leer en la playa, créanme—; la aventura comenzaba…
Literalmente. Madrid-Denia en coche, vale, pero de ahí a la Pitiusa, contraviniendo mis juramentos, tenía que volver a embarcarme. ¡Glup! Jacinto, según ha hecho constar en varias ocasiones, emprende su singladura desde Barcelona con parejo respeto; yo, directamente, padezco de talasofobia, así que echando mano de la hemeroteca seguí sus prescripciones para sobrellevar el canguelo en tales circunstancias: “aférrate a Lord Jim”, lo cual, por cierto, afirma que “te da cierto pedigrí a bordo”; máxime —y esto ya es cosecha propia— si se concatenan ladeados los Player’s que fumaba Tánger Soto a bordo del Carpanta (cortesía de la mujer que besó a Virgilio).
Dos horas y media de Conrad después, atracamos en Ophiusa-Frumentaria. Agradecido a Posidón, deseé besar el suelo del lugar pero la grasienta bodega del ferry no me hacía las veces, así que, mientras sonaban los Better Days del Boss, lo hice, aún con más efusividad, a mi sacrificada partenaire, puesto que ella, conocedora de la isla, en principio prefería más para su solaz la Costa Azul al largo listado de sitios a visitar que este mitómano había extraído, con escrupulosa minuciosidad, de todos los artículos de “ese periodista friki” [sic] que tanto me gusta (creo que le tiene cierta inquina desde que leí “Muerte de un hámster” en el entierro de su cobaya). Eso sí, luego, King Crimson mediante, habría de reconocerme que se convirtió en toda una Formentera Lady.
Desde el puerto de La Savina llevamos el coche hasta el comienzo de la carretera que atraviesa Ses Salines, justo a tiempo de cruzarnos con una bandada de aves migratorias que hacían parada y fonda a poca distancia de nuestros aposentos. El augur etrusco que llevo en mí despertó para interpretar el auspicio como harto favorable, porque al poco de llegar a la isla de Jacinto ya había practicado una de sus variopintas aficiones, el Birdwatching; mas en mi foro interno me estremecí ante la perspectiva de verme obligado a exhibir mi esgrima —nada fina— contra los revirados peces espada o el marrajo de seis metros con los que me ha dado el verano. Sea como fuere, ¡ya estábamos en Formentera! y, sabiendo desbrozar entre el glamour, muy pronto descubrí el rastro de mi hombre…
Desde nuestro cuartel general establecido en el Bar del Centro, cada mañana, partíamos hacia los lugares de sus crónicas isleñas para releerlas in situ. En el mismo Sant Francesc compraba, como Jacinto, la prensa en Tur Ferrer y lo intenté con sus libros, pero estaban agotados; mas en Sant Ferrán —con sus resonancias de Dylan, Led Zeppelin o Pink Floyd— tuvimos más suerte, abrevando varias veces en la mítica Fonda de Pepe. Looking for the Summer llegamos a los faros, volviéndonos tras el ocaso atentos a no caer en las arenas movedizas del Estany Pudent, como hizo él. Y sí, aun estando de vacaciones también vi piedras —profession oblige—, dejándonos los bajos en el sepulcro megalítico de Ca Na Costa, aunque he de reconocer que me gustó mucho más contemplar la maniobra de un resuelto patín a vela en Cala Saona (¿el belga errante?) o el hidroavión que nos sobrevoló en Es Arenals, recordando aquel artículo sobre la base de la Legión Cóndor que otrora hubo en Formentera.
Pero sus lectores sabemos que aquellos pagos no son el verdadero hábitat de Jacinto Antón. Éste, que no pisa Illetes desde hace años, se recoge durante el estío “en el reducido paraíso comprendido entre Sa Plageta y el chiringuito Pelayo”, y, oigan, qué razón tiene. Después de tantas lecturas, ¡qué emoción me causó comer en “el chiringuito más salvaje y auténtico de la isla”!, ¡qué arroces!, ¡qué “sobremesas mirando el mar sin propósito”! Recuerdo todas y cada una de las siestas a las que sucumbí acunado por las cigarras, Mari Mayans y el olor a porro de los últimos hippies en el “far west de Migjorn”. Después despertaba como vine al mundo —“las exigencias de vestuario en Formentera son muy laxas”— por el ruido del motor de un aeroplano sobre el cielo (¿Almásy?), con todas mis pertenencias milagrosamente intactas y la cerveza aún fría para disfrutar de otra impresionante puesta de sol, completamente solos en el paraíso, a pesar de todo.
Y es que, técnicamente, fuimos a la isla la primera semana del otoño y ésta parecía un after a punto de cerrar, quedábamos los saldos de la temporada. Todo era laxitud. Sin las hordas de julio y agosto —ay, y sin Kate Moss o el hombre de una sola pierna— todo estaba (casi) vacío, a veces fantasmal, y yo iba recreando su isla: aquí vino a una fiesta hippie y le tiraron un vaso de cerveza; allá tuvo su affaire en Easybreath con un pulpo; fíjate qué tranquila La Savina —Jacinto embotelló la oficina de turismo pidiendo información sobre operadores de radio alemanes— y hace unas semanas dijo que una tormenta convirtió el puerto en Pearl Harbor. Ah, mito al suelo, este caluroso verano llegó hasta el faro Barbaria en coche y bicicleta, no le apetecía andar (si su amigo Paddy se enterase…).
Un día me causó especial felicidad abrir el periódico y leer en su territorio una columna de opinión en la que hablaba de postales, momento en el que confesé a mi pareja —me dosificó en pildoritas para que no salga corriendo— que yo, cuando salgo de aventuras, siempre se las mando. Ella, claro, preocupada, —¡te va a denunciar por acoso!— y contaminada por el videoclip de Summercat (tonight, tonight….) decía tener la sensación de hacer un viaje-ménage à trois; yo, contemporizando, más bien creo que aquellos maravillosos días en Formentera, de filtro Valencia y estética RJ Shaughnessy, paseando los retratos de Sir John W. Alcock y William Edward Sanders, fuimos muy felices los cuatro.
“Una melancolía infinita empapa el regreso de las vacaciones en Formentera”, “hermosa, salvaje y seductora, peinada de espuma y cielos arrebolados, puede ser también una cruel amante”. Tal vez he dejado pasar demasiado tiempo desde que volvimos para escribir esto. Ahora intento regresar mentalmente, dándome a la frígola industrial y viendo fotos, casi en vano, nostálgico perdido. Pero he de dar respuesta sobre mi periplo y su motivación a dos personas. Tengo muy intrigados a mi ‘becaria’ y al bueno de Ulises Adrados con respecto a mi viaje literario y su motivación, ¿por qué Jacinto Antón?, ¿Formentera, en serio? Sólo puedo contestar, ¡porque está ahí! He buscado a Joyce en Trieste y Pula, a Leigh Fermor en Roumeli y Mani, a Durrell en Corfú y Chipre, a Lewis en Nápoles, a Graves en Deià, a Munthe en Capri, a Tucídides en Sicilia… pero todos están muertos y él no. Vive y me hace vivir. Encuentro un absoluto placer en leer a una persona tan apasionada e inspiradora -ya les gustaría a muchísimos profesores de la universidad-; y no es sólo que le interese casi todo, sino que gracias a sus encandiladoras palabras te contagia su curiosidad e inevitablemente entras en su mundo de autores, libros y sitios, de cabeza. Podríamos llamarlo un influencer cultural —le debo a Gunther, Bora, Cato, Macro, Hassel…— y también, por qué no decirlo, de estilo y moda, ¡no gano para básicos desde que nos viste para la aventura en ICON!, Monty por aquí, cárdigan por allá… Y todo eso con una buenísima pluma que denota mil lecturas, amena, poética y tierna a veces, dotada siempre de una chispa de humor, que es de agradecer entre tanto postureo estirado. Leyendo a Jacinto Antón, como él en su isla, “encuentras más que una experiencia estética: un sentido de la vida”. Creo que voy a terminar la tesis sólo para poder escribir un libro sobre él —no está lo suficientemente valorado—, como un manual para seguir adelante.
Y Formentera, ¿por qué? “Cuando vas a un sitio es básico haber leído muchas cosas y haber soñado con este lugar, eso es lo que te da esta dimensión más extraordinaria”. Él, islomaníaco confeso, ha cantado a la Pitiusa, a su manera, como Miller a la Corfú de Durrell, éste también a Rodas y Chipre, Paddy a Creta, D. H. Lawrence a Cerdeña, Homero a Ítaca…y llevo tanto tiempo leyéndole y queriendo ir que aproveché la oportunidad en cuanto mis anfitriones me la brindaron. Pero una semana no da para casi nada y muchas cosas se me quedaron pendientes (tendré que volverles a llorar): “ya os podéis quedar con los Besos y Piratas” que yo me muero por buscar trocitos del bombardero Junkers Ju 88 que se estrelló sobre lo que es hoy el chiringuito Es Ministre o el rastro del Halifax británico que derrapó en Escaló. ¡Me queda tanto por ver! sí, pero una cosa no: la famosa pintada, “Menos Lucía y más sexo”.
Tenía las coordenadas, Camí Vell de la Mola, “en una caseta en la entrada hacia el Sol y Luna”, y su presencia corroborada por el encargado del susodicho restaurante, aunque me advirtió —como un artículo de este mismo verano— que algún desalmado la había borrado. Cuando llegué al sitio pude comprobar que en un lateral alguien había escrito: “Un muro, una pantalla, no existe el mito”. Es curioso, aquellos versos (?) me trajeron a la mente una anécdota que en su día escuché contar a Javier del Pino en A vivir que son dos días, el programa de radio en el que colabora Jacinto. Alguien le había preguntado si éste era de verdad (!) o una creación radiofónica como el Señor Casamajor. Afortunadamente sí, es real, y sus palabras reavivan mi vocación siempre que acudo a ellas. No puedo decir lo mismo de ningún otro escritor. Por eso, en aquel atardecer de esa fantástica isla de celebrities, farándula y literatura, contribuí al Pasquino con mi particular y orgullosa declaración:
MENOS CRISTIANO RONALDO Y MÁS JACINTO ANTÓN
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