Extraordinario y divertido “debate” en el programa televisivo Operación Triunfo la noche del pasado 17 de octubre a propósito de la mariconez del grupo músico-vocal Mecano. Hace treinta años, el tal grupo entonaba una canción cuya letra incluía esa expresión. No sé ahora, pero una mariconez era entonces una tontada —“menuda mariconez”— sin nada que ver con una mariconada, que era una faena y también una tontería (que no es lo mismo que una tontada).
La lengua es lo que tiene. Palabras parecidas llenas de significados. Diferentes e incluso absurdos. Palabras cuyo significado exacto sólo es comprensible en el momento por el tono con que se pronuncian y otras mil circunstancias que una grabación, y no digamos la lengua escrita, son incapaces de reproducir. Cualquier aficionado a la actuación y la puesta en escena sabe bien de qué hablo. Estas circunstancias son tantas que los muchachitos de OT dudaban a la hora de verbalizar tan terrible y descabellada expresión, parece que desconocida para ellos, y en ocasiones decían maricónez como si fuera un apellido: igual que González, Rodríguez, Hernández o Fernández. Uno de ellos, una joven, se negó por último a cantar la canción por entender que la expresión mariconez es ofensiva.
Para mí que la normalización social de la homosexualidad exige más que ponerse estupendo con el lenguaje. Lo último que necesita el denominado “colectivo elegetebé” es más hipocresía, por si no hubiera ya suficiente. El lenguaje es neutro; su estructura y sus elementos, también. Valen tanto para armar Campos de Castilla como para hacerse entender de manera inmediata o para menospreciar, zaherir y humillar gravemente. En los tres casos, el usuario tiene a mano el mismo arsenal, aun cuando las intenciones que guíen el mensaje sean bien diferentes.
Machado manifiesta con Campos de Castilla un conocimiento abrumador del arsenal que la lengua pone a su disposición, lo que unido a su extrema sensibilidad obra el milagro de levantar un mensaje, un libro entero, que trasciende el momento. En su momento, los llamados Mecano actuaron con inteligencia al introducir la palabra mariconez en su canción. La expresión no había salido aún del habla coloquial y se encontraba suficientemente implantada como para ser entendida con precisión. Después las cosas han ido por donde han ido, las susceptibilidades se han erizado y éste es el día en que la neo-inquisición puritana encuentra cada cinco minutos un pecado donde no hay ninguno. ¡Qué pena da cuando nadie ofende a nadie y uno se ofende solito!
No es lo mismo el daño que se puede hacer al usar la polisémica expresión “maricón” y sus derivados con la intención expresa de humillar y zaherir, que el caso de dos hablantes —y recalco lo de “hablantes”— que se conocen bien e intercambian ideas apresuradas sobre algún proyecto común. “Menuda mariconez”, responde uno de ellos para expresar rápida y claramente su opinión sobre una propuesta. O bien “qué bueno es eso, maricón” para expresar su entusiasmo. La intención guía el uso del lenguaje, como el de cualquier herramienta o instrumento, y cuando un fragmento de producción lingüística hablada se aísla y descontextualiza, se le quita la intención original para convertirla en otra cosa.
La mañana del mismo día que se emitió OT apareció en El Periódico una noticia sobre el ideólogo separatista Agustí Colomines que me llevó a inventar un neologismo, catalanez, que brindo con cariño a mis lectores. No me pidan que lo defina. Basta con levantar otro, españolez, escuchando al secretario general del PP, irredento unionista y máster en no se qué. Catalanez y españolez son dos metástasis del mismo mal. Un mal que bien puede acabar con todos nosotros. Así que tienen permiso para contestar “menuda mariconez” al próximo que en un discurso político —y subrayo lo de “político”— les coloque un rollo sobre las esencias identitarias de España, Cataluña, Oropesa del Mar o la Virgen de la Macarena.
“Menuda mariconez”.
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