Es el hambre lo que siempre me lleva a escribir una historia, esa voracidad animal que me mantiene agarrada al teclado. Suelo soltarlo cuando empiezo a ver luces brillantes y las letras en la pantalla parecen juntarse unas con otras. También las cicatrices y el hielo tienen bastante que ver en esto. Acostumbro a rescatar una esquirla de mi memoria, cualquier recuerdo que todavía hoy me haga retorcerme, y la clavo en el texto. Esto tiene mucho de catártico: es como traspasar el dolor, hacer que cambie de manos.
Lo del hielo es otro asunto. Hay sucesos que me escarchan. La congelación es una forma de autodefensa. Como una coraza que te protege de lo que sucede ahí fuera. Infamia nació de todo esto. En este caso, la esquirla fue el asesinato de Marta del Castillo. Han pasado ya 10 años y el paradero de su cuerpo sigue siendo una incógnita. Resulta difícil comprender cómo puede guardarse un secreto de ese calibre tanto tiempo. He pensado mucho en esto: en los pactos de silencio y en el dolor de unos padres que todavía no han podido enterrar a su hija. En el ciclo de la violencia, en las infancias marcadas por la tragedia, en la esperanza como único modo de aferrarse a una vida teñida de sangre. Pero no me malinterpreten, Infamia no cuenta la historia de Marta del Castillo. Infamia cuenta una historia ficticia, la de dos hermanas que desaparecieron hace 25 años: las hermanas Giraud. Y aquí ha llegado el momento de desvelar el porqué de ese apellido. Me fascinan las ilustraciones del francés Jean Giraud, más conocido bajo el pseudónimo de Moebius. Cada una de sus piezas es un universo único, lleno de criaturas y colores de ensueño que me llevan a lugares imposibles. Y aquí se abre otra de las puertas: de niña me obsesionaban las personas desaparecidas. ¿Dónde están? ¿Habrán muerto todas? ¿Existirá un no-lugar que las acoja? ¿Una especie de submundo del que no pueden salir? Todavía hoy me resultan escalofriantes los documentales sobre personas desaparecidas. Las estadísticas y los casos sin resolver. Así que me dije: «Vamos a traspasar esto que se me clava». Hacer que cambie de manos o simplemente compartirlo. Diseñé una trama llena de obstáculos. Esto no fue algo medido, pero funcionó como elemento motivador. Cada dificultad con la que me encontraba era un nuevo reto. De pronto, las noticias que veía en los informativos o leía en la prensa parecían susurrarme al oído: “Venga, atrévete con esto. Intégralo en tu historia y construye tu novela al ritmo que marcan estas barbaridades. ¿Qué pasa, que no eres capaz?”. “Pues claro que soy capaz”, me dije. Así condensé en menos de 300 páginas algunos de los capítulos más oscuros con los que nos ha abofeteado la realidad en los últimos meses.
Me obsesioné con la historia que quería contar. Ese es para mí el único modo de escribir una novela: meterme en las tripas de la trama y no dejar hueco para nada más. Las horas en esta habitación donde trabajo tienen una medida distinta. En los momentos más críticos, y también más potentes de la creación de Infamia, me olvidaba de salir a la calle. A veces durante varios días. Estaba viviendo en Merlo, el pueblo de las hermanas Giraud, y me sorbía con una pajita cada minuto. Confieso que ocho meses después de haber terminado la novela, todavía vivo allí. No he logrado salir de Merlo. Quizás sea porque no lo he contado todo.
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Autora: Ledicia Costas. Título: Infamia. Editorial: Destino. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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